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Capítulo 31:

ARLETTE:

Al despertar lo hago tomando una honda bocanada de aire, como si estuviera viva después de haber sufrido un ahogamiento o haber resucitado entre los muertos, aparto las sábanas que me cubren y me incorporo sin percibir más que el zumbido del vacío en mi cabeza cuando normalmente estaría llena de voces diciéndome qué hacer mientras mis respiraciones pasan de frenéticas a controladas. A mi lado, Vicenzo duerme y se estremece con sudor corriendo por su frente, sufriendo los efectos de haber tomado mis pastillas cuando su cuerpo no está habituado al fentanilo como el mío, pero es un hombre grande y estoy segura de que no morirá por esto, por lo que limito mis atenciones a dejar una bolsita con cocaína en nuestra mesita de noche.

Cuando abra los ojos, sabrá qué hacer.

Humedeciendo mi boca seca con el agua caliente de la ducha, me doy un baño rápido antes de entrar en un par de pantalones negros ajustados y una sencilla camisa blanca, descalza. Tras ello hurgo en el bolsillo del abrigo de mi esposo y me dirijo a mi oficina. En el camino me topo con Luc y con Flavio discutiendo en el pasillo en el que esta se encuentran. Ambos dejan de hablar al verme, pero la tensión en sus hombros se alivia al detallarme.

No debería.

Estoy entumecida, pero todo sigue ahí.

Arañando la superficie de la jaula en la que mis pastillas encierran mis emociones y esperando el momento en el que el efecto de la dosis pase para asaltarme de nuevo, pero gracias a este alivio momentáneo soy capaz de encerrarme en mi oficina sin dirigirle la palabra a ninguno de ellos, ocupar la silla de mi padre y evaluar todo este asunto con los rusos... desde el inicio.

Veinte años atrás.

*****

Aborrezco a todas las niñas que papá insiste en que conozca, las hijas de sus socios o mis compañeras de kínder, porque no son capaces de ver más allá de sus narices. Ninguna me cree cuando digo que las hadas son criaturas malvadas que merecen la muerte a manos de los duendes y todas sueñan con casarse con Francesco o con Vicenzo, haciéndome preguntas sobre ellos hasta que las echo, murmurándole la orden a Fósil cuando se despistan para alcanzar sus meriendas o uno de mis juguetes. Prefiero la compañía de Moscú o de mi guardaespaldas. Petruskha también es divertida. Siempre tiene buenas historias que contar pese a que tengo que descifrar los finales de la mayoría porque a veces se duerme mientras las relata. Sonrío cuando me deja a mitad de una de ellas, la última que misión que llevó a cabo en Kazán, y trepo sobre su cuerpo para cubrirla con una cálida manta roja que mantenía envuelta alrededor de mi pequeño cuerpo mientras descansábamos frente a la chimenea. Apago la radio antes de deslizarme fuera del sofá del salón, bajando la falda de mi vestido blanco cuando sube.

Escucho ruido en el exterior. Los guardaespaldas de papá me miran mientras camino hacia el jardín de rosas de mi hogar, pero ninguno de ellos intenta detenerme, mi cabello moviéndose de un lado a otro sobre mi espalda porque no dejé que mamá me peinara esta mañana porque mi cabeza todavía arde de ayer y ella no insistió. No pueden tocarme a menos que sea necesario, que mi madre esté cerca o me esté acercando a la prisión en nuestro sótano, a dónde se me tiene prohibido ir aunque a mi primo y a su mejor amigo sí se les concede el acceso porque son chicos. El enojo me llena cuando finalmente llego al balcón desde el cual puedo acceder a extenso patio y los veo jugando a las escondidas con otros niños, sin mí, cuando Francesco me dijo que me llamaría si lo hacían porque las escondidas es el único juego en el que puedo participar y derrotarlos.

Uno a uno, bajo los peldaños de mármol con cuidado de no resbalar con el agua de lluvia sobre ellos. El piso abajo es lodoso y explica por qué Sveta y Aria decidieron salir a almorzar en lugar de tomar su té fuera con las otras mujeres, como es usual que hagan mientras papá, mi padrino y sus amigos se reúnen, al igual que lo hacen las nubes grises sobre mi cabeza. Mis zapatos negros se ensucian mientras corro en dirección al laberinto en búsqueda de Francesco.

Aunque Vicenzo y los demás niños protesten, él me dejará jugar con ellos.

Finalmente identifico sus rizos negros corriendo entre los arbustos.

─¡Francesco! ─grito, pero él no se detiene porque está siendo perseguido por uno de sus odiosos amigos y por más rápido que voy tras él, no lo alcanzo.

Abro la boca para gritar cuando soy empujada con fuerza hacia adelante, haciendo que caiga sobre un charco de lodo y mis rodillas sangren, pero mis labios son rápidamente cubiertos con una pálida mano robusta y mi cuerpo es aplastado por uno mucho más grande, pero no tanto como para pertenecer a un adulto. Sin girarme para verlo, sé que se trata de Vicenzo.

Solo él se atrevería a hacerme daño así.

Solo él no teme herirme.

─Regresa adentro ─gruñe, obligándome a ponerme de pie cuando se levanta. Está usando un suéter negro y pantalones oscuros que están manchados con tierra, su cabello blanco peinado hacia atrás como a Aria le gusta. Huele a las rosas rojas que nos rodean. Sus ojos negros brillan cuando se detienen en mis rodillas lastimadas. Sangré tan fácil porque tenía costras en ellas que él también causó unos días atrás. Nunca deja que sanen antes de hacerlas sangrar de nuevo. Le gusta que sangre por él. No lo he delatado con papá ya que después de que lo hace, siempre me vengo de una forma u otra. Vicenzo siempre me dice que si quiere que el sangrado termine, debo dejar de usar vestidos bonitos para jugar porque es trampa ya que lo desconcentran, así que tiene que herirme para que estemos parejos─. Hoy no estamos solos, Arlette. Nadie quiere jugar con una niña que llora por papi si la tocas.

Mi barbilla tiembla mientras la alzo, mis puños apretados.

─Nunca lloro por papá cuando me lastimas.

Su ceño se frunce y avanza hacia mí. No me intimido, pero algo dentro de mí va más rápido y duele. No es miedo... es anticipación, lo que papá siempre le dice a Francesco que debe tener ante todo tipo de eventualidades. Estar listo para cualquier escenario inimaginable que se presente en nuestras vidas.

Me siento mareada y enferma cuando está cerca.

Pero también... ¿complacida? Sí, complacida. Porque aunque Vicenzo no me soporte, no puede concentrarse en nada más que en mí y en hacerme daño cuando estoy cerca y eso siempre lo hace quedar como un tonto.

Como un perdedor.

Aunque me hiera para tener una ventaja, siempre gano.

─Hoy no estamos solos ─repite.

Mis labios hacen una mueca.

─Eres mi prometido ─le recuerdo, siendo esta la primera vez que alguno de los dos habla de ello desde que nos dieron la noticia. Todavía no entiendo bien qué significa, pero creo que quiere decir que algún día seremos como Aria y Constantino o papá y mamá. Tendré un anillo en mi dedo y su apellido junto a mi nombre. Seré Arlette Ambrosetti aunque suene feo y como una paleta de caramelo de mala calidad y Vicenzo se encargará de mantener a los monstruos lejos de mí, a excepción de él, pero no tengo miedo de él. En mi caja de colores, él es negro y yo también lo soy. Sin contar el blanco, el gris, el azul y el rojo, son los otros lápices los que evito usar porque son demasiado brillantes o demasiado insípidos y mis dibujos nunca me gustan cuando los utilizo─. Entonces es tu deber cuidarme de los demás, ¿o dejarás que me hagan sangrar como tú lo haces? ─Sonrío cuando su expresión se vuelve furiosa mientras niega, sus puños apretados y su cuerpo tenso─. Bien ─respondo, riendo, mientras me acerco y presiono mis labios contra su mejilla fría, lo que he visto que mamá hace con papá cada vez que él la complace.

También llevo una de mis manos a la parte delantera de su pantalón.

Vicenzo se congela.

─Arlette... ─murmura mi nombre de manera extraña, retrocediendo y luciendo como si hubiéramos hecho algo malo, lo cual no tiene sentido porque estamos comprometidos y me pertenece de la misma manera que yo le pertenezco y lo dejaría tocarme en todas partes si quisiera hacerlo. Sus mejillas están rojas y se ve acalorado pese a las bajas temperaturas. Niega repetidas veces con la cabeza, horrorizado─. No hagas eso de nuevo.

Dicho esto, corre lejos de mí y por una razón que no entiendo, mis ojos se llenan de lágrimas. Estas caen libremente por mis mejillas mientras me pierdo en el laberinto yendo en dirección contraria a la suya. Unos minutos después, entro en el arbusto central, el más grande, y permanezco ahí sabiendo que nunca me encontrarán si no quiero que lo hagan. Tiene tantas espinas que nadie pensaría que podría estar aquí, pero soy pequeña y delgada y puedo esquivar la mayoría de ellas, aunque algunas no y me raspan la piel.

La sangre se une al lodo que me cubre.

Sonrío al pensar que quizás si le digo a Vicenzo que alguno de sus amigos me lastimó, enloquecerá y lo golpeará. Entonces Aria lo castigará con lo único que puede afectarlo: no le dará su merienda, ni estofado para la cena.

Con las manos envueltas alrededor de mis rodillas y estas pegadas a mi pecho, veo a los niños correr frente a mí. Los veo descubrirse y perseguirse entre sí. Pelear y gritar como animales fuera del control de sus padres, incluso a Francesco. También observo a Fósil buscándome, deteniendo a mi primo y a su mejor amigo para preguntarles si me han visto. Francesco le dice que no, pero Vicenzo flaquea por unos segundos antes de negar y huir lejos de él. Eventualmente el sol desaparece y todos los escoltas de mi padre pasan frente a mí, alumbrando el laberinto con linternas, pero no quiero salir de aquí. Sveta ya debe estar en casa y no quiero jugar a las muñecas con ella.

A diferencia de las otras niñas, ella no es estúpida.

Pero tampoco es divertida.

─No puedo creer que hayan permitido que mi hija simplemente desapareciera ─gruñe mi padre, haciéndome suspirar ante la visión de cuán hermoso luce en su traje y querer salir de mi escondite para abrazarlo y que todos vean cómo soy la única persona a la que le permite hacerlo, además de mamá─. Es solo una niña pequeña, malditos inútiles. Si en diez minutos no la consiguen, uno de ustedes morirá y lo repetiré hasta que aparezca o no quede ninguno.

Casi salgo al verlo.

Me muevo y eso trae la atención de todos al rosal en el que estoy, pero retrocedo al distinguir la figura esbelta de mi madre. Ella se acerca a él con un vestido blanco ajustado y corto. A excepción de su cabello claro, casi tan blanco como el de Vicenzo como si deseara que él fuera su hijo y no yo, es como verme a mí misma cuando crezca. Tenemos el mismo rostro y el mismo cuerpo. También la misma obsesión, papá, solo que ella le hace daño y yo no.

─Carlo, estaban jugando a las escondidas ─susurra ella, su tono de voz suave y calmado mientras coloca su mano en uno de sus hombros rígidos─. Estoy segura de que Arlette encontró un buen sitio para ocultarse.

Mi papá aprieta sus manos en puños.

─¿Cómo estás tan segura de que eso fue lo que pasó? ─le pregunta, alejándose de su toque mientras la mira como si no pudiera confiar en ella─. ¿Cómo puedes ser su madre y ni siquiera plantearte la posibilidad de que esté herida o haya sido extraída de nuestro hogar por uno de nuestros enemigos?

El rostro de Sveta, mi rostro, se vacía de emociones.

─Porque es mi hija y la conozco, pero no estoy ciega con respecto a su naturaleza por mi amor por ella como lo estás tú ─responde─. Así que existen más posibilidades de que haya vencido a todos esos niños a que haya sido secuestrada o se hubiera tropezado con sus propios pies como una idiota.

El cuerpo de papá tiembla.

─Sveta...

─¿Buscaste en las mazmorras? No sería la primera vez que burla la seguridad.

Mi papi dice una mala palabra entre dientes, negando, antes de inclinar su cabeza hacia la casa y correr a su interior, los guardaespaldas siguiéndolo. Dejo escapar una profunda inhalación de alivio cuando mi madre lo sigue. Él lucía triste sin mí y odio verlo triste, así que empiezo a salir del rosal para que me vea y sepa que estoy bien, que mi madre tiene razón. Con suerte pasaré la noche con él y no con ella. Si Aria todavía sigue aquí, me llevará a mi cama en su lugar porque adora cambiarme y jugar a que es mi verdadera madre.

Una que me quiere.

Me paralizo, sin embargo, cuando una mano toma mi tobillo.

─Eres hermosa, nunca lo olvides, mi dulce niña ─escupe una voz tras de mí, haciendo que el pis resbale por mis piernas y tiemble─. Pero si eres inteligente, eso también me lo debes a mí. No solo a tu padre. Conozco cómo funciona tu mente mejor de lo que lo hará cualquier persona a tu alrededor, incluyéndolo. Puedes huir de todos en este mundo, pero no de mí. No solo soy tu madre, somos la misma persona en una misma era. Un error catastrófico de Dios porque no hay espacio en este siglo para dos de nosotras, Arlette.

Sin dejarme responder, disculparme por esconderme o por existir, mi madre tira de mi tobillo hacia atrás y me saca del rosal. Me arrastra por la tierra, por lo que la parte frontal de mi cuerpo duele al chocar contra las rocas y las espinas se clavan en mi espalda. El ardor trae humedad a mis ojos y me encojo cuando me obliga a ponerme de pie del otro lado tirando de mi cabello hacia arriba. Está oscuro y lo único que puedo ver es su rostro malicioso. Pronto las hadas se la llevarán de nuevo. Solo es cuestión de tiempo antes de que mi padre lo descubra y la encierre para evitar que me lastime, pero entonces él estará deshecho. Sollozo audiblemente delante de ella, lo que siempre la apacigua porque la hace sentir mejor que yo.

Amo mucho a mi papi.

No puedo lastimarlo otra vez, así que no seré yo quién se lo diga.

Mamá debe ver esto en mis ojos, ya que sonríe de manera dulce, lo cual solo va dirigido a mí cuando sabe que no la delataré. Me recuerda tanto a Vicenzo. Los dos tienen el cabello blanco y aman herirme, me obligan a mantenerlo en secreto, pero a ella no puedo lastimarla a cambio.

─Dame la mano ─ordena y lo hago, deslizando mis dedos en los suyos mucho más largos. Sus uñas clavándose en mis nudillos me hacen llorar más fuerte. Sveta no deja de hacerlo hasta que me calmo, mirándome con atención─. Esa es mi hija. Tan débil. Amo cuando sabes cuál es tu lugar, pequeña yo, porque lo sabes, ¿verdad? ¿O tengo que recordártelo? ─pregunta y asiento─. Dilo.

Mis ojos caen al suelo.

─No soy más que una mala imitación de ti, mami.

Su otra mano se dirige a mi barbilla, levantándola tras oírme.

Sus ojos azules como el hielo, no como el océano, como los míos, están llorosos. Es como si una parte de ella supiera lo que hace, pero esa parte está lejos de mi alcance, del de mi padre y del de los doctores a los que va.

Soy la única que lo sabe.

─Buena chica. Mientras no lo olvides, podemos coexistir.

Después de decir esto, me arrastra al interior de la casa, dónde tanto Vicenzo como sus padres y Francesco se encuentran. Papá está con ellos, su cabello despeinado y su camisa desabotonada y arrugada. Este se congela al verme, dejando el vaso de cristal del cual bebía un líquido amarillo que no puedo probar, y trota hacia mí segundos después. Se arrodilla frente a mí.

Mamá no suelta mi mano.

─¿Qué te pasó, mi dulce niña?

─Me escondí en un rosal ─respondo sin dejar de mirar sus ojos azul oscuro.

Soy tan afortunada de tenerlos también.

Papá traga, mirando a mi madre de reojo. Ella ahora está charlando con Aria sobre cómo me encontró, todavía sin soltarme. Cuando vuelve a hablar, su voz es baja y sé que cree que soy la única que puede oírla, pero ella lo hará.

─¿Te heriste así y te orinaste encima por esconderte en un rosal, mi niña?

Asiento al sentir presión en mi mano.

─Tenía miedo ─murmuro─. Mamá me encontró y me sacó de ahí.

Eso es cierto. No le estoy mintiendo a papi. Tras ver mi rostro un poco más, besa mi frente y se incorpora sobre sí mismo. Mira a mi madre de una manera más suave de lo que lo hizo antes, también arrepentida.

No lo hagas, quiero gritar, pero él siempre quiere creer que ellas es buena.

Que yo soy buena.

Pero Sveta tiene razón.

Soy como ella.

─Ve a limpiarla. Cenaremos en media hora ─le ordena tras presionar sus labios contra los suyos, lo que me hace devolverle el apretón a mamá con tanta fuerza que ella jadea y hace creer a papá que es por él, pero es por mí.

No la quiero cerca de él.

No cuando está a punto de hacerlo triste otra vez.

Papá es mío. Yo lo cuido. Ella no.

─Ya regreso ─le dice a Aria, sonriendo, antes de agacharse y tomarme en brazos, a lo que respondo llevando mi cabeza a su hombro mientras observo tanto a mi papá como a Fósil, quién me mira fijamente, y a Vicenzo.

A este último es a quién más veo.

Es mi prometido, debe protegerme de los monstruos, pero no lo hace.

*****

El ruido de mi puerta siendo golpeada una y otra vez hace que abra los ojos y que mi mente se aleje de los escasos, pero vívidos, recuerdos que poseo de mi niñez. El momento de fractura del equilibrio dentro de la mafia rusa.

De falta de respeto hacia todas sus reglas.

El hecho de que respire siempre ha sido una violación a lo que representan, pero mientras me dejé llevar por todo lo que hay en mí al momento de derrotar a la mafia siciliana, nunca he usado mi yo en el silencio para derrotar a mis enemigos, ni siquiera al primero de ellos que vi derrumbarse a mis pies.

─Ocupado ─siseo mientras llevo el borde de mi copa a mis labios.

No saldré de aquí hasta descubrir quién tiene a mi hija.

Hasta que haya analizado el perfil de cada persona que ha formado parte de mi vida de una forma u otra, pertenezca al clan que pertenezca, incluso al mío. Al pensar en una traición, mi mente inmediatamente viaja a Aria y Penélope, pero al mismo instante mi cuerpo y mi instinto lo rechaza, pero no dejo que la teoría de ellas entregando a mi hija a los rusos sin tener idea de lo que le harían, pecando de estúpidas, abandone mi mente.

¡Arlette! ─grita Flavio del otro lado, lo que me hace fruncir el ceño y levantarme porque mi hermano nunca alza la voz─. Abre la maldita puerta ─exclama cuando me acerco, sonando lleno de ira que a penas puede contener y lo hace tartamudear─. Estoy harto.

Cuando lo hago, lo encuentro del otro lado usando un traje oscuro debajo de un abrigo del mismo color. En su mano trae una copia del testamento de nuestro padre, el cual estoy segura que ya ha leído. Esta vez mi garganta no se traba cuando lo veo, pero sí soy consciente de todo el daño que le está haciendo. Ni él ni pequeña Beatrice lo merecen. Mi padre no pudo simplemente morir en el pedestal en el que lo tenía, sino que tuvo que arruinarlo con una estúpida cláusula sin sentido que es un insulto a sus hijos.

Flavio... ─empiezo, pero me corta.

Entra a mi oficina y nos encierra en ella para que Beatrice no escuche ya que su habitación y la de él están en este mismo piso y a esta hora ella se encuentra en la suya estudiando y formándose así el mundo se esté acabando.

Beatrice está aprendiendo a leer en inglés ya ─gruñe, sus ojos azules mortales─. Quizás no lo entienda ahora, pero lo entenderá más adelante si vuelve a toparse con uno de estos sin que nadie lo note y se lo arrebate antes de llegar a ese punto de mierda. Como sus hermanos mayores, debemos protegerla de esto. No soy un idiota. Siempre supe que mi padre no me quería como te quería a ti, pero ella no tiene por qué hacerlo, Arlette. Suficiente tiene con crecer como una huérfana y con nosotros como padres. ─Toma la botella del champagne que estaba bebiendo y la arroja a la chimenea, avivando las llamas con el alcohol antes de arrojar la pila de papeles a ella. Posteriormente se arrodilla frente a ella y mueve las hojas que quedaron hacia las llamas con un hierro─. Salgamos de esto de una vez por todas, hermana, y sigamos con nuestra vida. Si no lo haces tú, lo haré yo así decidas que nunca seré un maldito capo, pero me niego a seguir recibiendo esta mierda en nuestra casa cuando tenemos asuntos más importantes de los cuales ocuparnos, como tu hija.

Ayer me habría negado y habría encerrado a Flavio en una celda por hablarme de esa manera y más con respecto a este tema en particular, pero hoy el dolor y la pena que normalmente acompañaría la lectura o la mención de la petición de mi padre no está, gracias a Vicenzo, y lo único que siento al respecto es indiferencia. Si lo complazco, el abogado de papá y sus secuaces pararán. Será un asunto sin resolver menos rodando por mi mente, a ningún costo porque ya no siento nada salvo ganas y ansiedad de encontrar a Chiara.

Está bien ─acepto, trayendo un destello de sorpresa a sus ojos que esconde rápidamente mientras se incorpora y asiente─. Pero nos encargaremos de esto nosotros, solo tú y yo, porque no quiero que nadie más sepa sobre ello. ─Llevo mi mirada al jardín de rosas de mi hogar─. Es una vergüenza.

Flavio afirma.

Entiendo.

*****

La Cosa Nostra enterró una tumba vacía durante el funeral de mi padre. El cuerpo de este, al igual que el de Beatrice, se encuentra bajo la cúpula que mandé a construir en el centro del laberinto con una hermosa fuente y luces. Flavio lo desenterró mientras yo fui por mis zapatos y un abrigo. Cuando nos encontramos en el estacionamiento, tomó las llaves de una de las Range Rover del panel del estacionamiento y ocupó el asiento piloto tras guardar un saco con los restos de nuestro padre en el maletero. Luc nos siguió con nuestros hombres porque salir sin ellos sería lo equivalente a cometer suicidio durante estos tiempos de guerra, pero mantuvo la distancia de nosotros para que no pudieran hacerse una idea de lo que estábamos a punto de hacer. Ya en el cementerio, llevé un par de pastillas a mi boca antes de acercarme a la caseta de mármol oscuro, adornada con rosas rojas, en la que descansaban los restos de Sveta Vólkova. La puerta directa al infierno.

Las lágrimas caen de mis ojos al leer su nombre en el elegante y pulido grabado. Sin embargo, no puedo sentir la emoción que las produce.

Le doy la llave de su tumba a Flavio.

Acabemos con esto de una vez.

Él deja caer el saco, una funda negra enorme, antes de tomarla de mi mano y abrir el candado que la mantiene cerrada. Desvío la mirada hacia el bosque que nos rodea para cuidarnos las espaldas en el caso de que alguien venga por nosotros, un arma en la cinturilla de mis pantalones lista para usar. Veo por el rabillo del ojo cómo este entra, pero también cómo sale al cabo de unos segundos con el rostro sumamente pálido. Mi frente se arruga.

¿Qué sucede?

Flavio niega.

Tienes que verlo por ti misma.

Tras echarle un último vistazo al exterior en búsqueda de cualquier señal que indique que alguien nos ha seguido, tomo aire e ingreso en la tumba de mi madre. Lo que encuentro en ella me deja sin aliento y como estúpida.

Al instante llamo a Luc.

Necesito que asegures un perímetro de al menos un kilometro alrededor de nosotros y cinco maletines ahora ─susurro, pero me corrijo cuando Flavio señala el techo sobre nosotros viéndose tan impresionado como yo me siento en este momento, también culpable por haber menospreciado tanto tiempo la memoria de nuestro padre─. No, mejor que sean diez.


Hola! espero que el cap les haya gustado, a mí me encantó el viaje en el pasado de V y Arlette y cómo siempre han sido fieles a su esencia. Recuerden ir a votar por Vólkov a mi twitter (oscaryarroyo) si quieren que haga maratón de esta novela

Qué creen que encontraron en la tumba y qué creen que les pidió Carlo en el testamento? 

Dedico cap a la primera que conteste bien la pregunta

Cap dedicado a: yudeisystiven8507


Love u 



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