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Volar o no volar

Volar o no volar, he aquí la cuestión. Esto no era huir. Era reencontrar.

Anna miró de nuevo hacia abajo a pesar del vértigo. No negaría que lo padecía, pero quizás por la exagerada distancia hasta el suelo la impresión se mitigaba un poco. Los transeuntes se veían como hormiguitas, casi invisibles a simple vista. Ese edificio era muy pero que muy alto. Por eso volvió la vista al horizonte. Su padre es lo que siempre le decía: que esa era la mejor manera de ignorar el vértigo.

Al pensar en él sollozó internamente. Escurridizas, a pesar de sus esfuerzos por retenerlas, las lágrimas inundaron sus ojos.

Lo echaba tanto en falta... Los echaba a todos en falta...

Papá, mamá, su hermana... Ellos fueron valientes, no como ella. Ellos se atrevieron con la montaña, y luego se atrevieron a más. Ella no fue porqué las alturas le daban miedo. Las alturas, el peligro, la velocidad, las acrobacias... Nunca hacía nada de lo que ellos hacían. Los consideraba unos locos ávidos del riesgo.

Qué ironía que murieran en un triste accidente de tráfico, por un simple efecto colateral.

Ella... era la oveja negra de la familia. La menor de las hermanas, la que nunca se avenía a nada. La que siempre iba contra corriente por considerarse "la normal". Para ella, ellos eran los raros. Ahora, desearía haber sido una de ellos, haber disfrutado de su compañía y haber ido con ellos a la montaña, así ahora no estaría sola. Estaría con ellos.

El viento azotó el lugar con una ráfaga más fuerte, empujando su cuerpo, intentando moverlo de sitio. Sus ropas flapearon como la vela de un barco al resistirse a él, ensordeciéndola. Sería tan fácil dejarse llevar, dejarse caer. Podía culpar al viento: "No fui yo, ello me empujó, yo andaba distraída y..."

Rió por su propio chiste de humor negro, grave pero infantil a la vez. ¿Y pues que se esperaba? Recién cumplió los quince, no más.

Volvió a mirar hacia abajo. Era como una extraña tentación. Como si el hecho de poder caerse fuera algo secundario, no un peligro. Y qué importaba; ella había venido aquí para hacer algo, y lo iba a hacer. Aunque aun no tenía suficiente valor para saltar. Pero lo haría. Cómo hija de sus padres que lo haría, esa era su determinación.

Pero eso no quitaba que estuviera cagada de miedo.

- ¿En verdad lo harás? - una voz grave preguntó a sus espaldas.

Era el monitor, atado a ella con el doble arnés. Tras ellos, se extendía el parapente.

- Mis padres me hubieran felicitado por ello. Y tengo el permiso de mi tutor legal y de mi psicólogo. Entonces, ¿porqué no iba a hacerlo?

- ¿En serio?

- En serio. Es ahora o nunca. - tembló su voz. - Hagámoslo.

En un gesto del monitor, el parapente se hinchó.

- ¡Vamos allá! - la alentó él. ¡Corre corre corre y... aarriiiiibaaaa!

Sus pies dejaron de tocar el suelo, y de pronto, sólo el cielo los envolvía.

"Papá, lo estoy haciendo."

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