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«Void»


Vestía un galante traje negro, con una camisa blanca y una corbata tan azul como sus propios ojos. Tras de su espalda, había majestuosamente dos alas negras, tan inmensas que hacían ver a su cuerpo pequeño imponente y más aún cuando se extendían. Usaba zapatos negros de cuero, perfectamente lustrados, y su piel nívea parecía no haber recibido contacto con el sol nunca en su vida. Realmente así era. Su voz era firme, aclarándose la garganta para leer en voz alta la sentencia. Sus ojos afilaron su mirada hacia el cuerpo del hombre frente a él, disfrutando de sus ojos en agonía, su rostro aterrado y su asqueroso olor a desesperación.

Siempre era lo mismo. Cada vez que alguien llegaba a su tribunal era lo mismo, en el último instante es que todo estaba por zanjarse, en que la sentencia estaba por ser dictada, las voces de esos inmundos seres se oían pidiendo misericordia, piedad y compasión, derramando lágrimas de supuesto arrepentimiento, incluso besando el suelo que él pisaba con tal de ser salvados, pero no había vuelta atrás. Era tarde. Llegados a su morada, no había nada que detuviera la hoz que él sostenía entre sus manos, de un negro carbón, con un filo aterrador y muy limpio. No había nadie que pudiera estar sobre su autoridad, nadie que le hiciera creer que estos humanos merecían la pena, o merecían un destino mejor al que le esperaba en cualquiera de los infiernos a los que se irían.

Puesto que a su mano solo llegaban los que ni en su muerte se habían arrepentido de arrancar de tajo la vida de otro ser. Él era el juez de los sucios. El juez de los homicidas.

La hoz bajó guiada por sus finos dedos en un pulcro corte diagonal que arrancó la cabeza del muerto enfrente suyo, del que oyó un desagradable grito en cuanto estuvo consciente de que a pesar de su cuerpo se había separado de su cabeza, seguía consciente sintiendo el dolor de ello.

—Límpialo. —con un ademán suave, sus siervos corrieron a él para levantar las partes del cuerpo, enviándolo a dónde sea que el demonio haya decidido, y limpiando la sangre apestosa. Si había algo que odiaba, era recibir más de sus desagradables imputados con la suciedad de otro.

Escuchó más sollozos de parte de la cabeza, reclamándole la sangre fría y rogándole que lo enviara a las puertas de allá arriba. —¡Malditas seas, estúpido desalmado! ¡ENVÍAME ALLÁ! —demandó, antes de que el siervo que sostenía su cabeza se detuviera, horrorizado con la fría mirada azulina que le lanzó el demonio, aunque se dirigiera al desmembrado.

—No. —fue lo único que dijo, con esos ojos fríos, como témpanos de hielo. La verdad odiaba responder las chácharas de los seres a los que castigaba, porque era como darle importancia a un asqueroso puerco lleno de mierda que intentaba excusar y exigir.

Él era el más frío de entre de los de su clase. —Señor Shinichi, hay algo que... —comenzó el demonio que seguía sosteniendo la cabeza entre manos, aunque se había mordido la lengua para evitar decir más tonterías.

El demonio gruñó audiblemente cuando escuchó su nombre. Por algún motivo, oculto muy en lo profundo de su memoria, odiaba ser llamado así. No quería oír su nombre de la boca de nadie.

—Retírate. —le interrumpió, sin darse la vuelta. Incluso si sus inmaculadas alas negras estaban plegadas sobre sí mismo, solo se vio más aterrador. —Ahora.

Caminó lentamente de vuelta a su ostentoso trono, hecho de obsidiana refinada. Solía ser muy trabajador, pero reconocía que estaba harto. Había llegado a detestar que intentaran mentirle, porque maldita sea, él era el demonio de la verdad, con una carpeta en mano incluso en que podía leer la vida al detalle de a quién estaba juzgando. ¿Cómo mierda era posible que aún con ello, intentaran negar sus intenciones, o su responsabilidad en los hechos?

Sin embargo, no miró cuando sintió un nuevo folio aparecer bajo su palma. Ya le daba absolutamente lo mismo, por lo que ni siquiera se dignó a mirar el nombre de la carpeta o el color. Esta vez había decidido usar solo su habilidad para hacerles cantar la verdad enfermiza por la que estaban ahí, para ser juzgados y enviados a alguno de los círculos del infierno donde serían castigados eternamente.

—¿Señor...? —la voz del hombre se interrumpió a sí misma cuando notó, incluso a través de él mismo cubriéndose con el sombrero, esas alas negras que destacaban aún en la morada tan oscura.

Shinichi distinguió en el aroma confusión y tan solo un poco de temor, pero antes de reírse por el pánico que sentiría cuando le mirara los ojos, él mismo se quedó a medio camino cuando dio cuenta de que su nuevo invitado vestía un elegante traje blanco, una hermosa camisa azul y una corbata roja, con un sombrero de copa cubriéndole la cara, y un monóculo tapándole uno de los ojos.

Maldición, así no es como llegaban. El demonio se resignó a la curiosidad, llamando el folio que debía pertenecerle para leer más de con quién estaba tratando. ¿Un violador estrafalario? ¿Un psicópata con un par de muertes encima y complejo de dios? No sabía, porque hasta su tribuna jamás llegó alguien como él. Quizá lo hubiera llamado ángel, pero no tenía esas alas características adornándole la espalda, aunque si una larga capa.

Entonces, leyó atentamente las primeras líneas resumen de la vida:

"Kuroba Kaito, veinte años. Hijo de Chikage y Toichi, estudiante de la universidad, mago aficionado y ladrón de joyas de guante blanco, Kaito Kid. Vivo."

Wow. Shinichi jamás había leído una carpeta así. Siempre los resúmenes hacían énfasis en cosas de importancia, como las muertes y el primer homicidio, motivos de psicosis o cualquier cosa enferma por la que estuvieran ahí, pero no algo tan sencillo como que era un jodido estudiante y un simple ladrón. Espera, si había algo importante. ESTABA VIVO.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó notablemente irritado, con sus dedos índice y medio acariciando la zona de su cabeza al lado de sus cejas, en un intento vano de darse algo de presión para bajar esa repentina molestia.

El joven no pareció reaccionar, ni siquiera quitó su mano del sombrero para dejar de cubrir su cara.

—No estoy seguro de dónde estoy... —el ladrón parecía más confundido que antes, y miraba solo un poco su entorno, sin mover otro músculo. —O como llegué aquí.

—Perfecto, un humano estúpido... —refunfuñó, haciendo notable su queja cuando sus alas se crisparon, alzándose un poco más.

El ladrón identificado como Kuroba Kaito sintió unas ganas de lanzarse hasta el ente y golpearlo, pero reprimió todas esas ganas porque no sabía que MIERDA ESTABA PASANDO. ¿Había alguien en el mundo con tales alas? Porque joder, eso parecía sacado de una fábula o alguna historia bíblica. Bueno, en verdad las alas. Porque el que las poseía era tan parecido a él en cuánto a verse humano respectaba, porque tenía unos ojos que no trasmitían nada.

Solo frío. Absolutamente vacío.

—Mi nombre es... —el ladrón iba a presentarse, porque no tenía idea de cómo rayos salir de esa situación. Nadie que recién le conociera le había tratado así, menos dicho humano tan despectivamente.

—Kuroba Kaito. —terminó el demonio por él, cruzándose de brazos. ¿Es que era idiota? Shinichi sabía toda su vida con ojear su folio. No hacían faltas explicaciones. —Un ladrón simplón de joyas, que está vivo.

—No entiendo cómo es que estaría aquí si no estuviera vivo —apuntó a lo obvio, porque el ladrón pensaba que la única forma en que estuviera consciente, hablando con alguien de esa forma, es no haber muerto. En la muerte todo es negro, no hay nada más. Eso suponía.

—Normalmente es al revés. —explicó sin interés, notando el bonito color índigo de la carpeta de vida de ese chico. Jamás había visto un color como ese en estos páramos lleno de negro y rojo. —Vienes aquí cuando te mueres y dictan tu sentencia, ladrón.

El chico pasó difícilmente saliva por la garganta, conectando puntos que no quería conectar. Alas negras, lugar muy negro, hoz negra, vienes aquí al morir. Joder...

—¿Estoy en el inframundo...? —titubeó dos segundos antes de emitir la pregunta, porque se oía sin sentido y loca, pero es que esas alas...

—Así es —contestó, claramente aburrido de mantener una conversación de este tipo. No solía intercambiar ni dos palabras con alguno de sus invitados, normalmente decía más dándole órdenes a sus siervos que interactuando con otro ser. —Pero no sé por qué estás aquí. Tú estás vivo. Esta tierra no es de los vivos. —recalcó, porque realmente era inherente que hubiera alguien de carne y hueso frescos merodeando por allí. Primero porque habían pocas entradas a este mundo desde la tierra que ellos habitaban, y estaban resguardadas de par a par muy bien, y segundo porque para estar ahí se requería de alguien con mucho poder. ¡Incluso a su palacio, uno de los espacios más recónditos de todo el Infierno mismo!

—¿Hay alguna forma de volver? —el ladrón no quería verse nervioso, pero él no sabía que el demonio podía saber su estado fácilmente por el olor. Intentaba sonar confiado aún, calmado, pero estaba entrando lentamente en una crisis de pánico.

—No —negó el demonio. —No gratis, es bastante caro el peaje entre los dos humanos, señor ladrón. —explicó sintiendo más pesadas sus alas, porque a pesar de tenerlas, no las usaba muy seguido.

—Eso es... —Kaito realmente estaba aterrado, sentía que iba a desmayarse, le daba miedo incluso llegar a rozar al ente y destruirse, porque se negaba a llamarle por lo que era, un demonio.

—Algo que no sabías, obviamente. —Shinichi era muy perspicaz, a pesar de haber perdido práctica con los años. Ya no se comunicaba con nadie de su categoría, más que con motivos de satisfacción sexual, como todo demonio.

Sinceramente, estaba debatiéndose en qué hacer. Un humano vivo era toda una jodida molestia. Cualquier otro demonio de su estirpe habría ya terminado de matarlo para mandarlo a alguno de los infiernos y acabar el problema, porque era claro que todos conocían las reglas, no pueden estar los vivos, y nadie iba a buscarse problemas con ese personaje para que un humano sin importancia de entre los miles de millones regresara a su mundo.

Sin embargo, no quiso hacerlo. No quería darle demasiadas vueltas al hecho de que no estaba dispuesto a arrancarle la cabeza, porque en definitiva su extraña mente no podría llegar a la conclusión de que el ladrón tenía unos enigmáticos ojos índigos que jamás en su existencia vio, considerando su edad de más de cuatro dígitos.

—Sígueme. —pidió cuando sintió que el olor del humano disminuyó la intensidad, y ya no era tan molesto tener cerca de su olfato ese hedor.

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Kaito se mordió nervioso la lengua en cuánto las alas de ese personaje desaparecieron tras la puerta. Estaba realmente en pánico. Sus manos temblaban frenéticamente y apenas miraba su entorno en busca de algo de utilidad o algo que distrajese su mente, porque maldita sea, estaba en el jodido inframundo. EN EL INFRAMUNDO. Y todo por culpa de esa bruja loca obsesiva. No tenía muy clara la sucesión de los hechos, él sabía que había hecho su robo tal cual lo hacía siempre, burlándose de Nakamori, jodiendo a Hakuba (porque no podía evitarlo, ese egocéntrico castaño era su placer culposo para molestar), lo de siempre, en realidad. Akako había aparecido junto a él volando a través del cielo, y cuando la situación se hizo difícil de hablar entre la nada de la noche, descendió a cualquier edificio.

Eso realmente había sido estúpido. ¡Lo mejor hubiera sido huir sin dirigirle la palabra! Después de eso, solo recuerda manchas de colores, un olor metálico, el traje teñido de rojo, y cuando abrió los ojos estaba en medio de ese salón junto al de las alas.

No entendía por qué rayos Akako lo había enviado allí, o siquiera si fue su intención. Solo estaba teniendo una crisis porque no estaba seguro de cómo salir de ahí y aún tenía la joya entre las manos.

Maldita sea.


El demonio suspiró una vez fuera de esa habitación. Estaba usando la de reserva, una que tenía exclusivamente cuando alguien visitaba su palacio con motivos carnales, pero no tenía otra opción. Su palacio, como cualquier otro en el Inframundo, no estaba acondicionado para visitas, mucho menos humanas. Además, no podía dejarle cerca del resto de sus siervos, porque para empezar, si había decidido no matarlo ya era un problema para él. No quería arriesgarse a exponerse a más rumores o ser descubierto.

Era la primera vez que estaba desobedeciendo alguna de las órdenes de esa persona, así que volvió a suspirar, más agotado que antes. Reunir los elementos necesarios para un traslado de este mundo al de los vivos era menos arriesgado, pero mucho más costoso de hacer.

Aplaudió dos veces con tal de que ese sonido despertase sus sentidos, y caminó nuevamente a través del pasillo para seguir con su trabajo. Castigar a los homicidas era una cosa de nunca acabar.

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Había algo que Kaito no entendía desde que había llegado allí hace unos ¿días? ¿semanas? No lo sabía. El tiempo. Se guiaba para decir un día solo cuando su cuerpo ya no resistía de sueño y él pensaba que había dormido horas, pero no tenía ninguna pauta. La ausencia de un reloj imposibilitaba que supiera cuánto durmió o cuánto tiempo llevaba allí, así que se resignó. El demonio le traía comida regularmente, aunque eso no bastaba para saciar su hambre.

Su única entretención dentro de esas cuatro paredes era observar a detalle la habitación, pero sentía que no había nada nuevo. Una cama sencilla, llena de cojines, y varios muebles de un precioso tallado que estaban cerrados. El lugar era demasiado caluroso, por lo que gran parte de lo que permanecía despierto lo pasaba sin usar la capa, la chaqueta, el sombrero y la corbata, que ahora yacía suelta con un par de botones desabrochados de la camisa. Se moría, al parecer el demonio entendía de higiene de humanos, porque en una de las tantas veces aclaró que la puerta (que había pasado desapercibida para él) al fondo de la habitación era un baño que podía usar. Podía lavarse, pero no tenía más ropa de cambio.

Maldecía todos los días a la bruja, pero rogaba para sus adentros que la desagraciada no se olvidara de él y lo regresase, porque ya estaba harto de su estadía. Y eso que evitaba pensar demasiado en que maldita sea, existía un jodido infierno y los demonios.



Shinichi no pensaba demasiado en cuándo tenía que llevar comida a Kuroba Kaito. Especialmente porque los demonios lo hacían solo por gula y ocio, por lo que no era una necesidad, y además porque siempre estaba ocupado. Su tiempo giraba en torno a ser el juez de aquellos que llegaban a sus manos, por lo que cuando estaba libre y podía, llevaba comida. Había compartido una o dos palabras con el ladrón, nada destacable, porque siempre sentía que el chico se aterraba en su presencia y, a su vez, se decía a sí mismo que no había mucho interés.

Lo cual era una mentira nefasta.

¡Pasaba todo el santo día pensando en el chico de traje! Había releído su expediente varias veces, y era la cosa más interesante desde... no recordaba cuánto. Quizá nunca.

Leía acerca de cómo perdió a su padre, después se convertía en el ladrón, perseguía a una organización, había sido herido muchísimas veces, robaba royas e incluso Pandora la que buscaba.

De hecho, muy conocida por sus tierras. Conocida por él.

Dio un vistazo a su escritorio. No tenía más carpetas encima, así que fue a por comida. No quería que se muriera de hambre.


Kaito estaba recostado cómodamente en la cama, quejándose de hambre una vez más y admirando la joya que no había podido devolver. Era un diamante, pera estaba totalmente teñido de negro. No era así cuando lo robó, pero en ausencia de la luna, no conocía otra prueba que le permitiera reconocer a Pandora. No se preocupó más por ello, necesitaba urgentemente comida. Y al parecer su plegaria fue oída cuando la puerta, a diferencia de otras veces, se abrió sin más dejando ver las refinadas alas del demonio.

Tragó duro saliva, porque él jamás entraba así. ¡Y además, no vestía ni su monóculo ni sombrero, y definitivamente le ponía nervioso verse a rostro descubierto con ese ser! Apenas le vio, corrió rápidamente hacia sus cosas, porque necesitaba con urgencia cubrirse la cara.

Shinichi observó los movimientos del ladrón, dejando la bandeja con varios platillos a un lado. Al ver sus intenciones, soltó una suave risa que no hizo más que aterrorizar al ladrón.

—Sabes que es inútil, ¿no? —masculló entretenido, viendo como intentaba cubrirse los ojos con el sombrero de copa. —Puedo ver a través de ti, con o sin ellos. —expresó sin más.

Kuroba tembló por ello, y para no parecer más idiota, dejó calmadamente las cosas sobre la encimera y regresó sobre sus pasos, ubicándose a una distancia prudente del demonio.

—Me temes, ¿no es verdad? —cuestionó, aunque no necesitaba la respuesta.

El ladrón se tomó un brazo con la mano, restregando la tela de la camisa, muy incómodo. ¿Serviría mentir? Hasta ahora, el demonio se había portado bien, pero le tenía terror a la reputación de su especie, aún si siempre creyó que no eran más que cuentos.

—Sí... —respondió bajito. Sus ojos índigos huían la mirada de él, porque estaba vacía. Ver esos ojos sin expresión lo desesperaban tremendamente. Su voz había sido un casi lastimero gemido. A pesar de haber perfeccionado su poker face, parecía ser inútil con el demonio.

Shinichi sonrió ladino. Eso es lo normal. Si fuera cualquiera de sus otros imputados, él estaría más que feliz de sentirse por encima de ellos, y que su figura cause esa impresión, pero no era el caso con el joven que estaba frente a él.

No quería ser temido. No por Kaito. Se dejó caer en el mullido sofá que estaba frente a la cama, extendiendo sus alas para evitar la incomodidad de aplastarlas contra el respaldar por su peso. Hizo un suave ademán al ladrón, invitándole a sentarse frente a él.

—No deberías. —musitó, evitando pensar en las razones de darse a entender con un sucio humano. Con una existencia tan efímera. —No te haré nada. Estás vivo... —continuó, aunque no vio demasiada calma en el rostro de Kuroba. —Además, yo no juzgo a los de tu clase.

Esa frase había sonado un poco mal.

—¿Juzgar? —estaba decidido a no hondar en la siguiente parte "los de tu clase". —No lo entiendo, ¿señor? —era incómodo llamarle así, definitivamente el demonio se veía de su edad, pero temía faltarle el respeto y ser destrozado. No sabía el cómo, o porqué, pero sentía un gran poder e imponencia emanando de él.

—Me llamo Kudou Shinichi. —se sentía joven y estúpido al lado del ladrón. ¡Odiaba su nombre! Decirlo con esa facilidad cuando estaba acostumbrado a ser tratado como el amo de todo era tan bajo de su parte. —Juzgar, sí... —¿alguna vez había tenido que explicar su trabajo? ¡Maldita sea! —Ehr... Vienes aquí y tu vida es vista por alguien como yo, dependiendo de cómo viviste, eres castigado y enviado a alguno de los sub-infiernos.

—¿Todos llegan aquí? —Joder. Él realmente estaba aterrado de llegar a ese lugar y ser observado por un demonio como Shinichi.

—No. Algunos van arriba. —explicó sencillamente, sin entrar en más detalles. Su mundo era algo comprensible para él, sobre los cielos no quería hablar.

El demonio hizo que la bandeja llegase a las manos del ladrón, esperando a que comiese. Kuroba pensó que se iría sin más, como otras veces, pero se quedó ahí, escudriñándole con la mirada.

—Tienes unos inusuales y cautivadores ojos —el demonio concluyó luego de rato mirándole, habiendo cruzado sus ojos con los del humano un par de veces.

—Lo sé —soltó, dándose cuenta luego de lo egocéntrico y creído que eso sonó. El demonio se rió con suavidad, porque hasta ahora solo había visto la faceta retraída y aterrada del chico.

.

.

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—Shinichi...

Habían pasado, según Shinichi, tres meses. Realmente él no notaba el pasado del tiempo, así que tenía que fiarse del demonio. Ahora estaba provisto de varios trajes más, aunque le quedasen un poco ajustados, y finalmente, su relación con el demonio había mejorado. Ahora hablaban muchísimo más que antes, de cosas estúpidas en realidad. El demonio no se sentía especialmente atraído a cosas de su mundo, pero se le veía bastante cómodo mientras lo escuchaba.

En ese momento, Kaito lo llamó porque se dio cuenta de algo. La joya había estado alternando en varios colores que no le pertenecían. Al principio estaba totalmente negra, ahora tenía destellos de azul, incluso la había visto algo rojiza.

Shinichi se removió por el llamado de su nombre. Kaito suele decirle Kudou, pero sintiendo algo de tensión en su aroma, no se molestó, dándole a entender que estaba oyéndolo.

—¿Has oído de Pandora? —continuó el ladrón, tomando la joya que estaba entre sus ropas con sus dedos descubiertos. La observó detenidamente, quitándole el marco de oro que la sostenía.

Kuroba apenas notó como las plumas de las alas del demonio se crisparon, quedándose estáticas al segundo siguiente. Shinichi posó toda su atención en el ladrón.

—¿Por qué? —cuestionó, afilándose sus ojos sobre la figura sensual del joven y sus ojos índigos mirándole sobre su hombro. Por supuesto que sabía. No solo porque se había leído en varias ocasiones el folio de la vida de él, sino porque esa joya no debería estar en su mundo.

—Sí que la conoces... —afirmó, dándose la vuelta con ella en manos. A pesar de que justo en ese instante parecía negra, si un poco de luz se filtraba, era roja.

El demonio frunció el ceño, odiando conocer esa faceta tan perceptiva e inteligente del ladrón. Había aprendido a conocerle, así que no se molestó en negarlo.

—¿Esta es Pandora? —continuó el ladrón, al borde de un colapso. Tenía los nervios a flor de piel, porque hacía días estaba dándole vueltas a un montón de cosas relacionadas a la organización.

—Sí. —Shinichi se levantó, con sus preciosas alas extendidas, quitándole suavemente la joya de entre las manos al ladrón. Lucía envejecida y lúgubre, pero definitivamente aquella era pandora.

Todos los instantes en que actuó como Kid pasaron rápidamente por sus ojos, recordando todo el dolor y esfuerzo que había costado, pero ahí estaba. Y era igual de irreal que el demonio que la estaba sosteniendo. Pasó la saliva lentamente, sin querer siquiera respirar y dejándose caer sobre la cama.

Maldición, por eso Akako lo había dejado allí.

—Shinichi, necesitamos hablar.


No tenía ni idea de cuántas horas habían estado conversando, pero sabía que muchas, porque le ardía la garganta y se le entrecerraban los ojos. El demonio había dicho solo un par de líneas, escuchando atentamente esa historia que quedaba incompleta en el folio que leyó, y ahora conocía de primera mano toda la información que el ladrón a su vez había reunido en los años que llevaba vistiéndose de blanco. Mucha sangre, crimen organizado, un montón de personas que probablemente llegarían a su tribunal de muertos, en fin. Realmente le sorprendía todas las experiencias que ese chico, de solo veinte años. No es que él fuera empático, pero algo se removía en su interior cuando revelaba las veces que lo habían herido casi a muerte por quitarlo del camino en la búsqueda de Pandora, y al menos con el padre, lo habían conseguido.

Sin embargo, cuándo explicó el porqué de la joya Pandora, y algunas cosas que él ciertamente ya sabía, tuvo que detenerlo.

—Kaito. —su voz fue cautelosa, pero el ladrón también sintió su corazón desbocarse al llamado tan profundo de su nombre. —Esa joya me pertenece.

La interrupción lo dejó boquiabierto, y fue cuando miró nuevamente el diamante entre los dedos del demonio, que repentinamente se había tornado azulino, como los ojos de él. Incluso lucía mejor que antes, como si estuviera recién trabajada. Se ahogó con su propia saliva y retuvo las ganas de gritar. Sí, definitivamente Akako lo envió por eso.

—¿Qué? —el ladrón estaba sorprendido, confundido y aturdido, lo que molestaba al olfato del demonio. Sin embargo, se acercó tan solo un poco hacia el demonio, porque sentía que iba a caerse al suelo en cualquier momento.

—Como lo oyes. —reiteró, haciéndola danzar entre sus finos dedos. No había pensado en contarle jamás a un humano, a Kuroba, el porqué de sus alas negras, pero... Estaba a punto de desvelarlo. —¿Sabes cómo se crearon los demonios?

Kaito no entendió la pregunta, e internamente quiso golpearlo porque él quería una respuesta, no una evasiva, pero aún le temía. Hizo un esfuerzo por guardar la calma y trató de memorar las leyendas comunes que se decían.

—Algo sobre un ángel que desobedeció a Dios, o intentó ser como él, no lo recuerdo... —respondió, suspirando agitado cerca del demonio.

—No vamos a ahondar en él, es algo así, el resto de los caídos cometimos pecados o bien seguimos a ese personaje, en mi caso... —sinceramente Shinichi no quería hablar de como todo esto sucedió, o de su vida como ángel antes de eso. Odiaba la época y para él estaba zanjada. —Fue por la curiosidad. Los ángeles teníamos que ser dóciles cuando lo necesitaban, agresivos cuando lo pedían, casi como simples armas. No se piensa, solo se actúa. —por eso los despreciaba. Omitió el detalle. —Yo no era así, muy curioso para el gusto de ese grandioso ser —se burló sarcásticamente, rodando los ojos. Kaito notó la indirecta, se refería a dios. —Me había perdonado una vez antes, advirtiéndome que no podía andar por su palacio curioseando, pero no le hice caso. Fui y encontré a ésta...

Shinichi apuntó con su otra mano a Pandora, tomándola con sus tres primeros dedos. —Si bien éramos seres inmortales, Pandora logra que salgas del control de él. No puede dañarte, no puede ordenarte, no puede incidir en nada respecto a ti, por eso no era un tesoro para los humanos. Vivir eternamente sin ser alcanzado por su mano es algo que él aborrece, pero yo la tomé. —el demonio continuó contando, memorando de hecho el momento de lo acontecido. No era su intención en el momento en que la tomó, pero así eran las cosas. —No buscaba especialmente estar fuera de su mano, pero en cuánto lo descubrió fui enviado aquí, castigado para la eternidad a juzgar homicidas y mis alas, en consecuencia, se ennegrecieron. La joya pasó a ser mí posesión.

Decir que perdió la consciencia en ese instante era exagerado, pero real. El demonio le tomó antes de que se diera duro contra el suelo, tomándolo por la espalda y empujándolo luego sobre el colchón. Maldición. Realmente el chico estaba demasiado alterado. Era comprensible después de hallar la oculta razón por la que esa obsesa bruja lo había enviado hasta el mismísimo inframundo con el demonio dueño de la joya que llevaba más de tres años buscando, y que no dio cuenta de que era la que tenía en la mano desde que llegó.



Cuando Kaito abrió nuevamente los ojos, estaba más confundido que antes. No había sido solo su loca imaginación, ¿no?

—Cálmate. —pidió el demonio, causando que la mirada del ladrón se fijara en él, quien hasta entonces permaneció en silencio. El aroma cambia a cada emoción que siente, y para el demonio que es sensible a estos cambios, es algo molesto.

—¿Fue todo real? —cuestionó, temiendo volver a perder la consciencia si respondía.

Shinichi asintió lentamente, con sus ojos clavados en su persona. —Sí. —continuó, lanzándole la joya que cambió de azul en sus manos, a volver casi negra al contacto de las manos del ladrón.

—Shinichi... —después de algunos segundos de contemplación, Kaito le llamó. —Necesito salir de aquí... —sus ojos índigos suplicantes, incluso su aroma era desesperado. El demonio frunció el ceño, la idea no le gustaba demasiado.

—Kaito, has estado aquí tres meses. —aseveró, pero el chico continuó viéndole de esa manera, rogándole. —En tres meses ellos ya habrán llegado a sus conclusiones, y buscándote por todas partes. Si fuiste descuidado, quizá muerto hasta tus conocidos cercanos. —soltó sin piedad, causándole un terrible dolor de culpa al ladrón. Tenía la razón.

—Más aún necesito ir... —respondió. El demonio se asombró de la decisión en su mirada, porque Shinichi jamás había podido ser tan expresivo... Sus ojos siempre habían estado vacíos.

Así que él no lo entendía.

—Existen dos formas de salir. —suspiró, tomando asiento en la cama con él. —La primera, necesita de alguien con muchísimo poder y una especie de conjuro que requiere de varios ingredientes difíciles de encontrar en el Inframundo. Esta es la forma segura. La segunda forma, es pasar conmigo a través de una de las puertas directas desde aquí a tu tierra, pero tendrías que volver.

—¿Por qué? —cuestionó, no entiendo muy bien la situación.

—Porque has estado mucho tiempo aquí, incluso ingerido los alimentos de este mundo. Eres parte, estás impregnado con la muerte, como todos nosotros. Para alguien como yo no es problema, pero después de un tiempo devuelta en tu mundo, irás perdiendo progresivamente tu energía hasta la muerte. Tienes que volver. —Shinichi suspiró. Aquí estaba la razón por la cual los demonios se deshacían de los humanos una vez en el inframundo. Nadie era capaz de lidiar con esto, y bastaban unos pocos días si no es que algunas horas, para impregnar a cualquiera con la esencia de la muerte. —Además, pasar conmigo no te asegura nada. Si somos descubiertos, quizá te asesinen y me castigarán.

Kuroba sudó frío. Eso sonaba demasiado arriesgado, era apostar a todo o nada.

—Y para la primera forma, ¿no hay opción? —cuestionó, esperanzado incluso de poder ayudar al demonio en la búsqueda de esos elementos.

—No al poco tiempo. —respondió. De una larga lista él ya había reunido varios, pero habían algunos que no quedaba más que robar de otros demonios, y eso ya no era tan sencillo. —Hay varios que se necesitan frescos, y como te darás cuenta, las condiciones de este lugar no son ideales.

—Maldición... —murmuró bajito, sintiendo como su mundo se caía. No había dado cuenta de cuánto había perdido por estar ahí, no había sido capaz de ver las señales con más rapidez y lo más probable es que fuera tarde para varios en su mundo solo por culpa de él.

—No te quedarás quieto aquí, ¿verdad? —preguntó, mirándole. Su expresión lo decía todo, sus ojos entrecerrados estaban llenos de preocupación y de ira, apretaba los puños y sus labios estaban fruncidos. Jamás había visto una expresión tal, porque sabía que era bueno para ocultar sus expresiones. Su olor lo delataba para él, pero si era de vista, si Kaito no lo quería, no era posible ver confusión o nerviosismo en sus ojos.

Era un humano extraño.

—No puedo... —y era verdad. ¿Cómo estaría su madre, su amiga, la misma Akako? Si por algún motivo los habían dañado, no podía dejar las cosas así. Necesitaba encerrarlos de una vez. —No puedo Shinichi, no... Necesito saber cómo están, necesito solucionar las cosas.

Si Kaito Kuroba hubiera visto los ojos cerúleos del demonio, se habría dado cuenta de que por primera vez trasmitían algo. Era curiosidad y decisión. Shinichi quería ver como acabaría todo, quería ayudarlo.

—Está bien. —las alas de Kudou cubrieron por un instante la visión del ladrón, pero Shinichi lucía sereno y un poco sonriente. —Arriesguémonos.



Shinichi no mintió cuando dijo que las puertas que daban al mundo humano estaban bien resguardadas. Kuroba apenas podía ver desde su posición, pero estaba jodidamente llenos de demonios, aunque todos lucían más expresivos que Kudou. Se reían, se burlaban, incluso vestían mucho menos formal. No es como si él conociera demasiado de las jerarquías de demonios, pero maldita sea, ayudó demasiado que Shinichi Kudou fuera tan imponente, porque no hicieron demasiadas preguntas, casi no le miraron, como aterrados de ser escudriñados por la mirada gélida de él.

Kuroba iba a penas a su lado, con un conjuro sencillo que daba la ilusión de que tenía alas. A los demonios de mayor rango no se les cuestionaba en lo absoluto la salida al mundo real, pues ni los guardias preguntaron por los motivos para salir.

—Eso fue... —Kaito diría algo en cuánto se alejaron de la mirada de los otros demonios, pero Shinichi le echó una mala mirada.

—Es solo mi reputación, no es que sea tan fácil. —le dijo, justificando.

—Eres realmente aterrador para ellos, Shinichi. —bromeó, mirándose las supuestas alas en su espalda. Eran una imitación de las de Kudou, pero él no tenía control de esas falsas extremidades, como si las del demonio, que las manejaba como deseaba.

—Para todos, al parecer. —murmuró con pesar.

Realmente, Shinichi no quería ser temido por él.

.

.

.

Cuando llegó a su casa, tuvo ganas de llorar. Su madre estaba en el salón de la sala, pálida, agotada, sosteniéndose la cabeza casi sollozando en presencia de Jii, que parecía estar leyéndole algo, igual de cabizbajo que ella, desanimado y con ojeras bajo sus envejecidos ojos.

—Mamá... —la llamó, con suavidad. Iba vestido con una de las camisas azules de Shinichi y pantalones negros ajustados. A su lado el demonio había hecho invisibles sus alas, pero no irrumpía la escena que estaba dándose.

Chikage al oír la voz de su hijo levantó rápidamente el rostro, corriendo a él una vez le visualizó bien. Shinichi pudo oler mucho alivio y felicidad de parte de todos los presentes, y se quedó pacientemente en la puerta, porque si bien él no lo entendía, pensaba que era necesario para Kaito.

—¡Kaitooooo! —lloriqueó Chikage en su hombro, revisando rápidamente todas sus partes por encima para asegurarse de que no le faltaba algún miembro o estaba herido gravemente. —¿Dónde habías estado? ¡Hijo mío, pensé que te habían...!

—Mamá, te explicaré... —realmente había decidido omitir todo respecto a él en el Inframundo. Era una preocupación innecesaria y muy difícil de entender y creer, pero podía contar la misma verdad cambiando ese detalle. —Debes calmarte...

—¡Joven amo! —Jii fue el siguiente en darle un caluroso abrazo, al borde de las lágrimas de verle. Porque ambos habían pensado que la organización finalmente le había capturado y estaba muerto, habían pasado esos tres meses investigando lo posible acerca de su desaparición, pero nada.

Después de calmarlos, asegurándoles que no estaba dañado en ningún sentido, todos fueron capaces de sentarse en los sillones de la sala. Kaito hizo que Shinichi se sentara a su lado, pero comenzó su relato aún sin presentarlo.

—La joya que robé la última vez era Pandora. —Chikage sintió como el color, si es que se podía más, le abandonaba la piel y Jii casi tiene un infarto por ello. Nadie dijo nada. —No lo supe de inmediato, fui emboscado durante mi huida y este chico me ayudó. —Ahora sí señaló a Shinichi, quién había sido ignorado por el alivio de la presencia de Kaito, momento también que la madre cayó en cuenta de la conversación que estaban teniendo frente a él.

—Kaito, mi bebé... —quiso interrumpirle, para no dar más información a un desconocido.

—Él ya sabe todo. —aseguró, sorprendiéndola. —Su nombre es Kudou Shinichi, es un... —bien, maldita sea, no lo pensó del todo bien. —detective. Ya conoce toda la historia, está aquí para ayudar. —completó, sin querer darles la oportunidad a refutar o cuestionar sus decisiones.

Obviamente él no había querido decírselo, pero aún si no lo hiciera, Shinichi sabía todo por su folio.

—Me di cuenta tarde de que era Pandora y volví aquí en cuanto pude, estoy realmente aliviado de que estén bien... —suspiró calmado, tomando entre sus manos las de su madre.

—La señora Chikage suplió su figura durante este tiempo, y reemplazó la joya que no fue devuelta. —informó Jii, para calmarle.

Shinichi solo sintió el aroma de Kuroba, pero en su rostro se veían todas sus emociones. Sus predicciones no estaban bien, él no esperaba que fueran tan sacrificados con tal de que nadie saliera herido. Incluso si estaban preocupados por Kaito, habían hecho lo posible por mantener los daños en el mínimo.

—No soy tan buena como tú, mi bebé, pero fue realmente refrescante tener toda la atención en mí. —sonrió la mujer, recuperando su sonrisa.

—Gracias. —acarició los cabellos de la mujer, porque no había más que decir, solo que de no ser por ella, todo sería muy diferente. Mucho peor, probablemente. —Mamá, hay que hablar de lo que haremos.

Shinichi recobró el hilo de la conversación en ese momento.



Habían pasado alrededor de siete meses. Shinichi había demostrado ser realmente un muy buen detective, a pesar de que había sido una mentira de Kaito para salvar la situación omitiendo que fuera un demonio, por lo que él por su cuenta logró avanzar bastante con ayuda de contactos que hizo, incluyendo gente de la policía japonesa, el FBI y la CIA, todo sin desvelar nada de su familia o de él, propiamente tal. Kuroba fue realmente sorprendido por esa habilidad increíble del demonio, tan perspicaz que daba miedo, pero fue de mucha ayuda, porque gracias a él todo el caso cerró antes, incluso pudieron desmantelar otras organizaciones afiliadas.

Durante todo ese tiempo, Shinichi volvía por las noches a su reino con tal de cumplir su trabajo normalmente, porque no podía dejar que se acumulase por semanas, y de vez en cuando le llevaba con él, de forma que la marca de la muerte que portaba no lo acabara por matar durante todo el tiempo que pasaron persiguiendo a los de la organización.

Sabía que tenía que regresar ahora que ya todo había terminado, porque incluso si volvió a veces para recargarse, se volvía débil mientras avanzó todo. Había dicho a su madre y a Jii que habían quebrado la joya de una vez por todas, pero fue Shinichi quién la resguardó. Él debía decidir qué hacer con ella, pues era suya.

Después de todo ese tiempo y toda la ayuda que recibió de él, su relación había mejorado bastante, hablaban de todo y se tenían demasiada confianza, según su madre. A Chikage le había costado aceptar al chico, aterrada de que pudieran entregar a su bebé, dispuesta a secuestrarlo si con ello evitaba algo así, pero Kudou Shinichi demostró solo lealtad con ellos, sin desvelar nunca nada que los dejase en mala posición.

Habían llegado al punto en que se recostaban en la misma cama para conversar, comer o dormir, cuando existió la oportunidad.

.

.

.

—¡Kaito! —gruñó Shinichi un día, cuando le vio caerse apenas logró levantarse de la cama. Como otras veces, habían dormido juntos, pero Kuroba parecía ir de mal en peor. Sabía que se debía a que pasaba demasiado tiempo en el mundo de los vivos. Necesitaba llevárselo devuelta antes de que realmente tuviera que recibirlo allí para juzgarlo, y quitarle esa maldita marca.

—Shin... —el ladrón apenas podía hablar. Habían planeado inventar algo de vacaciones para poder regresar al Inframundo a solucionar ese problema, pero Kaito ya estaba demasiado débil como para esperar más tiempo.

—Lo siento, te llevaré. —expresó el demonio viéndose sus grandiosas alas agitarse, chasqueando los dedos para consumirse en humo. Él no podía hacer esto. Iba a ser demasiado evidente, pero él no estaba pensando con claridad, solo deseaba que se recuperase.

Chikage contuvo el aliento cuando entrando a la habitación vio semejante escena.

Maldita sea, su hijo se metía con gente tan rara.



Después de una semana en profundo sueño, Kuroba Kaito despertó entre las sábanas de una habitación distinta. Estaba mucho mejor iluminada y estaba llena de pequeños detalles coloridos. Las sábanas eran de un intenso azul marino brillante y todo el lugar estaba impregnada con el aroma suave que siempre desprendía el demonio. Shinichi yacía sentado en el borde de la cama, apretándose las manos, muy preocupado.

—¿Shinichi? —preguntó el ladrón, dándose cuenta de que vestía un sencillo pijama que él no recordaba haberse puesto.

—Tengo un problema. —empezó a decir, sin querer mirarle. —Uno muy grande, Kaito.

—¿Qué es, Shinichi?

—Eres tú. —sus ojos por fin enfocaron al ladrón, pero no lo dijo con desprecio, sino más bien resignado. —Jamás en mi vida me había preocupado por un humano, jamás había deseado con tanta fuerza que viviera, ni me preocupé por su efímera existencia. No he ayudado a nadie de tu especie en el pasado, nunca habité tu mundo para intervenir un caso en el que yo no puedo hacer nada. Arriesgué todo, rompí muchísimas reglas y lo peor es que no me importa.

Kaito alzó una de sus cejas, confundido. ¿Qué era este repentino discurso?

—Porque lo volvería a hacer por ti. —continuó, con la voz y ojos cansados. Kuroba entendió por fin que era lo tenía en la cabeza en ese momento. Él nunca experimentó algo como eso, nunca se acercó tanto a un humano. —Y estaba tan jodidamente preocupado, Kaito, que no podía hacer otra cosa que no fuera esperar que despertaras...

—Shinichi... —murmuró, para que volteara hacia él, sin éxito.

—¡Eso es tan estúpido! Yo estaba muy ocupado y aun así era inútil en todo. Es desesperante, es doloroso, es molesto. —explicó, con sus ojos desenfocados.

Kaito le obligó a mirarle, poniéndose delante de él, apreciando de reojo el bello plumaje de las alas de Shinichi. —Sí, lo sé. —soltó, sonriente. —Eres inmortal, un ser inmensamente poderoso, tan perspicaz e inteligente, y de todas formas estaba siempre preocupado por ti.

La confesión tomó por sorpresa al demonio. —Entonces, tú...

—Shinichi, me gustas. —acabó diciendo. Era tan extraño e irreal, tener a ese demonio delante de él era como un sueño. Parecía que en cualquier momento despertaría y seguiría en medio de sus solitarios robos, pero aún sí no entendía demasiado de la sociedad en que vivía Shinichi, solo quería decirlo.

Kaito admiró esos bellísimos ojos azules llenos de alivio, amor y sorpresa, que se preguntó desde cuándo es que eran tan expresivos, pero amó el color. Amó al Shinichi real que observaba ahora.

—Estás jodidamente loco, Kuroba Kaito —le dijo, con una sonrisa ladeada, dejando que su cabeza se apoye contra el hombro del ladrón. —Soy un demonio, ¿estás consciente? No puedo sencillamente dejar todo aquí e ir a tu lado.

—Pensé que los demonios eran rebeldes, no obedecían demasiadas leyes. —refutó el ladrón, risueño.

—Buen punto. —concordó Shinichi, tomándole entre sus brazos y dejando que incluso sus alas arrullaran el cuerpo del ladrón. Lucía mejor, más recuperado y eso hizo que su corazón, órgano que pensó que ya no funcionaba en él, latiera calmado, trasmitiendo calor.

—A lo que voy, Shinichi. —continuó el ladrón, sacando su cabeza por entre las alas para mirar con sus ojos índigos a los azules del demonio. —¿Podemos intentarlo?

—¿Estás proponiéndome una relación? —cuestionó confuso. Mierda, un humano realmente mutaba demasiado rápido.

—Sí... —le respondió, a punto de golpearle. Era tan inteligente y distraído, no entendía como esas dos características eran parte de él.

—Kaito, te seré sincero. —Shinichi suspiró lento, relajándose. Tenía de la cintura al ladrón entre sus piernas, pero le parecía tan cómodo que disfrutaba de su dulce aroma. —Hay muchas cosas en contra. Estoy dispuesto a ir por ti incluso si ignoro las leyes, pero tengo que seguir con mis responsabilidades.

—No te preocupes por eso —contestó, dando suaves besos a sus mejillas. La piel del demonio se había tostado un poco al pasar tiempo en el mundo de los humanos.

—Además, los demonios son muy lujuriosos, y... hay muchas cosas que debes saber de mi raza, como que cuando escogemos un compañero... —Shinichi no quería decirlo. Procrear para los demonios era tan fácil, eran una especie muy mutable, aparte, cuando escogían a alguien en serio el lazo no podía quebrarse, uno moría tras el otro, tan sencillo como eso. Uno de los tantos castigos que les otorgó Dios.

—Shinichi, tenemos mucho tiempo de ahora en adelante... —besó con suavidad sus labios, y el demonio ya no quiso pensar en nada cuando el sabor se le quedó en los propios. Solo ansiaba más de eso.

Más de Kaito.

Después iba a preocuparse de todo lo que conllevaba escogerlo a él como compañero.


Sentía todos sus músculos muy cansados. Su piel estaba llena de mordidas y chupetones, y probablemente su cabello estaba más desordenado de lo normal. Maldita sea. Shinichi no había mentido al hablarle de la lujuria de su especie, realmente no se saciaban nunca, y no podía saber cuánto tiempo habían estado encerrados en esa habitación follando como un par de conejos. Le daba incluso vergüenza reconocerlo, pero le encantó. Shinichi era versátil, y tener su hermosa figura, más delicada de lo que se llegó a imaginar, son sus alas delatando su excitación bajo él era la mejor experiencia en su vida. Quería repetirlo, sí. Aunque también le dolía el trasero.

En fin.

Tenía al demonio recostado junto a él, medio dormido aún, pegado a su propio cuerpo y tomándole desde las caderas. Recordó con su firme agarre que Shinichi tenía unas largas uñas que habían dejado varias marcas en su espalda. Acarició suavemente su cabello, porque estaba muy cómodo de esa forma y solo quería disfrutar de eso en el momento. El demonio era bellísimo.

—Tu familia estará preocupada... —Kudou dijo sin abrir los ojos, removiéndose solo un poco para escuchar mejor los latidos del ladrón. —Te lleve de allí hace una semana sin dar ninguna explicación.

Kaito lo pensó un poco, dándose cuenta de que su madre iba a matarlo. Él le estaba dando muchas preocupaciones durante este tiempo.

—¿Estaré bien si salgo de aquí? —preguntó, porque aún no había tenido tiempo de hablar con Shinichi bien acerca de la supuesta marca de muerte que portaba.

—Sí, por un par de días. Has respuesto bien las energías —ronroneó divertido, con doble sentido, descendiendo una de sus manos hasta dar con su trasero.

Kuroba se sonrojó solo un poco. —¡Acabo de recordarlo! —exclamó de pronto, sacando a Shinichi de trance, que estaba embelesado observándole. —Ya sé como podemos reunir un par de los ingredientes que me dijiste...

—¿Cómo? —respondió, mirando suave si figura.

—La bruja que me trajo aquí seguro tiene un par de cosas útiles. —recordó, porque le extrañaría que Akako solo tuviera los ingredientes para hacer el conjuro solo una vez. Shinichi dio la razón a su lógica. —pero tiene una consulta, ¿podré volver aquí si se me quita la marca?

La pregunta era válida. Una de las preocupaciones del ladrón era quedarse encerrado en el Inframundo por siempre, pero la otra era no poder volver y no ver más a Shinichi.

—Mhn... —el demonio lo pensó un momento, un pequeño tinte rosa apareció en sus mejillas. —En teoría no podrías, una vez fuera la marca sería riesgoso traerte devuelta y que te vuelvas a impregnar, dado que no hay un período específico de tiempo que puedas estar aquí sin que la muerte te marque. —explicó— Aquí es donde entra lo siguiente. ¿Recuerdas que te hablé de que los demonios escojen un compañero?

Kaito asintió lentamente. En el momento no había estado interesado en oír, no porque no quisiera, si no porque ansiaba estar con Shinichi.

—Bueno, una vez hecho, podrás estar aquí sin peligro, podrás llamarme a dónde sea que estés, incluso puede que te sea más fácil entenderme. —no habla de leer su mente, pero el lazo creaba algo similar. —Además, Kaito —su voz se oyó severa, pero el ladrón no pudo tomárselo enseiro cuando sus ojos desprendían celos y tenía un puchero lindo en la boca —no podrás tener sexo con nadie más que conmigo.

—Tampoco es como si fuera a buscar a otro, ya sabes —sonrió el ladrón, tomándole la mejilla y dándole un profundo beso. —¿Hay algún castigo si eso pasara?

—Sí. —los ojos de Shinichi eran tan preciosos. Kaito no podía dejar de pensar que eran dos joyas muy expresivas, ahora. —Morirás. Si yo teno sexo con otro, lo mismo para mí.

—Wow, para ser una especie que no convive con humanos, tienen muchas leyes... —se asombró el ladrón, disfrutando de la caricia de su pareja en su torso, que a veces descendía juguetona más alla de su vientre.

—Bueno, no solo buscamos humanos como parejas —se encogió de hombros. —Rige para los lazos de demonios en general, la verdad es que no tengo permitido tenerte, porque se supone que se nos prohibió relacionarnos, pero ya ves como me da igual. —explicó el demonio, haciendo que sus alas aparecieran repentinamente. Kaito estaba asombrado la facilidad que tenía para bloquear su visión.

—Eres único. —le dijo entretenido, él no iba a preguntar más acerca de como Shinichi estaba mandando al carajo todas sus leyes y las posibles consecuencias de ello, porque tampoco pretendía dejar al demonio.

—Sí, pero tú eres el loco aquí. —dijo sencillamente, burlándose.

Kaito le dio la razón y volvió a buscar sus labios, solo que esta vez, no hubo más conversación de por medio.

Dios, amaba mucho a ese demonio.


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¿Saben que este mal oneshot lo tengo a medio escribir desde hace casi dos años? ¡Lo sientoooooo! Desde siempre quise escribirlo para Halloween, pero aún así terminé trayéndolo tarde, en fin. 

¡No he muerto! Aunque definitivamente no tengo tiempo:(, aún así, quería escribir algo de ellos, porque sencillamente los amo. Espero lo hayan disfrutado, es bastante crack, no tenía mucho sentido, solo era mi idea de ver a Shinichi con alas, perdón:(

¡Nos vemos en alguna otra novela!

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