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Dos.

No sabría decir en qué momento había comenzado a conducir hacia cualquier sitio desconocido, pero cada vez se encontraba más lejos del que hacía un tiempo había llamado hogar.

Mantenía una mano en el volante y sus ojos estaban fijos en la carretera, sin embargo, su mente no dejaba de divagar.

Se estaba ahogando en un mar de recuerdos, eran demasiados los que tenían el capricho de ser el protagonista, por lo que Minho no sabía exactamente cómo sentirse.

No sabía sí quería gritar, por la incapacidad que sentía al no haber hecho nada. Sí quería sonreír por rememorar viejas memorias, opuestas al presente. O sí simplemente quería dejar el coche aparcado en una vía y llorar, desahogarse por un fantasma que no estaría para él.

No era capaz de aclarar sus emociones.

A pesar de todo, siguió conduciendo con una expresión inescrutable adornando su rostro, con su mirada enrojecida fija en la carretera, intentando volver a dejar su mente en blanco. Necesitaba un cigarrillo entre sus labios de manera urgente, pero para su desgracia, hacía un rato que se le habían terminado todos y acababa de cruzar frente a la última gasolinera disponible antes de entrar al lugar.

Había alquilado una pequeña cabaña, relativamente cerca de donde aquellos vientos tenían lugar, cerca de la nada, ubicados en la infinidad.

Le había salido más barato de lo que había pensado y el dueño había aceptado su oferta muy rápido a su parecer, ¿Quién decía que Lee Minho no era un narcotraficante que iba a utilizar aquel refugio como escondrijo o como un laboratorio para drogas?

Igual tampoco tenía porqué quejarse, es decir, lugar casi gratis, un sitio donde dormir sí sus demonios se lo permitían, y lo más importante; una ubicación cercana.

El GPS dictaba que quedaba poco para llegar, la noche comenzaba a hacerse presente, pues el firmamento pintado con tonalidades rosáceas indicaba que la oscuridad estaba por sumirse sobre él. El color del cielo parecía tener empatía por su monótono humor.

Y lo único que se podía escuchar más allá que el motor de su vehículo, era el viento.

Había investigado sobre él, poco, pero al menos lo había hecho, testimonios de otros valientes que se habían atrevido a emprender el mismo camino que él; algunos decían que no era para tanto, que los rumores no eran más que eso, rumores. Otros declaraban que habían sido capaces de ver a la propia muerte casi aferrándose a sus almas. Y los que no decían nada, eran los que no habían vuelto.

Aquel pensamiento perturbó la mente de Minho, ¿Alguien podría morir a causa de unos vientos? Era plenamente consciente de la afirmativa de su respuesta, pero lo que más le inquietaba era otra pregunta que paseaba sin permiso por su cabeza.

¿“La propia muerte aferrándose a sus almas”?

¿Por qué alguien se inventaría algo así? Estaba más que seguro de que aquello no eran más que patrañas, únicamente inventadas por la gente para llamar la atención de los posibles visitantes, evitando así que fueran. Nadie negaba que no fuera peligroso, pero tampoco existía la necesidad como para crearse algo así.

El GPS pitó, indicándole que estaba cerca de su destino.

Una verja metálica limitaba la carretera, esta se encontraba oxidada, casi derruida, destacaba al lado de un gran aviso que no pasaba desapercibido, en un estado no muy diferente al del anterior. Prohibiendo la entrada.

¿Quién obedecía ese tipo de carteles? Absolutamente nadie que tuviera un objetivo fijado.

Aparcó el vehículo, acogiendo las cosas que necesitaría durante su corta estancia y cargándoselas en la espalda. El aroma a bosque enseguida golpeó su olfato cuando pisó la tierra húmeda.

Le recordó a Jisung.

Aquella vez que habían visitado el monte únicamente para comer al aire libre, había preparado la comida favorita de su novio. Lo había notado tan cansado, tan desganado. ¿Cómo no se dio cuenta?

Habían llevado ropa de abrigo para la suerte de ambos; aún recuerda a Jisung con la nariz roja debido a las bajas temperaturas, frotando sus manos tratando de entrar en calor. Minho había colocado una manta en el suelo, con el objetivo de que ambos se acurrucaran para observar el cielo pintado con miles de colores. Habían encendido una hoguera, y el menor le había comentado lo muchísimo que le gustaba el fuego, la sensación de calidez que le otorgaba, la paz interior.

Y entonces, Jisung había sonreído, logrando calentar su corazón más que las llamas.

Aquel día habían acordado prender una vela sobre un barquito y hacerla perder por el río. Pero nunca pasó.

Suspiró sin apenas ser consciente de aquel gesto. No podía viajar al pasado, ni vivir en él su presente, pero daría todo lo que tenía por verlo, al menos una vez más.

La casita estaba alejada de donde los vientos tenían lugar, estaba seguro de que escucharía el murmullo de estos encerrado en la habitación. No tenía tan mala pinta como había imaginado en un principio, estaba bien, era de madera, simplemente acogedora, pequeña a partes iguales, a su novio le habría gustado.

“Jisung ya no es tu novio”.

Entró en el lugar, su obsesión por la limpieza logró que las ganas de quedarse desaparecieran; polvo por todas partes. Oh, Dios, ¿Cuándo había sido la última vez que habían ocupado aquel lugar?

No había cama, entonces agradeció profundamente haber llevado un saco de dormir, en el cual no tardó en acomodarse.

La noche estaba cayendo, apenas se veía nada debido a la oscuridad. Minho normalmente no le temía a la oscuridad.

O eso creía, porque estando a punto de caer rendido ante los tentadores brazos de Morfeo, un suave y apenas perceptible murmullo interrumpió su acto.

一Minho~.

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