Una maldición que llamamos tradición
CAPÍTULO 7: Una maldición que llamamos tradición
Eran como las nueve de la mañana y la nevera ya no contaba con cerveza. Me había robado el six pack que ocultaba el señor Vega para emergencias, detrás de las carnes y los tacones de mi madre. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que bebía, y aun así, mi garganta seguía seca. Los síntomas de abstinencia aparecieron en el momento menos oportuno. No tenía la libertad de beber lo que quería, me había vuelto inútil por estar lesionada; en otras palabras, había vuelto a vivir en la casa de mis padres. Faltaba mes y medio para que me retiraran los yesos que me encadenaban a una silla de ruedas. Se supone que a fines de agosto, habrá un cierra puertas en la mueblería, y sí no voy, no recibiré comisión, lo que quiere decir, que no tendré para pagar la renta del siguiente mes, ni tampoco licor. Lo más extraño es que nadie me ha llamado del trabajo. ¿Acaso no han notado mi ausencia en la tienda?
—Te he dicho mil veces que no bebas tanto, Paloma —Apareció mi madre sacando sus tacones de la congeladora, según ella, el frío ayuda a que el calzado sea más cómodo al caminar—. El alcohol envejece más rápido la piel —empezó a regañar—, ¿ya has visto lo arrugada que está la cara de tu padre? Parece un mastín napolitano.
—Tal vez beba porque trato de borrar mis problemas de la cabeza.
—¿Qué problema puede tener mi hija aparte de no querer casarse? —preguntó mientras limpiaba el desorden que dejé en su cocina. La miré con desdén—. ¿Por qué me miras así? Llevas nueve años de relación con Iván, por Dios. Ahora no solo tú, sino también tu hermana no se quiere casar, ¿esto se trata de alguna moda entre los jóvenes de hoy?
—Contigo no se puede hablar, la verdad. Lo único que sale de tu boca, es siempre el mismo tema. Ni siquiera sé cómo llamar lo que tienen papá y tú, pero lo que sí sé, es que no son los indicados para defender el matrimonio.
—Por favor, Paloma, no exageres. Somos como cualquier pareja casada.
—Mamá, intentaste matar a papá. Y no olvidemos que murió alguien por tu culpa.
—Creí que este tema estaba cerrado. Hablemos más tarde, ¿sí? Se me hace tarde.
—¿Reunión de marujas?
—Les encantó la recepción del velorio. El esposo de Yolanda le detectaron hace poco cáncer, y por su avanzada edad, pueda que no soporte la cirugía. Así que mi amiga me dará un adelanto para organizar el funeral. ¡Todavía no pierdo el toque!
—¿Y si el señor se cura del cáncer?
—¿Por qué eres tan pesimista, Paloma? Ya regreso.
Sola en casa, moví mi silla de ruedas hasta la sala de estar y encendí el televisor. Durante los comerciales, tomé mi celular para marcar el número de Gilda, mi supervisora del trabajo. No contestaba. Le escribí por WhatsApp, disculpándome por mis días de ausencia en la mueblería, justificándolo por una emergencia médica. Y la desgraciada ni en visto me dejaba. Marqué el número telefónico de la tienda.
—Mueblería El dorado, ¿en qué le podemos servir?
—¿Dalila? Soy yo, Paloma.
—¿Quién?
—Olvídalo. Pásame con Gilda. Necesito hablar con ella urgente.
—Ella está con licencia de maternidad.
—No sabía que estaba embarazada. Pensaba que solo era...
—¿Gorda? Todos. ¿Algún recado?
—No he tenido tiempo de avisar a la tienda para que me den días libres, y lo último que quiero es perder mi trabajo. Tuve un accidente la semana pasada. Me caí del segundo piso de mi casa, y ahora estoy en silla de ruedas. La boda de mi hermana se canceló por mi culpa, ya que no controlo lo que digo... Solo quería ser una buena dama de honor, pero terminé estropeando todo; al igual que el carro de mi padre, que terminó como chatarra. Fui a la comisaria para sacar a mi madre de la cárcel, y a un entierro días después. Ella no murió, sino la amante de mi padre, que se volvió loca gracias a mi familia. Y mi hermano regresó a casa después de tantos años, pero volvió a irse, aunque avisó, no como mi hermana, que desapareció un día antes de su boda. En primer lugar, no entiendo por qué fui a la casa de mis padres. Mi vida iba relativamente normal. Salvo que detesto trabajar en la mueblería, ¿aunque quién soy para quejarme? Si no tengo un currículo decente para ganar un mejor salario del que me dan.
—¿Sabes qué? Te pasaré con el encargado temporal de la mueblería. Un momento, por favor... Una loca quiere hablar contigo...
—Pude escuchar eso...
—¿Aló? Habla el supervisor de la Mueblería El dorado, ¿cuál es su consulta?
De inmediato, tiré mi celular al mueble más cercano. Conocía muy bien esa voz, demasiado bien diría yo. No podía estar pasándome esto a mí.
—¿Aló...?¿Quién habla?
—Hola — saludé intentando sonar calmada. —¿Cómo estás, Patricio?
—Vaya, vaya, vaya. Si es Paloma Vega. La maldita traidora que ocasionó que me despidieran el año pasado. ¿A qué se debe tu llamada?
—¿Cuándo entenderás que yo no te acusé por tener sexo en el almacén con ese tipo queer, pansexual o lo que sea que conociste por Tinder?
—Tú sabías dónde estábamos. Eras mi compañera en el almuerzo y te contaba todo. Y tú me traicionaste.
—¿Yo solo sabía dónde estabas? ¿Se te olvida que allí trabajan Dalila, Ximena y el grupo de diseñadores de interiores, que por cierto, odian a los vendedores? Todos escuchaban tus gemidos. No solo yo. Y ya basta. He llamado porque quiero que me den más días de descanso. Bueno, primero informar el motivo por el que no he ido a trabajar y pedir mis vacaciones por adelantado.
—Te los daría, pero jamás avisaste. Ni una llamada. Tienes diez días de ausencia, sin justificación, sabiendo que el cierra puertas está por venir.
—Tuve una caída de cinco metros, y estoy en silla de ruedas. Puedo mostrar alguna constancia médica, escanearía el documento y te lo enviaría por correo. O puedo enviar a alguien a que te lo de personalmente.
—Sí..., lástima que tu accidente sucedió fuera de las instalaciones y no tienes un contrato fijo sino por honorarios, lo que quiere decir que no hay derecho a reclamo, sea cual sea la decisión de la persona a cargo de la tienda. Y sí, cariño, esa persona soy yo —soltó su risita maquiavélica antes de colgarme.
Estoy despedida.
Mierda.
* * *
—¿Qué pasó? ¿Tu madre te hizo llorar?
Don Omar había regresado a casa.
—No... Ella no está, se fue a una reunión de té hace rato.
—Ya veo. ¿Y por qué lloras, entonces?
—Ya no hay cerveza.
—Hay más, solo que están escondidas en el techo. Tu madre no lo debe saber, ¿vale?
—No entiendes a tu hija, papá.
—Sí, no entiendo nada. ¿Estás con eso de la regla?
—Sí, pero no es eso... ¿Y tú qué haces acá tan temprano? ¿No sales del trabajo a las seis?
—¿Puedes guardarme un secreto?
—Ay, papá, no me digas que ya tienes otra amante.
—No, no, no. Ven, te quiero mostrar algo afuera.
El señor Vega me llevó a la entrada de la casa. No paraba de decir, con una sonrisa de oreja a oreja, que tenía una sorpresa que me alegraría el día. Esto me recordaba esa vez cuando don Omar, con más de pelo en la cabeza, se compró su querido auto deportivo. El hombre pasaba por su propia menopausia, o como lo llama la psicología, crisis de la mediana edad. ¿La muerte de Jackie le habría motivado a endeudarse para comprarse un nuevo carro?
—Alondra y tú, de niñas, siempre nos pedían una mascota —Me tapaba mis ojos con sus manos para aumentar el suspenso—. ¿Qué era? ¿Un pato?
—Gato. Y eso fue hace veinte años, papá. Me parece... ¿O tus manos huelen a abono?
—¡Ta-ra! —Despejó mi vista, ocasionándome una conjuntivitis.
—¿Un caballo...?
—Y una yegua —Empujó mi silla de ruedas hacia la calle—. Sus nombres son Louis y Miguel.
—Suena a que su antiguo dueño era fan de Luis Miguel.
—Sí, son los caballos de Jackie.
—¿Qué? ¿Te los dejó en algún testamento o algo así?
—No.
—¿Los robaste?
—Yo no diría robar.
—Papá...
—Sé que Jackie intentó matarme, pero también sé que soy responsable por lo neurótica que se volvió. Me enteré por un amigo que como ella no tiene herederos ni familiares vivos, el Estado se quedaría con sus pertenecías, e iban a subastar sus cosas de valor, incluidos sus caballos. Y ella atesoraba más que nada en el mundo a Louis y Miguel. Es por eso, que los traje conmigo.
—Ilegalmente... ¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunté al verlo acariciando a los equinos—. Mamá no querrá que metas a esos animales a la casa, en especial porque son las mascotas de Jackie.
—Pueda que haya sido injusto con tu madre por acusarla por el pastel de maní, pero no me importa si está en contra de adoptarlos. Esta casa es mía también, tengo derecho hacer lo que yo quiera. Yo soy el que trae el pan a la mesa, y ella solo se encarga de succionar mi dinero y mi alma. ¿No merezco algo de dignidad? ¡Yo soy la cabeza de esta familia!
—Y yo el cuello que mueve esa cabeza.
—¿Está detrás mí, no es así?
Asentí con preocupación.
—Hola, Irma —Giró a saludar a su esposa, bajando el tono de voz y fingiendo una alegría por su llegada—. ¿Qué tal tu reunión de té?
—Puedes conservar los caballos —habló la matriarca de los Vega caminando hacía la puerta—. No tenemos espacio adentro, así que tendrán que quedarse en la vereda. Pero bueno, ya pensarás en algo para solucionar eso.
—¿Así nada más? ¿No vas a gritar, quemar mi ropa o dejarme sin comida? Esta no es la Irma que conozco. Algo te pasa. ¿Acaso... estás viendo a alguien a mis espaldas? ¡Dime quién es!
—Papá, no digas tonterías —tercié avergonzada al notar a curiosos vecinos desde sus ventanas.
—Digamos que le debo un favor a Paloma. ¿Ahora estamos a mano, verdad?
—¿A qué se refirió con eso?
No respondí.
—Tiene un amante. Yo lo sé.
—Papá, tranquilízate. Mamá no te está siendo infiel. Si lo hiciera, te lo sacaría en cara. Más bien alégrate, tus caballos se pueden quedar aquí. Solo averigua rápido como retirar el estiércol de la vía pública.
Dejé a solas a don Omar con los animales relinchando, para conversar con el cuello de la familia. El anciano tenía razón. Su mujer actuaba muy extraño. Me había chantajeado días atrás, y ahora me dice que me debía un favor, ¿qué le sucede?
—Sé que tramas algo, mamá. Dilo ya.
—No es lo que tú crees. Más bien, estuve pensando en lo que hablamos en la mañana. Tienes mucha razón, Paloma. Tu padre y yo no hemos sido tan felices que se diga en estos últimos treinta años de casados. Y pueda que seamos nosotros mismos los que provocamos que Alondra y tú, tuvieran una errónea imagen de lo que es un matrimonio de verdad. Sin embargo, eso cambiará.
—¿Se van a divorciar?
—De ahora en adelante, seremos como las familias de esas propagandas navideñas. Quiero que veas que casarse no quiere decir que hayas cometido el peor error de tu vida.
—Mamá, sé que hay parejas felizmente casadas. Los padres de Iván son un claro ejemplo. No digo que esté mal la idea de casarse, es solo que eso no va conmigo. Y si Alondra huyó con Marcel antes de la boda, es porque ambos no se sentían preparados para tomar ese siguiente paso. Tal vez en un futuro se casen, o quizás no, eso ya será la decisión de tu hija. Y de nadie más.
—Hay una tradición en la familia Villasante que pasó por generaciones, y que lamentablemente, en mi caso se hizo omiso; la madre de la hija es la que pone los anillos a los novios.
—Más bien suena una maldición.
—Y como no se cumplió esa tradición conmigo, ahora pienso que nuestros ancestros nos maldijeron. Tengo dos hijos desaparecidos, una hija alcohólica y un esposo que sigue pensando en su amante muerta.
—Mamá, el matrimonio es de dos personas, así que no eres la única culpable por esta maldición. Ambos cometieron errores. Muy graves, pero el lado positivo es... es... Mmm... Míralo de esta forma, todavía tienen una hija que sigue aquí con ustedes. A pesar de todo.
—Te criamos bien —dijo conmovida, tomando mis manos por un momento antes de marcharse.
—Claro...
* * *
No pude dormir bien en la noche. Tuve una pesadilla. Me movía de lado a lado tratando de conciliar el sueño, hasta que sentí algo mojado entre mis piernas. Prendí la luz de la lámpara y abrí la colcha. Una cabeza de caballo cercenada se encontraba en mi cama. Jamás volveré a ver el Padrino antes de ir a dormir, en especial, teniendo dos caballos y una persona vengativa en casa.
Me había desangrado bastante en la sábana, traspasando el colchón. Odio menstruar. Como no podía hacer mis cosas por cuenta propia, doña Irma cambió de ropa a su lisiada hija. Don Omar, me ayudó a bajar las escaleras y me dejó en la sala acompañada de un sixpack que sacó del techo esta madrugada. Escuchaba desde lejos a Louis y Miguel relinchar al escuchar a su nuevo dueño silbar. Seguían vivos. Suspiré aliviada.
Luego de un rato, fui a buscar a mi padre para pedirle que sacara más latas de su escondite. El anciano, cepillaba la cabellera de Miguel, comparándola con su calvicie. Moví mi silla de ruedas hasta él.
—¿Y cómo te va con los caballos?
Me acerqué a acariciar a Louis.
—Son unas criaturas fascinantes, inteligentes, y unos malditos cagones. Me dejaron una papeleta de tránsito por contaminar la calle.
—Quizás deberías buscarles algún refugio. Allí los cuidarían bien y podrías ir a visitarlos cuando quieras.
—Me prometí a mí mismo cuidar de estos animales, Paloma. Son el único recuerdo que me queda de Jackie. ¿Quieres arrebatarle eso a tu viejo?
De repente, un hombre de corta estatura y vestido como vaquero, interrumpió nuestra conversación.
—Buenas. Lamento molestarlos. Pasaba por aquí y vi que tenían una pareja de caballos. Quería consultar si están en venta. Estoy interesado en hacerles una muy buena oferta por ellos.
—Lo siento, son nuestras mascotas.
—Dejemos que termine de hablar el señor —cuchichió don Omar a su hija—. Continúe, por favor.
—Le ofrezco cincuenta grandes por ambos —En eso, chasqueó los dedos haciendo que dos sujetos salieran de una camioneta con lunas polarizadas estacionada enfrente—. Dale el cheque al caballero —indicó a uno de ellos.
—Cincuenta grandes... ¡Y en dólares! —Saltó emocionado el sexagenario al recibir el papel—. Si yo fuera rico, yadi dadi dadi didu didu didu didu dum. Todo el día, bidi bidi bum...
—¿Qué le ocurre a su padre? ¿Por qué canta?
—El dinero lo vuelve judío.
—¿Es un trato, entonces? —El señor Vega asintió, sin perder la tonada—. Regresaré dentro de una hora para llevarme a los animales. Me retiro.
—Papá, creo que ese sujeto trabaja en un matadero. Sus botas, su sombrero, hasta su chequera eran de cuero.
—¿Segura? Yo apostaba que era un mafioso.
—Eso es peor. ¿Y qué pasó con cuidar a Louis y a Miguel?
—Estoy seguro que Jackie ya me perdonó. Este dinerito es una señal de que ya todo está arreglado —Agitó el cheque con regocijo—. Ahora podremos pagar las deudas de la casa y comprar algunas acciones de la bolsa. Y si todo sale bien, ¿quién sabe? Los Vega volverían a su antigua vida de ricos. No digo que sea una vergüenza ser pobre, pero tampoco es un honor.
El anciano continuó cepillando a sus caballos mientras cantaba la misma canción una y otra vez, sin embargo, una patrulla de policía se estacionó a pocos metros de nosotros. Mi padre se aproximó a ellos para ver cuál era el problema.
—No sé preocupen, oficiales. Dentro de una hora ya no estarán los animales molestando a los vecinos.
—Nos avisaron de dos caballos desaparecidos de la propiedad de la señorita Jacqueline Cisneros, con los mismos rasgos de sus mascotas.
—Qué curioso...
—Podría enfrentarse a una demanda por hurto al Estado. Esos caballos son de raza pura, pueden valer más de cincuenta mil dólares cada uno.
—¡¿Cada uno?! Me estafó ese enano... Mire, solo soy un viejo que aún no supera la muerte de su amada.
—¿Usted no está casado con esa señora? —señaló a doña Irma, quien observaba la escena desde su alcoba.
—Sí, pero no entiendo a qué va esa pregunta. ¿Sabe qué? Mejor olvidemos este asunto. Mi familia ya se ha encariñado con los animales. Mire a mi hija, ellos le ayudan con su rehabilitación. Si se los llevan, ella pueda que no vuelva a caminar.
Rodeé los ojos.
—Nos llevamos a los caballos —dijo el oficial con poca empatía por la muchacha en silla de ruedas—. Le estarán enviando una carta judicial para que pague por el daño del inmueble. Esté atento.
—No sé los pueden llevar. ¡Por favor!
—¿Quiere también acompañarnos a la comisaría, señor?
—No, no, no. Que tengan un buen viaje.
Dentro de la casa, mi padre miraba angustiado la hora. Faltaban pocos minutos para que viniera el sujeto cubierto de cuero con sus matones. Ya no tenía los caballos consigo, y era posible que terminara no solo sin su dinero, sino que también sin un dedo.
—¿Cómo fue que me metí en este embrollo, Paloma?
—Es una costumbre de esta familia. Una tradición, por no decir maldición.
Don Omar miraba a su señora bajando las escaleras. Respiró hondo, imaginando que la mujer le llamaría la atención por las visitas de un hombre de la mafia y la policía en un mismo día, pero mi madre lo ignoró y se dirigió a la cocina, a servirse un vaso con agua. Mi padre se levantó de su sofá confundido y la siguió.
—¿No vas a decir nada?
—¿Decir qué?
—¿No me digas que no sabes lo que ha pasado afuera? Te vimos.
—Sí sé lo que has hecho. Te dieron un cheque por los caballos y ahora no sabes cómo decir que la policía se los llevó. No es mi problema.
—En parte también es tu culpa, Irma.
—¿Mi culpa? Pero si tú trajiste a los caballos a la casa, no yo.
—Sí, pero tú tenías que decirme que no lo haga. Siempre me contradices, y esta vez que te quedas callada, pasa esto.
—Trato de dar un buen ejemplo a Paloma, viejo bastardo.
—¡Bastaaa! —grité cansada de escuchar sus voces—. ¿Ni dos días pueden durar sin discutir? Esto ya es suficiente. Es momento de ir a terapia. Y hablo en serio.
—Estoy de acuerdo, mija. Intentaste quitarte la vida hace poco...
—...Y sigue con la idea de no querer casarse —agregó su esposa—. En unos años, ya no va a ovular como antes.
—¿Eh...? ¡Me refería a ustedes! ¡Ustedes necesitan terapia de pareja! —Los señores Vega comenzaron a reírse por mi comentario—. Si no lo hacen, perderán a su última hija que les queda. Así que piénsenlo bien.
* * *
Cumplida la hora, mi padre tuvo que entregar el cheque de cincuenta mil dólares y enfrentarse sin armadura a dos matones. Por suerte, fueron amables con él, que solo lo dejaron tirado en la vereda con un ojo morado. Por otro lado, los Vega aceptaron a ir a terapia. Lo cual era un gran progreso. Aunque, no sabía si ir al consultorio de mi ex cuñado sería lo indicado. No es que haya programado una cita específicamente con él. ¿Fue suerte? ¿Destino?
Maldición, diría yo.
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Soundtrack:
Si fuera rico de El Violinista en el tejado (Musical)
Este es un mastín napolitano:
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