XVII
El lamento incierto se subleva de camino hacia la muerte y la voz que le da esencia se congela ante las fauses de un tiempo inconcluso.
Se dormita, entonces, el mañana entre sus sucias manos y la noche se posa sobre sus hombros adornándole el silencio que le queda -con cierto rubor- mientras sus ojos se tintan con luces iridiscentes.
Se ha acabado su lamento y la muerte bailotea -calle arriba- entre ecos de presentes cristalinos y manchas traslúcidas de un mañana sin colores.
Se ha arruinado por completo la línea y las letras del destino se emborronan sobre la antigua piedra: la profecía ha concluido y el reloj no tuvo arena suficiente para darse abasto.
A.V
27/07/2021
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