9|¡Por la virgen de las magdalenas!
«Uno nunca sabe cuán difícil es ganar una batalla, hasta que tiene que luchar contra sigo mismo».
♡♡♡
—¿Te encuentras bien? —«Si supieras como me tienes». Sacudo la cabeza. ¡Control Liz!
—Sí, no te preocupes —Trato de disimular un poco, no tengo intención de subir su estúpido ego.
—¿No tienes hambre? Voy a preparar algo.
—No hace falta que.... —Me dejó con la palabra en la boca y siguió a sus pies que caminaban por inercia rumbo a la cocina. No iba a quedarme ahí sin hacer nada. Moría de curiosidad por ver a Nicholas cocinar. «¿Y quién no?»
Me acerco lo suficiente para tener una panorámica perfecta, desde lo alto de la isla. Mis manos las apoyo en los muslos y los pies me cuelgan de forma divertida. Observo detenidamente cada acción, cada gesto de este chico.
«Muy acosador de mi parte; pero, ¿qué le voy a hacer? Es mi especialidad».
Pasaron largos minutos y me resulta gracioso ver a Nicholas con un delantal. Será que estoy tan acostumbrada a verlo con la misma sudadera de siempre y sus lentes que, ahora en su cotidianidad, es extraño para mí.
Puso la bandeja al horno y no perdió ni un segundo para acortar la distancia que nos separaba. No tenía ni idea de lo que estaba preparando. Estaba distraída viendo sus músculos contraerse mientras batía que no hice fijación a los ingredientes que utilizaba. Tampoco iba a preguntarle, dejaría en evidencia que babeaba mentalmente por él.
El silencio no era incómodo, todo lo contrario, la tención sexual podía sentirse a kilómetros, sus ojos, ahora entre dorados y verdes, siempre terminaban en el mismo lugar: recorriendo todo mi cuerpo, sintiéndolo a su merced solo por estar sentada en la encimera. No tenía escapatoria.
Estaba tan cerca que no pude evitar sentirme nerviosa. Traía una cuchara de madera en la mano que tenía aún restos de esa mezcla tan apetecible. No dudé en arrebatarle el utensilio como niña pequeña y empezar a chuparla. Abrí mucho los ojos, «¡estaba delicioso!» Él tenía una risa de medio lado, complacido por mi reacción. La perversión en sus ojos lo delata, deleitándose con mis labios que saboreaban la cuchara con exquisitez y deseo.
—Veo que te gustó —Se aclara la garganta antes de hablar. Al parecer el calor de la cocina comenzó a hacer efecto. Asentí y continúe saboreando mis dedos. No podía evitarlo.
Y justo cuando creía que mi corazón no podía soportar un ataque más, Nicholas lleva uno de sus dedos a mis labios. Limpiando, supongo, restos de la crema. Lo regresó a su boca, saboreándolo lentamente. «Dios, ¿soy la única que está ardiendo por aquí?»
Me bajo de golpe de la encimera. Antes de seguirlo viendo de esa forma prefiero huir. Llámenme cobarde; pero no quiero perder la dignidad que me queda. Él pretendía impedírmelo, claro está, me aprisionó en una esquina de la cocina apoyando su mano derecha en mi pequeña cintura. Con su otra mano quitó mi cabello del hombro, no sin antes juguetear con él unos segundos.
—¿Por qué huyes Elizabeth? —No me esperaba una pregunta tan directa. Nadie me llama por mi nombre completo y cada vez que él lo hace, me quema. ¡Se escucha tan bien con el sonido de su gruesa voz!
—Yo... no... no es... —Ahí me encontraba, tartamudeando, otra vez. Debo buscar la forma de ser inmune a los efectos de Nicholas.
—¿Te pongo nerviosa? —Tenía esa sonrisa egocéntrica que no me gustaba nada. Él sabe muy bien todo lo que causa en mí y de eso se agarra para seguir comportándose como un capullo. Quería gritar «SÍ» pero en cambio dije otra gilipollez aún peor.
—¿Por qué no terminas con esto de una vez? —Casi sueno desesperada, si es que no lo estoy.
—¿Qué quieres que haga, Elizabeth? —Remarca mi nombre con más fuerza y un escalofrío —en el buen sentido— me recorre todo el cuerpo.
—Lo sabes muy bien —Niega divertido e ¨intenta¨ parecer inocente, cuando lo único que grita inocencia de él es su mirada cuando quiere conseguir algo.
—Tendrás que ser más específica en eso que quieres —Comenzó a rozar con su nariz todo mi cuello y continuó bajando, recorrió las clavículas y se detuvo en el centro del pecho, que no dejaba de bajar y subir, lo besó castamente. Me miró, tenía toda intención de seguir.
—Solo pídemelo, Elizabeth —Entre abro los labios esperando que me besara cuando escuchamos el pitido del horno en señal de que terminó lo que sea que estuviese cocinando. «Mierda» Digo para mis adentros. «Maldito horno, ¿por qué tenías que pitar justo ahora?»
Se separó de mí al instante. Buscó las manoplas y sacó la bandeja con sumo cuidado. Miro sorprendida.
«¡Había preparado magdalenas!»
Y no cualquier magdalena, eran de limón, mi favorita. Iba a coger una porque sí, soy muy golosa y Nicholas me lo impidió con la típica excusa —¡Te vas a quemar!—.
Tuve que aguantar mis ganas y esperar unos segundos hasta que se enfriara —lo que me parece bastante irónico puesto que estoy más caliente que esa magdalena— mientras miraba a Nicholas con diversión. Todo concentrado y serio decorando magdalenas. ¡Quién lo hubiese imaginado!
Me siento en el sofá y recojo mis piernas como un bebé cuando veo a Nicholas acercarse con un tenedor. Se sienta frente a mí y me lleva un trozo a la boca... «¡Virgen Santa de todas las magdalenas!» Dios, ¿por qué eres tan egoísta? Tiene una figura escultural, es inteligente y encima cocina. «La vida es injusta».
—¿Y bien...? —Pregunta como si no supiera ya la respuesta.
—Es como tener un orgasmito en la boca —Me doy cuenta de lo que acabo de decir y casi me atraganto con otro pedazo que llevé a mi boca a toda velocidad. La diversión en su mirada no cesaba y no sé si tomármelo como algo personal.
Termino de comer unas tres más y camino hasta el baño para cepillarme los dientes. Es tarde, lo mejor sería dormir. Tal vez y hasta consigo bajar la temperatura de mi cuerpo. «Claro Liz, como si eso fuera posible».
—Quiero mostrarte algo —Me toma de la mano y la verdad es que no quiero acostumbrarme a esta sensación, no quiero. Pero una parte de mí tampoco quiere soltarlo. Es una contradicción interna demasiado grande.
«Me pregunto qué querrá ahora. ¿Acaso no le es suficiente para una noche?»
Salimos a una especie de terraza o balcón bastante acogedor. Tenía una enredadera y otra planta algo más chiquita en perfecto cuidado. Una escalera de incendios ascendía en la parte derecha; en cambio lo más impresionante son las vistas.
Toda la ciudad se puede ver desde aquí, incluso la parte más oscura. En lo alto de un edificio se observaban distintos grupos, con estilos bien marcados coexistiendo en una gran fiesta. También se ven a chicos pintando grafitis y otros bailando con un estilo único y distinto.
Verlo todo desde aquí me hace replantearme tantas cosas y a la vez me doy cuenta de todo cuanto desconozco, del tiempo que llevaba encerrada en mi burbuja.
Me indica para sentarme a su lado en la escalera de incendios, con vista a las luces despampanantes de la ciudad y no solo eso, sino a la realidad que no he querido ver todos estos años por estar perfeccionando una vida que ni siquiera es mía.
—...¨ ¿Quién lo culpará si rinde homenaje a la belleza del mundo? ¨ —dice de repente, está tan abstraído como yo, pero reconozco esa frase. Y claro, tenía que ser...
—Al faro —Puedo sentir como se me ilumina el rostro y eriza la piel de tan solo escucharlo nombrar palabras de Virginia Wolf.
—Te has vuelto parte de mi mundo, Elizabeth —Su voz no tenía intención de ser una declaración sino más bien una advertencia.
—Lo dices como si fuese algo malo.
—Depende. Por más que intente alejarme no puedo, por eso debes hacerlo tú.
—¿Y si no quiero? —Sonríe. Se ve tan adorable cuando lo hace que el simple hecho de regalarme su sonrisa me hace sentir mil cosas, cada una más extraña que la anterior
—Entonces no lo hagas.
Se escucha «Make You Mine», de Public, a la distancia. Sus ojos brillaban. No esperaba, al igual que yo, que ese instante estuviese acompañado por tal canción. Rompe el silencio, como si tuviese la necesidad de expresar muchas cosas y a la vez ninguna. Lo entiendo, así me siento en este momento.
—Tal vez no lo sepas, y puede que ahora te parezca absurdo; pero eres el faro en la tempestad de alguien. Recuérdalo, pecas.
Estoy ruborizada y siento cada centímetro de mi cuerpo arder. Quiero besarlo, pero a la vez, el momento es tan perfecto que dejo que tome su propio curso.
Se acerca, juega con mis cabellos y remoja sus labios. Tenerlo tan cerca, es toda una tortura. Muerdo los míos para controlar esta sed provocando que me tome del cuello de manera desenfrenada.
—Nicholas...
—No juegues con mi autocontrol, Elizabeth.
Cierro los ojos, sintiendo su respiración agitada. Entreabro los labios sumamente excitada, deseando tanto como él ese beso. En cambio, se levanta para ir dentro del apartamento, sin decir una sola palabra.
«¡Oh no, no me vas a dejar así Nicholas Gray!».
Me levanto de la escalera de incendios y camino de prisa para alcanzarlo. No le doy tiempo a reaccionar cuando lo volteo y estampo mis labios con los suyos en un beso. Me sujetó por los hombros con toda la intención de separare, pero no lo hizo. Pegó mi cuerpo a la pared y comenzó a besarme de una forma sedienta de deseo. Intensifica su agarre en la cintura mientras envuelvo su cuello con mis brazos.
Por más que intente negarlo, es más que evidente que me desea tanto como yo. Con su mano izquierda recorre mi cuerpo y levanta el filo de su pullover hasta alcanzar mi trasero. Lo aprieta y un gemido se escapa de su boca, obligándose a sí mismo a separarse.
«¿Pero qué rayos le sucede?»
—Lo mejor será que vayas a dormir.
No lo entiendo. Definitivamente no lo entiendo. Si me desea, ¿por qué insiste en alejarse de mí? Me da un beso en la frente y comienza a alejarse. Me quedo unos minutos más en la terraza, contemplando el paisaje. Intentando no pensar en ese beso, fingir, como él, que no pasó nada.
Entro a la sala de estar y observo a Nicholas acomodando el sofá con colchas y almohadas. Sospecho que dormiré ahí.
—¿Qué crees que haces? —Pregunta incrédulo al ver que me instalé en la sala.
—Ir a dormir, ¿eres ciego o qué?
—Yo dormiré aquí. Tú, dormirás en mi cuarto.
—¿En tu... tu cuarto?
—Sí.
—Pero... —Me interrumpe.
—No es negociable Elizabeth.
Me dirijo hasta su cuarto y me envuelvo entre las colchas. Tengo impregnado su aroma en las almohadas, aprieto una contra mi pecho imaginando que es Nicholas quien me abraza. Si ya sé, un poco cursi, pero consigo quedarme dormida al instante.
♡♡♡
—Elizabeth, despierta. Elizabeth... —Me levanto de golpe tras escuchar la voz de Nicholas. Mi pulso está descontrolado y me cuesta respirar con normalidad. Lo primero que veo es a él. «¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba en la habitación?»
—¿Qué haces...? —Uff, tiene una mala costumbre de no dejarme hablar.
—Estabas teniendo una pesadilla.
Y entonces recuerdo los brazos de Alex tocándome en mi sueño, fue algo horrible. No podía defenderme y no estaba él para salvarme y darle otro golpe en las narices. Silencio. Sus ojos no se despegan de los míos y percibo la preocupación que emana de ellos.
—Me llamas si necesitas algo.
—Nicholas, no te vayas —En estos momentos solo quiero sentir sus brazos alrededor.
—Elizabeth, yo no...
—Duerme conmigo —Mi voz es casi suplicante. No quería dormir sola y extrañamente me trasmite paz. Eso era justo lo que necesitaba.
—Yo no duermo con nadie.
—No quiero quedarme sola. Por favor —Se metió dentro de las colchas y olvidó las excusas por esta noche. Tenía la vista al techo. Su cuerpo se tensaba al sentir el roce de mis manos, que buscaban la forma de acomodarse. Recuesto mi cabeza a su hombro y lo abracé. Se mantenía en silencio, mientras me sentí protegida en sus brazos. Los brazos de un capullo engreído que intentó salvarme dos veces en la misma noche.
—Buenas noches Nicholas.
—Buenas noches Elizabeth.
♡♡♡
Nota de la autora:
¡Hola calabazas!
¿Qué les pareció el capítulo? Las piezas parecen ir tomando su lugar; ¿ustedes qué opinan?
Les adelanto que el próximo capítulo va a estar muy intenso así que sigan leyendo. *Inserto risa malvada*
No olviden votar y dejar sus grititos de emoción en los comentarios. ¡No sean fantasmitas!
Nos leemos pronto :3
Lela♡
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