7|Nerd al rescate
«Solo conozco dos fuerzas capaces destruir o enajenar a un ser humano: el ego y el orgullo».
♡♡♡
Solo tengo que disimular unas horas más y con suerte estaré bajo mi cobija leyendo a Hardy mientras tomo una jarra de café con leche.
Llegamos a la fiesta y a juzgar por el ambiente podría decir que la mayoría se encuentran ebrios. La música se escucha desde afuera donde hay personas fumando, otros bailando y parejas enrollándose. Lo típico en las fiestas.
Nos abrimos paso entre la multitud hasta llegar a unos asientos bastante céntricos. Caemos en el sofá de tal forma que pareciese que habíamos recorrido todo Londres a pie. Natalia trajo tres cervezas frías y Abi inicia la conversación pos–partido, de la que lamentablemente, no me puedo escapar.
—¿Les gustó el juego? Menudos pases. ¿Vieron al quarterback? ¿A qué es sexy?
—Abi entendemos que te ponga caliente el quarterback, créeme, nos pone a todas; pero pareces una niña con las hormonas descontroladas hablando de su crush. ¡Madura! —Natalia no tiene filtro, dice lo primero que se le pasa por la mente, por lo que suele ser algo... hiriente en ocasiones.
—Mira quien fue hablar, señorita ¨me tiro a media universidad para olvidar a un capullo¨. Sí, muy maduro eso de ir follando por ahí.
«Aunque lo nieguen, en el fondo son dos gotas de aguas».
—Al menos yo lo hago. ¿Desde cuándo no follas que estás así de amargada?
—Bueno, mínimo no soy virgen.
—¡Queréis parar de una puta vez! Pareces niñas —Señalo esta vez a Abi– Y tú, no soy tu argumento de defensa, búscate algo nuevo.
Después de tres cervezas más, mis amigas comienzan a entenderse mejor. «Debería agradecer al alcohol por eso». Zack se acerca a nuestra mesa y sus ojos están clavados en Abigail. ¡Vaya, parece que alguien tiene suerte esta noche!
—¿Quieres bailar? —La rubia está tan nerviosa al escuchar esas palabras que podía escuchar su corazón oscuro queriéndole salir del pecho. Asienta repetidas veces, casi en desesperación, a lo que Natalia y yo intentamos esconder la risa.
—Eros me odia y la vida es una mierda. Hasta la anoréxica pilló cacho hoy — dice Nat cerca de mi oído para que la escuchase mejor. No sé si reírme o ponerme seria para dar un consejo. Como siempre, la risa me puede.
—¿Qué dices, Natalia? Puedes tener al chico que quieras.
—Pero el que me gusta me ignora categóricamente.
—Porque es un imbécil.
—Lo sé —baja la cabeza. Es muy frustrante no poder ayudar a una amiga.
—Prueba a buscarlo, tal vez Eros es más solidario —Intento animarla, ahora que todavía tiene uso de razón.
—Necesito alcohol en sangre para tener los ovarios de confesarme.
—Solo asegúrate de no vomitarle encima, no sería una bonita declaración de amor —Me pone mala cara y la dejo por incorregible un rato.
Miro a mi alrededor. Hay muchos bailando, otros hablando; sin embargo, no tardo en tropezarme con su cabello miel despeinado y su porte inconfundible. «¿Qué hace él aquí? En una fiesta y... ¿leyendo?»
No despega su mirada de las páginas, parece tan concentrado. Ni siquiera se ha dado cuenta que lo analizo con la mirada.
«Mejor así Liz, no queremos que te ponga el cartelito de pelirroja acosadora»
La luz en esa esquina es tan tenue... ¿cómo puede leer así?
—Liz deja de mirar ya al rarito o por lo menos disimula un poco —dijo Natalia mientras daba un sorbo a su bebida.
Nicholas está sentado en el rincón más oscuro y apartado del salón de la fraternidad. Mantiene una postura rígida —como de costumbre— con las piernas cruzadas y la mirada perdida, pareciese incluso inamovible. Para mi sorpresa, sostiene un trago quien sabe de qué y con su otra mano un libro. Los segundos pasan y él solo acaricia las páginas como si su vida dependiese de ello. Lo observo; sin embargo, no consigo ver más allá de su actitud indiferente. No es más que un extraño para mí.
Por mucho que alguien intente mantenerse en el anonimato, rumores, especulaciones, siempre rondan a su alrededor. Nicholas no es la excepción.
No me creo toda esa fachada tan perfecta, debe haber algo detrás, estoy segura.
«Ni que fueras detective».
¡Cállate conciencia!
Solo tengo la seguridad de que despertó algo en mí. ¿Atracción? ¿Curiosidad? Da igual, en cualquiera de los casos, nada cambia el hecho de que se volvió mi maldita obsesión.
Hago caso omiso a las palabras de Natalia, ya lleva alrededor de siete tragos. De un tirón me lleva hasta la pista de baile, rodeada de universitarios borrachos y en menos de lo que mis ojos pueden percatar, me hallo sola. Mi amiga encontró, fácilmente, un cuerpo al que rozarse el resto de la noche. La habitación la percibo cada vez más grande y yo estoy aquí, bailando —o algo por el estilo— para una multitud de ojos observadores.
Entre tanta oscuridad, está él. Sus profundos ojos dorados se encuentran pendientes de cada movimiento de mis caderas. Se acomoda en el sofá, regocijándose y saboreando el alcohol que baja lentamente por su garganta.
«¿Solo piensas mirar, Nicholas Gray?»
Consigo dejarme llevar por la música. Muevo mi cuerpo con la sensualidad correspondiente, al fin y al cabo, la mayoría están demasiado ebrios como para notar mi falta de experiencia.
«You Can Leave Your Hat On», de Joe Cocker hace vibrar las paredes de la fraternidad. Miro desafiante a Nicholas y una sonrisa pervertida aparece en su rostro. Esa fue mi luz verde para comenzar a bailar.
Me sumerjo completamente en la canción. La seguridad —que tantas veces huye de mi—, logro encontrarla al cerrar mis ojos. En cada tempo me siento más libre. ¡Amo esa sensación!
A mitad de la música siento unas manos fuertes apoderarse de mis caderas, haciéndome girar. Busco donde sostenerme para no perder el equilibrio y abro los ojos. Mi mente me juega una mala pasada al deducir que se trataba de él; pero no, Nicholas no se arriesgaría a dar de qué hablar. La decepción cambia de lleno mi expresión.
Alexander Blakewood —mejor conocido como Alex— es el mariscal del equipo de fútbol rugby. Disfruta de un cuerpo atlético que pareciese esculpido a mano y unas facciones griegas en perfecta sintonía con su iris azul. Además, tiene a medio campus detrás de su trasero, no solo por sus dotes físicos; sino por ser el hijo único de Richard Blakewood. ¡Todo un partidazo mi ex novio!
Por él y su equipo cachas sin neuronas es esta fiesta.
—¿Natalia te dejó sola, Eliza? —Su tono, claramente seductor, irrumpe en mis fosas nasales, exponiendo su embriaguez.
No le respondo, giro mi rostro cuarenta y cinco grados lo que hace intensificar su molestia. Por la manera en que me observa presiento que esta conversación no resultará nada agradable. Mi indiferencia solo provoca que entierre cada vez más sus dedos en mis caderas. Hago un intento por soltarme, pero este resulta inútil.
Busco con la mirada a Nicholas en dirección a los asientos del fondo; sin embargo, ya no está. ¡No sé de qué me sorprendo!
Empujo a Alex lo suficiente como para desprenderme de su agarre y camino de prisa en dirección a las habitaciones en la segunda planta, conociendo a Natalia, con suerte la encuentre en una de ellas. Al subir las escaleras, el brazo de Alex me impide avanzar. Uno de mis pies tropieza con un escalón y recurro a la barandilla como apoyo. Sin dudas, tacones y escape no es una buena combinación.
«Nota mental: No volver a hacerle caso a Natalia».
—¿A dónde crees que vas Eliza? —dice, intensificando su agarre.
—¡Me lastimas! —Con mi mano libre intento quitar la suya, al parecer mañana tendré una marca, nada bonita, en mi muñeca.
—¿Crees qué eso me importa? —Pregunta, elevando cada vez más la voz —Contesta.
—¡No es tu problema Alex y suéltame de una puta vez! —Piso su pie con la punta del tacón y consigo soltarme. Subo cada escalón lo más rápido que me permiten mis piernas.
Llego al pasillo casi sin poder respirar, al ser más ágil, me alcanza al instante. Alex me aprisiona contra uno de los pórticos de la segunda plata. Eleva mis brazos y ejerce fuerza en las muñecas, con su cadera tendida sobre mis piernas, a medio giro, consigue inmovilizar todo mi cuerpo.
Recorre con su nariz mi cuello, despacio, como si disfrutase de la cata de un buen vino. Una mueca de asco se dibuja en mi rostro y volteo, mis ojos desprecian el ente en que se ha convertido.
—Dime Eliza, ¿acaso piensas que puedes jugar conmigo? —dice en ese tono que no me gusta nada y todos mis sentidos se mantienen alertas.
—No tengo la culpa de que seas un imbécil resentido —Escupo las palabras que a conciencia sé, que solo empeorarán la situación; en cambio, no existe la forma de hacer callar a mi impertinente lengua.
Un golpe al lado derecho de la pared, a centímetros de mi rostro, me estremece desde la cabeza hasta los pies. Nunca antes había experimentado el miedo. Podía, con facilidad, escuchar a mi corazón bombear a velocidades altas. Sobresaltada y con la respiración echa un caos, enfrento su mirada acusadora y llena de rabia.
«Nota mental: no hacer enojar nunca a un ex».
—Te crees muy lista no es así; pero dime ¿de qué te sirve ahora? Solo mírate, estás indefensa ante mí. Asustada, sola... —Acaricia mi cabello y se lo lleva a la nariz, inhalando su aroma de lavanda. Me toma por la mandíbula en un movimiento brusco e inesperado, demandando atención —¿Qué pasaría si robo lo único que te hace especial? Me dejaste por conservar esa pureza, ¿recuerdas? Pero no te sientas mal, te estoy haciendo un favor Eliza, no siento rencor hacia ti. A resumidas cuentas, dije que serías mía y hoy te cansarás de gritar mi nombre.
—Estás como una maldita cabra, Alex.
—¡Cierra la boca, perra! —Levanta su mano derecha e impacta toda su fuerza en mi rostro.
Comienza a apretar mis senos, seguidamente se apodera de mi cuello de manera violenta y desesperada, intenta morder mis labios, de inmediato mi reflejo es cerrar la boca.
Niego con la cabeza. Es más fuerte que yo, no puedo hacer nada. Las palabras me las arrebató al osarse a ponerme una mano encima. Las lágrimas recorren mi semblante derrotado hasta morir en mi pecho.
La única razón por la que se acercó a mí fue para quitarme la virginidad y aumentar su maldito ego, con el afán de contárselo a todo aquel que se cruzase en su camino, como otra más de sus victorias. Después de todo este tiempo, Alexander Blakewood, conseguirá su objetivo.
Esta es la última vez que me dejo convencer por Natalia, mira nada más en que lío estoy metida: en un pasillo desierto y oscuro a punto de ser violada por el imbécil y borracho de mi ex. ¡Genial, planazo para un sábado en la noche! «Nótese el sarcasmo».
Me mira con sus pupilas dilatadas y deja claro sus ansias de tenerme, lo que ocasiona un tifón de pánico y miseria en mi interior. Hace trizas la parte delantera del vestido y deja a la vista el sujetador negro de encaje, que tanto insistió Natalia para que lo usara esta noche. Mis pequeños pechos se encontraban expuestos en aquella oscuridad, haciéndome sentir sucia y utilizada.
Mi cuerpo repudia las manos que no paraban de palparme, de conocer lugares de mi piel que no expongo. ¡Solo deseo que acabe esta pesadilla!
Cierro los ojos, resignada a lo que va a pasar.
Alex desliza su lengua por toda la zona de mi cuello hasta llegar a mis pechos donde se detiene en seco. No volví a sentir más su contacto con mi piel.
—¿Qué mierda...? —Lo escucho decir, ni siquiera pudo terminar la frase entera.
Recibe un golpe que lo hace perder el equilibrio y me libero de su agarre. Abro los ojos y el desconcierto de ver esa basura tirada en el suelo, agonizando del dolor y sujetándose la nariz con sus manos ensangrentadas, nubla mis pensamientos.
«¿Cómo carajo sucedió eso?»
Lo primero que pasa por mi cabeza es cubrir mi cuerpo con las manos, siento mucha vergüenza de que alguien más me viese de esa forma.
Alzo la vista y una figura impotente, corpulenta, rígida, resalta entre tanta lobreguez. Su cabello rebelde y expresión serena, su muñeca cubierta de sangre, captura mi campo de visión. Y esos ojos, sus ojos avellana, me hablan a través del silencio.
Era Nicholas.
Observo, a pocos metros de Alex, sus gafas rotas y el libro que leía hace apenas un rato. «Es... ¨El retrato de Dorian Gray¨. ¡¿Estaba leyendo mi libro?!» Lo recojo y resguardo contra mi pecho.
—¿Estás bien? —Pregunta con su voz fría e impasible.
Esquivo la mirada y con una mano acaricio mi mejilla, aun siento el ardor quemar mi piel. Él parece percatarse; pero esta vez, se dirige a la basura que se retuerce en el suelo. Sin avisar, le da una patada en el abdomen.
—La próxima vez que le pongas las manos encima a una mujer, piénsalo dos veces.
Acaricia la mano con la que me cubría la mejilla y poco a poco la desplaza por la suya. Nos quedamos en silencio, las palabras no son necesarias para comunicarnos. Me observa más calmada y toma mi muñeca con impaciencia.
—Larguémonos de aquí —Propone. No digo nada, solo asiento y recibo su cazadora de cuero para cubrir lo que queda de mi vestido, acto seguido nos abrimos paso entre la multitud.
Salimos fuera del edificio, concretamente hasta el aparcamiento. Esperaba encontrarme con un carro, pero está claro que hoy no es mi día de suerte. «¡Dios, dime que es solo una broma!»
Toma su casco y me lo brinda. «¡Carajo!»
—¿Acaso piensas que me voy a montar en esto? —Miro el casco y luego la moto.
—No tienes muchas opciones —dice en tono neutral, restándole importancia a todo.
—Ya, pero... —Iba a protestar, pero me interrumpe con su carácter impávido.
—Sube y calla Elizabeth —Su voz impone bastante y no tengo idea de si es lo correcto, pero ahora mismo, solo quiero alejarme de aquí.
Y así, con su chaqueta y mis manos hincadas a su cintura, acelera sin mirar atrás.
«Nicholas, no debiste volverte mi misterio...». Me digo a mí misma mientras aprieto un poco más su abdomen, buscando refugio.
Miro las luces de la ciudad conforme avanzamos. La brisa golpea mi rostro que reposa en su espalda. «¿Quién me iba a decir que sería tan agradable montar en esto?».
Llegamos enseguida, para mi pesar. Me acompaña hasta el dormitorio y busco las llaves en la cartera. «¡Mierda! ¿Dónde están?» A mi mente llega un lapsus donde veo mi llavero de estrellita encima de la cómoda.
«¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?»
Estoy nerviosa, Natalia no se equivoca cuando dice que soy un desastre. Nicholas se da cuenta y me toma del brazo, haciéndome girar. Quedando frente a él.
—Puedes dormir conmigo Elizabeth, pero solo esta noche. No te acostumbres.
♡♡♡
Nota de la autora:
¡Hola calabazas!
↓↓Grititos por aquí↓↓
¿Qué les pareció el capítulo? Puede que nuestro Dios griego Eros, esté haciendo un buen trabajo después de todo.
¡Levanten la mano los que se quien ir a dormir con Nicholas! Sin dudas vuestra autora es la primera *guiña un ojo*
¿Qué creen de Natalia y Erick? ¿Conseguirá Nat emborracharse para declarase u olvidarle?
Dejen todas sus teorías en los comentarios.
Si les gustó no olviden votar antes de pasar al siguiente capítulo. ¡No sean fantasmitas!
Nos leemos pronto :3
Lela♡
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