22|Monstruo
«Incluso en la locura, tus miedos toman las riendas».
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Nicholas:
—¡¿Caleb?!
Escuchar su nombre después de quince años me hizo revivir aquel episodio de mi vida. Aquellos años donde vivía en las entrañas del monstruo y que, sin darme cuenta, sin quererlo, algo de ese infeliz se quedó en mí. Por más que intente arrancarlo su temperamento y el mío, es lo mismo. Casi un año sin ver a mi madre y cuando lo hago, le recuerdo a la causa del por qué aún vive episodios de pánico. Sí, Caleb es mi padre.
El mismo Caleb que nos abandonó cuando yo apenas tenía siete años de edad, luego de ver con mis propios ojos la paliza casi mortal que recibió mi madre y; ¿por qué? Por amar a un maldito monstruo.
Intento tranquilizarla. Tomo sus manos y le brindo seguridad. Es lo único que necesita en estos momentos.
—Soy yo mamá, soy tu Nicholas —Hacerla entrar en razón en pleno ataque de ansiedad es una causa perdida; sin embargo, siempre lo hago.
Me niego a pensar que puede llegar a compararme con la persona que la dejó en ese estado solo por un parecido físico. Me aterra ver como revive una y otra vez ese evento en su cabeza, sin poder hacer nada al respecto.
—No me hagas daño, por favor, no lo hagas —Sigue ensimismada y se refugia entre las sábanas.
Tiene miedo, todo su cuerpo tiembla por ello y con sus manos cubre los ojos, como si estuviese viviendo una pesadilla. Esa es su realidad, vivir día tras día con los recuerdos haciendo estancia en su memoria, atormentándola y en ocasiones robando su respirar.
Ella sufre de TEPT, (Trastorno de estrés postraumático) una condición psicológica en las personas cuando viven eventos, por lo general, desgarradores y que los marcan toda una vida.
—Jamás lo haría.
—Ya no te creo Caleb... —Entre lágrimas y un quejido me responde, arrancando un pedazo de mi alma.
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Año 1998, la crisis económica era cada vez más arraigada en Europa Occidental y con ello el índice de suicidios, empresas en quiebra... iba en ascenso. Una realidad decadente de la cual, fui testigo.
Caleb Gray, todo un bróker pudiente de la sociedad inglesa en los últimos años del siglo pasado. Por las calles de Londres se murmuraba sobre el empresario que se hizo millonario en unas horas, del genio de las finanzas, de quien se robaba las portadas de ¨The Times¨... pero pocos sabían la verdad tras una fachada tan perfecta.
Todos sus intereses y acciones se encontraban en los bancos extranjeros, principalmente, en España y Grecia propiciando la quiebra casi en un instante tan fugaz como el de su repentina fortuna.
Un hombre que se esconde detrás de un despacho, haciendo cuentas e inversiones, pidiendo préstamos porque se encontraba ahogado en los números que defendió toda una vida. La ansiedad y el estrés se apoderaban de él, haciéndole ver cada vez más difícil la salida. El suicidio no era una opción para mi padre —si es que puedo llamar así a esa basura— el desquitaba su enojo y frustración con la única persona que a pesar de ver a la bestia se quedó para besar sus garras.
A medida que pasaba el tiempo su forma de proyectarse cambió, no lograba separar ni discernir el trabajo y su vida, cada día más sobregirado y exaltado, pero como toda historia el que ama es quien paga los platos rotos.
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Se veía encerrado en la cotidianidad de su estudio, mirando las proyecciones de la bolsa de valores, haciendo pronósticos para recuperar parte de su economía... Faith lo llama, como cada noche, para cenar en familia. En cambio, Caleb no responde, se mantiene absorto entre números, acrecentando su ansiedad y desesperación. Ella lo busca y entra al despacho sin tocar, le ve ensombrecido, inmerso en papeles.
Se acerca hasta coincidir con su rostro y susurrar un... —Amor; ¿Acaso no cenarás hoy tampoco? Nico y yo llevamos rato esperando... —En un giro brusco Caleb la golpea con el codo en el rostro, mi madre sujeta su mejilla y lo mira con cierta inseguridad en sus ojos, entristecidos por ver la realidad, que oculta ante la sociedad y que la obligan a callar. El amor te hace débil cuando de soportar dolor se trata, se niega a ver que el hombre al que ama no es el mismo que antes, su humanidad se apagó el día en que tuvo la osadía de golpear a quien juraba amar.
Porque... si amar es entregar tu única arma a alguien que puede destruirte; es que estás completamente seguro de que ese alguien no lo haría. Y ahí es cuando sientes que caes de una séptima nube y te enfrentas a una realidad, con el corazón abierto, recibiendo una a una las balas. Pero te has vuelto tan dependiente, no de la persona, sino del sentimiento, que arrancarlo de golpe es como intentar sanar sin vendas ni cosidos.
—Déjame Faith, no entiendes —La toma por los hombros, zarandeándola hasta estamparla contra la puerta que da al recibidor principal.
Gritos de mi madre escuchaba al otro lado del vestíbulo, un estruendo hace por llevarme hasta el despacho. Un quejido ahogado y un llanto retenido me invade nada más entro. Sentí miedo, no era la primera vez que veía así a mi madre; sin embargo, ese día descubrí el porqué de su sobrecogimiento. Ella estaba en una esquina, tirada en el suelo con sus manos sujetando sus rodillas y Caleb de pie frente a ella con aire autoritario.
Se levanta con sumo esfuerzo y me toma del brazo para llevarme hasta el comedor. Me dice entrecortado e intentando ahogar su tristeza, en parte, para no hacerme saber: —Vayamos a cenar mi pequeño Nico, papá hoy no nos va a acompañar —Cubre su moretón en el cuello con una bufanda de cachemira colgada en el perchero de la entrada.
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Salgo de mis recuerdos, la primera imagen que impacta y arremete contra mí es la de mi madre en una esquina de la habitación, sujetando sus rodillas y haciendo con su cabeza una señal de negación. No me queda otra opción más que sedarla, hasta que lleguemos al hospital psiquiátrico y sea atendida. Tomo el medicamento y la inyecto contra su voluntad, hasta que cae rendida a mis brazos, acaricio su cabello y unas lágrimas recorren mi rostro.
Pasados unos minutos, ya tenía todo listo. Las maletas estaban en el taxi y con sumo cuidado ubico a mi madre en el asiento trasero. Tomo los billetes de avión, puesto que así solo será una hora de viaje, no dispongo de mucho tiempo hasta que pasen los efectos del sedante.
Al llegar al hospital, toman sus datos y la ingresan, hago el pago por los primeros seis meses y la acompaño hasta la sala donde la tendrían los primeros días en observaciones. No puedo entrar, ni siquiera se me permitió despedirme, solo observo en silencio desde el otro lado de un frío cristal que se empaña en un suspiro.
Un hombre en bata blanca, con alopecia, de mediana edad, se me acerca para compartir conmigo un diagnóstico que yo mismo hice hace varios años según lo que leía.
—Su madre, padece un caso muy particular del TEPT. La mayoría de las personas terminan superando un evento como fue el abuso doméstico y la agresión sexual; en cambio, en la paciente se ha extendido por quince años. Tampoco ha sido tratado por lo que los episodios de pánico y las depresiones tienden a ser más fuertes...
Dejé de escuchar en el instante que observaba a mi mamá, luchando contra las pesadillas que se negaban a abandonar su mente. La voz del psiquiatra la sentía cada vez más lejos y en su lugar apareció la voz de Caleb.
—Faith —Un grito desgarrador hizo eco en mis pensamientos y me transportó a una de las tantas alucinaciones de mi madre.
Una tarde de abril del año 1999, había tenido una pelea en mi antiguo colegio —como de costumbre— No solo el físico heredé de mi padre sino también su carácter temperamental y la capacidad casi absurda de meterse en problemas. Quizás las peleas era mi forma de llamar la atención, de pedir a gritos ayuda, hacer ver, sobre todo a la decadente sociedad, que las apariencias engañan y que por mucho que se esforzaran en mostrar una familia perfecta, la verdadera cara es un hogar disfuncional.
Claro que en aquel entonces no hacía estos análisis, solo tenía ocho años, pero no por ello tenía el desconocimiento que supuestamente me ¨protegía¨; o eso creía mi madre, tenía conciencia de lo que pasaba entre las cuatro paredes del despacho de Caleb, de lo triste que es ver a la persona que amas echa cenizas por su propio fuego.
Faith había ido a una reunión con los directivos por mi ¨mal comportamiento¨ en una institución ¨respetable¨ y que es ¨inadmisible¨. Con otro incidente de la misma índole —y esto se refería a volver a romper la mandíbula a otro estudiante— no sólo era expulsado, sino que iba con destino al reformatorio. Ella me traía a casa y todo el camino venía dando lecciones de moral y buen proceder... Quitando el patético discurso, ella me entendía. Sabía con exactitud el porqué de ese comportamiento y, ante todo, se preocupaba.
Para cuando llegamos, Caleb estaba en su estudio como de costumbre...
Faith se sienta en el sofá detrás del vitral que ilumina todo el salón. Tomo asiento a su lado y entablamos una conversación, sobretodo, para ventilar algunas cosas sobre lo sucedido en la escuela, que ella, como su responsabilidad debía cerciorarse de que su pequeño no terminara en una correccional.
Por primera vez, Caleb se escapó de las cifras y números... pero no para bien. Escuchó toda la conversación, por más extraño que parezca, y salió hecho una furia de la pared que lo divide del mundo a su alrededor.
«Grita»
—Faith —Abre los ojos en respuesta, abrumada y podría jurar que el miedo comenzaba a recorrerla. Se dirige para acudir el llamado de su esposo.
—¿Qué amor?
—Explícame qué sucede con Nicholas...
La mira exasperante, comienza a tener sudores y un puño se cierra por la espera.
—Mi vida, Nicholas tuvo una pelea con un chico de su aula, por... —Una mano choca en su rostro desprevenida.
—Todo esto es tu maldita culpa —Grita, estremeciendo toda la habitación —Deberías atender y velar por nuestro hijo —Se estampaba otro golpe en la mejilla que restaba —Ni para ello sirves Faith, eres una inútil.
Observo aquella escena, que hubiese deseado haber borrado de mi mente justo ese día, como cae rendida en el suelo, llorando y pidiendo perdón entre sílabas. Mendigando un poco de amor, cuando en su hijo podía encontrar el apoyo que necesitaba, solo tenía que resistir. Miraba al suelo de impotencia, pero sus temblores le impedían responder.
El asombro cautiva mis ojos, el tenis invadía mi cuerpo y mi mente volaba porque no creía lo que pasaba, no quería aceptarlo. Me sentía culpable por ello, es como si cada golpe que venía en mi dirección ella los recibiera por mí. Esta vez no podía permitirlo.
—No papá, no sigas, no le hagas daño a mamá... por favor —Bloqueo un golpe que iba dirigido a las costillas y enfrento a mi padre.
—Apártate Nicholas, esto no es asunto tuyo —Vocifera contra mi rostro y me hace retroceder unos pasos; sin embargo, mantengo mi actitud sólida.
—No dejaré que le vuelvas a poner una mano encima —Su risa se ensancha y dirige su vista a ella.
—Faith, Faith... ¿ahora intentas ponerle en mi contra? No seas patética, Nicholas es igual a mí, acéptalo de una puta vez.
Caleb coge del perchero la gabardina y su boina y se marcha de casa dejando atrás un estrepitoso portazo.
—Mi niño —Me abraza entre lágrimas y susurra a mi oído, sintiendo nuevamente paz en mi interior —Fuiste muy valiente —Asiento y beso sus manos heladas.
—¿Estás bien mamá?
—Ahora lo estoy —Besa mi frente y me envuelve en sus brazos.
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Abro los ojos, la luz blanca cegadora penetra en mis ojos. De vuelta a la realidad...
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Nota de la autora:
¡Hola calabazas!
¿Qué les pareció este capítulo? Vieron como poco a poco nos adentramos en la mente y los recuerdos de nuestro Nico. No sé ustedes, pero yo lo admiro mucho por la manera en que se enfrenta a sus miedos y a la vida.
Recuerden votar antes de leer el siguiente capítulo, no lleva nada de tiempo y ayudarían a que esta hermosa familia siga creciendo.
Nos leemos pronto :3
Lela♡
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