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CAPÍTULO SIETE: Marlene y Bluma

 Finlandia, 13 de julio del 2022, 5:22 pm

Quedan poco más de 11 horas para el fin del mundo

Tarareo la canción de cuna otra vez. Lágrimas silenciosas ruedan por mis mejillas y mojan el vestido azul que me obsequió mi hermana hace algunas semanas. Hace calor. El aire acondicionado acompaña mi melodía con su constante zumbido, ajeno a la melancolía inyectada en el tono de mi voz.

Las últimas luces del atardecer tiñen la habitación de anaranjado, los muebles blancos son los que más resaltan. Es un día precioso en el exterior. Las copas de los árboles se agitan levemente a causa de una brisa suave que acaricia las ramas. Decidí sentarme aquí para poder observar el ocaso una vez más. El momento en el que el sol se esconde detrás del horizonte siempre me resultó mágico.

Nada se percibe distinto en el mundo, al menos, en lo que rodea a mi hogar. Salvo, quizá, por algunos ruidos lejanos que llegan desde la carretera principal y que no puedo distinguir con claridad.

Al mismo tiempo, una pesadez inexplicable me asegura que la alarma ha sido cierta. Supongo que podría tratarse de mi instinto maternal, que está despertando de a poco.

¿Acaso el fin del mundo no podía esperar dos semanas más?

Tengo un nudo en la garganta y el estómago revuelto, o tal vez se trate de mi pequeña Bluma, que no llegará a florecer y que se agita con impaciencia ante mi angustia.

Treinta y ocho semanas y cuatro días de embarazo. Moriré sin conocer a mi hija. Sin saber si ha heredado mis ojos verdes. Sin escuchar su llanto. Sin abrazarla contra mi pecho. Sin...

Interrumpo mi tarareo para soltar un grito desesperado. La beba se mueve con más insistencia en mi interior, inquieta.

—Te amo, mi niña. Aunque no podamos conocernos, tu mami te ama. Lo juro —susurro entre lágrimas y con la voz entrecortada.

En mi egoísmo, pasé las primeras horas después de la alarma debatiendo si debía intentar forzar un parto prematuro o llamar al hospital para exigir una cesárea inmediata que me permitiera besar la frente de mi hija y estrecharla entre mis brazos aunque fuese solo una vez.

Luego me convencí de que hacer eso sería injusto para Bluma. ¿Nacer solo para morir unas horas más tarde? No lo merece.

Odio esta situación.

Acaricio mi enorme barriga con ambas manos para poder sentir los movimientos de mi beba, para transmitirle el amor que siento por ella y para decirle que estaré a su lado, protegiéndola hasta el final.

Si pudiera dar mi vida a cambio de la suya, lo haría.

Trato de tararear otra vez. Me cuesta. Ya no logro concentrarme.

Escogí pasar el resto del tiempo que nos queda a su lado, sin nadie más. Cerré la puerta del cuarto con llave y apagué el teléfono. No quiero que nos molesten, que me quiten siquiera un segundo junto a mi hija. Ya escribí una despedida a mis seres queridos hace varias horas. El resto, se lo dedicaré a Bluma y a nadie más.

Seco mis lágrimas con un pañuelo descartable que descansa sobre la mesada que está a mi lado, junto a la silla. Luego, tomo una gran bocanada de aire que suelto de a poco, con lentitud. Es un ejercicio que repito dos o tres veces y que me ayuda a calmarme.

Cuando la agitación en mi pecho comienza a desaparecer, decido expresarme.

—Bluma, preciosa. No te imaginas cuántas ganas tenía de conocerte. De abrazarte, de cantarte hasta que te durmieras. De disfrutar de cada paso de tu crecimiento: los primeros pasos, las primeras palabras, el primer día de clases, el primer amor... todo. Desde que supe que estabas en mi vientre que no he podido dejar de soñar despierta con los recuerdos que forjaríamos, con los momentos que íbamos a compartir. Tenía muchas ganas de trenzar tu cabello y atar tus agujetas, de jugar contigo y de aprender a cocinar recetas solo para verte feliz. Sé que la maternidad es difícil, en especial cuando hay que atravesarla sola, pero estaba... digo, estoy preparada para afrontar lo bueno y lo malo, la alegría y el estrés. Todo. Por ti. Contigo, mi niña, mi Bluma. —Las palabras escapan pausadas, entrecortadas y lentas—. Tu mami te ama y sabe que, si el destino lo hubiese permitido, te habrías convertido en una niña increíble. Si cierro los ojos, puedo imaginar tu sonrisa, tardes en el columpio que instalaría en el jardín para ti, vacaciones en la playa mientras construimos castillos de arena y muchísimo más. Me... me cuesta creer que todo aquello nos ha sido arrebatado antes de que lo obtuviéramos. Es injusto. Y no sé a quién culpar. —Limpio mi nariz, que comienza a aguarse—. No me odies, bebé. Por favor, no te enfades por lo que ocurre que, si de mí dependiera, te salvaría sin importar el costo. Porque, para mí, tú eres lo más importante. No imaginas cuánto luchamos tu papi y yo para que pudieras venir. Y, aunque él ya no está porque tuvo que irse antes de tiempo, su sueño y el mío sigue siendo el mismo: tú. Nuestra pequeña Bluma. El milagro por el que pedimos durante tantos años. —Hago una pausa para tragar saliva—. Espero... realmente espero que, a donde sea que vayamos al morir, podamos reencontrarnos. Tú, yo y tu papi. Los tres. No creo en el cielo ni en el infierno, tan solo... deseo con fervor que exista un sitio al que van las almas. Si es así, te buscaré al llegar. Yo...

Abro los ojos de repente, aterrada. Siento la humedad que se cuela entre mis piernas y que llega hasta los tobillos. El vestido, la silla y la alfombra se han mojado. ¡No puede ser! Acabo de romper bolsa...

"Bluma también quiere salir y conocerme", pienso.

Tengo miedo. A esta hora, dudo que en el hospital quede alguien que desee atenderme. Seguro que el personal se ha ido a pasar lo que queda de tiempo con sus familias. Además... ¿podrá mi beba nacer a tiempo? ¿O el mundo se acabará antes de que ella conozca el exterior?

—Bebé, no. ¿Por qué? No es seguro para ti... —lloro.

¿Qué debo hacer?

Me desespero.

Con cuidado, y sin que me importe la humedad que me cubre, busco el teléfono móvil y lo enciendo. Me tiemblan las manos. ¿A quién debería llamar?

Marco el número de mi obstetra. No atiende.

Marco el número del hospital. Nada.

¿Mi mamá? No, ella no sabría qué hacer.

Al menos, todavía funciona la señal del aparato.

Abro internet y busco los datos de la iglesia del pueblo. Tal vez, y solo tal vez, alguien allí esté dispuesto a ayudarme.

—Buenas tardes —dice una voz al otro lado—. El último servicio será a las...

—¡Ayuda! —grito—. Mi bebé está por nacer. El hospital no atiende. Ayuda. Por favor. Rompí bolsa.

La mujer al otro lado interrumpe su discurso.

—Deme su dirección. La hermana Leyna estará allí en no más de veinte minutos.

—Gracias —suspiro y me dejo caer de rodillas al piso—. Gracias a Dios.

No soy creyente, pero admiro a las personas que están dispuestas a ayudar a otras sin importar su religión o su situación. Esta mujer no preguntó si atiendo a misa, si estoy bautizada ni nada. Apenas oyó mi situación y ofreció el apoyo que Bluma y yo necesitamos.

Con los hombros un poco más relajados, le indico cómo llegar a mi hogar. Prometo que dejaré la puerta abierta y que aguardaré recostada en mi cama.

—Mi pequeña, ahora que has decidido salir antes de tiempo para conocerme, realmente espero que logres llegar a mis brazos antes de que el mundo se acabe. Prometo que te abrazaré hasta el último segundo que tengamos.

GRACIAS POR LEER :)

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