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CAPÍTULO QUINCE: Martin


Londres, 13 de julio de 2022, 20:03 hrs. 

Quedan menos de 6 horas para el fin del mundo. 


La puerta de la tienda se abre por quinta vez y él tiembla. A su alrededor hay unas cincuenta personas en distintos estados de nerviosismo e incluso histerismo. Para un observador poco atento, él parece tranquilo. Quizá demasiado tranquilo. Pero no está nada tranquilo, es solo que la vida le ha enseñado a no mostrar lo que de verdad siente. "Es una forma de supervivencia", le dijo su padre cuando tenía diez años. "No llames la atención, que los demás no se fijen en ti". Martin le hizo caso desde el primer día de clases en el nuevo colegio, ubicado en West End.

No era un colegio para él, sino para niños ricos. En un mundo ideal, jamás hubiera entrado a estudiar allí. Pero su padre era un habilidoso jardinero que, con su trabajo, se había ganado el respeto y el cariño de muchos clientes que vivían en las mejores zonas de la ciudad. Cuando uno de ellos, mister Wayne, supo que su empleado favorito tenía un hijo que apenas sobrevivía en un colegio de mala muerte en Newham, se ofreció a conseguirle una beca en otro mejor. Y lo logró. Maldita sea si lo logró.

Martin se había esforzado por no llamar la atención, por hablar lo justo y necesario, por nunca hacer nada ridículo, por mantener la cabeza gacha. Pero eso no había servido de nada. Intentar ser invisible cuando eso es imposible es otra manera de hacer que los demás se fijen en ti, en particular cuando se trataba de William Archer, el amo y señor del colegio. Desde que Archie, como lo llaman todos, puso los ojos sobre Martin, la vida se transformó en un infierno. Golpes, insultos, escupitajos... cada vez Archie y sus amigos escalaban más, porque lo ya hecho no era tan divertido, había que innovar.

Para cuando tenía quince años, lo único que Martin deseaba más que morir era matar a Archie y a cada uno de los que le reían a sus gracias o lo acompañaban en sus travesuras. Pero Archie no murió, y Martin tampoco, el que falleció fue su padre, de un ataque al corazón. Luego del shock de la pérdida, Martin albergó la esperanza de que, muerto su papá, la beca perdiera validez y a él le permitieran volver a su antiguo colegio en Newham, pero por supuesto no tuvo esa suerte. Al contrario, los profesores lamentaron su desgracias delante de sus compañeros, lo que sirvió únicamente para que Archie decidiera guardar energías durante algunos días para luego desatar sobre él su furia y aburrimiento contenidos.

Nunca supo cómo, pero logró sobrevivir sin volverse loco hasta los diecisiete años. El día que se graduó del colegio, se fue a un parque cercano, rompió el diploma y lloró. Eso fue hace dos años. Desde entonces, se dedica a lo mismo que su padre: la jardinería. Al principio, todo había ido bien. Le gustaba su trabajo, vivía en un pequeño pero cómodo departamento, incluso tenía un amigo llamado Phill. Vivía su vida sin llamar la atención y, al menos ahora, estaba funcionando. Hasta que solicitaron sus servicios en una casa de Chelsea. Quien lo contrató fue alguien de apellido Black, y luego entendió que debía tratarse de un sirviente, porque los dueños del lugar no eran otros que los Archer.

Estaba cortando un arce japonés cuando lo vio. Había cambiado, se lo notaba más adulto, a pesar de que no tenía más que diecinueve años. Se peinaba diferente y llevaba el polo de la universidad a la que asistía. Tomaba un martini con su hermana, riendo sobre alguna anécdota. Martin se encogió sobre sí mismo, intentando no llamar la atención. Si no lo veía, no pasaría nada. Tenía que terminar su trabajo y salir de allí para nunca volver, eso era todo. Pero claro, no tuvo esa suerte. En un momento, Archie se levantó para ir a la cocina y, al pasar frente al ventanal que daba hacia el patio, lo vio.

—¿Marty? ¿Martin Rice? ¿De verdad eres tú?

Martin se quedó inmóvil, sin saber qué hacer o decir. Cuando Archie se acercó para darle un abrazo a modo de saludo, él apenas reaccionó.

—Vaya, vaya... no esperaba verte. ¿Cómo estás?

Salió de la casa media hora después, con una sensación creciente de náusea. Pero no podía vomitar en Chelsea. Caminó hasta la avenida más cercana para tomar un taxi, no le importaba si con eso se gastaba toda la paga del día. Necesitaba huir de ahí, dejar de respirar el mismo aire de Archie.

La idea le llegó por la noche, en medio del insomnio: tenía que matarlo. No importaba cuándo, cómo o dónde. Solo tenía que hacerlo. De lo contrario, volvería a encontrárselo en el momento menos esperado. De lo contrario, siempre tendría que vivir sin llamar la atención. Preparó todo con minuciosidad. Compró un arma, aprendió a usarla, lo espió para aprender sus rutinas, analizó sus datos hasta dar con el momento adecuado.

Estaba listo para hacerlo en dos semanas más... pero sonó la alarma. Esa maldita alarma que indicaba que el mundo se acabaría en quince horas o algo así. Entonces, decidió que no podía esperar. Que no importaba lo que pasara con el mundo, Archie se iría antes, y lo haría por su mano. No previó que afuera todo sería un caos luego de que la gente entendiera que lo del fin del mundo iba en serio y que, en vez de a Archie, encontraría a miles de otros sin saber qué hacer por las calles de Londres. Así terminó en una librería del Soho, rodeado de extraños que, como él, se han escondido allí en algún momento para refugiarse de los peligros del exterior. Extraños que están a punto de volverse locos por el pánico que está por comenzar.

Porque él no está asustado, no tiene miedo. Lo que lo embarga es rabia. Rabia por haber llegado tarde, por no haberse vengado antes. Ahora jamás encontrará a Archie ni podrá darle tres tiros en el cráneo como había soñado tantas veces. Se le acaba el tiempo. A todos se les acaba el tiempo.

Entonces, deja de temblar. De no haber tanto grito e inquietud, quizás alguien se fijaría en él en este momento. No demasiado alto, para nada guapo, un tipo común y corriente, pero que sostiene un arma con el seguro pasado.

Pero nadie se fija en él. No hasta el primer disparo. 


GRACIAS POR LEER :)

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