CAPÍTULO OCHO: John y Nixon
Texas, 13 de julio del 2022, 10:15 pm
Quedan poco más de 10 horas para el fin del mundo
—¡Nixon, ven!
John se detiene al borde del pórtico de su casa, apoyado en la escopeta que le heredó su padre y que él aceita todos los días sin falta. Ve a Nixon, su pastor alemán, corriendo en su dirección con un ímpetu tal que, de quererlo, podría botarlo al suelo sin problemas al saltarle encima. Pero Nixon no lo hará, está demasiado bien entrenado para eso.
A un par de metros de distancia, el perro disminuye la velocidad. Sube los tres escalones que anteceden el pórtico para acercarse a su amo con la cabeza gacha.
—Muy bien, Nixon —murmura el hombre, y solo tras unos segundos se decide a acariciar el lomo del animal.
Un año atrás, sus únicas muestras de afecto hacia Nixon (o hacia cualquier ser vivo) no pasaban del saludo y de la responsabilidad de alimentarlo, bañarlo y ayudarlo hacer ejercicio. Si le tiraba una rama, por mucho que el perro saltara y moviera la cola de felicidad, era solamente porque necesitaba que su mascota se mantuviera activa y en buena forma, no para jugar. Cuando era un cachorro, Nixon aún mendigaba cariño, pero, a medida que fue creciendo, entendió el tipo de relación a la que John estaba dispuesto y comenzó a mostrarse tan distante como el hombre. Obediente y tranquilo, así era el viejo Nixon. Y así también era John.
Sin embargo, desde la muerte de Mary Rose, producto del cáncer, ciertas cosas habían cambiado en la casa. Ahora John lo acaricia de vez en cuando, o le permite dormir a sus pies durante la tarde mientras ve televisión. Incluso le habla. No por tener algo que decir, sino más bien para recordarse a sí mismo que sigue teniendo voz.
—Ya es hora de entrar, Nixon. ¿Corriste lo suficiente?
El pastor alemán lo mira en un gesto indeciso. Claro que no corrió lo suficiente. Aún es un perro joven al que le quedan siete u ocho años por delante. Bah, le quedarían, si no fuera por la maldita alarma.
—Lo sé, hay poco espacio allá dentro —dice el hombre como si Nixon hubiera respondido algo—. Pero... Es mejor eso que nada, ¿no?
Nixon desvía la mirada hacia el campo que rodea la casa. Ochocientos acres de tierra fértil, heredada de generación en generación hasta llegar a John, el último de una larga lista de hombres con el mismo nombre, con los mismos ojos azul claro y con tendencia a la calvicie. De haber tenido un hijo hombre capaz de seguir con las tierras y el apellido, estaría más enojado con el fin del mundo. Pero no es el caso. Solo tuvo una hija, Amy, que se fue de casa apenas cumplió la mayoría de edad y ahora trabaja de mesera cerca de la universidad de Berkeley, donde está a punto de sacar una maestría en Literatura inglesa.
Berkeley... cada vez que pronuncia o piensa en esa palabra, John siente ganas de escupir.
No ve a su hija desde el funeral de su esposa, así que pensó en llamarla cuando entendió que lo de la alarma probablemente era verdad. Lo escuchó en las noticias: todos dudaban, pero nadie salía a desmentirlo.
Al final, todavía no la llamó. No sabría qué decirle, después de todo.
—Vamos, Nixon.
Se agacha para tomar la mochila verde militar en la que puso sus cosas más preciadas: la Biblia que le heredó su madre; dos álbumes de fotos, uno con la historia de su familia y el otro con las imágenes que condensan los años vividos junto a Mary Rose; un par de revistas Penthouse para sobrevivir a la soledad de las noches que cree que vendrán; cinco paquetes de galletas para perro de la marca favorita de Nixon y su colección de tarjetas de baseball, que guarda desde que tenía ocho años.
Alza la escopeta antes de caminar y la apoya en su hombro derecho. El pensamiento cruza fugaz su mente: puede terminarlo todo allí, en este momento, para él y para Nixon. Nada de esperas, nada de intentar sobrevivir. Dos disparos y el fin, y que se pudran las horas que, según la cuenta regresiva, le quedan al mundo. Pero no se atreve a hacerlo... No lo había hecho al perder a Mary Rose, no lo haría ahora. Además, debía usar el búnker que su padre construyó por temor a que los comunistas bombardearan América. Nunca había podido probar su utilidad y John hasta se había olvidado de su existencia. Su propiedad es grande y albergaba muchos rincones, el búnker es solo uno de ellos.
Luego de la alarma, la impresión, la incredulidad y finalmente la convicción, salió de su casa en medio de la madrugada, acompañado por Nixon, y se dirigió hacia el norte, donde está el búnker y a donde se encamina también ahora. Tuvo que romper el candado que custodiaba la puerta metálica, pero no importa, porque tiene otros con los que reemplazarlo. Al entrar, vio que estaba lleno de polvo y de telarañas. Olía a encierro y a humo, así que dejó la puerta abierta y volvió a la casa para buscar algo con lo que limpiar. Tardó una hora en dejarlo habitable y un par de horas más en guardar en su interior todo lo que necesitaría para sobrevivir un par de meses. Después... si es que existe un después, ya se las arreglará. Seguirá teniendo a la mano la escopeta.
La puerta del búnker todavía está abierta, aunque no por mucho tiempo. John deja que entre Nixon primero y él se queda ahí, de pie, paseando la mirada por lo que durante toda su vida fue su hogar. No hay gente por los alrededores, pero está seguro de que más cerca de la ciudad todo debe ser caos y miedo. Él prefiere el silencio. Ya está acostumbrado al silencio.
Entra al búnker y cierra, esta vez por dentro. Observa lo que será su nuevo hogar, quizá por cuánto tiempo. Mide unos setenta metros cuadrados, está atiborrado con toda la comida que tenía en su despensa diaria y en la de emergencia, tiene energía eléctrica para iluminarse y escuchar la radio, algunos libros y revistas, un generador y cuatro camas de campaña de las cuales solo utilizará una. También cuenta desde esa mañana con una cama para Nixon, a la que este se dirige apenas quedan encerrados, como si ya se preparara para su nueva, aburrida y posiblemente corta vida.
John no sabe si ese búnker los salvará, pero si no, no importa.
Solo agradece que Mary Rose no esté ahí para vivir el fin.
Solo espera que su hija esté bien.
GRACIAS POR LEER :)
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