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Lo nuevo

Poder recordar la primera vez que respiré es un súper regalo. Pero que esa primera vez sea con la transformación finalizada, con los sentidos ya mutados, con la piel adaptada... Eso no tiene precio. Vino todo de golpe con la primera calada de agua me llegaron todas las fuerzas perdidas y todo el entorno desde la nueva luz.

Es como si lo viese todo alumbrado por la antorcha. Todo brillante como si el mar emanara luz de alguna manera. Lo que antes era áspero y temible ahora era acogedor e hipnótico. Mi vista alcanzaba hasta ve a saber dónde. Mis oídos escuchaban todo tipo de lenguajes y canciones y mi piel, mi piel respiraba y al respirar comía. No sé cómo decirlo. No tenía necesidad de comer nada porque el mismo mar era mi aire y mi alimento. Las fuerzas ya no se resentían y esos monstruos que me asolaban. Esos peces que me retuvieron en la isla confinado por miedo. Esos ahora me rodeaban y brillaban también. Esperaban algo de mi que no llegué a comprender.

Fue una explosión de sensaciones que la recibí con mi conciencia ya formada. Lo veo como un nacer, aunque ya lo he dicho. Pero es que el bebé que nace debe vivir algo parecido ¿No?

Enseguida me llegó la comunicación de la llamada. Que en ese momento no sabía qué era. Una voz en mi interior me daba un lugar al que ir. Era como un imán y supe que resistirme sería peligroso.

El viaje me sirvió para tomarle la medida a mi nuevo cuerpo. A mitad de camino se unieron unos delfines moteados y me acompañaron hasta lo que descubrí que era una ciudad.

Sin edificios, sin artificios. Pero con rocas colocadas para controlar las corrientes, con cuevas conectadas y desconectadas entre sí. Con mucha melodía. Me llamó la atención el tamaño de los corales. Como si hubiesen sido plantados. Alguno parecía césped y otro un laberinto.

Me estaba esperando el guardián del código. Me dejó muy claro quién era: Recuerda, a partir de ahora contacto cero con el mundo invertido. Nada de lo que recuerdes va a ser importante, nadie a quien conociste o quisiste ayer lo volverás a ver mañana. Debes saber una cosa tu vida puede ser muy larga pero desaparecerás para siempre en el momento en el que alguien esté a punto de verte. Esa es la norma básica y ten cuidado porque cada vez son más ingeniosos con sus cosas brillantes.

Desde ese momento me volví un explorador del mundo. Conocí a los domadores de delfines. Que más que hacer coreografías con ellos hacían música. ¿Sabéis que antes de mi transformación me faltaban casi todas las notas? Conocí también a los amantes del fondo, los oscuros como les gustaba llamarse. Aunque con la luz de la antorcha no hay oscuridad posible. A ellos les gusta divagar sobre lo que hay en todas las cosas. Pueden hablar durante horas sobre el tacto de una caracola o sobre el sentido de la belleza.

También fui a la famosa isla de las sirenas. Un lugar con cero peligros por lo desconocida y poco interesante que es para los humanos, donde las más coquetas quieren disfrutar de sus brillos. Allí mi vida dió un giro radical. Llevaba años paseando por los mares y en esa isla me di cuenta de que mi dolor era más fuerte que mi curiosidad. Ver a esas chicas engalanadas de su propia belleza me hizo recordar a Nuria, la persona por la que decidí cruzar el mar y de la que me separé por el propio capricho del destino. La chica que me dio la antorcha, casi como un amuleto, antes de que emprendiera mi viaje. Yo solo quería asegurarnos el futuro... Me enrolé en una empresa de mantenimiento de cables submarinos. Pagaban muy bien. Perdí el generador de electricidad de la lancha, se me atascó el timón y estuve meses a la deriva y acabé chocando en una isla solitaria.

Mi curiosidad se convirtió en temeridad. Decidí que tenía que verla de algún modo. En ese entonces ya me llamaban el azul itinerante. Llegan a descubrir lo que me proponía y me habrían detenido e incluso matado. Mi Terra natal era la isla de la palma. Allí conocí a Nuria y allí viví con ella, grité con ella, lloré con ella. Allí fui increíblemente feliz. La isla me parecía un oasis, admiraba cada uno de sus rincones. Al acercarme a ella era consciente de que casi seguro sería mi último viaje. Me fascinó ver que ese fondo del mar era mejor que su superficie. Rondé la isla un año entero. Un día me encontré con un poblado de sirenas y tritones por la zona, bien camuflado. Me dijeron que eran estudiosos de la evolución humana. Al saber que yo era prácticamente un recién llegado me hicieron muchas preguntas raras sobre Internet y sobre helicópteros pequeños que volaban sin piloto. No les supe responder mucho, les dije que yo había sido responsable del mantenimiento de un cable de internet en el 2007 pero que a partir de esa fecha ya no pude saber nada más del mundo por un naufragio... Por lo visto alguno de ellos era de los antiguos, creo que incluso alguno había sido luchador en el coliseo de Roma. Ya lo sabéis pero entre nosotros hay tanto gente transformada como nacidos naturales y sobre todos pesan las mismas leyes. Estas no nos quitan la curiosidad y eso es lo peligroso.

Un día en mi ronda por la isla vi a una señora sentada en el puerto, miraba su reflejo en el agua. Era ella, inconfundiblemente tenía a Nuria ante mi. Mi hora había llegado.

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