002
Me quedé desconcertado, releyendo la carta una y otra vez, sin embargo las palabras del papel no cambiaban y sabía perfectamente que no lo irían a hacer.
Rogaba por el hecho de que no fuera cierto, cruzaba los dedos esperando que no fuera verdad y que en realidad la carta solamente hubiera llegado retrasada y mi madre sí hubiera pagado la renta. Pero claramente cruzar los dedos, no cambiaría ni la fecha de la correspondencia ni lo que me diría mi madre al respecto.
¿Cómo podía pasar esto? Era verdaderamente desconcertante y sobretodo devastador. El departamento en el que vivíamos no era la gran cosa, y la mayoría de los objetos habían sido prestados amablemente por los dueños del edificio. Mi madre y yo no teníamos nada. ¿Cómo debía reaccionar al leer aquella carta?
Me adentré más a fondo por el departamento para revisar dónde se había metido mi madre, necesitaba hablar con ella. En la cocina no estaba, en la sala de estar tampoco, al tocar la puerta del baño no respondió nadie y en su habitación tampoco se hallaba. Había inspeccionado todo el departamento y el único rastro que mi madre había dejado habían sido sus llaves de la puerta de entrada. ¿Cómo entraría ella al llegar si no había llevado las llaves? Es que aquella señora no pensaba en nada.
Me encerré en mi pequeño cuarto, me senté sobre mi silla giratoria, la cual estaba acompañada de un escritorio, y me decidí por estudiar, me ayudaría para distraerme del tema de la renta después de todo.
Sinceramente no era fanático de estudiar, por tonto que se escuchara de parte de una rata de biblioteca, simplemente me gustaba aprender pronto y pasar las pruebas con notas buenas para el futuro que se avecinaba. La universidad a la que quería asistir no era exactamente una de "¿Tienes dinero? Bienvenido seas", además si de todas formas lo fuera, dudaba mucho que el poco dinero que tenía ayudara.
El timbre del departamento se escuchó aproximadamente a las ocho de la noche, justo cuando estaba terminando de estudiar y ya había comido algo por la tarde. Me levanté de mi silla giratoria negra y salí de mi habitación, para luego cruzar el corto pasillo de madera flotante y abrirle la puerta a la persona que había tocado, que como supuse, se trataba de mi madre.
— Hola, mamá —la saludé sonriente. Me acerqué a ella y le planté un beso en la mejilla.
— Hola, Kookie —me saludó de regreso, llamándome por el apodo que ella misma me había designado.
Me hice a un lado para dejarla pasar. Se sacó los dolorosos zapatos de tacón aguja y se fue a sentar al sillón con sus tacones en mano. Cerré la puerta divertido por su reacción de llegada y me fui a la cocina para buscarle algo de tomar. Opté por una coca-cola light fría en lata.
— Ugh, el trabajo me tiene muerta —se quejó ella haciéndose un masaje en el cuello. Yo reí entre dientes y le entregué la bebida—. Muchas gracias, Kookie no sé qué haría sin ti, hijo —me agradeció ella sonriente tomando entre sus manos la lata de coca-cola. Le sonreí.
— De nada —dije guardado mis manos en los bolsillos de mi pantalón—. Por cierto, te ha llegado una carta —le informé intentando lucir un poco sorprendido.
— ¿Ah sí? ¿Me la podrías traer? —me preguntó mientras le pegaba otro sorbo a su bebida en lata. Yo asentí con la cabeza y fui a por la carta que tenía guardada en el cajón de mi escritorio.
Cuando llegué a mi habitación, busqué en el cajón del escritorio la muy famosa carta de la renta. Era la única cosa que tenía guardada allí por lo que no fue complicado. Cogí la misiva, la sellé un poco pasando reiteradas veces los dedos por el borde abierto, y al ver que ya se veía como nueva sin abrir, crucé nuevamente el pasillo de madera flotante y corrí a entregársela a mi madre.
— Gracias, cariño —sonrió ella tomando la carta.
Me quedé parado frente a ella mientras abría la carta, la desdoblaba y la leía. Estaba esperando su reacción de asombro ante la notica que estaba leyendo, al menos una expresión de disgusto.
Sin embargo, fui yo el que acabó con cara de asombro al verla doblar la carta de repente y volverla a guardar en el sobre, para luego tomarse otro sorbo de su lata de bebida tranquilamente.
¿Qué? ¿Eso era todo? ¿No me diría nada acerca de la renta? ¡Ni siquiera se veía afectada por la noticia! Se suponía que debía alterarse, al menos un poco.
— Mamá... —la llamé con un tono un tanto enfadado. Me arriesgaría a decirle que había leído la carta si era necesario.
— ¿Qué? —preguntó inocentemente dejando de beber la coca-cola.
— ¡Oh! ¿Es que no leíste la parte de que no habías pegado la renta y que nos tendrán que echar del edificio? —le pregunté sarcástico. ¡No podía creer que mi madre se comportara de esa manera ante la noticia!
Un silencio que se me hizo eterno inundó la habitación por completo. Yo estaba esperando su respuesta y mi madre... parecía pensar en qué decir.
— Sí, sobre eso, Jungkook —se mantuvo callada por un segundo—. Tenemos que mudarnos —sonrió apenada, pestañeando repetidas veces en mi dirección.
Apreté los dientes, tensando la mandíbula, y la miré intentando regular mi respiración, y junto a ella, mi enfado.
¡No podía ser verdad! Estaba a segundos de explotar de rabia e impotencia por su culpa. ¿Cómo era capaz de reaccionar así, de esa forma tan sencilla? ¡Nos iban a echar del edificio y ella prácticamente estaba de lo más relajada bebiendo su estúpida coca-cola! ¿Qué parte de no pagar la renta y echarnos a la calle, mi madre no entendía?
— ¿Mudarnos? —pregunté entre dientes enfadado, luchando contra mí mismo en no hacer escándalo.
— Síp —respondió ella escuchándose como una niña de parvulario.
Me mordí de la lengua. Esto me estaba hartando, dios, dame paciencia.
— ¿Y de dónde demonios vas a sacar dinero para comprar una casa? —cuestioné tragándome las ganas de gritar.
— Tranquilo, Kookie, haré una llamada y todo... —empezó a decir esbozando una pequeña sonrisa, a punto de completar su típica y conocida frase de "y todo estará resuelto".
Me saldría una vena en plena frente por la rabia que me daba cada vez que escuchaba aquella conocida frase de mi madre.
— ¿¡Y qué!? —solté, haciéndola brincar—. ¿Todo estará resuelto? Mamá, no pegaste la renta, ¿cómo vas a pagar una casa? —la encaré ahora más calmado, intentando ser más profesional y no tan gritón. Ella sonrió cálidamente al ver mi preocupación.
— Kookie, tú tranquilo ¿de acuerdo? Yo llamaré a alguien y todo estará resuelto —y ahí estaba la frase—. Tú ve a arreglar las cosas, nos iremos mañana por la mañana —concluyó ella y yo solté un suspiro, resignado. No se podía hacer mucho de todas formas.
Algo que debía admitir era que la tranquilidad de mi madre, servía para manejar la mayoría de las cosas de una manera... mejor. Estar alterado, después de todo, no servía demasiado. Por eso agradecía lo calmada que era mi madre, sin embargo, era eso también lo que me sacaba de mis casillas la mayor parte del tiempo, poniéndome al borde de la histeria.
Llegué a mi habitación y abrí mi armario de pared que tenía a los pies de mi cama. Mi ropa era básicamente la misma. Remeras largas y holgadas, suéteres que me quedaban un tanto grandes, pantalones deportivos, una mala imitación de las zapatillas Vans, y mi chaqueta gris universitaria que me había regalado mi madre por mi cumpleaños, la cual tenía la letra K de Kookie grabada en el lado derecho.
Escogí la ropa que usaría al día siguiente rápidamente, y la demás la metí en la pequeña maleta verde que tenía guardada debajo de mi cama. Mis libros, cuadernos y estuche, los guardé en mi mochila. Cuando ya tenía todo guardado y listo, me dispuse a ponerme el pijama, guardar la ropa que había usado en el día en la maleta, y a acostarme a dormir. Minutos más tarde sentí que mi madre entraba a la habitación a oscuras y me daba un beso en la frente acompañado de un "buenas noches, Kookie". Se retiró luego de eso.
A la mañana siguiente fue mi madre la que me despertó, en diferencia a los otros días que despertaba con mi querido pero a la vez odiado despertador blanco. Eran las siete y media de la mañana. Bostecé y me levanté de mi cama para dirigirme al baño a ducharme. Luego de una reconfortante pero sin embargo corta ducha, me fui a vestir a mi habitación con la toalla envolviendo mi cintura.
Un suéter delgado de color morado con escote V, unos pantalones deportivos y holgados de color gris, la imitación de las zapatillas Vans de color negro, mis gafas de borde negro y mi pelo medio revuelto. No tenía mucha variedad, como ya había mencionado antes.
— ¿Estás listo, cariño? —cuestionó mi madre entrando repentinamente a mi habitación, sin pedir permiso.
Ella estaba vestida con esas faldas ceñidas al cuerpo, una blusa blanca y sus típicos pero dolorosos zapatos de tacón aguja.
— Sí —respondí tomando mi mochila y mi maleta.
Mi madre me sonrió cálida y contagiosamente, y luego ambos salimos del departamento para ir a pedir un taxi a la avenida. Cuando un taxi se dignó a detenerse para nosotros, dejamos nuestros bolsos en el maletero y nos sentamos en los asientos de atrás. Agradecí que el caballero que conducía el taxi haya sido un tipo agradable en vez de esos de"lo que me importa es la mercancía, perras”.
Mi madre le dio la dirección al señor taxista con su típica sonrisa de comercial y yo la miré con una ceja enarcada.
— ¿Qué? —preguntó inocentemente al no entender por qué la veía así.
— Pues... —vacilé—. ¿Qué dirección es esa? ¿Adónde iremos? Claramente la dirección que diste no se escuchó como un hotel —le expliqué y ella rió ligeramente.
¿Qué le pasaba a mi madre últimamente?
— Iremos a la casa de una amiga mía. Éramos mejores amigas en la universidad y nos mantenemos en contacto. Cuando la llamé dijo que no había problema por ir, eso sí... me dio una pequeña advertencia para ti —explicó sonriéndome y acomodando un poco mi desordenado cabello.
— ¿Ah sí? ¿Qué advertencia? —cuestioné divertido.
— Tienen un hijo —respondió ella haciendo una mueca, esperando una reacción de mi parte.
Alcé ambas cejas, esperando que me dijera algo más.
— ¿Y? —pregunté aún sin entender.
— Tienen un hijo —repitió, mirándome como si fuera obvia la respuesta. Respuesta obvia, sí. El porqué de la advertencia, aún no lo entendía.
— Lo sé, te escuché... ¿pero qué problema con que tengan un hijo? — pregunté aún sin entender. Un pequeñín no podía hacer tantos problemas, pensé.
— No sé si entiendes, cariño, pero tienen... un... hijo —repitió ahora lentamente la última parte.
El conductor intentó reprimir la risa y yo seguía sin comprender. Al parecer los únicos que entendían bien la situación eran mi madre y el taxista. Yo seguía preguntándome cuál era el problema de que los amigos de mi madre tuvieran un niño como hijo.
— No entiendo cuál es el problema —dije haciendo una pequeña mueca—. Tienen a un pequeñín, por mí está bien, será como mi hermanito pequeño si es necesario, dudo que haga tanto desastre —concluí, ocultando mi desesperación por aún no entender a qué rayos se refería mi madre.
Ella soltó un suspiro de resignación al darse cuenta de que en definitiva jamás lograría hacerme entender y el taxista soltó una sonora carcajada, burlándose simpáticamente de mí. Un segundo después, el taxista dijo la frase que esperaba escuchar desde que partimos: — Hemos llegado.
El conductor le cobró a mi madre por el viaje y, en lugar de pagar la cantidad correcta y bajarse del vehículo, mi madre se quedó charlando con él por un par de minutos, minutos en los cuales... no me quejé, pero me aburrí.
Finalmente, mi madre terminó pagando la mitad de lo que le había cobrado el taxista, y éste no se quejó en absoluto.
Mi madre y yo salimos del taxi, cogimos nuestras cosas de la parte trasera del auto y nos dirigimos a la puerta de entrada de la casa en la que me quedaría por, probablemente, mucho tiempo. Mi madre tocó el timbre de la casa, y cuando escuchamos pasos (demasiados, parecía que venía toda la familia), ella se acercó rápidamente a mi oído y me susurró rápidamente antes de volver a su postura— "Yo no dije que fuera un niño pequeño...".
Y la puerta se abrió desde adentro de la casa.
Oh, Dios, dime que esto no es real y que nos equivocamos de casa.
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