Little bitch
Pequeña perra
¿Cómo algo que sabes que es incorrecto, puede sentirse bien?
Eso se preguntó Castiel cuando sintió los dedos traviesos de Lucifer por su cintura. Como su rostro se acercaba peligrosamente a sus labios, y como lo tomaba como si fuera suyo.
Lo besó con necesidad y fuerza. Le mordía el labio mientras sus manos se metían por su camisa y subían por su espalda. Una vez más quiso empujarlo, pero no tenía la misma fuerza. Poco a poco sus defensas estaban bajando, sobre todo cuando sus labios tocaron su cuello. Sintió como estos mordían y chupaban sacando un jadeó, el cual excitó más al Rey.
Su ropa fue retirada entre besos bruscos y mordidas. Lucifer lo recostó en el sillón mientras seguía besando y tocando. Tal vez fue con su magia como logró quitar su ropa por completo sin darse cuenta, pero ahora podía sentir a Lucifer completamente entre sus piernas. Piel con piel.
No quería eso. No quería traicionar a su humano, pero no podía hacer nada.
—Detente —exigió mientras intentaba volver a quitarlo pero su cuerpo humano lo traicionó sacando un gemido.
—¿Por qué? Si pareces disfrutarlo —rió con burla mientras seguía besando.
Su pecho ardía por las mordidas y hasta podía apostar que tenía algo de sangre. Volteó la cara a un lado cuando sintió como sus piernas eran abiertas aún más y como algo entraba sin permiso.
Lucifer lo embistió sin pudor, sin prepararlo antes, y sin saber que era el primero en tomar ese cuerpo. Aún era un ángel y podía curarse, por lo que el dolor pasó luego. Entonces el placer llegó. El ángel caído estaba de rodillas mientras lo tomaba de las caderas y lo embestía. Todo pensamiento coherente se esfumó y comenzó a gemir por lo que sentía por primera vez. Tanto placer, tantas emociones que no podía. Así que comenzó a gemir fuerte.
—Si, gime más. Gime para mi, pequeña perra —escuchó como Lucifer hablaba nublado por el placer —Eres una buena perra, ¿no? —
Castiel sintió un tirón más fuerte cuando lucifer empezó a hablar de esa forma. Lo embestía más y más fuerte mientras le decía lo que era. Si estuviera consiente de lo que hacía, tal vez si lo creería. Estaba siendo tomando por Lucifer, el mismísimo diablo. El que fue encerrado en el infierno por castigo destinado por Dios en persona. Y vaya que lo estaba tomando muy bien.
Sus piernas se sentían ligeras, su miembro palpitaba. Echaba su cabeza atrás y sus manos rasguñaban el sillón de tela roja. Lucifer seguía embistiendo dejando una marca en sus caderas. Todo eso era nuevo por lo que cuando se corrió no pudo mi avisar, sólo gimió más alto y arqueó la espalda. El diablo se corrió unos minutos después cuando sintió la presión en su miembro gracias a las paredes del otro ángel. Aún se estaba corriendo cuando dió otra embestida causando un sollozo de placer a Castiel. Término por completo y observó a el ángel acostado frente a él.
Castiel estaba sudoroso y jadeando. Su cabello era un lío y tenía marcas por todo el cuerpo, eso sacó una sonrisa ladeada al Rey del infierno. Salió del ángel sacándole un quejido y se levantó, tronó los dedos y ambos tenían ropa otra vez. Se acomodó la camisa que llevaba sobre una playera y antes de salir habló:—Ahora eres mi perra personal, ¿entendido? —
El ángel aún sentía su cuerpo flotar y todo ese placer aún recorrer su cuerpo por lo que no contestó. Igual no era una petición, si no una advertencia.
Ahora era la perra personal del Rey del infierno.
Después de un tiempo pudo ponerse de pie y salir, afuera no había un solo demonio. ¿Debía ir trabajar con los contratos? Quiso ir a ver a Crowley para saber si debía hacerlo pero al salir de la sala el demonio ya estaba ahí.
—Un día aquí y ya subiste de nivel, felicidades plumitas —rió con su extraño acento.
Castiel ladeó la cabeza confundido.—No entiendo esa referencia —
El demonio rodó los ojos
—La verdad no sabía que hasta los ángeles debían hacer lo que sea por estatus —
Castiel seguía sin entender lo que quería decir pero mejor preguntó que debía hacer ahora.
—Nada, tu trabajo ahora es solo ser bonito y Lucifer te verá cuando desee —movió su mano en un ademán como si fuera cualquier cosa.
El ángel entrecerró los ojos confundido pero asintió. Crowley se fue a quien sabe dónde y el ángel ahora no sabía que hacer. Al final decidió ir a su lugar, aún no podía considerarlo su habitación, o su hogar. Parece que jamás lo aceptaría de esa forma. Al entrar vió el ropero y lo abrió para saber que había dentro. Se sorprendió al notar ropa como la que usaba, y sobre todo unos libros. Tal vez ya tenía con que distraerse.
Todos parecían antiguos, tomó uno en inglés americano y lo leyó. Al poco rato de la lectura, su mente voló a lo que estaba pasando. ¿Esa sería su existencia ahora, siendo usado por el diablo cuando quisiera?
Suspiró. Dejó el libro en el piso a su lado y se quitó la gabardina. Se quitó el saco y corbata, quedando en pantalón, zapatos y camisa. Se acostó en la cama y quedo viendo arriba con su cabeza sobre la almohada.
Debía hablar con Lucifer, no podía estar sin hacer algo. Ahí no había lugares hermosos para mirar por horas, no había cines para ir en pareja, no estaba su persona favorita que le hacía pasar el tiempo. Con él siempre pasaba el tiempo volando, lo hacía reír y podían conversar por horas. No sabía como ese simple humano lo veía a él divertido, fascinante y hermoso. Sin darse cuenta una lagrima salió de su ojo, pero lo notó hasta cuando una mano la quitó despacio.
Sintió el tacto de un dedo pasar por su mejilla, lento hasta su cuello. Por un momento, imaginó que era su humano, ambos en el capó de su auto, viendo las estrellas.
Pero no.
Era Lucifer, que al parecer quería más de él.
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