7
Ya siendo de día, las cosas iban a mejorar o por lo menos calmarse. El susodicho enfrentamiento que tuvieron los dos contra esa especie de digimon no fue algo de lo que se hablara sino entre ellos, de hecho nadie se había enterado de eso; fue un hecho aislado. De lo que sí se hablaba era del que tuvieron otros más, entre ellos Agumon y su esposa, mismos que, aunque lograron seguir con vida, se vieron gravemente afectados. Su caso no fue para nada similar al del enano púrpura y la felina sagrada, pues los oponentes fueron más astutos que el grupo anterior; demasiado.
—Es un milagro que sigamos con vida —dijo Agumon, con vendas cubriendo varias partes del cuerpo.
—Es verdad —remató Biyomon, en el mismo estado que su esposo—, esos sujetos fueron muy agresivos, más de lo que estamos acostumbrados. Eran... Muy astutos.
—¿Qué tanto? —indagó Patamon, quien se encontraba al lado suyo tras recibir la noticia del ataque.
—Al punto de poder acorralarnos —dijo Agumon—. La diferencia es que pusieron no sólo una alta resistencia, sino que también obstruyeron muchas de las posibles salidas disponibles. Pareciera que, de alguna forma, ya nos tenían estudiados.
—¿Cómo es eso posible? —su duda parecía no tener respuesta, al menos no en ese instante.
—Es obvio, ¿no? —Gaomon se acercó a ellos, mostrando su semblante serio que había mostrado desde días atrás—. Es más que evidente que eran los mismos los que daban esa sensación de vigilancia.
—¿Hasta ahora lo piensas? Ya era muy obvio—recalcó Patamon.
—Lo que no esperábamos es que fuera más de uno —comentó alguien más—. Ustedes no son los únicos que han sufrido este mismo ataque.
—Gumdramon —se puso en posición firme, denotando respeto a su superior.
—Gaomon, ya hemos hablado de eso. Sólo cuando haya una batalla o en el entrenamiento.
—Entendido —rompió con dicha posición—. ¿Cómo de que no son los únicos?
—Han habido anécdotas sobre otros afectados, los cuales apenas y lograron escapar. Según sus testimonios, eran más de 35 por grupo, 10 si se enfrentaban a un sólo individuo. La forma de atacarlos, más que vigilada y estudiada, parecía ya usada por esos seres digitales; de ser así, podemos temer lo peor.
—Pero... me parece extraño que esos números sean concretos. Cuando nos atacaron, vimos que eran casi el doble —argumentó Biyomon.
—¿Casi? ¿Es eso posible? —preguntó Gaomon.
—Según tengo entendido, fueron varios los objetivos de esas criaturas —explicó Gumdramon—, sin embargo sus peleas no duraban mucho tiempo. Varios afectados aseguran que, tras ver sus rostros, los oponentes se marchaban de inmediato mencionando nombres de sus posibles objetivos reales; de hecho, el más reciente dijo que escuchó sus nombres salir de sus bocas —dichas palabras fueron dirigidas a Agumon y Biyomon—. Es evidente que los querían a ustedes, pero... ¿Para qué?
Salvo por el ruido del exterior, los presentes se quedaron en silencio, pensando qué querían de ellos exactamente. Nadie lo sabía, a menos que fuera lo más evidente.
—Quizás están reclutando gente, a la fuerza —añadió Gaomon—. Puede ser la explicación.
—Eso no tiene sentido —opinó Patamon—. En primera, ¿qué ganas con hacerle daño al que buscas reclutar si lo hieres?
—Si no aceptan —dijo otra voz, esta vez femenina—, sabrán cómo derrotarle en caso de enfrentarlos de nuevo.
Renamon llegaba con un semblante serio, siendo seguida por Flamedramon. En cuanto se unieron al círculo, se sentaron en el suelo.
—¿Qué te hace creer eso? —indagó Gumdramon, aunque para él era más que evidente.
—Hemos estado investigando por nuestra cuenta —argumentó Flamedramon con los brazos cruzados—. Se nos hacía extraño que actuaran de esa manera, por lo que tuvimos que seguirlos.
—Sin ofender, pero ¿cómo lo hicieron sin ser descubiertos? —preguntó Agumon dudoso.
—Para ella, es un juego de niños —dijo señalando a la digimon zorra, la cual estaba a su derecha—. Aprovechamos su habilidad de sigilo y su velocidad innata. Por supuesto, el seguimiento fue algo... incómodo —sus mejillas enrojecidas se vieron opacadas por la máscara que tenía puesta.
—Tuve que cargarlo como bebé —confesó entre risas minúsculas.
—¡Hey, dijiste que no lo ibas a decir! —contestó molesto el lagarto—. Pero sí... me cargó de esa manera —ocultó su cara detrás de sus guantes, escondiendo su cara de vergüenza.
—Je, te ves tierno de esa manera —dijo Renamon a modo de broma, usando una voz empalagosa.
—Soy grande para serlo, ¿no? —su compañera soltó varias risas ante la respuesta que le había dado, poniéndolo más nervioso.
—Nos estamos saliendo del tema —comentó Biyomon—, ¿no lo creen?
Los dos voltearon a verla, un poco apenados por la actitud que habían tomado segundos atrás. Retomaron su posición anterior, tosieron incómodamente y volvieron al meollo del asunto. Habiendo pasado un rato discutiendo eso, decidieron terminar la charla y dirigirse cada uno a su recinto. Renamon, sin embargo, se sentía algo apenada, y Flamedramon no tardó nada en darse cuenta.
—Oye, ¿qué tienes? —le preguntó habiéndose acercado.
—Nada —dijo ella con el tono que expresaba su sentimiento del momento.
—Vamos, sabes que puedes confiar en mí —contestó comprensivamente.
Ella lo miró a los ojos y, cual fuese un hechizo, suspiró pesadamente.
—Yo... ¿De verdad te gusto? —soltó con timidez, notando su rostro pintarse de rojo.
—... —su reacción fue la misma.
Pasaron segundos antes de que uno de los dos hablara, segundos que se sintieron eternos para ellos dos. Flamedramon abrió la boca para decir algo, para preguntar, para afirmar una respuesta; no se supo ni qué iba a hacer. Porque en ese momento, un intenso crujido sacudió el suelo con fuerza, haciendo que perdieran el equilibrio. Se reincorporaron y, al observar a su alrededor, aquellos enemigos del que habían hablado hace rato empezaban a hacer acto de presencia.
—¡Son ellos! —gritó Renamon sorprendida—. ¡Pensé que sólo atacaban a unos cuantos!
—¡Pues al parecer somos su nuevo objetivo!
Tras verse a los ojos, asintieron con la cabeza, seguido de eso se posicionaron para pelear. Sabían que, aunque hubiesen altas probabilidades de salir de ahí con vida, no debían confiarse demasiado, y gran parte del peso de eso era la habilidad innata de copiar poderes de esos pequeños rivales. Eso último parecía más un reto, uno del que podía depender su vida.
Siguiendo esa forma de pensar, decidieron usar sus ataques menos potentes desde el inicio. En ese caso, Renamon empezó a repartir puñetazos a varios oponentes, estando segura de que, por más que lo intentaran, no podrían copiar sus movimientos veloces a la mitad tan siquiera; sus sospechas se confirmaron cuando notó que uno de ellos se dirigió a Flamedramon con la misma táctica, siendo esquivado y golpeado con facilidad. Ya habían encontrado una forma de mantener una pelea sin necesidad de usar sus poderes directamente, por lo que siguieron con los golpes a puño limpio... Algo que el dragón azul no tenía, claro. Así siguieron por un buen rato, agotándose pero felices de que aquella movida de su parte, que en principio parecía desesperada, les había dado resultado. Por fin, habían logrado dar con una forma de lidiar con esas cosas. Discretamente, Flamedramon le guiñó el ojo a su compañera, a lo que ella respondió con un pulgar arriba. Si pudiesen dudar, apenas y pensaban en su relación, pues obviamente el combate no les permitía hacerlo; de nueva cuenta, el número era una desventaja existente, fuera el estilo de combate que fuera.
Sin embargo, a medida que la batalla avanzaba, las criaturas empezaban a desistir de sacar algo de provecho de sus usuarios, por lo que se detuvieron. Flamedramon y Renamon, habiendo visto este inusual acto, se detuvieron también. El silencio comenzó a gobernar en, al menos, segundos. Los dos cruzaron miradas.
—¿Qué estarán haciendo? —indagó el lagarto azul, confundido.
—No lo sé —miró de reojo a su camarada—. Pero sea lo que sea, no parecen muy cansados.
Su vista confirmó lo anterior. Es más, tenían el aspecto de querer continuar. Fue entonces que se movieron fugazmente y, frente a los ojos del dúo, surgió lo que parecía un muro del doble del tamaño de aquellos dos. De repente, impactó sobre ellos con gran velocidad, mandando sus cuerpos a chocar entre los árboles; apenas y pudieron reincorporarse de tan tremendo golpe.
Ambos estaban lejos uno del otro, por lo que la desventaja era gigante. Si bien podían combatir individualmente, no era suficiente en muchos casos y por ende requerían de estar unidos, pues así no sólo conseguían resultados rápidos, sino todavía mejores que si los hicieran por separado, de ahí su entrenamiento diario.
No, no estaban cerca uno del otro, y eso los ponía en la posición perfecta. Renamon pudo levantarse y, usando parte de las fuerzas que le quedaban, dirigió su cuerpo velozmente hacia su compañero.
—Aguanta ahí, Flame —pisada tras pisada, sentía el dolor del impacto que tuvo con el muro muy notorio. No obstante, era un dolor soportable—. Voy por ti.
Lo que parecía poder cumplirse sin problemas, puesto que su especie es conocida por su considerable velocidad, se esfumó repentinamente. Un brazo dio directamente en el torso de la kitsune, empujando su cuerpo al suelo con fuerza. Ella todavía seguía consciente, por lo que el monstruo la tomó con su mano derecha y, sosteniendo a Renamon mientras ésta sacudía su cuerpo como un pescado fuera del agua, azotó su mano abierta al suelo nuevamente, sin darle tiempo para escapar; al retirarla, mostró a la chica con los ojos cerrados y su frente sangrando mucho. Flamedramon, siendo el espectador de dicha escena y empezando a llenarse de ira y coraje, empezó a correr hacia ella.
Tras eso, el causante de dicha acción se reveló de forma siniestra: un enorme monstruo, con la piel igual de oscura que aquellos pequeñines y una cabellera plateada con matices cenizas. De su boca emergían dos colmillos apuntando hacia arriba y lo que parecía una suerte de short, que terminaba con un cerebro en la hebilla. Sí, en definitiva se trataba de un Oni, la temible especie de la mitología japonesa, cuyos miembros podían hacer diversas cosas.
Flamedramon tenía cierto conocimiento, por lo que no podía creer que se tratase de una evolución. Debía de haber otra razón, pues con la mera aparición de este ser los demás habían desaparecido. Por el momento, había algo más importante para él, más allá del sentido de amistad que antes poseía por ella.
—¡Renamon! —el dolor, producto de lo mismo sufrido por ella, era más intenso, pero eso no le importó en aquellos instantes—. ¡Aléjate! —acto seguido, lanzó un par de Nudillos de Fuego, haciendo que el Oni se cubriera y retrocediera, justo lo que él necesitaba. Aunque no le funcionó del todo a la primera, puesto que el temible ser lo apartó unos metros con un puñetazo en uno de sus brazos, que se oyó igual de seco que cuando se golpea con la misma fuerza una roca. Sólo fue cuestión de volver a repetir los Nudillos de Fuego y alejarlo aún más, por lo que consiguió la oportunidad.
Agarró a Renamon en sus brazos y, con un esfuerzo mayor a causa del dolor, intentó cubrir a ambos con un Escudo de Fuego. Unas llamas rodearon ambos cuerpos, y luego finalizaron en una esfera radiante de fuego, haciendo honor a su nombre. Desde ahí adentro, estaban seguros por al menos unos minutos.
Flamedramon no perdió tiempo. Con todo el esfuerzo que su cuerpo era capaz de dar, intentó lanzarle ataques al Oni, aún teniendo a Renamon en sus brazos. Sabía de sobra que no lograría vencer a semejante monstruo, por lo que su única escapatoria era debilitarlo. El problema era que, en esos momentos, estaba cargando a su compañera, lo que lo limitaba. Lo más fácil sería dejarla de lado y protegerla, pero surgía el otro asunto de que, posiblemente, el Oni lo dejase fuera de combate y los capturase. Demasiadas soluciones y ninguna garantizaba un resultado realmente duradero, más teniendo en cuenta que no sabía el cómo semejante ser había surgido.
En esas estaba, haciendo retroceder a la bestia con los ataques que no requerían de ambas manos actuando juntas (Nudillos de Fuego) y preocupado por sobre cómo terminaría, cuando violentamente el oponente fue sacudido y hecho a un lado, como un costal de papas. El poco polvo que había alzado delató al autor del acto... O mejor dicho, a la autora.
—¡Lunamon! —exclamó Flamedramon feliz, pues al fin recibía ayuda—. ¡Estás aquí!
—Desde luego —dijo ella con una sonrisa—. No pude evitarlo. Larga historia.
En ese momento, el Oni volvió a erguirse. El dragón lo vio con ojos de pavor y le gritó a Lunamon:
—¡Cuidado!
Ésta, no obstante y haciendo gala de sus últimos días de entrenamiento, logró esquivar un golpe que iba directamente a ella, acción imitada por Flamedramon dado que se hallaba a su lado. Después de eso, la nueva aliada cargó su antena que tenía en la frente, convirtiéndolo en una esfera de agua. Dirigió la misma al rostro del villano y, concentrando un poco más de poder en la esfera, efectuó el Disparo de Lágrima, el cual impactó en la cara del Oni. Por unos momentos lo dejó confundido, algo que en verdad no podía desaprovecharse.
—¡Vámonos ya! —saltó hacia uno de los árboles y, posterior a eso, de rama en rama. Debido a que ella tuvo que lidiar con el enemigo en cuestión, Flamedramon pudo reponer un poco más de energías, por lo que pudo seguirle el ritmo.
Al poco tiempo, llegaron al castillo del rey. Para ese entonces ya todos se habían ido a sus hogares después de ser atendidos, por lo que el camino estaba despejado.
—¡Rápido! ¡Hay que llevar a Renamon al sanatorio! —dijo Lunamon, corriendo de forma rápida.
—¡Espera, ¿y el Oni?! —cuestionó el lagarto, siguiendo su ritmo lo mejor que podía.
—No te preocupes. No nos podrá seguir.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque su tiempo de fusión se habrá agotado, y para entonces ya no podrán continuar atacando por un largo rato —contestó con una seguridad natural.
—Un momento, ¿dices que son...?
—Sí —respondió Lunamon, sin dejar que terminase la duda—. Por ahora, no debes preocuparte.
Llegaron al interior del reino, recorriendo las calles y los alrededores hasta llegar al lugar médico del territorio gobernado por Shoutmon. Entraron al sitio, consiguieron que alguien atendiera a Renamon y la colocaron en una cama.
Luego, Flamedramon se dispuso a irse, pero Lunamon lo detuvo. Él la miró confundido.
—Tú también te quedas —respondiendo a la posible duda que tendría el digimon ardiente, lo empujó al cuarto en donde habían dejado a Renamon.
—¿Eh?
—También saliste herido, presiento que uno de tus huesos se va a fracturar —dijo ella, medio en serio y medio en broma.
—Oh, vamos —reclamó Flamedramon molesto—. Ya pasó todo, no es posible que suce...
Tuvo la mala idea de agarrar mal una de las esquinas de la cama derecha, su peso hizo el resto. El resultado: un brazo roto. Un quejido de dolor salió de Flamedramon, aguantando el sufrimiento, mientras que una tercera voz surgió a modo de risa.
—Ella te lo dijo, Flamedramon —comentó entre risas Impmon. No importaba que lo suyo con él y Renamon hubiera pasado, aún disfrutaba del dolor ajeno. Más si era de él.
—Arsh —Lunamon e Impmon lo ayudaron a pararse. Dirigió su mirada a Lunamon, fastidiado—... Bien, me quedo. Pero, ¿quién nos vas a reemplazar?
—Por algo estoy aquí —dijo Impmon—. Supuse que esto iba a suceder y pues, tenía que aceptar.
Tras unas cuantas miradas y una que otra broma, dejaron a Flamedramon en la habitación, sin más compañía que la de Renamon, quien parecía dormida a juzgar por la mancha de sangre. Recordó aquella pregunta que ella le hizo, sonrojándose de por medio. Así pasó el resto del día, incluida la noche.
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