—¡Y oficialmente, yo los declaro marido y mujer! —grita el oficiante de la boda, más borracho que eufórico, y tratando de que su voz se escuche por encima de la ruidosa música que nos rodea—. ¡Viva los novios!

—¡Viva los novios! —gritan todos al unísono, incluyéndome. Parece que todas las copas que me he tomado empiezan a hacer su efecto.

—¡Ahora puedes besar a la novia! —vuelve a gritar, antes de perder el equilibrio y caer de espaldas, arrastrando con él a unas cuantas personas que bailaban alrededor.

—Ya lo escuchaste —dice una voz masculina a mi lado. No está gritando, pero aún así puedo escucharlo con claridad, apesar del sonido ensordecedor de la pista de baile.

El chico se acerca a mí y pone sus manos en mis mejillas, antes de besarme con una pasión descontrolada. Yo lo conozco, pero no puedo recordar su nombre. De hecho, él se ve tan borracho como todos aquí, que tampoco creo que pueda recordar como se llama.

Cuando nos separamos para recuperar el aliento, una idea se asoma en mi cabeza.

La ceremonia de boda de mi amiga fue hace algunas horas, entonces, ¿por qué el oficiante volvió a repetir su discurso?, ¿por qué me besé con el apuesto joven cuando él dijo que besara a la novia?, ¿por qué hay hojas y plumas regadas alrededor de la mesa a nuestro lado? ¿por qué algunas de ellas están firmadas?

Lo pienso por un momento que dura tan solo un par de segundos.

—¿Qué importa? —grito, más para mi misma que para los demás. Y todos seguimos moviéndonos al son de la música, mientras seguimos tomando, mucho.