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Conversación

-¿Cómo has estado? - le pregunto Mondragón a su hija, quién lo miraba confundida, sorprendida sin comprender aún que su padre estaba allí.

-Papá! ¿Qué haces a estas horas?- dijo mientras titubeaba y hablaba sin mirar a su padre

-Tenía la necesidad de preguntarte, solo para asegurar ¿Quieres a alguien verdad? - pregunto su padre con algo de cautela en la voz. Virginia volteo a verlo:

-La verdad es que no he hablado de él sobre estos asuntos, ni te he hablado a ti de él. Es más ¿de quién hablas y como lo supones?

-Pero si no es ninguna sorpresa. - dijo Mondragón- Puesto que estas en edad y es notoria cuanta atención le das. Yo no le conozco muy bien, te dejo a ti ese mérito. Pero no le vayas a recriminar que no te hable de amor. Ese cariño es como un árbol, florece, pero sus flores no caen todas al mismo tiempo. Y cualquiera tendría reservas hacia la hija de un militar. 

-Bueno - contesto Virginia algo cortada en voz- Te agradezco que te preocupes por mí. Pero por ahora disculpa...Este y otro momento no sería nunca el momento para hablarte de él. Papá ¿Cuántas veces me repetiste que no te guardara algo en secreto? pero esto que hago. Te lo aseguro, no te hará enojar. - y diciendo esto se apartó de su padre pero antes soltó: - Eres raro, al no mostrar afecto.

-Ya veo que es así- dijo fríamente su papá - Entonces si tienes o cuando tengas problemas para decírmelos. Anda y no me los digas. Tarde o temprano te verá con ese joven u otro o aquel con quién decidas casarte. Y esto no es lo único que quería decirte. - pero su hija se iba sin voltearse o despedirle. Como si fuese cosas difícil de tratar. Mondragón suspiro y dijo en voz alta -No me has permitido decirte, que me han encomendado un deber, que habré de irme. Que ya no podré verte. Me iré por un tiempo de este lugar. 

Su hija entonces volteó y mirándolo se obligo a sonreír sus ojos se humedecían como si fuera a llorar. Y se alejo de allí como si huyera de una escena. Mondragón volvió al auto y ya estando dentro de este. Respiró hondamente y se reclino sobre el asiento del carro.

Eran las cinco de la tarde y Andrés seguía ahí, haciendo lagartijas sin parar. Hasta que oyó nombrar la ultima y se dejo caer en el piso. El viento era bueno allí abajo y de buena gana se hubiera dormido de no oír pasos. - ¿Ese que hace allí? ¿Encuentra tan a su gusto la academia que hasta sus suelos le sirven de siesta? Deberían llevárselo a la torre catorce. - dijo un señor

- ¿Verdad? - se oyó luego al oficial Serna- Es a donde corresponden los sinvergüenzas como él.

Andrés se sobresalto, y adolorido se puso de pie. Pues ahí tirado no podría defenderse.



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