Visita Nocturna.
"Nadie nos pertenece salvo en el recuerdo"John Updike
Hoy releí tus cartas, mis cartas. Las cartas que hace mucho tiempo escribí para ti. Entré sigilosamente a la habitación porque pensé que a esa hora estarías dormido pero advertí que la habitación estaba vacía. Me senté en el borde de la cama y acaricié suavemente la almohada donde sabía que posabas tu rostro. Tu rostro. El rostro que tantas veces acaricié y recorrí con mis labios. Amaba tu rostro, tus ojos y tu boca. En la mesa de noche reposaba nuestra fotografía: nuestros rostros felices y sonrientes el día de nuestra boda. Hace tanto que mi boca no besa tu rostro. Hace tanto...
Una nostalgia larga como la noche me invade, solo me conforta poder venir a verte, en silencio como ahora, sin que tu percibas mi presencia. Miré hacia la cómoda y allí estaba el cofre con nuestras cartas. Intactas, a pesar del tiempo. Poco a poco fui desdoblando y leyendo cada una de ellas. En esas cartas te escribí mi amor.
Las cartas son el mejor testimonio de la interioridad; una especie de radiografía del alma, donde quien escribe, se desnuda y plasma sus más íntimos deseos. Tú nunca escribiste para mí. Preferías la palabra directa; expresarme todo lo que sentías. Yo atesoré la fugacidad de tu palabra. Me acompaña siempre. Aún ahora, cuando todo acercamiento parece imposible, tu palabra es mi necesidad.
Somos seres de recuerdos, de memoria. Sólo así podemos eternizarnos. La palabra-recuerdo nos inmortaliza, la palabra-vida nos impide partir para siempre. Por eso siempre regreso, recuerdo.
Después de leer, salí de la habitación y recorrí todos los demás cuartos. En la parte alta de la casa solo están las habitaciones y una pequeña sala de estar decorada con un estilo country. Todo está igual. Salvo algunos objetos y pequeños detalles, todo permanece intacto desde mi partida. Yo solía renovar y cambiar el decorado cada cierto tiempo por creer que las energías se enriquecen con el movimiento de las piezas. Lo estático suele menguarse, lo dinámico permite el rejuvenecimiento.
Descendí lentamente las escaleras y te vi. Estabas recostado en el sofá, fumando la pipa que te obsequiara en tu cumpleaños y escuchando la cálida voz de Cesárea Évora. Llegué a tu lado silenciosamente. Tu barba había encanecido casi por completo pero tu rostro conservaba intacta la expresión de serenidad que una vez me cautivó. Sólo tus ojos parecían más tristes. No sentiste mi presencia y me acerqué un poco más. Sí, tus ojos estaban nublados y profundamente melancólicos. Pensabas en mí. Recordabas en ese momento nuestra última noche juntos. Sonaba la misma música mientras cenábamos.
- Sólo serán pocos días. En cuanto termine las excavaciones regresaré al museo con las piezas y el resto se hará aquí junto al resto de los arqueólogos.
- Me gustaría poder acompañarte pero yo también tengo compromisos.
- No es necesario. Regresaré pronto.
Me recordabas y eso me hacía permanecer cerca de ti. Fui hasta la cocina por un vaso con agua. Mi garganta estaba un poco reseca. El viaje esta vez había sido más difícil que los otros.
Mientras me servía el agua te sentí avanzar detrás de mí. Venías por los fósforos para encender nuevamente la pipa. Tomaba el agua lentamente. Tú atizabas la picadura nueva.
- Esta picadura ya no es como antes. Se quema rápidamente y el olor no me convence mucho. En el empaque dice que es de Cereza pero a mi me huele a tabaco normal. Tú que dices? Siempre tuviste olfato para escogerme buenas picaduras. Te agrada?
Terminé de beber el agua y aspiré profundamente el humo. Tenías razón; el olor era casi imperceptible.
- A ti te gustaba tanto que fumara pipa y yo lo hacía tan poco. Ahora que no estás lo hago con mucha frecuencia. Es una extraña forma de sentirte cerca, de tenerte conmigo.
Al decir esto volvías al sofá. Mientras me sentaba a tu lado recordabas lo mucho que me gustaba que también me regalaras flores. Me acostumbraste a eso durante el tiempo que fuimos novios y luego se hizo imposible que dejaras de traerme flores todos los sábados para arreglar la casa.
- Trato de que siempre haya flores en casa. Hoy compré esas pensando en ti. Prefiero colocarlas aquí y no llevártelas. Es más íntimo, más cálido y me hace recordar lo feliz que te hacía ese pequeño detalle. A veces se hace difícil encontrar las que te gustaban pero nunca faltan flores en este jarrón. Para ti., sólo por pensar en ti.
Las flores amarillas resplandecían en el centro de la mesa de madera rústica y sentí regocijo por el gesto que aún guardabas para mí.
Te levantaste, apagaste el aparato de sonido y subiste a la habitación. Hasta ahora no lo había notado pero tus pasos resultaban más lerdos, cansados; como si arrastraran un hondo dolor. Mientras subías, me invitabas a acompañarte, temías quedarte solo. La noche había caído por completo y a esta hora solíamos platicar un rato antes de dormir. Al entrar a la habitación te sentí suspirar profundamente, como quien añora lo que ya no se tiene.
- ¿Aurora, por qué te fuiste?. Las noches son más largas sin nuestras pláticas, sin tu cuerpo a mi lado. He adoptado una especie de insomnio voluntario por el desasosiego que me provoca tu ausencia. Aún no logro acostumbrarme.
Hablabas despacio, con una voz derrotada. Tu voz que siempre fue sonora y alegre resonaba como un eco cansado, como un anhelo fracturado en medio de un ambicioso desear. Yo permanecía allí, sin decir nada. Nada que dijera podría cambiar el curso de las cosas. Sólo te miraba y sentía tu tristeza. Esa misma tristeza que me invadió aquella tarde al percatarme que ya no volvería para estar a tu lado.
- Es difícil encontrar respuesta a la fugacidad del tiempo y a lo impredecible que resulta el destino. ¿Existe un destino?, ¿Cuál era el mío?, ¿Cuál es el mío ahora sin ti?. Todas las noches pienso en eso. Pero no obtengo respuesta. ¿Tú sabes? ¿Tú podrías decírmelo?
Lloraba por no poder darte la palabra que esperabas. Yo tampoco tenía respuesta. Sólo sabía que en un momento inesperado ese destino del que hablabas se había ensañado conmigo.
Acercaste tu mano a la mesa de noche y sacaste un periódico amarillento. Mirabas la fotografía de un amasijo de hierro irreconocible. Un titular en letras grandes servía de soporte a la imagen: "Tres arqueólogos mueren en explosión de aeronave". Empezaste a sollozar mientras apretabas el papel contra tu pecho.
- Aurora, Aurora, mi amor. ¿Estaré contigo algún día?
- Estoy aquí. Intenta sentirme.
- ¿Regresarás?
- No podré marcharme ya. La fuerza de tu recuerdo me lo impide.
- Es tarde.
- Si lo es. Vamos a dormir.
",aff_@�p��3�
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro