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Capítulo 9 Como la espectadora que soy



El paisaje es un manto verde, plagado de olivares. Es hermoso y, a la vez, desolador. Hay un chico de cabello y ojos oscuros, amarrado por las muñecas al tronco de un gran y viejo olivo.

Sufre. Puedo sentirlo: su dolor, su desconcierto, su incertidumbre... como si sus emociones fueran las mías propias. Tiene un ojo deformado a causa de la inflación de su rostro y la nariz le sangra de forma escandalosa.

Veo a otro hombre, corpulento. Se pasea a su alrededor con las manos a la espalda; pensativo. No pronuncia ningún sonido, tan solo camina de un lado a otro, cabizbajo. Parece nervioso, o esa es la sensación que tengo.

Observo la escena como la espectadora que soy. No entiendo muy bien la

situación. ¿Qué es lo que los habrá llevado a esa situación? De pronto, el hombre detiene su caminar y agarra una vara del suelo que dobla entre sus manos, para comprobar que es lo suficientemente flexible. Después, lanza un latigazo al aire que corta el viento.

-Dime dónde está -la voz del hombre es cruda, amenazadora.

Espero lo que vendrá a continuación con el corazón a mil por hora, no sé por qué, pero creo que todo esto va a terminar mal. El joven en respuesta, escupe a la cara de su captor que se limpia mientras frunce los labios en algo parecido a una sonrisa; me da escalofríos.

-Muy bien, como quieras. Tú te lo has buscado -masculla mientras le golpea salvajemente con la vara en la mejilla que logra que la tierna carne del rostro se abra y empiece a sangrar.

-¿Cuándo cumplirá los dieciséis? -insiste... la bestia.

-Vete al infierno -susurra el joven con voz profunda.

La bestia sonríe de nuevo, se relame. Es como si esperara esa misma respuesta y estuviera ansioso por soltar su réplica.

-¿Te olvidas que de allí vengo? Me mando allí a penar hace muchos, muchos años. ¿No lo recuerdas? Fue en el momento en el que te eligió a ti.

Por un momento no sé qué pensar, es como si todo fuera un copia y pega de otros sueños, cambia su apariencia, los escenarios, pero siempre es el mismo fin. Tiemblo por la expectación. Espero, con ansia, la respuesta del otro.

Ambos se miran, se miden. Es como si no pudieran dejar de competir para ganar una y otra vez, a través de los años. A través del tiempo.

-Regresa. -Fue todo lo que dijo.

-No sin ella. La quiero.

-Nunca, ¡me oyes!, nunca será tuya. -De repente el tono y la mirada del joven que está atado cambia. Es dura, llena del odio que siente hacia su captor.

Una carcajada siniestra y a la vez llena de temor rompe el silencio entre ellos y me golpea con fuerza. No solo soy consciente de lo que siente el prisionero, también noto la amargura, el dolor y la desesperación que llenan al otro.

-Algún día... -se detiene para tomar el aliento que la ira que lo llena le roba -, algún día lo conseguiré. No te quepa la menor duda. Disfruto con su dolor, pero disfrutare mucho mas con tu sufrimiento. Quiero ver como tu alma se parte en dos de dolor. No vivo para otra cosa.

-No lo permitiré, nunca.

-Eso espero, me gusta la lucha, no me lo pongas fácil, por favor. Así, saborearé más mi triunfo.

Mientras pronuncia esas palabras con la mirada encolerizada, otro hombre, de aspecto espeluznante al que le faltaba un ojo y renqueaba de la pierna izquierda, salía de la casa señorial que adornaba el paisaje árido en el que solo destacaba ese solitario olivo.

Un grupo de mujeres atadas por las muñecas, salen agrupadas en manada, como si fueran ovejas a las que están a punto de degollar. El hombre corpulento dirige una mirada hacia el grupo y observa durante unos segundos, después hace un gesto negativo con la cabeza. Deduzco que ninguna es la que busca.

-¿Has mirado en el sótano? -interroga con voz seria.

-No, señor, ahí no -contesta cuando entiende lo que su señor insinúa -. Quedaos aquí sentaditas, ahora vuelvo. No os haré esperar demasiado -las amenaza mientras se relame los labios de forma lasciva.

Una arcada me llena la boca de mal sabor. Puedo imaginar qué es lo que pretende hacer con ellas. Mis ojos regresan al joven maniatado, puedo sentir la impaciencia llenarle hasta rebosar por los poros de su cuerpo. Ha dado en el clavo; está escondida en el sótano de la casa.

-¿Cuándo? -vuelve a preguntar.

De repente me siento perdida, ¿qué es lo que quiere saber? ¿Cuándo qué? Pierdo el hilo de los pensamientos cuando escucho la voz del hombre tuerto gritar.

-¡Mi señor, está aquí! ¡La tengo!

Lo veo salir de la casa acompañada de una joven. Tiene unos grandes ojos rasgados de color azul, su larga cabellera, tan oscura como una noche sin luna, cae como una cascada de sedosos rizos. Su mirada es desafiante, igual que su porte. Está dispuesta a luchar o, al menos, a tratar de escapar y no duda en dejarlo claro.

Reta con la mirada llena de odio a los dos captores, sin embargo, cuando se encuentra con el joven atado al tronco de árbol, herido pero vivo, su alivio es evidente.

Puedo sentir todo lo que bulle dentro de ella con intensidad. Con mucha más claridad que los sentimientos de ellos. La furia burbujea en su interior, si pudiera golpearía a la bestia por haberle puesto la mano encima al hombre que ama.

Entonces lo sé, ella soy yo. Aunque somos diferentes, vero su luz azul parpadear, llamarme. ¿Me hace señales? Confirma mis pensamientos, ahora estoy segura, soy yo. Miro de nuevo al chico y lo siento. El corazón de ella late aprisa por él, me guía para salvarle, es... ¿Daniel? ¿Es él? Su aspecto es diferente, pero algo grita en mi interior que es el chico diabólico, es él. Presto más atención a todo y observo con pausa. Entonces los veo, los ojos azules como su alma. Unos ojos que la miran con un fuego incandescente, un fuego que nada ni nadie puede apagar, tan intenso como el amor que siente por ella. La ama. Ella lo ama a él. Están hechos el uno para el otro, unidos por un hilo invisible que nada es capaz de romper, ni siquiera el paso del tiempo.

Puedo sentir el flujo entre ellos, el amor que se prodigan y expresan con sus miradas. Es tan intenso que las lágrimas empiezan a humedecer mis ojos. ¿Quería eso decir que sin saberlo amaba a Daniel?

No, no podía ser, solo era un sueño, pero... ¿entonces? ¿Por qué lo sentía tan real? La bestia los miró a ambos, una y otra vez. Lo siento, el también lo sabe, lo percibe.

-Ya ha sucedido... -susurra herido.

Y en ese preciso instante, una sombre oscura de garras afiladas se escapa del cuerpo del hombre corpulento, dejando tras de sí tan solo un cuerpo sin vida sobre el suelo. Los demás contemplan la escena con asombro, sin tener ni idea de qué ha sucedido. Ninguno puede ver la oscuridad de garras cortantes, tan solo un cuerpo enorme que se había desplomado sin aliento de repente, sin causa aparente. Fulminado como por arte de magia.

El terror me invade, la joven sabe qué viene a continuación. Mira al joven que creo que es Daniel a los ojos con temor, él le devuelve una mirada llena de amor, de resignación, una mirada que se despide de ella hasta la próxima vida conocedora de su ineludible destino.

El grito que profiere la joven me pilla desprevenida. Es un chillido que nace desde lo más profundo de su alma. Otra vez sucedía. La misma historia a través de los siglos.

Las garras oscuras penetran en el pecho del joven y agarran con fuerza la luz azul de su interior, tirando hasta arrancarla de su cuerpo, al mismo tiempo que arranca su último aliento de vida, dejando a un muñeco sin cuerdas atado al tronco de madera rugosa.

La joven, ahogada en un mar de lágrimas, observa impotente como el perseguidor destruye el alma de su amado que se convierte en cenizas rojizas entre sus manos negras, cenizas que son arrastradas por el viento hasta desaparecer por completo cualquier rastro de ellas.

-En otra vida, pues -susurra mientras se clava una daga en su corazón, ya herido. La miro a los ojos, veo cómo pierden la chispa que segundos antes bailaba en el fondo de sus pupilas y cómo su alma se desprende de ese cuerpo y desaparece en la nada.

Miro en derredor sin tener nada claro. La escena ante mis ojos es dantesca, sobre todo para los demás, que tan solo son capaces de ver tres cuerpos que han perdido la vida sin causa aparente.

Les envidio, yo si soy capaz de ver la escena al completo, soy capaz de sentirlo, de sufrir y llorar igual que ellos... que todos ellos.

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