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Capítulo 7 ¿Los dos?


No los he visto durante el resto de la mañana. Claudia y Adriana, aunque sé que se mueren de ganas, han esperado con una paciencia asombrosa hasta el descanso para preguntarme por lo ocurrido, así que, a grandes rasgos, les cuento la extraña historia sin omitir los besos, aunque la verdad es que de ese me arrepiento al instante.

-¿Te besaron? -pregunta Claudia, asombrada.

-¿Los dos? -dice sin ocultar su incredulidad Adriana.

-Es in cre i ble-dijo Claudia separando las palabras con la boca abierta.

-Muchas gracias. ¿Tan raro es que dos chicos estén interesados en mí? -murmuro ofendida. No es para menos. No es que sea una supermodelo, pero tampoco soy un horror.

-No quería decir eso, es que está celosa -justifica Adriana -, como yo.

-No es verdad, bueno sí, un poco. Bueno... mucho -confiesa Claudia.

Su ceño fruncido nos saca una sonrisa y el ambiente se vuelve más relajado.

-No os podéis imaginar qué situación. Los dos golpeándose, por mí. Era de lo mas extraño.

-Yo creo que es muy romántico -suspira Adriana llevándose las manos a la cara.

-Sí, sí, ha sido muy romántico: los golpes, la sangre, el miedo... -la corto apesadumbrada. Me pregunto dónde le verán ella lo romántico a esa situación tan incómoda.

-Bueno eso no, pero el hecho de que dos chicos se disputen tu amor... es como en las novelas románticas -se defiende Adriana.

-Bueno, podría ser. Un romanticismo muy macabro, pero si tú lo dices...

Hablando con ellas de la extraña situación, me doy cuenta de un detalle que he dejado de lado. ¿Por qué parecía que ellos se conocían? ¿Esta vez? ¿A qué se referirían? No ha habido otras veces. De eso estoy segura, lo recordaría, ¿verdad?

De hecho, a pesar de que eso me conecta con la triste realidad de mi solitaria vida de adolescente, sin contar el beso de Sergio a los trece años, se puedo decir que los de hoy han sido mis primeros besos de verdad. Sergio, en aquella ocasión, tan solo acercó sus labios a los míos. Nada más. Desde luego nada parecido a lo que acababa de suceder. Seguro que lengua no hubo...

-Azul... Azul... vuelve.

-Lo siento, supongo que estoy cansada, el día de hoy ha sido agotador, el combate niño diabólicoversus niño cruasán arroganteme ha dejado exhausta. Me iré a casa a descansar. Esta tarde no contéis conmigo.

-Como quieras. De todas formas, habrá que estudiar para el examen de mates...

-Sí, lo había olvidado.

El timbre suena sacándome de mi ensueño de nuevo. Volvemos a clase. No consigo concentrarme, tan solo puedo mirar el reloj sin parar deseando que el timbre me suena y me devuelva la libertad que cada día me arrebata durante unas horas.

Llego a casa cansada y triste. La verdad es que no sé porqué noto como si toda la energía de mi cuerpo me hubiese abandonado de repente. Al igual que después de los sueños...

Entro en casa. Respiro aliviada. El olor de mi casa. De mi hogar. De mi madre. Me apoyo en la puerta. Tendría que contarle a mi madre lo sucedido, prefiero hacerlo a esperar que se entere por el director del instituto. Dejo la mochila tirada junto a la entrada y cuelgo el abrigo en el perchero.

-Mamá, ya estoy en casa.

-Estoy en la cocina.

Me dirijo a la cocina, lo primero que haré, será tomarme un vaso de agua, o de zumo, siento que voy a desfallecer...

«Mierda. Mierda. Mierda».

-Hola Marta - saludo mientras sigo repitiendo mierda en mi mente.

-Hola, Azul. Ya me iba.

-Marta ha venido a contarme lo sucedido.

Que bien, ya lo sabía. ¿Y qué sería exactamente lo que le habría contado?

-¿Lo sucedido? -pregunto con precaución por si se trata de otra cosa y meto la pata. Aunque no voy a tener tanta suerte.

-Azul, me gustaría hablar contigo cuando te apetezca. Para conocer tu versión de los hechos.

-Claro, Marta, pero hoy no, si no te importa. No me encuentro demasiado bien.

-Por supuesto, cuando quieras. De todas formas, me voy a casa a curar el ojo amoratado de Daniel. Aunque al parecer, el otro chico, está peor... Desde su cumpleaños, está raro.

Dejo de ver, de oír, de respirar... Algo tira de mí y siento cómo mi cuerpo se desploma hacia el duro y frío suelo. Creo notar cómo mi cabeza se estrella contra el suelo, amortiguada tan solo por mi espesa mata de pelo.

Abro los ojos, aturdida. Allí está. Esperándome. Radiante. Hermoso. Me mira con deseo, con posesión. «Eres mía», grita su mirada fría. Y, de nuevo, ahí está. Esa atracción hacía él irresistible. Un hilo invisible que arrastra mi cuerpo hasta el suyo, casi puedo verlo. Los detalles del escenario pasan inadvertidos para mí, tan solo tengo ojos para él. Lo demás... deja de existir, es como un borrón que nos rodea.

-Ven -susurra con voz embaucadora.

Y mi cuerpo acata la orden sin oponer resistencia. Quiero ir. Deseo ir. Arrojarme a sus brazos. Perderme en su abrazo. Besar esa boca voluptuosa y firme adornada con una pequeña cicatriz que parte su labio superior.

Esa cicatriz... le hace más atractivo aún. Noto cómo mi cuerpo se queda sin voluntad por él, es más, era como si me derritiese por él. Estoy a punto de alcanzarle, pero, sin previo aviso, mi cuerpo toma un rumbo diferente. Gira por completo, dándole la espalda.

Entonces la encuentro, la luz azul me espera. La sensación es diferente, es placentera, me llena por completo. No tiene nada que ver con el deseo abrasador de momentos antes, es diferente, más suave y más urgente. Una necesidad casi animal, como respirar.

El titiritero que guía mis pasos con sus hilos invisibles, vuelve a cambiar la dirección de mi voluntad y me dirige hacia él. Acaba de aparecer y ha borrado de un plumazo los sentimientos que la otra luz ha despertado en mí. Sus ojos fríos como el hielo, calienta mi interior con su mirada. Siento que soy un volcán a punto de despertar con todo el calor que ha guardado dentro durante... siglos. No puedo imaginarme cómo será cuando llegue la erupción; devastadora. Como lo es su sonrisa. Como lo es su mirada, como lo es su alma. Me olvido por completo del otro. Ya no existe ninguno más par mí. Con solo una mirada y ya soy suya; le pertenezco. Aunque no solo en esta vida, sino en todas las que vendrán después. Para siempre. Por toda la eternidad.

Avanzo despacio, recreándome en los sentimientos que ha despertado en mí. No puedo evitarlo. No lo presiento ni lo veo. Las garras oscuras toman la delantera. Él y el perseguidor se enzarzan en una cruda pelea. Puedo ver cómo sufre, cómo esas garras oscuras arrancan, sin piedad, trozos de su alma color zafiro. Me duele, me hiere. Aún sin sangre, sangro. Mi cuerpo está sufriendo. Por él.

El perseguidor, con cada jadeo o gemido de dolor que sale de mi boca, parece hacerse más fuerte, como si fuera su fuente de alimento mi dolor.

La tenebrosa sombra me mira. Lo tiene contra el suelo. Lo ha vencido. Sus ojos azules fríos como el hielo se clavan en los míos. Ve el terror que siento, el dolor que me provoca lo que va a llegar a continuación, porque lo sé con certeza. Y, entonces, hunde sus garras negras en su cuerpo y arranca su alma azul, dejando un cuerpo, más similar a una cáscara vacía, tirado en el suelo.

Observo el cuerpo, pero ya no me hace sentir nada especial. Nada. Ya, sin su esencia, no significa nada para mí. Soy incapaz de moverme, de sentir o llorar. La sombra oscura se cierne sobre mí, pero ni siquiera trato de ponerme a salvo. Trató de alentar a mi cuerpo para que huya de ese ser aberrante, pero no obedece.

Sus ojos se clavan en los míos y puedo sentir su aliento helado en mi rostro.

-Siempre será así. Siempre te lo arrebataré. Nunca lo tendrás. Tu dolor, me alimenta, me regocija, me alivia la angustia que sientes al perderle. Alivia el dolor que siento aun, después de tanto tiempo, cuando te perdí la primera vez. Siempre te perseguiré.

«Siempre», pensé. Siempre... ¿Tendría que huir siempre? ¿Acaso era una condena?

No sé por qué, pero eso me horroriza y me hace reaccionar. Un grito lastimero y desgarrador brota de mis entrañas. Grito por él, por mí, por un futuro que nos ha sido arrebatado. Por nuestros futuros. Todos ellos.

Unas manos temblorosas me sacuden con fuerza, quieren traerme de vuelta. Hacia la luz. Solo tengo que abrir los ojos y ver la luz, agarrarme a ella con fuerza, pero es tan doloroso ahora que no está él...

Siento mis ojos arder a causa de las lágrimas derramadas. No puedo con mis parpados, me pesaban demasiado. Estoy hastiada. Todo lo sucedido me ha dejado sin fuerzas y el ánimo por los suelos; sin vida, sin aliento.

-¡Azul, Azul! -la voz de mi madre, histérica, me llama. Desesperada.

Mi madre... ¡Mi madre! Eso me da fuerzas. Es mi madre, me llama desgarrada por el dolor. Abro los ojos con mucho esfuerzo. Cuando conecto con los suyos me reconforta, ella siempre me da ánimos y fuerzas para salir adelante.

Sus ojos lloran tanto como los míos, está preocupada. Mucho. Nunca antes la he visto así. Me abrazo a ella con fuerza, su latido es desbocado, frenético. Me asusta que vaya a sufrir un ataque al corazón o algo peor... debo relajarla, es la prioridad. Aunque no tenga fuerzas las buscaré dónde sea.

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