Capítulo 5 A salvo
- ¡Oh, Dios mío! ¿Cariño, estás bien? ¿Qué ha ocurrido? ¿Daniel? ¿Dime algo, por favor? ¿Qué ha sucedido? -escucho la voz de mi madre hablar a toda velocidad, demasiada para que mi mente, todavía perdida en las tinieblas, la entienda.
-En realidad no lo tengo muy claro, regresaba a casa del instituto y le encontré en el parque que hay camino a casa, tirada en el suelo. No sé qué tiene ni qué le ha ocurrido. La encontré así. Abrió los ojos un momento y volvió a desvanecerse.
-Azul, Azul... -mi madre sigue llamándome, su voz suena asustada -Déjala en el sofá, por favor. -Mi madre, eso significa que estoy en casa. A salvo.
Necesito comprobarlo por mí misma, así que, no sin esfuerzo, me obligo a abrir los ojos. Al hacerlo me encuentro con los oscuros de ella húmedos por las lágrimas que está derramando. Parpadeo de nuevo y su boca dibuja una pequeña sonrisa.
- ¿Estás bien cariño?
Vuelvo a parpadear, esta vez con más fuerza. Necesito aclararme las ideas y deshacerme de esa sensación de peligro que se ha pegado a mi piel y que todavía no se ha desvanecido.
-Creo que sí -balbuceo en un susurro.
-Gracias, Daniel, por traerla -agradece mi madre con la voz emocionada. Genial, ahora se ha convertido en un héroe para ella.
-De nada, señora. Si no hay problema, pasaré más tarde para ver cómo se encuentra.
-Has tenido que asustarte mucho, ¿verdad?
-No se puede imaginar cuánto. Pensé... que la perdía antes de tiempo- musitó. Lo había dicho en voz tan baja, que dudé de si en realidad lo había escuchado.
Desde el sofá en el que me encuentro recostada, giro la cabeza para mirarlo, confusa. No puede ser posible que haya dicho algo así.
Sin más, se da la vuelta y empieza a caminar hacia la puerta con los hombros hundidos, no puedo evitar fijarme en cómo, bajo la camiseta, sus músculos se tensan al compás de su paso y por un instante me da la sensación de que desprende una luz... azul.
-Azul, mírame -me pide mi madre, distrayendo mis pensamientos -. ¿Qué ha pasado? ¡Mira qué ojeras...! ¿Cuánto llevas sin dormir? ¿Y sin comer? ¿Alguien te ha atacado? Azul, dejarás el equipo, ¿me oyes?
La escucho con su dulce y preocupada voz que no deja de soltar frases como si fuera en vez de una boca, una metralleta. Es curioso, porque se la escucha enfadada y preocupada a la vez. Sonrío y contengo las lágrimas. Estoy en casa y necesito un respiro. Estoy a salvo de él.
-Mamá, estoy bien -afirmo tratando de incorporarme -, solo un poco cansada. Ayúdame a llegar hasta mi cama. Sólo ha sido una lipotimia, solo eso.
Sus ojos oscuros se vuelven sombríos, desconfiados, pero no dice nada. Supongo que cuando se reponga del susto me tocará enfrentarme a una "larga charla", pero ahora no es el momento.
-Está bien -claudica a regañadientes -mañana iremos al hospital y a primera hora te haré una analítica.
-Vale -asiento para tranquilizarla.
Me ayuda a llegar hasta mi dormitorio, me mete en la cama y me arropa con una suave manta.
-Voy a hacerte sopa y no quiero ni una queja.
Con un gesto de mi cabeza y una tímida sonrisa le doy a entender que estoy de acuerdo. La verdad es que no me apetece tomar nada sólido, pero una taza de sopa caliente me ayudará a tranquilizarme y, tal vez, aplaque el frío que siento en el pecho.
Paso la mayor parte de la tarde pensando en los extraños sucesos, barajando varias posibilidades, entre ellas que la más probable que no es otra que he perdido el juicio. ¿Por qué los sueños me parecen tan reales?
Me llevo la mano, sin ser consciente, hacia la pierna dónde la garra me ha rozado. Allí está, la marca de una de sus afiladas garras. No está fresca solo en mi memoria, también lo está en mi piel.
¿Qué demonios me ocurre? ¿Es posible imaginar las heridas? Debo estar muy mal de la cabeza. De psiquiátrico. Tirito y no de frío, sino de miedo. Además... ese comentario de Daniel, ha sido como, como si supiera lo que ha pasado.
Escucho el timbre de la puerta. Tal vez sean Adriana y Claudia. ¡Ojalá! Me vendrá bien su compañía. Escucho los pasos retumbar en las escaleras, veo cómo la manija de la puerta se mueve y al abrirse trae una brisa suave que acompañada la voz de un chico.
-Hola, ¿puedo pasar?
Chucky el niño diabólico. En mi casa. Lo que me faltaba. No tengo el estado de ánimo para estos asuntos, la verdad.
-Hola -devuelvo el saludo con frialdad -, ya estás dentro.
El silencio nos golpea con fuerza. Se ha quedado parado, frente a la puerta. No dice nada, solo me mira de forma extraña y puedo ver que aprieta la mandíbula porque al hacerlo se le forman unos encantadores hoyuelos en las mejillas.
-Supongo que debo agradecerte que me trajeras a casa.
Él alza la mirada que se ha vuelto fría como un día de invierno. Ni loca voy a reconocer que me ha salvado, menudo caballero andante más espeluznante.
Se sienta justo frente a mí, en la silla que uso para estudiar, con la mirada baja. Apenas se le ve la cara, el flequillo le tapa una parte bastante amplia de su rostro, pero sé que sigue tenso. Su mandíbula continúa contrayéndose y sus manos se aferran a las rodillas cubiertas por unos vaqueros desgastados.
Sus nudillos están blancos. No lo entiendo, si tan poca gracia le hacía venir, ¿para qué lo ha hecho? Ni que se lo hubiera pedido, por mí podía haberse quedado en su casa, con su familia diabólica. Aunque si he de ser honesta conmigo misma he de reconocer que no me agrada que se sienta tan incómodo en mi compañía. El raro es él, no yo.
-Dentro de unos días, cumpliré dieciséis.
-Lo sé.
No digo nada más y ante mi silencio levanta la mirada. Sigue con las manos apoyadas en las rodillas, pero ahora las mueve de arriba abajo, nervioso.
-Lo dijo tu madre en la cena. Que cumples años el mismo día que yo -aclaro para que quite esa cara de sorpresa.
-Sí, cumples el mismo día que yo. Por eso estoy aquí -añade con un susurro apenas audible.
- ¿Qué? -pregunto como si no lo hubiese oído.
De nuevo se queda en silencio. Parece algo más relajado, al menos la tensión en sus hombros se ha ido, está más calmado. Mira hacia la ventana, observa el cielo nocturno. Hago lo mismo, por inercia. Es noche clara, la luna brilla y las estrellas parpadean conscientes de que nada ni nadie puede empañar su brillo.
-Me asusté mucho al verte.
Suspiro, he de reconocer que tuvo que ser un trauma verme ahí tirada en mitad del parque. Todavía no entiendo bien qué sucedió. Al menos no me dejó a mi suerte, eso debería contar.
-Sí, supongo que sí. Yo también lo hubiese estado de estar en tu lugar.
- ¿Te encuentras bien? -Creo que es la primera vez que me mira a los ojos. -Veo que te has herido en la pierna -puntualiza antes de que le conteste.
¡Mierda! Me he olvidado por completo de la herida y al bajar la vista me doy cuenta de que se ve. Su visita ha sido toda una sorpresa y no he pensado en bajarme hasta el fondo el pantalón para ocultarla.
- ¿Esto? No es nada -miento -Me habré rozado cuando caí o cuando tropezara... todavía no sé bien qué me sucedió.
- ¿No recuerdas nada? -pregunta y su voz es apremiante. Está tenso de nuevo.
- No mucho, tan solo oscuridad. -Miento de nuevo, porque lo recuerdo casi todo, un montón de cosas de las que no puedo hablar si quiero mantener mi libertad y no terminar en un psiquiátrico encerrada y babeando saturada de pastillas.
No creo haber revelado nada raro, sin embargo su mirada cambia, interesada. Sus ojos azules y afilados como el hielo me observan con detenimiento, como si evaluaran si digo o no la verdad. Por un momento, vuelvo a tener esa sensación. Esa en dónde está rodeado por un halo azul zafiro, pero es de nuevo un breve instante, que ha desaparecido al parpadear.
- ¿Oscuridad?
-Sí -afirmo encogiendo los hombros -, supongo que me desmayé.
-Estabas gritando cuando llegue.
Esa frase me confunde. ¿Gritaba? ¿Cómo en el sueño?
- ¿Gritaba?
-Mucho.
-¿Y que decía? - pregunto con una mezcla de curiosidad y miedo.
-Me llamabas.
Sus palabras me pillan tan de sorpresa que me falta cara para contener los ojos de tan abiertos que los tengo. ¿Qué le llamaba? ¿A él? ¿A la última persona que se me hubiese pasado por la cabeza pedir auxilio? Lo dudo.
- ¿Estás seguro de eso? -pregunto sin poder contener mi propia sorpresa.
- ¿Crees que miento? -me desafía con una ceja alzada.
Nuestras miradas se encuentran de nuevo, es orgulloso y parece molesto, pero me ese gesto me hace darme cuenta de que Adriana y Claudia tenían razón: es muy guapo. Tal vez he pasado por alto ese pequeño detalle al centrarme en su comportamiento frío y distante.
-Lo siento, es que apenas nos conocemos -su mirada se ensombrece de repente -, y no sé por qué iba a llamarte a ti en vez de a mi madre o alguna de mis amigas.
-Tampoco lo tengo claro. De todas formas, me alegra haber llegado, parecías realmente asustada.
-No sé, no recuerdo nada.
-Si necesitas hablar con alguien... - no se irá a ofrecer, ¿verdad?
Sin embargo, me ofrece una tarjeta. La cojo y la leo en voz alta.
- Marta Vallés. Psicóloga juvenil.
¿Es real? ¿Esto en verdad me está pasando? ¿Quién se ha creído que es? Un imbécil, eso es lo que es. Su estupidez no cabe en todo su largo cuerpo. Sin pensarlo y bastante molesta, le tiro la tarjeta a la cara.
- ¿Que insinúas? ¿Vienes a mi casa a insultarme? ¿A llamarme loca? Creo que eres tú el que necesita la ayuda de su madre y no como progenitora, sino como profesional.
Me mira sorprendido, parece que no se esperaba mi reacción, pero ¿qué esperaba?
-No quería ofenderte, tan solo quería que supieras que tienes a alguien de confianza con la que hablar. Ya sabes que los médicos guardan el secreto profesional.
¿A qué viene esto? No deja de mirarme y puedo ver que no hay maldad en sus ojos. Es... como si supiera algo que desconozco y me saca de quicio. No tengo bastante con aguantarle de vecino, de compañero de clase y de encontrármelo en la cafetería, no. También tiene que venir a mi casa a ponerme de los nervios. Como si no estuviera ya bastante alterada.
-Gracias -suelto cortante - ¿Quieres algo más? Necesito descansar.
No sé qué va a hacer, aunque espero que se vaya, sin embargo se acerca hasta mí con paso decidido. Está muy cerca, tanto que su olor me llega. También puedo ver que respira agitado y que ha guardado una de sus manos en el bolsillo del vaquero. Quiero decir algo, pedirle que me deje descansar y justo cuando voy a abrir la boca, posa la mano libre sobre mi cabeza y me acaricia.
Su mano roza desde la nuca hasta el final de mi larga melena. Al llegar al final posa la mano sobre la espalda y puedo notar como el calor que me trasmite traspasa el tejido de la camiseta. Quiero decir algo, pero estoy sin palabras. Lo miro, él me devuelve la mirada. Se ha oscurecido y creo adivinar en el fondo de sus ojos algo parecido a la preocupación.
Agacha la cabeza con lentitud y siento que el estómago se me enconje. ¿Qué demonios pretende? Quiero decir algo, pero mi voz ha desaparecido, ¿va a besarme? No puedo estar segura, pero lo parece, cada vez está más cerca. No deja de mirarme, no parpadea, tan solo se acerca cada vez más a mi rostro y no puedo controlar el alocado ritmo que ha cogido mi corazón.
Está cerca, va a suceder. Mi primer beso va a ser con Chucky, debería negarme, pero algo en mí me lo impide, me susurra que me deje llevar, que cierre los ojos y todo estará bien y obedezco, no sé muy bien por qué.
Y sucede, posa sus labios sobre mi frente. ¿Sobre mi frente?
- Solo una cosa más, cuídate. Por favor. Por mí.
Se da la vuelta y se marcha a toda velocidad. Sus últimas palabras, que no han sido más que un murmullo todavía flotan en el aire y se mezclan con mi respiración agitada. No soy capaz de reaccionar, ni de articular ninguna palabra. No sé qué me molesta más, si pensar que me iba a besar o el hecho de que no lo haya hecho. ¿En la frente? ¿En qué siglo vivimos?
Todavía esto atónita cuando mi madre irrumpe en la habitación con el cuenco de sopa en la mano, ni me acordaba de él.
-Ten, tómatelo todo. Qué amable Daniel. Parece un buen chico.
-Sí, mamá, un buen chico con pinta de muñeco diabólico.
-Ay hija, ¡eres muy exagerada! ¡Con lo guapo que es!
¿Hasta a mi madre le parece guapo? Es increíble. Le soy un sorbo a la sopa y decido no darle más vueltas. Total, parece que él tiene todas las de ganar y que soy la única capaz de ver en él su lado oscuro.
-Y... creo que le gustas -añade.
Toso. Casi me atraganto con la sopa. ¿No podría haber tenido una madre normal? Voy a decir algo antes de ahogarme, pero la puerta vuelve a sonar. ¿Quién será? ¿Es que no pueden dejarme descansar? No debería ser así, pero es que Daniel me ha puesto de mal humor, tan solo me apetece estar a solas y borrar todo rastro de este día tan extraño que encabeza, de momento, el "top ten" en mi lista de "días pésimos".
Mi madre baja a abrir y al cabo de unos minutos la escucho subir acompañada. La puerta se abre y aparece junto a Marta. Mierda, lo que me faltaba.
-Hola, Azul. ¿Qué tal estás?
-Hola, estoy mejor, gracias.
-Ya veo -comenta no muy convencida -. ¿Daniel se ha pasado por aquí?
-Sí, se ha ido hace un rato.
Vale, lo he entendido. Estaba incómodo porque ha venido obligado por su madre. Quizás lo de darme la tarjeta también haya sido idea de Marta.
- ¿Qué ha pasado? Me quedé muy preocupada cuando vi a Daniel llegar contigo en brazos, asustado y sin aliento.
¿Asustado y sin aliento?
-No lo sé, supongo que estoy cansada. Llevo unos días que duermo poco y mal.
-Y por comer poco -puntualiza mi madre, echándome en cara que no me alimento bien.
-Sí, mamá, también eso.
-Es que estos niños de hoy lo quieren llevar todo a un andar... el deporte, los estudios, no comer para estar delgadas, ¿acaso se puede estar más delgada?
Las dos se dirigen a la cocina y me dejan sola. ¡Por fin! Las escucho hablar sobre esto y aquello y de nada en concreto. Bueno, al menos la llegada de Marta ha desactivado el "modo cotorra" de mi madre.
Cojo el teléfono y les echo un vistazo a mis redes sociales. No sé por qué, pero introduzco en el buscador el nombre de Daniel y al no hallar resultados, me decepciono un poco. Al cabo de media hora, Marta regresa a mi dormitorio.
-Azul, espero que descanses -dice seria -. Y, quiero que tengas claro, que si necesitas contarme algo, lo que sea, tengo una mente muy abierta. Estaré disponible a cualquier hora para oírte. Y, tranquila, tus secretos, hasta los más oscuros, estarán a salvo conmigo -sonríe y me guiña un ojo.
Me quedo con la boca abierta. ¿Es que la familia diabólica sabe algo que se me escapa y no soy capaz de ver?
Marta sale y cierra la puerta y yo me cubro con la manta y cierro los ojos. Tan solo necesito descansar. Solo eso. Dormir. Un sueño reparador me irá de maravilla. Al cabo de un rato mi madre aparece para hacerme compañía. Se sienta a mi lado y apoyo la cabeza en su regazo. ¡Sienta tan bien!
Ella sonríe, lo sé aunque no esté mirándola y con su mano acaricia mi cabello. Ese movimiento me acuna y me relaja. Estoy tan cansada que no puedo mantener los ojos abiertos, solo necesito dormir y todo se solucionará. Mañana será un nuevo día y la noche oscura se tragará los malos sueños.
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