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Capítulo 2 Chucky





Al segundo de llamar al timbre, un hombre alto y corpulento nos abre la puerta. Lleva el pelo oscuro engominado hacia atrás y tiene un aspecto muy serio. Un escalofrío me recorre el cuerpo.

—Buenas noches —saluda de mala gana —. Debéis de ser las vecinas...

—Así es —confirma mamá con su deslumbrante sonrisa—. Somos Azul, mi hija, y Luz —. Nos presenta mi madre mientras estrecha la mano del hombre.

—Pasad —ordena con el mismo tono desganado.

«Menudo idiota. Maleducado. Si no quería invitados, que nos hubiesen dejado traquilitas en casa. En fin... ».

—¡Luz, Azul! —la voz suave y dulce de Marta nos da la bienvenida —. Pasad, os estábamos esperando.

Bueno al menos ella es una mujer agradable y amistosa. Pasamos hasta el salón y nos acomodamos en la larga mesa, preparada para la cena. Marta es de esas personas que parecen tener la sonrisa tatuada en su rostro y de las que no la pierden por más seria que sea la situación. En seguida me relajo, me hace sentir casi como en casa.

—No le hagáis caso a Alonso. Es un poco... bueno... serio. Y raro —añade en voz baja guiñándonos un ojo.

Observo a mi alrededor, la verdad es que la han amueblado con muy buen gusto y muy rápido. Tal vez los muebles ya estaban. Marta sirve una copa de vino blanco a mi madre y un refresco de naranja a mí.

—¡Daniel, baja ya! Tenemos visita.

«¿Daniel? ¿Quién será Daniel?».

Antes de que la curiosidad me obligue a preguntar, un chico alto y desgarbado de pelo cobrizo y despeinado, se presenta en el salón.

—Buenas noches —saluda con el mismo tono seco que Alonso al abrir la puerta. Sin duda ha heredado el carácter de su padre...

—Buenas noches —contestamos mi madre y yo al unísono.

—Este es mi hijo. Daniel irá a tu instituto, Azul. A lo mejor coincidís en algunas clases.

«¡¡¡Yujuuuu!!! Vaya, ahora me va a tocar hacer de niñera. Ya entiendo el motivo de la cena... ».

Daniel me mira serio, es como si su cara no pudiese esbozar una sonrisa y se sienta en la silla frente a mí a la vez que mi madre me pisa el pie por debajo de la mesa.

— ¿Sí? ¡Qué bien! —finjo que me alegra — Espero que te guste nuestro instituto.

El aludido agacha la cabeza y el flequillo, largo, le tapa los ojos y, para mi alivio, esa expresión tan tétrica que lleva de serie.

—Tengo claro que no me va a gustar —murmura mirándome de soslayo.

Pero bueno, ¿ya sabe que no le va a gustar? ¿Por qué?¿ Por mí? Ni siquiera me conoce. Mejor no le doy vueltas al asunto, en cuanto me enfado por algo, me pongo roja como una amapola. Lo haré por mi madre, ella necesita amigas, quizás Marta sea una buena amiga para ella. Y la distraiga.

La cena pasa sin más incidentes. El niño desaliñado me mira de vez en cuando con una expresión indescifrable. Parece que guarda algún secreto que no quiere revelar. Ni que me importara.

Es un idiota. Espero no volver a verlo nunca más. Su padre, Alonso, es igual de raro que él. Me da escalofríos. Nos mira de una manera extraña, glacial. Casi puedo ver los témpanos de hielo en su barba.

Marta sirve algunos entrantes y una ensalada caprese que está deliciosa. Después nos obsequia con un pescado que no soy capaz de identificar con una salsa igual de ajena a mis conocimientos culinarios. También hay un plato de rissoto verde para acompañar. Premio, me encanta. Con solo eso ya soy feliz. Ahora me cae mucho mejor.

Marta y mi madre no dejan de parlotear, animadas. Yo estoy deseando de largarme de ese lugar, pero me alegra que mi madre esté relajada. No me atrevo a levantar la mirada del plato, el chico desagradable no deja de mirarme. Me incomoda. Si pudiera saldría huyendo de esta casa tan... rara. La única que se salva y parece normal es Marta.

—Azul... —dice de repente — ¡Qué nombre más bonito! También es poco usual —comenta.

—Sí —contesta mi madre, le encanta contar la historia —, la noche que Azul nació, había una extraña y enorme luna azul. De ahí su nombre.

— ¿Cuánto falta para que cumplas dieciséis?

—Dos meses, cumplo el dos de diciembre — susurro. El chico desgarbado me saca de quicio. No deja de mirarme de vez en cuando, airado. ¿Qué demonios le he hecho? ¿Y tendré que verlo todos los días en el insti? Me niego, antes me doy de baja, cojo a Claudia y Adriana y me largo con ellas a otro.

— ¡Igual que Daniel! ¡Qué coincidencia, los dos el mismo día!

El chico desgarbado se levanta sin decir ni una sola palabra, me dedica una feroz mirada que hace que sus impresionantes ojos azules adquieran un brillo especial, casi plateado, se da media vuelta y se marcha subiendo las escaleras a toda velocidad. Miro a mi madre que está tan sorprendida como yo y esta se encoge de hombros, confusa.

—Lo siento —se disculpa Marta —por lo general es un chico muy agradable, pero al parecer el cambio no le ha sentado bien.

—Lo entendemos —afirma mi madre.

¿Lo entendemos? ¿Está tratando de ser diplomática?

Continuamos la cena como si nada hubiera pasado. Menuda familia. Son extraños hasta lo imposible. El padre, es igual que el hijo, no físicamente, pero se comportaban igual. Estoy deseando terminar e irme para mi casa. La única que tiene un paso es Marta.

Cuando terminamos los postres, le ofrecen a mi madre un licor. Ella rehúsa, mañana es día laboral para ella y de clase para mí y no puedo estar más aliviada. No creo que ser capaz de seguir mucho más tiempo aquí. Nos despedimos amablemente y por fin salimos de la casa de los "horrores" que se había instalado frente a la mía.

Bajamos las escaleras hasta la acera y nos giramos para despedirnos. El padre está sombrío, con la mirada agachada, extraña. Es escalofriante, parece una sombra en vez de una persona. Miro hacia arriba y veo como el chico desgarbado me observa desde el cristal de la habitación de su dormitorio, con odio. Sí, con odio. No le conozco de nada, no le he hecho nada y aun así, me odia. Puedo sentirlo a través del frío y trasparente cristal. Apremio a mi madre. Tan solo quiero alejarme de ellos y meterme en mi cama, arroparme y olvidarme de todo.

Camino más rápido de lo normal, necesito llegar a casa y un alivio enorme me llena cuando mi madre cierra la puerta de la casa. Parece como si me hubiesen quitado de encima un peso enorme. ¿Qué diablos le pasa a la familia esa?

—Mamá —suelto en cuanto me deshago del abrigo —, por favor, no vuelvas a aceptar ninguna invitación de esa familia y no se te ocurra invitarles tú a ellos a casa tampoco, ¿de acuerdo?

—Azul, no seas así hija. Tampoco ha estado tan... ¿mal?

La boca casi me llega al suelo.

— ¿Qué no ha estado tan mal, mamá?¿En serio? No puedo creerlo... ¡No podría haber ido peor! Necesitas más vida social si crees que no ha estado tan mal, mamá.

—Daniel es guapo.

— ¿Guapo? —grito apoyando las manos con demasiada fuerza sobre la encimera de la cocina —Mamá, me mira con odio. No le caigo bien y ni siquiera me conoce.

—Además, cumple años el mismo día que tú.

Suelta sonriendo y levantando las cejas. ¡No puedo creerlo! Esto es... demasiado.

— ¿De verdad mi madre quiere enredarme con Chucky? — pregunto escandalizada.

—Que exagerada eres hija —bufa mientras se echa un vaso de agua —. Es un chico tímido. Le has gustado y se ha puesto nervioso, solo eso. ¿Has notado que sus ojos eran del mismo color que los tuyos y que tu jersey? Tal vez sea una señal...

—Si mamá, una señal de alerta. ¡¡Peligro, peligro!! —grito imitando a una alarma —¡¡ Vecino peligroso y tarado a la vista!! —Mi madre me mira, rueda los ojos hasta el techo y cabecea —Me voy a la cama, no quiero seguir con esta conversación tan absurda. Se supone que tienes que querer mantenerme alejada de los adolescentes atestados de hormonas, no alentarme para caer en los brazos de uno, que por muy guapo que sea, está completamente desquiciado. Buenas noches —termino mi parrafada.

Me dirijo a mi habitación cansada y enfadada. ¿De verdad mi madre no lo ha notado? ¿Serán imaginaciones mías? Llego a mi habitación, me pongo el pijama y me meto en la cama, cojo los auriculares y los enchufo al móvil para escuchar música. No lo pienso, escojo a mi adorado Pablo Alborán y con su dulce voz cantándome al oído me duermo.

Podía verla con claridad. A lo lejos, una la luz de un tono azul brillante, me llamaba. Solo con mirarla me sentía reconfortada, que extraño era todo. No era capaz de ver o distinguir ningún rostro, solo la suave luz, pero eso era suficiente. Me sentía en casa. Plena de amor. Las lágrimas calientes se deslizaban por mis mejillas, no me importaba. Eran lágrimas de alegría. Al fin lo había encontrado. Me acerqué hasta él, sabía que era él. Quería tocarlo, sentir su suave aroma y esencia en la mía. Impregnarme de él, dejar que su suave luz azulada me bañase. Estaba tan cerca. Un poco más y le rozaría.

De ponto empezó a alejarse, cada vez estaba más lejos de mí, alguien, o algo, tiraba bruscamente de mi cuerpo hacia atrás, alejándome de él. Lo sentía presionarme los tobillos con fuerza, desgarrándome la suave piel. Clavándome sus feroces uñas. ¿Por qué? ¿Por qué me alejaba de él?

Miré hacia atrás, quería ver quien me negaba mi felicidad. Una sombra oscura, negra como la noche, me arrastraba hacia un agujero oscuro. Quería que entrase en él. Me entró el pánico, estiraba las manos con fuerza, tratando de aferrarme a lo que fuese. Todo me serviría si era capaz de mantenerme en esa vida. No quería pasar al otro lado. Encontré algo, no podía ver bien en la oscuridad, pero parecía firmemente anclado a ese mundo. Tiré con todas mis fuerzas, parecía que poco a poco la mano firme iba perdiendo terreno mientras yo lo conquistaba. Ya casi no notaba sus uñas en mis tobillos, casi lo tenía. Solo un esfuerzo más y estaría libre de él. Me agarré con más ímpetu, volví a tirar de mi cuerpo hacia arriba. Gire el rostro hacia el agujero; se había cerrado y tragado a su vez a la sombra. Respiré aliviada. Un escalofrío recorrió mí tembloroso cuerpo por entero, sin dejar olvidado nada a su paso.

Abro los ojos.

La cama está revuelta, tengo la sábana enredada en mis manos que están rojas y lastimadas por el esfuerzo. Pestañeo para asegurarme de que todo ha pasado, que tan solo ha sido un mal sueño. Sigo llorando, necesito deshacerme de esta mala sensación en mi interior que pugna por salir a través de mi boca. Una arcada hace que convulsione. Salgo corriendo hasta el baño, agradecida por tener uno en mi habitación para mí sola, no deseo despertar a mi madre. Vomito todo el miedo que me inundaba por dentro, hasta la última gota. Más tranquila, me enjuago la cara con agua fría para despejarme. También la boca para eliminar por completo todos los rastros de ese mal sabor. El miedo sabe muy mal. Me recojo el pelo revuelto con un nudo hecho de mis propios cabellos.

Me miro en el espejo sintiéndome tonta. Menuda pesadilla, ha sido todo tan real. El amor, el miedo, el dolor... dolor, eso me recuerda mis tobillos. Pongo una pierna sobre el bidé y observo las marcas que tengo en los tobillos, en ambos.

Eso me asusta de nuevo y me hace vomitar otra vez. ¡Tengo marcas de uñas en los tobillos! Me sangran. ¿Qué demonios ha sido eso? ¿Tal vez, me lo he provocado yo misma? ¿En sueños?

Enciendo la luz de la habitación, me siento un poco tonta por lo que voy a hacer, pero necesito asegurarme. Me arrodillo junto a la cama, levanto el revoltijo de ropas y rezo en silencio.

«Por favor, que no haya nada, que no haya nada...».

Miro. Un rápido vistazo al principio. Cuando compruebo que no hay nada a simple vista, hago una observación más exhaustiva. No hay nada debajo de mi cama, ¡bien! Ahora, el armario. Misma operación. Tampoco hay nada aparte de mi ropa y algún zapato mal colocado.

Respiro profundamente, varias veces. No ha sido nada, tan solo un mal sueño, seguramente yo misma me he hecho las heridas mientras dormía, porque a pesar de ser un sueño ha sido muy intenso. Casi real.

Regreso a la cama y me tapo hasta las orejas. No me molesto en apagar la luz, será mi escudo protector contra la oscuridad que me acecha. Tiemblo, así que me obligo a centrarme tan solo en el recuerdo de la luz azul, en lo que me hizo sentir. Y pensando en su recuerdo, logro conciliar, de nuevo, el sueño.

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