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Capítulo 1 Nuevos vecinos

-Azul, llegarás tarde... -me despierta la voz chillona de mi madre.

¡Con lo a gusto que estaba en la cama! Arropadita, calentita... ¿A quién le apetece salir con este dichoso tiempo? Ha nevado y el frío se cuela por todas partes. Solo de pensarlo, me dan escalofríos.

-Voy -contesto malhumorada para que no siga gritando.

Que frío, que frío, ¡que frío está el suelo! Y el aire... Mierda no encuentro las zapatillas de andar por casa. Estoy tiritando, me llevo las manos al abdomen para tratar de retener el calor dentro de mi cuerpo. Cuando exhalo, el vaho me nubla la vista.

Normalmente en octubre nunca hace este tiempo endemoniado, pero una extraña ola de frío polar ha aparecido de improvisto, y estamos helados. Digo yo que se podía haber quedado la ola en el Polo.

Voy al baño y enciendo la calefacción. Cierro la puerta, para que no se escape el calorcito que sale del ruidoso cacharro. Ya se empieza a notar el ambiente más cálido. Abro el grifo de la ducha y espero hasta que se calienta el agua.

Mientras alcanza la temperatura adecuada (que sería como a cien grados), enciendo la radio. Están poniendo una de mis canciones favoritas del momento. Estoy en plan romanticón y empiezo a girar como una quinceañera (lo que soy) al son de Pablo Alborán y su preciosa canción "Solamente tú". Me encanta, además es taaaaaan mono.... Suspiro al pensar en él.

Es día dos de octubre, en dos meses, más o menos, será mi decimosexto cumpleaños. Estoy contenta. No quiero hacer gran cosa, iré con algunas amigas al cine. Después cenaremos en el burguer e iremos a ver una película. Siempre que vamos al cine nos cuesta decidirnos, pero ya nos pondremos de acuerdo en la cola del cine.

Solo dos meses y será mi cumpleaños, no sé por qué, pero ese dato me parece de vital importancia. Son tonterías mías claro, no se va a acabar el mundo ni nada de eso, quizás sea que me voy haciendo mayor. Tal vez, deba hacer inventario y deshacerme de algunos de mis antiguos amiguitos de peluche.

El agua está en su punto. Me encanta ducharme por la mañana. Me relaja y me hace sentir bien, de todas formas, tengo un pequeño malestar en la boca del estómago. Nervios. Llevo unos días en los que siempre ando nerviosa.

Salgo de la ducha y una vez seca corro hasta el armario. Miro y vuelvo a mirar, pero por más que lo hago no sé qué ponerme. Lo único que tengo claro es que con este helor no tengo muchas ganas de ir en plan niña bonita. Así que me enfundo unos vaqueros, mis botas de montaña y un jersey, que no es muy favorecedor, pero abriga mucho. Cojo la mochila y me pongo el abrigo, los guantes, el gorro y la bufanda. Hoy voy completa. Me da igual lo que digan, ande yo caliente...

Al llegar a la cocina veo que mamá me ha preparado un tazón de leche bien calentita con cereales. Llevan trocitos de chocolate y están riquísimos.

-Azul, vamos a llegar tarde, tú y yo. Date prisa.

-Ay mami preciosa -le digo burlona, aunque en realidad lo es. Es una madre genial, joven, divertida y compresiva, ¿podría pedir más? -, hoy tengo examen de física -le confieso.

-Pues mucha suerte cariño y que Dios nos pille confesados.

Mi cara es un poema, vaya manera de darme ánimos.

-No me mires así, la física no es tu fuerte, no sé porque te empeñas...

-Me gustan los retos, ya lo sabes -la interrumpo antes de que acabe lo que va a decir.

-Sí, lo sé... -suspira rindiéndose a mi cabezonería - ¿Y el equipo? ¿Podrás con todo?

-Mamá, no te preocupes. Estoy bien, ya sabes que el voleibol me relaja. Si me encuentro muy asfixiada, lo dejaré, te lo prometo -afirmo llevándome otra cuchara de cereales a la boca y dedicándole una de mis encantadoras sonrisas -. Ya estoy, ¿vamos?

El trayecto al instituto es tranquilo. En la radio suena una canción de Fito (a mi madre, aunque no lo confiese, le encanta) y las dos cantamos al unísono. Parecemos dos locas pasadas de copas.

Fin del trayecto. Me bajo del coche y me despido con un beso en la mejilla. Adoro a mi madre. Desde que mi padre perdió la vida, ella sola se ha encargado de mi cuidado. Además de ser mi madre, somos amigas. Estoy algo apenada, la veo sola. La animo a que salga con otros hombres, pero todavía tiene muy en mente a mi padre. La verdad es que en fechas señaladas, cuando estoy sola en mi habitación, lloro su pérdida. Lo extraño, pero no se puede luchar contra lo inevitable.

Miro hacia la puerta y las veo, esperándome. Claudia y Adriana son mis mejores amigas. No sé qué habría hecho sin ellas en los duros momentos que pasé. Son también parte del equipo de voleibol, así que pasamos muchas horas juntas. Son como hermanas.

Después de saludarnos, entramos juntas a clase. Al menos dentro se está calentito. Ya puedo deshacerme de todo el peso extra que llevo. Suena el timbre; la clase está a punto de empezar. Hoy examen de física. Puntual como siempre aparece nuestro profesor, Javier. Es un chico joven y amigable. Por lo general, no es muy estricto y no suele poner exámenes demasiado difíciles. De todas formas mamá tiene razón, no debería haber elegido física y química, la lengua se me da mejor. Pero, eligiendo esta asignatura, me aseguraba estar en clase con Claudia y Adriana. El instituto empezó ayer, así que es más bien un examen para ver el nivel de la clase, aunque no saque muy buena nota, no será algo que me afecte de forma inmediata.

El resto del día pasa sin más. Estoy emocionada por mi cumpleaños, además cae en sábado. Tendré todo el día para disfrutarlo con mis amigas. Seguro que lo pasamos genial.

Regreso a casa caminando con ellas. Vivimos en un barrio tranquilo, repleto de dúplex y de parques infantiles.

En unos minutos, llegamos a la intersección en la que cada una toma un camino diferente. Ando el resto del camino sola, pensando en el extraño malestar que siento y el insistente recuerdo del poco tiempo que queda para mi cumpleaños, es raro porque en ningún otro cumpleaños me había sentido así, expectante. Como si algo fuese a cambian radicalmente en mi vida.

Cuando llego a casa, me doy cuenta de que la casa de enfrente ha sido ocupada. Así que tendré vecinos nuevos. Espero que sean agradables.

Paso de puntillas, prefiero no verles, mantener la emoción un día más, en el momento en que los conozca, todas las cábalas que haya podido imaginar dejaran de existir y quedara solo la realidad.

Vaya... es tarde. No he podido pasar inadvertida. Una mujer viene hacia mí con paso decidido.

- ¡Hola! -saluda con amabilidad mientras sonríe -. Debes de ser Azul -continúa sonriendo, seguramente le hace gracia mi gesto de sorpresa.

Mamá, sin duda, ya se habrá acercado a saludar a los nuevos vecinos.

-Sí, soy Azul -confirmo sin salir de mi asombro.

-Encantada, soy Marta, tu nueva vecina. He conocido a tu madre hace un rato. Esta noche estáis invitadas a cenar en nuestra casa.

-Gracias -murmuro con sorpresa. ¿Mamá ha aceptado una invitación? Eso no es propio de ella. Y Marta... no la conozco, estoy segura y, aun así, hay algo en ella que me resulta extrañamente familiar.

-Ahora he de irme a casa -me excuso.

-Perfecto. Luego nos vemos - se despide Marta.

No hablo, tan solo le dedico una sonrisa y me despido con un gesto de la mano. Estupefacta abro la puerta. Por fin en casa. Mamá anda por ahí, la oigo tararear a Fito (ese que no le gusta...) y sonrío. La casa está a la temperatura justa. Me quito el abrigo, el gorro, los guantes... y me quedo tan solo con el jersey. Ahora estoy más cómoda y relajada. En casa. Con mi preciosa madre.

- ¿Qué tal el examen cariño? -pregunta inocentemente.

-Creo que aceptable -respondo escogiendo bien mis palabras.

Me sonríe. Me conoce demasiado bien, sabe que cuando le doy una respuesta tan ambigua, es porque no estoy segura del trabajo que he realizado.

-Mama -continuo para cambiar de tema-, he conocido a la nueva vecina. Marta, creo que se llama.

-¿Si? ¿Qué te ha parecido? Es más o menos de mi edad -parlotea sonriendo-, y muy agradable -añade.

-Sí, eso parece...

-Por cierto, esta noche iremos a cenar a su casa.

-Lo sé, me lo ha dicho. Mamá, tú nunca sales. No te ofendas, pero me ha resultado de lo más extraño que hayas aceptado.

Mi madre levanta la mirada del fregadero hacia mí un instante y me mira a los ojos. Puedo ver cómo se abren como dos grandes ventanales. Es muy expresiva, demasiado. Como yo.

-Si, a mí también me ha pillado desprevenida que me invitara y que aceptara, pero no sé... ella parece...

-Sí -afirmo -, sé a lo que te refieres. Parece... familiar.

Mi madre afirma y regresa la mirada a lo que sea que hace en el fregadero. Es como si la conversación hubiese llegado a su fin.

- ¿A qué hora tenemos que estar allí?

-A las ocho.

-Mamá, son ya las seis pasadas. ¿A qué hora pensabas avisarme?

Me he levantado de la silla con demasiada fuerza y mi madre alza la mirada para dedicarme una mirada de sorpresa.

- ¿No te da tiempo de arreglarte? -pregunta intrigada.

-De sobra, no pienso cambiarme -suelto encogiendo mis hombros.

Ella me mira de arriba abajo y hace un gesto de reprobación.

-Está bien -musito mientras me levanto para ir a mi habitación y cambiarme.

Otra vez repito la escena de la mañana, yo delante de un armario abierto en el que no encuentro nada que ponerme. ¿Qué demonios he de ponerme con este frío para ir a casa de la nueva vecina? De usar falda me olvido. Me da igual lo que piense mamá, quiero conservar las piernas intactas y si salgo con falda, me las tendrán que amputar por congelación.

Muevo las perchas de nuevo, echándole un vistazo por encima a lo que cuelga de ellas. La verdad es que no lo entiendo, tengo el armario a rebosar de ropa y, sin embargo, no tengo nada que ponerme.

Por más vueltas que le doy, no encuentro una solución que satisfaga a ambas partes, elegante o calentita... las dos cosas, no casan. Tras meditarlo, opto por no pasar frío. Así que cojo mis vaqueros negros favoritos y un suéter de cuello vuelto de color azul intenso. Es un jersey que casi no he usado. Se pega demasiado a mi cuerpo y me encuentro incómoda, pero a mamá le encanta, así compensaré llevar vaqueros.

Me calzo las botas hasta debajo de las rodillas. Cepillo el pelo que cae en una espesa melena hasta más abajo de media espalda. Lo tengo demasiado largo, tal vez debería cortármelo ya...

Llaman a la puerta.

-Dime, mamá -digo sin mirar, ¿quién más va a ser?

-Vamos a llegar tarde Azul, y eso que es aquí al lado - sin verla, puedo notar como hace ese gesto exasperante de cerrar los ojos y mover la cabeza haciendo una negación.

-Ya salgo -digo mientras me dirijo a la puerta. Cuando la abro se me cae la baba.

Mama esta es-pec-ta-cu-lar . Se ha puesto un vestido gris oscuro de lana hasta la rodilla. Lleva unos tacones de infarto en color negro, combinándolos a la perfección con el cinturón ancho que deja resbalar por sus hermosas caderas. Pero bueno, ¿de dónde ha sacado mi madre ese cuerpo? ¿Lo tenía escondido junto con esos tacones en el armario?

- ¡Mamá! -exclamo sin poder esconder la sorpresa - ¡Estás preciosa! -sonrío. Me gustaría verla así siempre -. Estás tan... joven. -Ahora no parece una viuda envejecida por el sufrimiento, ahora está preciosa. Casi como una universitaria.

-Gracias hija. Tu tampoco estás... mal -dice arrugando la nariz.

Prueba pasada. El jersey la ha convencido, lo sabía. ¡Bieeen!

-Me encanta ese jersey, hace juego con tus ojos.

-Lo sé -confieso guiñándole un ojo y regalándole un suave beso en la mejilla.

Ella mira hacía el techo, sabe que he ganado y yo sé que me ha dejado ganar este pulso. Entre risas bajamos las escaleras y cogemos los abrigos del pequeño armario de la entrada. Salimos a la gélida noche y, agarradas del brazo, nos dirigimos hacia nuestra cita.

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