7. Micky Mouse
no era el fin del mundo lo que venía,
eras tú
*
Agoney se había presentado en ese hotel desde el primer día que puso un pie en Barcelona. Día tras día cruzaba la enorme puerta principal, acercándose al mostrador y pidiendo hablar con el dueño de aquel edificio.
Muchas veces, los trucos que le habían enseñado sus hermanos no funcionaban como él se lo esperaba, hasta que una tarde al entrar al edificio se encontró con una chica al otro lado.
Al acercarse vió como la rubia subió su mirada y lo repasó de arriba abajo. Consciente de esto, el moreno explotó sus dones al 100% haciendo que al final la chica le dé una cita para pasar al despacho del famoso dueño.
Cuando por fin llegó el día, al poner un pie en aquella oficina, el olor a habano lo invadió. Cuando la secretaria hizo notar que estaban allí, aquel hombre de traje muy costoso, se dió vuelta y Agoney se dio cuenta que iba a ser una charla muy sencilla.
El dichoso dueño era más joven de lo que se imaginaba. No pasaba los 30 años.
La secretaria le recordó que tenía una cita programada y salió de allí lo más rápido posible.
- Agoney ¿no? - le preguntó aquel hombre sentándose en la silla que se encontraba justo en frente de su escritorio. Asintió sentándose justo delante de él.
- Bueno Agoney, soy Bruno – se presentó estrechando su mano con la del moreno – Dime a que se debe tu visita – dijo mientras se inclinaba colocando sus antebrazos en ese enorme escritorio.
- Quería hacerle una gran oferta – propuso mientras se inclinaba sobre su asiento y hacía que el don, que tanto le enseño Cepeda, por fín salga a la luz.
- ¿Y cuál sería esa oferta?
- Por lo que sé su gran cantante por las noches se fue. Y qué bueno que yo tenga otra persona que estaría encantada de trabajar aquí.
Vió como el otro hombre ya caía bajo su efecto.
» Además, si tengo que ser honesto – sonrió de lado – canta mil veces mejor que aquel chico que tenían.
Bruno volvió a mirar esos ojos oscuros y de pronto toda una galaxia estaba presente en esa oscuridad.
El moreno volvió a sonreír.
- ¿Y por qué lo tendría que contratar? Ni siquiera lo escuche.
Aquel chico sí que tenía varias barreras que Agoney debía romper.
- De eso no hay que preocuparse – le quitó importancia con la mano – justo aquí tengo un video de él cantando.
Sacó su móvil y le mostró el dichoso video de Raoul cantando una canción un poco lenta en aquel bar de mala muerte.
Bruno vió aquel video mientras sentía la mirada fija de Agoney, evaluando cada expresión.
» Además tiene un registro que se puede adaptar a todo lo que le pidan – continuó – y una muy buena imagen, que me imagino que también es lo que buscan.
Bruno asintió y volvió a mirar los ojos oscuros. Agoney se inclinó acercándose un poco más a aquel humano.
- No te va a defraudar – fue más un susurro.
Suplicó que el don de Cepeda haya funcionado.
El dueño cerró los ojos durante un segundo y los volvió a abrir encontrándose con aquellos ojos de pantera.
- Está bien Agoney – asintió frustrado – empieza la semana que viene.
Sonrió mostrando todos sus dientes. Hablaron unos minutos más sobre los días y el salario que recibiría el rubio. Arreglaron un día para que Raoul vaya y firme contrato.
Finalmente, se levantó de su silla para despedirse del dueño. Bruno lo imitó.
- Te juro que no te vas a arrepentir, es todo un talento.
- Eso espero Agoney – sonrió el dueño.
Le dedicó una nueva sonrisa y salió de aquel despacho orgulloso de cómo había usado sus técnicas y algunos dones.
Esa misma noche, sus pasos lo dirigieron al bar para informarle la buena noticia a su Talento.
- - - - -
Raoul no podía dejar de caminar por el salón de su piso. Iba de una punta a la otra, era más nervios que persona.
Desde que Agoney lo había llamado para decirle que lo iba a recoger para ir al hotel a que conozca al dueño y firmar contrato, los minutos se volvieron una eternidad.
Estuvo toda la mañana arreglándose y eligiendo la ropa para dar una buena impresión.
Su dormitorio parecía que fue atacado por miles de animales. Había ropa por todos lados a causa de los millones de outfits que se había probado.
Hasta que finalmente se miró en el espejo que se encontraba en una de las paredes y le gustó lo que llevaba.
Su pelo era una causa aparte. Se había decidido por dejarlo con pequeños rizos en las puntas, pero no porque le gustara, sino porque no le quedaba tiempo.
Su móvil sonó y pudo leer en la pantalla un claro “Agoney”.
Respiró hondo y abrió la puerta para sumergirse en esa nueva oportunidad.
Una vez que el viento otoñal lo golpeó, se encontró con el moreno apoyado en la puerta del copiloto mirándolo fijamente y con una sonrisa ladeada.
Cabron
Se mordió el labio inferior y avanzó hasta quedar en frente del canario.
- Hola
- Hola Raoulito – sonrió Agoney - ¿estas listo?
- Mas que nunca – la sonrisa apareció en sus labios.
- Entonces sube que te llevo – y el canario se separó de la puerta acercándose un poco más al catalán.
Lo miro fijamente con esos ojos oscuros que podían paralizar a cualquiera para, finalmente, separarse de él y rodear el coche.
Respiró una vez más y se adentró en esa máquina del mismísimo infierno, y con nada más ni nada menos, que Lucifer esperándolo ya sentado.
El trayecto hasta el hotel fue corto para su sorpresa. El moreno intentó que se relajara haciendo pequeños chistes y poniendo alguna que otra canción en la radio, consiguiéndolo al instante.
Para cuando el coche estacionó en la puerta de ese lujoso hotel los nervios habían desaparecido del cuerpo del rubio.
Bajaron y se adentraron en esa sala enorme que los recibía. Raoul no podía apartar la mirada de lo que se desplegaba delante de sus ojos.
Personas con trajes y vestidos muy costosos entraban y salían de aquel hotel. Por un momento pensó que los jarrones que estaban exhibidos en esas mesas valían mucho más de lo que recibía en su anterior trabajo. La ira empezó a nacer por su cuerpo hasta que Agoney puso una mano en su hombro sacándolo de sus pensamientos.
- Nos están esperando rubio – le avisó el moreno. - ¿estabas en la Luna?
- No - negó - en el planeta de las injusticias.
Percibió lo mirada confusa del contrario, pero le quitó importancia con un gesto y se encaminó hasta donde una mujer rubia los esperaba para guiarlos hasta el despacho de su, ahora, nuevo jefe.
El moreno se quedó dubitativo por un minuto y pensando en lo que el catalán le había dicho. Sacudió su cabeza alejando todo rastro de dudas y lo siguió.
Ahí estaban, Raoul y Agoney esperando sentados en una pequeña recepción antes de entrar a la oficina de Bruno.
Agoney se quedó mirando aquellos ojos mieles que tenían un brillo especial, no era el mismo que siempre inundaban su mirada. Estaba a punto de preguntarle si le pasaba algo, cuando una voz lo interrumpió.
Era Bruno llamándolos desde el despacho.
El catalán exhalo todo el aire acumulado y se levantó de un salto para dirigirse hacia aquella puerta de madera.
Agoney lo siguió muy cerca, atento a cada movimiento que el rubio hacía.
Una vez que entraron en aquella oficina, un hombre muy sonriente los saludó y los alentó a sentarse en las sillas que estaban delante de su escritorio.
Raoul se quedó perplejo por unos segundos. No se lo imaginaba tan joven, él esperaba un señor canoso y fumando cigarros. Pero la imagen que lo recibió hace instantes fue muy diferente. Y para que negarlo, además era muy guapo.
Negocios Raoul.
Agoney se adelantó y se sentó en frente de Bruno.
Lo imitó.
-Bueno – carraspeo el dueño dirigiéndose a él - No sé si ya te contaron, pero mi nombre es Bruno – estiró su mano y él le tendió la suya en un saludo formal.
-Raoul – se presentó.
-Agoney.
Vio como el moreno de a su lado, estiró su mano presentándose y esperando que Bruno se la estrechara.
- Lo sé – rió el hombre de traje – me taladraste la cabeza con que contrate al chico - inclinó la cabeza hacia Raoul.
El catalán miró la escena un poco confundido, parecía que estos dos se conocían de mucho antes. Giró su cabeza buscando la mirada de Agoney buscando respuestas, pero solo recibió un levantamiento de cejas y una sonrisa de lado.
» Bueno, Raoul – habló de nuevo aquel chico – te habrá contado Agoney que me gustaría que cantaras en nuestras cenas algunas noches.
Asintió mientras sentía la mirada clavada de su representante a su lado.
- Y para mí sería un honor – la voz le sonó más baja de lo natural.
Agoney lo percibió y sonrió.
- ¿Te parecería armar una playlist con algunos temas lentos y tranquilos y presentármelos la tarde antes de la cena? - preguntó Bruno mientras apoyaba los antebrazos en aquel escritorio – así arreglamos las bases y todo eso.
- Puedo tocar el piano si quieren - sugirió.
- Eso sería buenísimo – sonrió aquel chico moreno, mostrando sus dientes perfectamente blancos – da un ambiente más cálido e íntimo.
Asintió mientras una tímida sonrisa nacía en sus labios.
- Oh, antes que me olvide – Bruno se recosto en su sofá y sacó unos papeles de un cajón de su escritorio - Aquí tienes el contrato, es algo pequeño. Mas que nada para dejar constancia de lo acordado. Léelo tranquilo y después resolvemos dudas que se presenten.
Le ofreció aquellos papeles junto a una lapicera.
» Yo ahora tengo que hacer algunas llamadas - agregó - si quieren pueden quedarse aquí y charlan tranquilos. Voy a salir un rato y arreglar unas reuniones con mi secretaria. Cuando vuelva vemos las dudas ¿les parece?
Ambos asintieron y tomaron esos papeles en sus manos.
Raoul miró a Agoney buscando ayuda con aquellos papeles y Agoney que siempre estuvo pendiente del rubio le dedicó una pequeña sonrisa, dispuesto a leer punto por punto.
Cuando estuvo todo leído y algunas dudas se presentaron, Bruno se presentó nuevamente en ese despacho. Los minutos pasaron y las dudas fueron contestadas. Raoul veía todo muy claro y preciso en aquel contrato. Todo era muy detallado y no se dejaban ver intenciones ni letras chicas.
Una vez, terminada esa charla el catalán suspiró y finalmente firmó esos papeles. Bruno le sonrió genuinamente y sintió la leve presión de la mano de Agoney sobre su hombro.
Giró su cabeza hacia su izquierda y le sonrió. Ojos brillantes y llenos de esperanzas.
Agoney miró los ojos mieles del rubio y pudo jurar que estaban llenos de música, de pequeños acordes que brillaban por cada armonía provocada por el sonido de su risa.
Una vez fuera, volvieron a respirar el aire otoñal que los recibió.
- ¿Contento? - susurró el moreno.
- Muy – confesó para después expresar cada sentimiento con su mirada, mientras una sonrisa aparecía en sus labios.
- Se nota rubio – exclamó – no paraste de sonreír ni un minuto.
Raoul ríe y Agoney lo imita.
- ¿Quieres ir a tomar un café a un bar de acá cerca? - preguntó el canario y, él que nunca podía negarse a esa mirada, asintió.
- Vale.
Agoney lo guió hasta esa pequeña cafetería un poco oculta. El moreno la vió cuando fue por primera vez a ese hotel quedando maravillado por el ambiente tan cálido que impregnaba esas paredes.
Raoul se adentro en aquel bar haciendo que la pequeña campana de la puerta suene. El aroma a café mezclado con canela y chocolate lo recibió y abrazó.
Sonrió por instinto.
Se sentaron en una de las mesas que estaba al lado de unas de las ventanas y esperaron a que alguien los venga a atender.
- Me gustan – la voz de Agoney lo sorprendió.
- ¿El qué? - preguntó un poco confuso.
- Los rizos – inclinó un poco su cabeza y los miró – me gustan.
- Gracias – las mejillas vuelven a arder y frunce un poco los labios– no tuve tiempo de arreglármelos y quedaron así.
- Pues, no te los arregles nunca.
Dió gracias a todos los santos cuando la camarera apareció preguntando que iban a querer.
Él se pidió un café con leche sorprendiéndose cuando Agoney pidió un chocolate caliente.
Cuando el canario estuvo en su casa, algo le había dicho que no le gustaba tanto el café y lo tomó solo por compromiso.
- No me contaste como llegaste a trabajar en ese bar oscuro y lleno de humedad – preguntó Agoney mientras entrelazaba sus propios dedos y los acercaba a sus labios, dándole una actitud seria, pero a la vez atento a cada palabra que el rubio diría.
Miró las calles de la ciudad intentando recordar. Había sido una etapa dura y llena de remordimientos que siempre le costaba contarla y darla a la luz. Pero el brillo en los ojos de su representante hizo que se abriera en canal.
- Una amiga cantaba y bailaba allí – la oscuridad de los ojos de su acompañante lo recibió - una noche ella se enfermó y no pudo trabajar, así que me pregunto si podía ir yo como reemplazo solo por esa noche – Agoney asintió - después ella renunció porque le salió un trabajo mejor y el dueño me llamó a mi – se encogió de hombros.
- Y aceptaste.
- Era lo mejor que me ofrecían - un sentimiento de tristeza lo invadió haciendo que agache la mirada.
- Hasta que llegue yo – el tono bromista del canario atrapó a los monstruos que amenazaban con atormentarlo.
- Revolucionando todo.
- Es mi especialidad Raoulito – la risa de Agoney se le contagió.
De pronto el manto negro que los cubría por el pasado del rubio estaba siendo iluminado por el presente que traía el moreno en sus manos.
Las sonrisas se vieron interrumpidas por la camarera trayendo lo que habían pedido. Le agradecieron y tomaron las tazas de cada uno.
Su garganta agradeció aquel liquido caliente que le recorrió.
- Por cierto – las palabras salieron de su boca – deja de llamarme así.
- ¿Cómo? - lo miró extrañado hasta que supo de que hablaba - ¿Raoulito? ¿No te gusta? - una pequeña risa acompañó esa voz.
- No – lo miró fijo y con los labios apretados.
- ¿Prefieres que te llame chiquito? ¿Pequeñín? - la risa del moreno ya había inundado aquella cafetería.
- No es gracioso – la seriedad no se iba de su cara – además yo tampoco tengo un apodo para llamarte.
- Bueno no es culpa mía– habló el moreno mientras se llevaba la taza a los labios - piensa en uno Raoulito.
- Oh sí que lo hare – dijo mientras apoyaba sus antebrazos en aquella mesa y se inclinaba para acercarse al moreno.
- Estoy ansioso – replicó Agoney mientras hacía lo mismo que Raoul.
Miradas que hablaban y se desafiaban, pero las sonrisas no se escapaban de sus rostros.
Hasta que el mismo Agoney carraspeó y se recostó en su silla. Alzó una ceja mientras sonreía de lado. El moreno solo se encogió de hombros.
Raoul 1 – Agoney 0.
Los minutos pasaron y el rubio descubrió más cosas de Agoney. Se contaron anécdotas y rieron a carcajadas llenando esas paredes de alegría.
Miró su reloj y maldijo a las agujas por pasar tan rápido. Ya estaba anocheciendo y él ni se había percatado.
Agoney leyó su mirada y pidió la cuenta. Después de una pequeña discusión por quien pagaba, salieron y el frio los golpeó haciendo que Raoul inconscientemente se abrace buscando un poco de calor.
- Te llevo a tu casa.
- ¿Es una pregunta? - le dijo siguiéndolo con la mirada mientras el moreno rodeaba el coche.
- No – el tono superior apareció en la voz de Agoney. Al abrir la puerta del coche para adentrarse en él, inclinó la cabeza y lo miró alzando las cejas - ¿Vas a subir?
Eliminó todo el aire acumulado y abrió la puerta del copiloto mientras escuchaba la risa lejana de Agoney.
- Te detesto – exclamó cuando el canario ya había puesto el motor en marcha.
No lo miró cuando lo dijo, se dedicó a admirar las vistas que le brindaba su ventanilla.
- Mentira – sentía la mirada del otro en su cuello – y lo sabes.
Tragó saliva e intentó con todas sus fuerzas no girar la cabeza y conectar su mirada con la del contrario.
» Además - añadió Agoney – soy tu representante un poco de respeto ¿no?
Y ahora sí que desvió su mirada para enfrentarlo. No dijo nada, solo lo miró, pero Agoney supo captar el mensaje oculto.
- Vale vale, ya entendí.
Una sonrisa ladeada apareció en sus labios mientras mejoraba su postura en aquel asiento.
Agoney solo volvió a reir.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos. Por ahí se debía a los minutos que habían pasado en esa cafetería, pero se sentía bien al lado del moreno.
- Llegamos rubito – dijo mientras estacionaba justo en frente de su edificio.
- No vas a parar nunca con los apodos ¿no?
- No
Y otra vez esa sonrisa característica en Agoney.
Rodó los ojos, aquel chico era un caso perdido y encima su representante.
¿Qué estaba pensando cuando firmó esos papeles?
- Adiós Agoney – se despidió y abrió aquella puerta poniendo un pie en el asfalto y cerrandola a su espalda.
- Nos vemos Raoulito – escuchó la voz del canario.
Detuvo sus pasos. Se dió la vuelta y se acercó a la ventana que estaba baja ya que el contrario lo había hecho para despedirse.
Se inclinó levemente acercándose hacia su representante. Lo miró profundamente fundiendo la miel en la oscuridad del otro. Se lamió el labio inferior para luego capturarlo con sus dientes.
Vió como la mirada de Agoney viajó rápidamente a sus labios. Sonrió y los ojos del moreno volvieron a subir.
- Buenas noches Micky Mouse.
Y se dió media vuelta para entrar en su edificio sin mirar atrás. Una vez que cruzó el portal escuchó el motor rugir. La risa que salió de su boca se escuchó por todo el salón.
Agoney quería jugar con fuego y él era experto en crear incendios.
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