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29. Recordar para avanzar

Ya no habrá distancias que no hayan dolido, 

nos encontraremos lejos del olvido."

*.*  

La arena ya no le reconforta como siempre. El ruido de las olas romper se vuelve insoportable cuando lo único que se apodera de la mente de Agoney es un rubio de metro y medio. El viento despeinando los mechones color chocolate ya no le devuelven la energía de siempre.

Ese ya no era su lugar de calma. Ese mar delante de sus ojos no era su refugio. Su lugar de escape siempre seria la voz grave de Raoul acompañada de las olas de Barcelona.

Miriam, a su lado, agarra su mano y lo dirige a la gran casa que resalta en ese paisaje.

Las dudas quedan a un lado cuando ponen un pie en La Academia. El olor a limón los recibe trayendo a su memoria los recuerdos que ya parecían muy lejanos. Agoney mordió su labio inferior y con la valentía naciendo en su cuerpo se dirigió al despacho de la directora. Mientras su hermana lo acompañaba de cerca hasta separarse, brindándole un fuerte abrazo en donde el moreno estuvo seguro que le curó todas las partes que todavía estaban sin sanar.

Con pasos decididos, Agoney atravesó toda esa ala de la casa hasta llegar a la puerta blanca que iba a cambiar todo. Cerró los ojos para revivir las imágenes de las últimas semanas con Raoul. Se recrearon esos momentos de dedos uniendo lunares en un cuerpo de miel, la boca limpiando el resto de chocolate caliente alrededor del lunar catalán, los besos lentos y los apasionados, y por últimos los "te quiero" desprevenidos.

Suspiró y se adentró en esa oficina de ventanal amplio.

Victoria, sentada en su asiento de cuero, lo miró ni bien se abrió la puerta. La mirada verde lo examinó en silencio mientras sus piernas empezaban a temblar más de la cuenta. Con pasos lentos, acortó la distancia sentándose justo en frente de la directora.

Tragó saliva inflando su pecho para soltar las palabras que tanto temía decir.

- No pude hacerlo - negó - pagare las consecuencias.

Libre. Se sintió libre.

- Gracias – la sonrisa sincera de Victoria demolió todos los futuros escenarios que su mente se hacía creado.

Agoney alzó las cejas siendo incapaz de entender aquella respuesta del todo.

» Hiciste lo que muchos de tus hermanos no se atrevieron – se explicó - enfrentaste tú solo a toda una Asamblea. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tu pequeña acción provocó una gran revolución.

No se lo creía.

¿Victoria le estaba dando las gracias por desobedecer?

- Solo seguí a mi corazón - respondió mientras sus propias manos se entrelazaban por encima de la mesa.

- Agoney – la sonrisa se mantuvo en pie en el rostro ajeno – hiciste que muchos de tus hermanos se cuestionen cosas que se daban por normales.

Las palabras simplemente abandonaron su mente. No era capaz de razonar lo que la directora le estaba diciendo.

¿Realmente había hecho un mínimo cambio?

Sin embargo, a pesar de los elogios, una parte de él seguiría lamentándose por no pasar más tiempo con Raoul.

» Y tu desobediencia me contaminó - agregó la de ojos verdes.

- ¿A qué te refieres?

- Hay muchas cosas que cambiar aquí Agoney – se levantó de su asiento para dirigirse a las fotos colgadas de los antiguos directores de La Academia.

Agoney siguió con su mirada los pasos lentos de Victoria. Las miradas serias de todos los hombres de aquellas fotos le intimidaron. Hombres, todas las personas que fueron directoras de aquella Academia eran hombre. Victoria era la primera mujer en tener aquel puesto.

» Quiero ser esa directora que sea recordada por cambiar lo que estaba mal. Por hacer de esta casa un hogar.

Asintió mientras una ligera sonrisa se apoderaba de él. A su lado Victoria le sonreía con la cabeza alta a todas las fotos delante de ella.

- ¿Cuál será mi castigo? - preguntó ante la atenta mirada de Victoria y del silencio que se había apoderado de aquel despacho.

La directora suspiró dejando aquel muro de fotos antiguas a su espalda, para sentarse nuevamente en su escritorio.

- No podrás entrenar ni acercarte a cualquier humano en mucho tiempo.

- ¿Y Raoul?

Agoney le daba igual que pasaría con su memoria o su cuerpo ahí dentro. Lo que realmente le quitaba el sueño era pensar en el catalán que se quedaba en Barcelona con todos sus recuerdos dañados.

- Seguirá haciendo música como siempre.

Por primera vez en todo ese tiempo, una risa genuina nació en su interior. El alivio por saber que su pequeño podía seguir creciendo con la música era todo lo que necesitaba para seguir de pie.

- Tengo una petición - aclaró su garganta.

- Dime.

- Necesito que Raoul se olvide de mi - mordió el interior de sus mejillas.

- Sabes que el olvido puede entregarse solo a uno ¿verdad?

- Yo puedo seguir combatiendo con mis recuerdos – la voz apenas audible, con miedo de expresar aquellas palabras en voz alta - Él no.

- De todas maneras, estaba esperando que lo pidieras Hernández - juntó sus manos dejando un suave apretón – la verdad es que necesitaría un ayudante para revolucionar todo aquí. Y solo tú y tus recuerdos pueden hacer eso realidad.

- Tengo mucha experiencia, lo sé.

No saben si fue meses o años, pero los días viviendo en La Academia cambiaron bastante. De la mano de Victoria, se introdujeron teorías nuevas, más acordes a la época actual de los humanos. Al igual que los miembros de La Asamblea se renovaron. Ahora, ya esos hombres de pelo blanco y antiguos fueron reemplazados por hermanos más jóvenes y con una mentalidad más abierta. Ya no se debatían casos con resultados blancos o negros, ahora había una paleta llena de grises.

Por otra parte, Alfred, Aitana y Mireya ya habían tenido sus primeros Talentos, con excelentes resultados cada uno. Ninguno de sus hermanos tuvo que volver a pasar lo que él había vivido con Raoul. Ya La Asamblea no obligaba a sus alumnos a hacer algo que no deseaban. Con los nuevos cambios, habían acompañado a más humanos a lograr sus metas.

Sin embargo, el camino a alcanzarlo no fue fácil. Los miembros de la junta se negaron y discutieron su posición. Pero con esfuerzo y apoyo de toda una Academia, lograron con pequeños pasos llegar a sustituir a esos hombres que hace años ocupaban un asiento en la junta directiva.

Mentiría si no dijera que cada día se acordaba de Raoul. En la oscuridad y el silencio de la noche, los ojos mieles y la sonrisa desbordada se instalaban como un chip incapaz de remover. Las primeras noches fueron las más duras. Noches en donde las lágrimas y quejidos dolorosos se hicieron presentes en un dormitorio solitario de esa gran casa. Miriam se encargó de arroparlo los días que estuvo en La Academia, mientras que Alfred fue aquel consejero en noches de invierno.

Algún que otro día, Agoney se colaba en la sala de humanos para ver que estaba haciendo Raoul. Las risas se volvían la base instrumental cuando lo veía al piano y componiendo esas historias que solo la mente del rubio podría crear. Otros días, aquella sala era abandonada en solo segundos al ver a Raoul junto a otro hombre en la misma cama que fue testigo de sus caricias y besos.

Agoney ya sabía que aquello era inevitable. Pero, a pesar de que su mente lo sabía, su corazón lo negaba.

Su interior le gritaba que Raoul debía conocer otra persona, enamorarse y ser feliz, pero eso no quita que igual doliera verlo en brazos de otro hombre que no fuera él.

Al pasar los días, y tal vez meses, Agoney dejo de visitar aquella sala en donde Raoul le esperaba. Las visitas se volvieron nulas al entender que aquello hacia todo el proceso más doloroso. Con solo saber que Raoul seguía con sus conciertos y su música, le bastaba. No importara de la mano de quien lo haría, sino que lo estaba haciendo. Y solo eso, era digno de festejar.

Cepeda fue un gran apoyo esos días grises de las últimas semanas, debido a que Alfred estaba con su Talento en una nueva gira mundial y Miriam seguía acompañando a Nerea en su camino. Ahora, con el mando de Victoria, ellos podían convivir años con sus Talentos sin que La Asamblea se oponga.

Sin embargo, no podía negar que su corazón se rompía cada vez que se enteraba de las nuevas oportunidades que se les daban a sus hermanos, porque él no había tenido aquello. Agoney no pudo vivir años con Raoul. No pudo escuchar su voz grave recién despertado caminando por la casa. No pudo volver a unir cada lunar de su cuerpo, ni ayudarle en sus composiciones. No pudo seguir viviendo aquellos abrazos que generan cosquilleos y solo piden seguir siendo sostenido por el otro. El moreno solo tuvo meses, en donde la presión había superado a la alegría.

Otra parte de él, se alegró de haber sido el primero en cuestionar todo lo establecido. De la mano de Victoria, crearon una Academia en donde la competición y comparaciones quedaban a un lado. El respeto y la empatía habían sido los pilares esos últimos años. Aquellos valores eran la base de las nuevas generaciones que llegaban cada año.

Por primera vez, en todos esos años de funcionamiento, los sueños se cumplían sin daños colaterales.

Todavía recuerda la voz de Victoria pidiéndole reunirse en la playa mientras dejaba su despacho. Despacho en donde últimamente pasaba horas encerrado buscando soluciones y mejores condiciones para la convivencia. Recuerda los ojos verdes, que ya habían dejado ese hilo de tristeza para darle paso a la esperanza, mirándole con el mar delante de ellos.

La arena pica en sus piernas mientras las olas dejan su huella borrando los pasos dados anteriormente.

- Hicimos un muy buen trabajo ¿no te parece? - le preguntó con el ruido de las olas rompiendo y el murmullo lejano de sus hermanos practicando sus dones.

Asintió mirando el mar. El atardecer se hizo presente en ese instante. El sol ocultándose en esa línea que separa la tierra del cielo reflejando en el agua los colores rojos y naranjas.

- Todavía queda mucho más por hacer.

Sintió la mirada de Victoria puesta en él. Con una sonrisa sincera se la devolvió, viendo por primera vez lágrimas inundando el verde de sus ojos. De repente, la preocupación nació en su interior.

¿Quién se hubiera imaginado que en unos años Agoney se estaría preocupando por aquella directora que tantas veces maldijo? Pero, en ese tiempo, aprendió que no tenemos total libertad en cada decisión tomada. Y en ese entonces, Victoria, al igual que él, estaba atada de pies y manos por una Asamblea llena de prejuicios hacia los humanos.

Con el paso de los días, el vínculo con su antigua directora se había fortalecido.

» ¿Estas bien? - le preguntó mientras dejaba un suave apretón en su hombro acortando la distancia establecida al principio.

Victoria asintió con una sonrisa que dejaba ver sus dientes y hacia nacer las arrugas alrededor de sus ojos.

- Solo que te voy a echar de menos - agregó con la voz quebrada y las lágrimas recorriéndole las mejillas.

La respiración se le cortó en ese mismo momento. El ruido del mar y de la casa se hacían cada vez más lejanos. Su total atención estaba puesta en la mujer que refugiaba en sus brazos.

Victoria percibió la tensión en el cuerpo del canario, por lo que deshizo ese manojo de brazos para mirarlo de frente. La confusión se hizo presente en los ojos de Agoney. Sus ojos oscuros gritaban preguntas que su lengua no podía verbalizar.

El peor escenario posible se recreó en la mente de Agoney.

La directora inclinó su cabeza y juntó sus manos, mientras el labio inferior del moreno estaba siendo apresado por sus dientes expresando todo el remolino de nervios que crecía en su cuerpo.

- Vuelves a casa Ago – le dijo después de aquel silencio que duro minutos.

Si la mente de Agoney podría verse, serian miles de cálculos que no llegaban a ninguna solución.

- Pero si estoy en casa - respondió frunciendo el entrecejo.

- Esta no es tu casa desde hace mucho tiempo. Tu casa es otro lugar – las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos, aunque su voz era suave como una pluma – Tu casa es Barcelona.

Y ahora sí, el cuerpo de Agoney respondió a las palabras dichas hace un segundo. Como si alguien hubiese apretado un botón, el llanto incontrolable brotó de sus poros.

- Me estás diciendo que-

- Vuelves a Barcelona Ago – la sonrisa nació en los labios ajenos – Vuelve a buscar a Raoul.

Tan solo escuchar su nombre hacía que la piel se erizara y ese sentimiento de hogar se expandiera por todo su cuerpo y alma.

- Pero él no se acuerda de mi - comentó con las palabras ahogadas por el llanto.

- Nunca se olvida a alguien que te amó con todo su ser - posó cada mano a cada lado de su rostro.

Agoney solo podía negar y soltar la angustia que lo había acompañado todo ese tiempo.

» El olvido puede funcionar aquí - tocó levemente la cabeza del moreno – pero no aquí - señaló su corazón.

- ¿Por qué? - era lo único que podía decir.

- Es lo único que te puedo dar a cambio - Victoria limpió cada lagrima ajena – te hice mucho daño, es lo menos que puedo hacer.

El moreno cerró los ojos y abrazó a la mujer de ojos verdes. Ambos lloraron en los hombros contrarios. Solo pudo agradecerle y juntar aún más sus cuerpos, diciéndose con ese abrazo todo lo que sentían.

*

Otra vez en el mismo lugar de hace algunos años. El agua salada golpeando sus piernas le refrescan al mismo tiempo que le aterra. Le asusta volver a Barcelona dejando atrás a esa casa que tantos momentos le había regalado. Aquellos pasillos en donde las risas con Miriam y Alfred se unían en el ambiente volviendo todo más luminoso a su paso. Las habitaciones que se llenaban de susurros comentando el día ni bien se apagaban las luces. El comedor con las bromas de Cepeda y las risas de Miriam.

Agoney dejaba atrás el lugar que lo vio crecer, y en algún punto, lo formó. Pero esa Academia ya no era su hogar. Aquella casa vestida de blanco ya no era su lugar de paz y calma. No importara si al poner un pie en Barcelona, Raoul estuviera con otro hombre a su lado. No tenía importancia porque en aquellas calles de ciudad era más libre que nunca, y tendría siempre el apoyo de Miriam cuando lo quisiera.

- No te libraras de mi tan fácilmente - escuchó la voz de Victoria sacarle de sus pensamientos – te iré a visitar y pedirte consejos.

Agoney le sonrió asintiendo levemente. Las olas ya golpeaban sus rodillas y el viento se volvía más insoportable.

- Te esperaré con mucho chocolate caliente.

Las risas taparon el sonido del mar. Agoney volvió a mirar por última vez la Academia y sus enormes ventanales que recibían el amanecer. Sintió por última vez el pulgar de la directora presionando su frente. La calma se apoderó de todo su cuerpo haciendo que el agua golpee su espalda.

Todo volvió a ser negro.

Su cuerpo le pesa el doble. Los ruidos de una ciudad despertándose hace que el desconcierto se instale primero, para luego dar paso a una sonrisa en sus labios. Todavía sus ojos siguen cerrados, pero siente la suavidad de las sabanas debajo de él, y los pájaros cantar en el árbol que da justo a su ventana. Reconoce, aún sin verlo, cada ruido de ese piso. Su piso.

Agoney quiere gritar por la euforia que le recorre por las venas. Una parte de él, tiene miedo de abrir los ojos y ver que todo eso era solo un sueño. Que en realidad no estaba en Barcelona y solo era un producto de su inconsciente, como tantas veces le había ocurrido.

En un segundo de valentía, los abre viendo su alrededor. Todo estaba como lo recordaba. La mesita a un lado de la cama, la ventana dando a las calles de Barcelona y justo delante de él ese pasillo que comunicaba con las demás habitaciones del apartamento.

Después de tanto tiempo, llevó sus manos a su rostro por la alegría que lo desbordaba. Sus dedos ya no limpiaban lágrimas de tristeza, sino que tapaba su boca para no reír a carcajadas hasta parecer un loco.

Se puso de pie sin vacilaciones recorriendo ese piso. Una carta de sobre morado lo recibió en la sala. Con una sonrisa en los labios, la abrió encontrándose con la llave de su nuevo apartamento y la letra manuscrita de Victoria dándole las gracias. A un lado de aquel papel, un móvil con los números de Alfred, Miriam y Aitana. Sus hermanos estaban en la misma ciudad, y solo aquello hacía que todo valga la pena.

No pudo evitarlo y cogiendo una chaqueta salió a la calle. El viento invernal de Barcelona le volvió a dar la bienvenida. Con el brillo en los ojos caminó por las calles que, a pesar del tiempo, se sabía de memoria. Todo seguía igual. Al ver la fecha de un diario, se dio cuenta que no había pasado tanto tiempo como había imaginado. Solo tres años.

Tres años sin sentirse libre y visible.

Volvió a recorrer cada local y cada recoveco de su barrio. No tenía ningún rumbo, solo siguió a su instinto. El aire abandonó sus pulmones cuando vio un cartel pegado en una de las salas más concurridas de Barcelona. La sonrisa de dientes perfectos y los ojos mieles lo hipnotizaron por completo.

"Raoul Vázquez en concierto.

Hoy 21 hs."

Joder.

Tragó saliva al leer las letras claras con la mirada del catalán clavada en él. No supo si era el destino o la ley de atracción, pero le dio las gracias. Su corazón de pronto empezó a latir fuerte dentro de su pecho. Agoney estuvo seguro que aquellos latidos podían ser escuchados por cualquier persona que pasase por su lado.

Mordió su labio inferior por los nervios y por tomar la mejor decisión. Porque, al fin y al cabo, Raoul podría estar con otro hombre siendo feliz, y aunque le doliera en lo más profundo de su ser, tendría que dejarlo ir. Porque eso es el amor sano: ver la felicidad del otro y alegrarte por él. Dejarlo ser con esa persona que estuvo ahí cuando tú no pudiste.

Agoney amó tanto a Raoul que estaba dispuesto a no hablarle si estaba feliz con otra persona.

Horas. Pasaron horas hasta que volvió a estar de pie frente a la puerta de la sala en donde la voz de Raoul se escucharía esa noche. Con los nervios aumentando en su cuerpo, se adentró al igual que las miles de personas que formaban fila.

Los minutos se volvieron eternos hasta que las luces bajaron para quedar a oscuras. Los gritos empezaron a escucharse, al igual que algunos aplausos pidiendo la llegada del artista. Agoney no pudo detener el movimiento de su pierna derecha, que subía y bajaba involuntariamente hasta que el sonido de un piano hizo eco en la sala.

Los acordes de aquella canción que todavía recordaba en sueños, inundaron el ambiente. Los gritos de las fans dejaron de oírse, siendo reemplazadas por la voz grave de Raoul. Después de tres putos años, volvió a verlo hacer música delante de sus ojos. En carne y hueso.

Rió bajito al sentir la piel erizarse al escucharlo cantar aquella canción que le había dedicado la última semana que pasaron juntos. No reprimió las lágrimas ni los aplausos eufóricos luego de acabar la canción.

Su voz. Su puta voz con la sonrisa en los labios dio las buenas noches y las gracias. De verdad que no se daba una idea cuanto echó de menos su corazón verlo otra vez junto a un piano. Las canciones fueron aparecieron una tras otra. Bailó, sonrió y lloro. Los ojos mieles brillaban en la oscuridad de la sala, iluminando todo a su alrededor. Raoul nunca había perdido aquel brillo al hacer música. Al final, Agoney había tomado la decisión correcta.

El concierto llegó a su fin, dejando un vacío en su cuerpo. Las personas con lágrimas en los ojos por el orgullo abandonaban una a una la sala. Con un suspiro y la sonrisa desbordada se dejó llevar por el tumulto de gente.

Una vez fuera, el frío golpeó sus mejillas generando que ajuste su abrigo. ¿Tendría que esperarlo? ¿Qué se hacía cuando vuelves a ver a la persona que más amaste en el mundo, pero ella no se acuerda de ti? ¿Qué se hacía cuando solo quería besarlo y estrecharlo en sus brazos, pero era imposible?

¿Se quedaba o se iba?

La dicotomía ya estaba por comerle la razón. Necesitaba un cigarro. Necesitaba que el tabaco controle un poco los nervios que le empezaban a recorrerle por las venas.

Negó.

A Raoul no le gustaba que fumara. Realmente no conocía al Raoul de ahora, pero algo en su interior le gritaba que seguía odiando el humo pesado y con olor a mierda, como le decía una y otra vez las noches que lo veía con el cigarro en la boca.

Respiro hondo apoyándose contra la pared más cercana. Solo un grupo pequeño de chicas se concentró en la puerta de la sala. Cerró los ojos al volver a escuchar la voz grave del rubio, sin gritos ni música acompañándolo. Miró hacia las estrellas porque era incapaz de voltear y verlo con sus rizos y el sudor en la frente.

Apretó la mandíbula, y en un movimiento rápido, giró su cabeza para ver al catalán sacándose fotos y hablándole con la sonrisa más sincera del mundo a sus fans.

Estaba igual que siempre. Las arrugas de felicidad decorando sus ojos y el lunar encima de los labios resaltando más que nunca. Minutos pasaron hasta que esas chicas se fueron de allí con risas y grititos de felicidad. Y ahí, en ese momento, pudo ver a Ricky, Amaia, Mimi y Roi a un lado del rubio, con esas sonrisas cargadas de orgullo. Parecidas a las que portaban cuando cantó por primera vez en aquel hotel lujoso.

Ellos tampoco lo recordaban. Cuando el olvido se hacía presente, se borraban todos los recuerdos que hayan tenido con Agoney. Así que, para ese grupo de amigos, el moreno nunca había existido en su vida. Solo era un desconocido de Barcelona.

Su uña dejo marca en su palma, apretando por los nervios acumulados. Sus dedos temblaban y su boca estaba seca. ¿Qué le iba a decir? ¿Le saldrían las palabras?

Respiró hondo y sin dudarlo, se acercó a aquel grupo que juntaba sus cosas para marcharse. Volvió a tener el cuerpo de Raoul a solo unos metros de distancia. El perfume característico del catalán inundó sus fosas nasales. Sonrió, porque Raoul podía cambiar muchas cosas, pero nunca de perfume.

Carraspeó. Pero la conversación ajena siguió tapando sus ganas de hablarle.

No sabe en qué momento, pero las palabras quisieron ser expuestas.

- Disculpa.

Volvió a carraspear. Raoul se dio la vuelta rápidamente con aquella sonrisa que tantas veces repasó con sus dedos. Se la devolvió.

Raoul no le recordaba. Lo supo cuando volvió a ver las cejas levantadas ante la sorpresa y la confusión. La misma expresión que le regaló la primera vez que se vieron con el humo de cigarro en el aire.

» Me encantó lo que hiciste allí - repitió las mismas palabras que le había dicho esa noche que lo conoció.

- Muchas gracias ¿Es la primera vez que vienes?

Tenía toda la atención de Raoul puesta en él, lo que produjo que sus piernas tiemblen aún más.

Asintió.

- Una amiga me había hablado de ti - respondió - primer día en Barcelona y no podía perderme la voz de Raoul Vázquez.

La risa del rubio hizo eco en esa calle desolada. Sus oídos agradecieron aquello.

- Deja de ligar rubio - escuchó de lejos la voz tan identificable del mallorquín – llegaremos tarde.

A lo lejos Ricky miraba la conversación dedicándole esa mirada a Raoul. Esa mirada que había aprendido a codificar con el tiempo. Esa mirada que gritaba aprobación.

Raoul volvió a posar sus ojos mieles en los suyos. La oscuridad se volvió a fundir con la miel. Los lunares volvieron a trazar líneas imaginarias formando un yin yang perfecto. Las yemas de los dedos de Agoney volvieron a picar por rozar la piel catalana. Su cuerpo y alma volvieron a ser visibles después de mucho tiempo.

- Vamos a dar una fiesta por el fin de gira - pasó su lengua por su labio inferior.

Clara señal de que estaba nervioso.

» ¿Vienes?

Frunció los labios a un lado. Fueron segundos de duda interna. Segundos en donde las imágenes vividas con Raoul aparecieron en su cabeza como flashes. No le importaba si Raoul no lo quería como algo más que amigos, porque él lo único que deseaba era seguir acompañando al pequeño en su camino. Necesitaba ver ese brillo en la mirada contraria y asegurarse que estaba a salvo y, sobre todo, feliz.

Asintió sintiendo la mirada de todos sus amigos puesta en ellos y su conversación. Mordió el interior de su mejilla para evitar que la risa saliera sola. Raoul asintió y con un gesto de cabeza le indicó el camino a seguir.

Sus hombros volvieron a rozarse mandando una descarga eléctrica a ambos. Como si sus cuerpos tuvieran memoria y se hiciera visible por medio de hilos invisibles de electricidad que los unía. En el camino, sus dedos volvieron a apenas tocarse en el asiento trasero del coche. Pareciera que fueran imanes que no podían estar sin rozarse o sentir el calor corporal cerca suyo.

Raoul nunca había invitado a nadie a sus fiestas. Pero algo en aquel chico lo hacía diferente. Algo en su mirada y su manera de hablar lo envolvió. Tal vez, fue porque su corazón enloqueció al escuchar al contrario hablarle o mirarle. Quizás fue porque sus dedos buscaban tocar la piel contraria como si ya lo hubieran hecho. O, tal vez, solo quería estar acompañado por otra persona que no fueran sus amigos.

No lo sabe bien, pero pareciera que su cuerpo y su corazón ya había presenciado ese encuentro antes. Algunos le dicen deja vu, otros, vidas pasadas. No lo tiene en claro, pero algo en el chico enigmático le atrajo como una abeja al polen.

Coño, que ni siquiera se sabía su nombre.

- Agoney – se presentó el moreno como si hubiese leído su mente – me llamo Agoney. 

- Raoul – le respondió elevando sus manos para estrecharlas en un saludo cordial.

Otra vez esa descarga por todo su cuerpo. Por ahí, aquel encuentro solo era cosa de una noche. Pero algo en su interior le decía que Agoney iba a ser algo más que un simple conocido con el que pasar esa fiesta.

Agoney le sonrió aun teniendo su mano entre la suya. Y antes de que ese encuentro se termine dejó una suave caricia con su dedo gordo en el dorso de la mano catalana. Y ahí estaban, las mejillas volviendo a tomar su color rojizo.

El moreno dejó atrás sus recuerdos del pasado. Ahora, tenía que crear nuevos. Tenía que dejar de atormentarse por lo que pudo llegar a ser. Tenía solo un objetivo: vivir el presente sin pensar en el ayer.

Y como se llamaba Agoney Hernández, lo iba a cumplir.

La ventanilla a su lado, muestra las luces de Barcelona. Mientras que el coche sigue su rumbo en aquella calle desolada. Las sonrisas mordidas sin causa aparente iluminan el interior del automóvil. Raoul siente la mirada de Ricky por el espejo retrovisor y niega. Agoney, a su lado, simula no ver la complicidad entre los amigos.

Raoul, por primera vez en tres años, se sintió completo. Como si estar con el moreno a su lado, fuera lo más común del mundo.

Agoney, por su parte, solo puede suspirar de alegría al volver a sentir la libertad recorrerle las venas y como aquella sonrisa que llega a los ojos le devuelve aquel pedazo de su interior que tantas veces dio por perdida.

El futuro no estaba escrito, pero haría todo lo necesario para volver a sentirse infinito de la mano de un catalán de ojos mieles y chocolate caliente abrazando sus labios. 

Por primera vez, sería el director de su propia historia. 


FIN


• • •

¡Hola!

Si llegaron hasta aquí les quiero dar las gracias por acompañarme en toda esta locura que fue "Visibles". Fue el primer fic que escribí y les quiero agradecer por estar ahí, pendientes de la historia de estos dos pencos. Sus comentarios me daban la vida y ese empujoncito que a veces necesitaba. 

Espero que lo hayan disfrutado como yo. Sé que tiene algunos fallos y no es la mejor historia del mundo, pero estoy super contenta de haberme animado a escribir y enseñarlo a todos ustedes. 

Les mando un beso gordo. Y nos seguiremos leyendo en otras historias. 

GRACIAS

+ @darkonexs 


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