27. Tiempos de guerra interna
"Conozco la boca del lobo
Y desde allí
Soplamos juntos a la luna."
*
Amar a Agoney era como cometer un pecado del que no te arrepientes por entrar al infierno. Era estrecharle las manos al mismísimo Lucifer y escuchar cantos angelicales a la vez. Estar con Agoney a su lado, era tener el infierno a sus pies y tocar el cielo con las manos. Por momentos tener alas negras y en otros, alas blancas. Nunca sabes lo que pasara en unos minutos, porque así se manejan los ángeles y demonios. Sin anticipaciones, sin planes. Solo estando ahí. Estar con Agoney era tener en cuenta que con su voz angelical te puede endulzar el cuerpo y el alma, mientras que sus ojos repletos de oscuridad pueden hacerte confesar tus peores deseos.
Pero a pesar de esa oscuridad, Raoul puede ver todos los muros que rodean al canario. Pudo ver esas confusiones que aparecían en la mirada de pantera antes de cada beso o roce compartido. Raoul pudo notar los músculos tensarse al solo hablar del futuro.
Aunque pareciera lo contrario, Agoney era demasiado transparente. Si prestabas atención, podías visibilizar cada herida y contradicción en su cuerpo y mirada.
Agoney era un niño que necesitaba protección, y Raoul era capaz de poner su cuerpo para mantener a ese canario lo más seguro y protegido de los monstruos que lo atormentaban día y noche.
- No llevas la cadena con el símbolo raro – le dijo después del silencio cómodo.
Desde que había llegado a su piso pudo notar la ausencia de la cadena dorada. Hace días que no lo encandilaba esa cadena portadora de una "A" un poco deformada. Lo primero que pudo ver fue la diferencia en la mirada del canario. Volvía a tener un hilo de ese brillo del principio.
- No – negó – no era para mí.
Asintió y volvió a besar los labios contrarios.
» Me gusta más así - sonrió en medio del beso – me siento más liberado.
Rió, pero algo de verdad se ocultaba en esas palabras en broma. A pesar de no entender del todo la angustia del contrario, Raoul pudo codificar esas palabras.
- ¿Sabes lo que te liberaría? - alzó sus cejas en un movimiento rápido.
Agoney negó.
- No lo sé – siguió con el juego que había comenzado el rubio mientras sus respiraciones se juntaban por la proximidad producida por el canario.
- Empieza con f y termina con r – se mordió la sonrisa al notar la mirada de pantera puesta en sus labios.
- ¿Fumar? - preguntó ocultando su sonrisa - pues me vendría muy bien Raoulito.
Golpeó su hombro derecho mientras fruncía los labios en un claro gesto de asco.
» ¿Sabes lo que necesitarías tú? - volvió agregar pasando sus manos por los muslos del catalán.
El rubio negó siendo incapaz de despegar sus ojos de los contrarios. Aquellos que creaban magia con solo una mirada.
- Componer – dijo mientras se ponía de pie dejándolo solo en aquel sofá – los discos no se hacen solos rubito.
- Pero yo quiero follar Ago, no quiero componer.
Esta vez Agoney no iba a caer en las redes del rubio. Esta vez no podía dejarse vencer por ese puchero que el contrario dejaba ver cuando quería conseguir algo. Cerró los ojos intentando que aquella cara angelical no lograra su cometido. Necesitaba que los números sigan creciendo para darle una respuesta con fundamentos a La Asamblea y a Victoria. Y eso solo se iba a lograr con música y la voz de aquel rubio que le suplicaba desde el sofá.
Su parte racional logró vencer esa noche.
- Te prometo que después de terminar la canción me tienes a tu disposición - mordió su labio inferior mientras sentía la mirada de miel recorrerle de arriba abajo.
- Pero quiero aprovechar cada minuto contigo – susurró para sí mismo.
Pero Agoney, atento a cada palabra del rubio, lo escuchó.
No puede. Simplemente no puede lidiar con los sentimientos en ese momento. Llenó de aire sus pulmones acercándose al catalán rompiendo la distancia entre sus cuerpos, para sentarse a horcadas del rubio.
Los dedos canarios volvieron a rozar cada lunar de su rostro hasta rodear su nuca. Por otra parte, las manos catalanas van dejando caricias en la cadera del moreno. Agoney acortó la distancia dejando un suave beso en la frente decorada por los mechones dorados.
Cuanto te voy a echar de menos cabrón.
Quiso gritarle y no soltar nunca más el rostro del rubio. Deseó con toda su alma recrear ese momento miles de veces más si era necesario. Pero lo que sus palabras no podían expresar, sus besos si, y para él, los besos en la frente eran más sinceros que los besos de labios suaves y rosados.
Raoul exhaló el aire acumulado al sentir los labios ajenos juntarse con su piel. Cerró los ojos mientras afianzaba el agarre en su cadera, como si de esa manera la llegada del otoño no fuera inevitable. Como si sus manos pudieran parar el tiempo con solo apretar la piel canaria.
No sabe cómo, pero va a hacer todo lo posible para que Agoney no se marche con el verano.
Los labios del moreno abandonaron la piel de miel para dejar que sus frentes se unieran por inercia. Las respiraciones se volvieron una sola al sentir la presencia contraria cerca. No lo saben, pero sus corazones bombean al mismo tiempo y las sonrisas nacen solas al sentir las narices rozándose.
Tal vez, las palabras no se hacen presentes porque se dicen todo con caricias y besos en la frente. Quizás su mejor forma de trasmitir los miedos que los invaden es por medio de las sonrisas ocultas y las respiraciones yendo a la par.
Agoney posó cada mano en las mejillas contrarias para volver a ver esa miel capaz de regalar coraje. Le sonrió y besó la sonrisa que empezaba a nacer en el rostro de lunar encima de los labios. Cuando sus labios volvieron a tocar los contrarios sintió esa corriente de valentía y libertad corriéndole por las venas, sabiendo más que nunca lo que era correcto.
Las manos abandonaron las mejillas para volver a rodear el cuello de Raoul. Se separó de aquellos labios rojos para abrazarle. Abandonaba esa unión de labios solo para unir una parte más importante. Esa parte central de su cuerpo con las que tantas veces luchó y se negó. Agoney separó sus labios para unir sus corazones en un abrazo que gritaba amor.
La llegada de octubre era un hecho, pero por lo menos, en ese momento y en ese piso, eran libres uniéndose con el corazón y con la piel.
***
Los ojos de Miriam lo examinan en silencio. El sol del verano ya empezaba a picar en su piel volviendo insoportable a una ciudad que vivía en movimiento. Los minutos se vuelven eternos con la mirada sincera de su amiga fija en su rostro. Desvió la mirada hacia los niños que correteaban alegres por las merecidas vacaciones luego de lidiar meses con profesores y compañeros.
El césped bajo suyo desprende un olor particular. Olor a naturaleza y a vida. Esa que faltaba en La Academia. Agoney miró hacia delante intentando buscar las palabras adecuadas para expresarse y hacerle entender su punto de vista a Miriam.
- No voy a hacerlo - susurró mirando a un niño rubio jugar con unos muñecos de Spiderman a lo lejos.
- Ya lo sabía - miró de reojo la sonrisa que ocultaba su hermana.
Negó mordiéndose el interior de la mejilla.
» Cuando entraste a mi piso luego de la visita a La Academia ya se notaba en tu mirada que no lo ibas a hacer – se explicó.
Ahora sí, enfrentó la mirada de la contraria viendo solo verdad en sus ojos.
- Tendré que hablar con Victoria – tragó saliva.
Solo imaginarse aquella situación hacía que los nervios aumenten y su pierna se mueva involuntaria. Al solo pensar en los ojos verdes que no aceptaban ningún tipo de negación, las pulsaciones se volvían cada vez más aceleradas.
- Te acompañaré.
Las manos de Miriam buscaron las suyas por el césped. Agoney cerró los ojos uniendo, aún más, ese encuentro.
- Me borraran los recuerdos Miriam – sintió el pinchazo nacer detrás de sus ojos.
Pinchazos que volvieron su vista menos nítida. El niño rubio con su Spiderman se volvió borroso a causa de la angustia.
» No voy a recordarlo - agregó con la voz quebrada por ese nudo en su garganta.
- Es lo mejor Ago.
Sintió la mano de Miriam agarrarle por el mentón para volver a juntar sus miradas. El marrón claro de su hermana le recibió dándole las fuerzas que necesitaba para no desmoronarse. Siempre habían sido ese equipo que no necesitaba palabras para estar ahí. Junto con Alfred, eran aquel trío que con miradas cómplices se entendían mejor que nadie. Era su manera de comunicarse y lo que los hacia diferentes en esa casa.
Mordió su labio inferior buscando piel seca para arrancar y morder. Llenó de aire sus pulmones al mismo tiempo que su cabeza se dirigía hacia el cielo libre de nubes. Solo se escuchaban los pájaros cantando y las voces de los niños jugando a lo lejos.
No puede aguantar más las lágrimas ocultas. Con un suspiro bajito las lágrimas empezaron a brotar de los lagrimales sin censura alguna. Los recuerdos, aquellos que compartía con Raoul en esa ciudad, iban a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Pero a lo que le tenía miedo era a no poder seguir sumando momentos con el cantante. Los brazos fuertes de Miriam no tardaron en arroparlo mientras el murmullo de la ciudad tapaba de alguna manera las respiraciones incontrolables de Agoney. Respiraciones de un chico roto por dentro y por fuera a causa de las presiones puestas en él.
Pero una parte del moreno, agradece en silencio no tener que vivir recordando el perfume y la voz grave del rubio después de las caricias y besos compartidos. Algo dentro de Agoney, se alegra por tener ese olvido que le brindaba Victoria. Porque de esa manera no tenía que convivir con el masoquismo de su mente repitiendo cada momento vivido. Con el olvido, los ojos mieles y los atardeceres de chocolate caliente no le atormentarían en sueños. Sabe que es un acto egoísta. Sabe que el rubio se iba a quedar con sus recuerdos y mortificándose internamente por no saber lo que atormentaba al moreno. Pero solo tenia dos opciones y esa era la única que no le impediría al catalán cumplir su sueño.
Con el final del verano, no solo se iban las vacaciones, también se iría Raoul de su mente. Y la parte más racional de Agoney lo agradecía.
Esa tarde, en medio de un parque, se dejó llevar por los brazos maternales de su hermana. Allí, con el sol pegando en su espalda, liberó todo lo que le atormenta por medio del llanto que revolucionó todo su cuerpo haciendo que no pueda hablar y que su pecho explotara.
Su cabeza duele y sus ojos arden de tanto apretar sus parpados para retener las lágrimas que salían como un volcán en erupción. Agoney no lo sabe, pero Miriam también seca sus propias lagrimas resbalando por la mejilla. El moreno no se da cuenta de que, en el abrazo, el brazo de la contraria abandona su espalda para secar su propia tristeza al ver a su hermano tan roto.
El dolor, al final del día, era compartido por dos almas que habían llegado a la ciudad para traer alegría a dos personas rubias y de voz potente. A pesar de ignorar todas las explicaciones de sus mentores, en algo tenían razón. La tristeza y angustia podía ser compartida y sentida por alguien que no lo estaba viviendo.
Con el cuerpo temblando de Agoney en sus brazos, Miriam se promete quemar La Academia si era necesario. Se asegura que ese momento sea el ultimo del sufrimiento que atraviesa el moreno. Quizás, no entendía el amor desbordado, pero no iba a dejar que su hermano y confidente sufra de esa manera nunca más.
Esa noche, al llegar a su casa, Agoney agarró la carpeta llena de pasos a seguir y las pociones de la caja dorada. Mas decidido que nunca y, con el cuerpo de Miriam a su lado, tiró todos esos objetos crueles a un tacho que había en la terraza de su edificio. Las estrellas fueron testigo de la mirada libre del moreno al ver las llamas consumir todos los papeles, líquidos y fotos.
Ese era su nuevo comienzo. El principio de llevar a cabo su propio plan pagando las consecuencias de su desobediencia. Cargaría con el peso de sus actos si era necesario, pero no iba a lastimar a Raoul. Desde que le vio con lágrimas en los ojos, se prometió alejar toda maldad de su alrededor, aunque eso lo alejara de él.
Iba a cumplir sus promesas porque era lo único que podía darle. Su palabra.
El sonido del fuego consumiendo aquellos objetos era lo único que se escuchaba en esa terraza. Le sonrió a La Asamblea, a Victoria y a todos sus mentores. La sonrisa pasó a convertirse en una carcajada fuerte y ruidosa. Sintió la mirada de cejas alzadas de Miriam ante el cambio repentino de humor. En unos minutos, su hermana estaba riendo con él sin entender del todo el motivo.
Las risas se unen encima de las cenizas de un plan consumido y fracasado. Las risas sin causa aparente resuenan en la ciudad. El fuego se consume y con ello, las ataduras en la mirada de Agoney.
Las risas eran solo el festejo de la desobediencia y la rebeldía. Los ojos achinados y el cuerpo doblándose de alegría era su única manera de mostrarle, a quien quiera que los estuviera viendo en La Academia, que no le tenia miedo al olvido ni al castigo.
No le tenia miedo porque Raoul seguiría en Barcelona creando música y, tal vez, en unos años con el hombre de su vida a un lado, sonriendole de la misma manera que Agoney lo hacia.
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