23. Entre rumores y obligaciones
El siguiente capítulo fue con el que empecé a escribir esta locura, por lo tanto: A V I S O. Se van a tratar algunos temas delicados como, por ejemplo, un principio de un ataque de ansiedad. Quería avisar para que estén informados previamente. Todo empieza con la parte de Agoney en La Academia. Dicho esto, espero que no me odien tanto y disfruten <3
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"Perdona si te hago llorar, perdona si te hago sufrir. Pero es que no está en mis manos"
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"Raoul Vázquez ¿tiene pareja? Según varias fuentes, fue visto en las últimas semanas con la cantante catalana Nerea abrazados y muy juntos en eventos compartidos por ambos artistas"
La pantalla era invadida por fotografías de él con Nerea abrazados o riendo en ese maldito evento. Una foto tras otra en donde Nerea le susurraba al oído o en donde el rubio le daba un pequeño beso en su cien. Pero en un segundo, esas fotografías fueron reemplazadas por una del rubio con el moreno tocándole levemente el hombro.
Tragó fuertemente.
"Pero no es todo, aparecieron vídeos que lo vincularían con un chico"
La pantalla era invadida por un vídeo saliendo del gran salón mientras el rubio colocaba su mano en la parte baja de la espalda de Agoney y juntos se dirigían al mismo coche, para perderse en la ciudad.
"¿Su vínculo con Nerea es solo por prensa? ¿Raoul Vázquez es gay?"
Apagó el televisor cuando su móvil sonó. Sin mirar atendió con el rostro prendido en fuego por la ira que nacía en su interior. Todo esto sucedía cuando el moreno no estaba a su lado. La bomba estallaba cuando Agoney se había ido y todavía no había respondido a sus llamados y mensajes de alerta.
Nerea, al otro lado de la línea, le preguntó si había visto las noticias. Le preguntó si quería salir a aclarar. Negó, prefería el silencio hasta hablar con el moreno. Entre algunas palabras intercambiadas, acordaron juntarse ambos con sus respectivos representantes para hablar sobre ello si las cosas empeoraban.
Volvió a llamar a Agoney. Apagado. Ya habían pasado dos días de la reunión con Victoria y sus viejos amigos. Los nervios y la desesperación se volvieron a apoderar de su cuerpo y sus pensamientos. Esos pensamientos que suponían lo peor. No quería volver a ver el enojo y la tristeza apoderarse de la mirada de pantera.
Segundo intento. La contestadora respondió una vez más.
Se llevó los dedos a su boca, buscando piel seca que morder. No quería desesperarse, pero era muy difícil cuando fue testigo de la debilidad que se apoderó del cuerpo contrario.
Con su móvil en la mano, llamó a Miriam. La voz grave propia de alguien que dormía le dio los buenos días.
- Miriam, soy Raoul - respondió ante la pregunta de la chica - perdón si te desperté.
Eran las 9 de la mañana de un Domingo. Debía ser el único ser humano que no tenía resaca y estaba despierto a esa hora.
- No pasa nada rubio - pudo escuchar la pequeña sonrisa - ¿Qué pasó?
- ¿Sabes algo de Agoney? - preguntó esperando escuchar buenas noticias.
Silencio.
Estaba esperando todo, menos el maldito silencio.
- ¿Miriam? - volvió a preguntar porque el silencio se volvía ensordecedor con el paso de los segundos.
- No, no tengo noticias - susurró.
- Me estoy preocupando Miriam - sintió el suspiro de la contraria - si te enteras de algo ¿me puedes llamar?
- Claro Raoul - la voz de la contraria había cambiado, ya no era la simpática chica de melena que lo atendió al principio. Su voz ya no era la de leona con rugido capaz de fortalecer a cualquiera.
Mas que respuestas, lo que encontró fue más dudas y preocupaciones. Estaba claro que Miriam sabia algo y que por algún motivo no se lo quería contar. Podía apostar que la chica sabia más cosas de lo que aparentaba, y por alguna razón él no formaba parte de ese círculo íntimo.
Y Raoul no se equivocaba, porque Miriam apenas colgar con el rubio miró a su derecha encontrándose con un Agoney roto. Un moreno que tenía lagrimas secas recorriéndole la mejilla mientras sus ojos no expresaban nada. La primera vez que lo vio entrando por la puerta de su piso, el alma ya había abandonado aquel cuerpo débil. Lo abrazó porque era lo único que podía hacer luego de ser informada por Alfred de lo que pasó en La Academia.
Miriam solo pudo calmar el llanto devastador y arroparlo.
- - - - -
Agoney entró a aquel despacho sintiendo la mirada de Victoria en su nuca mientras cerraba la puerta lo más lento posible para mentalizarse y relajar su cuerpo. Se dio la vuelta enfrentándose a la mirada verde de la directora que, por un segundo, estuvo teñida de algo parecido a la tristeza. Un manto casi invisible que cubría su mirada que solo duro segundos. Era casi imposible que Victoria sintiera algo parecido a aquella emoción, pero Agoney sabia reconocerla rápidamente porque la había visto demasiadas veces en los ojos de Raoul.
Con la mirada sin expresar ninguna emoción y con el cuerpo de piedra se sentó delante de aquella mujer. Por ese momento, volvió a ser el Agoney mecanizado que tanto había adiestrado La Academia. Por unos minutos, volvió a tener la mirada fija y el rostro libre de gestos.
Victoria, sentada detrás del escritorio y con un ventanal detrás de ella, terminó las anotaciones en su cuaderno y lo volvió a mirar. Con la mirada posada en el moreno, agarró un cigarro de la pequeña caja que tenía perfectamente acomodada a su derecha. Con el mechero mostrando el fuego, encendió el tabaco. Agoney solo podía fijarse en los movimientos milimétricos de la directora.
La de ojos verdes, dio una calada al cigarro a la misma vez que se recostaba en el respaldo de su asiento. Miradas implacables y casi sin pestañeos, propias de dos personas que están esperando escuchar y decir las palabras tan esperadas.
Agoney, al contrario de la directora, apoyó sus antebrazos en ese vidrio frio para acercarse, de alguna manera, a Victoria.
Sólo el sonido del cigarro consumiéndose era lo que reinaba en ese ambiente mientras las estrellas iluminaban el cielo entrando por el cristal. Victoria le tendió la caja con los cigarros en ella, aceptó y tomo uno mientras la directora prendía el encendedor. La distancia se acortó en los segundos en que el cigarro del moreno se encendió por la mecha sostenida por la directora. El humo recorrió su boca llegando a sus pulmones para luego expulsarlo.
- ¿Sabes Agoney? - Victoria se volvió a recostar en su asiento - los cigarros no tienen el mismo efecto en los humanos que en nosotros.
Asintió. Había leído mucho acerca de las enfermedades que el tabaco o el alcohol podían causar en los seres humanos. Además, cómo olvidar las miles de clases que recibió sobre ello.
» Para nosotros, son como dulces. Inofensivos - expulsó el humo de su boca - Para ellos, son una enfermedad capaz de causar daños irreversibles.
Volvió a asentir mientras se llevaba el cigarro a su boca. Victoria seguía mirando fijamente a los ojos.
- ¿Quién era el hombre? - esta vez las preguntas fueron expulsadas de su boca mientras apagaba el cigarro en el recipiente más cercano. Las cenizas se expandieron al instante.
- Un miembro de La Asamblea - sonrió de lado volviendo a llevar el cigarro a sus labios.
- ¿Te informó lo que tenías que decirme? - soltó sin censura.
Se había cansado de las miles de vueltas y silencios que reinaron en esos minutos. Lo que pedía era escuchar, asentir e irse lo más rápido posible de allí.
Victoria asintió mientras apagaba el cigarro en el vidrio de la mesa.
- ¿Y qué es lo que tienes que decirme? - preguntó ante el silencio de la de ojos verdes.
La mirada de serpiente se desvió por unos segundos, como si estuviera eligiendo las palabras adecuadas. Segundos que se sintieron como horas para Agoney. Segundos que tardó esos ojos verdes para volver a posarse en su mirada oscura.
- Es un dato curioso - se llevó el dedo índice y el pulgar a su boca, capturando entre ellos, su labio inferior - hace meses que tu Talento está estancado, no avanza. Y creo que en algún punto es por tu ceguera.
Tragó.
- ¿Ceguera? - preguntó recostándose en ese asiento que se volvía más incomodo con el paso del tiempo.
- ¿Te crees que no vemos las noches que durmieron juntos? - sonrió de lado mientras que giraba su asiento de un lado a otro poniendo aún más nervioso al moreno - ¿Te crees que no me doy cuenta de que piensas que estas enamorado? - hizo comillas con sus dedos al pronunciar la última palabra.
- No estoy..
- ¿Te crees que no escuchamos las conversaciones con Miriam? - interrumpió sus palabras - No somos tan ineficientes como ustedes creen.
Agoney solo pudo respirar más profundo mientras su dedo índice empezaba a jugar con su labio inferior de un lado a otro.
» La única diferencia - continuó - es que Miriam logró todo lo que se esperaba al día de la fecha. En cambio, Agoney no - negó - Agoney sigue estancado.
- Solo dime - pidió - solo dime lo que te dijeron.
Victoria limpió con sus dedos, pelusas inexistentes en esa mesa impoluta. A pesar de que la mirada de la directora estaba puesta en sus propios dedos, el moreno no dejo de mirarla directamente, ocultando el enojo instalándose en su pecho.
- Es curioso Hernández - habló mientras sus dedos seguían limpiando el vidrio que se interponía entre ambos cuerpos.
- ¿El qué? - preguntó al no obtener respuesta de Victoria.
- Que una persona se vuelva más famosa cuando ya no está - la mirada verde volvió a encontrarse con la negra.
Llenó de aire sus pulmones. Fue inútil. Sentía que el oxígeno se estaba acabando en esa oficina.
- Explícate - pidió con el último aliento.
Victoria suspiró.
- Es más sencillo de lo que piensas Agoney - agarró otro cigarro para llevarlo a su boca y encenderlo - muchos artistas se hicieron más famosos o vendieron más discos cuando murieron trágicamente.
Las palabras salieron sin escrúpulos ni advertencias de la boca contraria. Salieron al igual que el maldito humo que escupía por los labios. Solo pudo apoyar sus antebrazos en el vidrio helado y mirar atentamente el rostro contrario. No se podía creer que su directora dijera esas palabras sin ni siquiera demostrar gesto o molestia alguna.
- Me estas pidiendo...
- Que lo mates - interrumpió, para terminar ella la frase y palabras que su boca no podía.
Negó levantándose de un golpe de su asiento y comenzando a recorrer esa sala increíblemente blanca y asfixiante. Empezó a hiperventilar mientras sentía que sus piernas temblaban. Se sintió como un cuerpo frágil dentro de un océano que lanzaba olas haciendo que fuera imposible respirar.
» Agoney todos tuvimos que hacer sacrificios - siguió hablando - todos nuestros actos tienen su consecuencia.
- Pero en este caso - la respiración entrecortada - es la muerte, Victoria.
- No tienes que pegarle un tiro - dijo con el humo revoloteando a su alrededor - hazlo adicto a alguna sustancia o que pierda la cordura y lo lleve a cometer una acción que atente contra su vida.
No podía hablar. De solo imaginarse haciendo tales acciones se le revolvía el estómago. No podía matar a Raoul. No podía asesinar a la persona que más confiaba en él y que le había devuelto un poco de vida.
La habitación se hacia cada vez mas oscura ¿o él estaba cerrando los ojos? Sentía como las paredes avanzaban dejando menos espacio para respirar.
» Puedes provocarle una enfermedad terminal - Victoria seguía hablando, pero él solo podía escucharla como un lejano sonido, como una voz oculta entre tanto ruido.
Volvió a negar mientras sus dedos estaban siendo atacados por sus dientes. Sus piernas no podían quedarse quietas, necesitaba liberar la tensión en su cuerpo. Necesitaba salir de allí y que todo fuera un sueño. Una pesadilla. Sentía que sus pulmones no recibían el oxígeno suficiente, que a pesar de los intentos por inhalar, el aire se estaba desvaneciendo en esa habitación cerrada.
No entendía lo que le pasaba a su cuerpo. Simplemente no respondía. Los pensamientos y los murmullos lejanos de Victoria le estaban desbordando. El humo del maldito cigarro le estaba cegando y dejando sin aire.
» ¿Cómo crees que Jim Morrison o Kurt Kobain se hicieron aún más famosos de lo que eran? ¿Cómo crees que a día de hoy todavía se les recuerda? La muerte puede ser una bendición Agoney.
- Para - dijo, en un susurro propio de quien ya está roto por dentro.
Silencio.
Después de varios intentos y de llevar su mano a su propio pecho, lleno de aire sus pulmones, reteniéndolo por unos segundos y expulsándolo después. El humo ya no estaba presente en el ambiente, por lo que el aire puro comenzaba a reinar. Volvió a mirar las estrellas para, a continuación, cerrar los ojos e imaginarse en otro escenario posible. Otro momento que despeje su mente por unos minutos. Otras circunstancias que no fueran esas. Otras experiencias que hagan parar el corazón que estallaba en su pecho.
Volvió a respirar y abrir los ojos para encontrarse con los ojos verdes de Victoria viendo atentamente cada movimiento del moreno.
- No puedo hacerlo - susurró mientras negaba.
Sus pasos lo dirigieron delante del ventanal que dejaba ver el océano y estrellas reflejadas en el agua cristalina. Necesitaba un punto de conexión con el verdadero mundo, y la playa siempre estaba ahí, esperando a ser vista.
- Debes hacerlo - el cuerpo contrario ya se encontraba a su lado.
- ¿Por qué? - preguntó - puedo usar mis dones para llevarlo al estrellato y sin lastimar a nadie.
La desesperación ya se hacía notar en su voz. No hizo nada para ocultarla.
- El tiempo se está acabando - sentenció la directora.
- No me pueden pedir esto - volvió a decir fijando la mirada en el perfil de la de ojos verdes - no le puedo hacer esto a Raoul.
Victoria suspiró y por un segundo, volvió a ver la tristeza en sus ojos.
- Agoney, él lo pidió hace mucho tiempo cuando miraba todas las noches a la misma estrella. Nosotros solamente lo cumplimos.
- Pero no de esta forma Victoria - las lágrimas a punto de desbordar de los lagrimales. Las palabras a punto de quebrarse.
» ¿Qué pasa si no lo hago? - agregó.
- Toda La Asamblea estaría en tu contra y podrías hasta no volver a La Academia - respondió - y ya no verías a Raoul
Asintió. Típico cuando las cosas iban mal, ya no formabas parte. Volvías a desaparecer. O en otros casos, te borraban los recuerdos con tu Talento.
» Él no te ama - las palabras fueron como una daga - solo está enamorado de la idea que tiene de ti. Solo ama lo que hiciste por él.
Volvió a mirar la playa. Sintió las lágrimas recorrerle las mejillas. Con un movimiento rápido y ágil, las retiro. Desapareciéndolas ante la vista de aquella mujer. Pero Victoria ya las había visto y notado antes de que el moreno las quite. Las lágrimas ya estaban presentes en el momento en que puso un pie en La Academia.
- Pero yo lo amo a él - su inconsciente estaba hablando y no pudo ponerle un freno. Necesitaba liberar esas palabras que estaban empezando a doler en su garganta y su pecho - Y no puedo hacerle esto.
- Aunque no lo creas, te entiendo Agoney - confesó la contraria.
Los ojos de Agoney viajaron rápidamente al rostro de Victoria.
» Todos nos contagiamos del primer Talento que nos dieron - el manto de dolor volvió a nacer en su rostro - pero es nuestro deber cumplir con lo que juramos hacer.
Suspiró y retrocedió sus pasos para volver a sentarse en el asiento que tanto lo había asfixiado e incomodado al principio. Tomó un cigarro. Lo necesitaba. De alguna manera, ese tabaco calmaba la bola que empezaba a nacer en su estómago y se extendía hasta su pecho.
- ¿Cuándo debería hacerlo? - preguntó al ver como Victoria volvía a sentarse en su respectivo lugar.
- Tienes tiempo hasta el otoño, justo cuando se cumpla un año de tu llegada a la ciudad.
Soltó el humo de su boca. Mirada que no reflejaba ningún sentimiento. Cuerpo débil y roto.
- ¿Puedo quedarme esta noche? - volvió a posar el cigarro en sus labios.
Victoria parecía preocupada ante la ausencia de alma en el cuerpo contrario. No era Agoney el que hablaba, era el que le enseñaron a ser.
- Claro y puedes hablar con Miriam cuando lo necesites.
- Pero estarán escuchando todo - fue una confirmación.
La directora suspiró y negó.
- No hace falta que escuche todas las conversaciones - apoyó sus antebrazos en el cristal - puedo dejar pasar algunas.
Victoria parecía mas humana. Quiso reír. Quiso reírse de lo patética que parecía. Quiso romper cada uno de los papeles y libretos que había en ese estante. Quiso reír porque cuando mas necesitó sus palabras, no las encontró.
Quería llorar y refugiarse en unos brazos de miel. Necesitaba los besos en la frente y las caricias que prometían un lugar mejor. Necesitaba al hombre que le estaban pidiendo que mate.
- ¿Eso es todo? - preguntó ignorando el ultimo comentario de aquella mujer.
La de ojos verdes asintió. Tirando el cigarro al suelo y apagándolo con su bota, se dirigió hacia la puerta para brindarle una ultima mirada a Victoria y salir de allí sin mirar atrás.
Con sus pies siendo arrastrados por la cerámica del piso, se dirigió a la habitación de su mejor amigo y confidente. Abrió la puerta encontrándose con solamente oscuridad. Cuando sus ojos se acostumbraron al cambio repentino de luminosidad, caminó hasta poder distinguir el cuerpo de Alfred del de Cepeda.
Sin decir palabras, se acostó al lado de su hermano sintiendo el aroma característico del de lentes. El cuerpo contrario dio un pequeño salto al sentir una presencia ajena en esa cama, pero al poder notar la barba y los rizos rebeldes, la sonrisa reemplazó al desconcierto.
- Ago - susurró para no despertar a su compañero de habitación - ¿pasó algo?
El moreno cerró los ojos refugiándose, aún más, en los brazos contrarios.
- Pasaron muchas cosas - la voz quebrada y los hombros a punto de dejar paso al llanto.
- ¿Quieres hablar de ello? - preguntó mientras peinaba cuidadosamente los rizos desordenados del contrario. Agoney no se lo confesaría, pero había tironeado bastante sus rizos por la desesperación, lo que llevó a que una batalla se realizara entre los mechones.
Asintió débil.
- Pero no aquí - murmuró.
Alfred asintió y se sentó para tomar los lentes del aparador a su lado.
Con el silencio de acompañante, se dirigieron al único lugar en donde podían ser libres. El aroma a agua salada acompañada del ruido del viento recibió a ambos cuerpos tensionados.
Se recostó sintiendo la arena acariciar cada poro de su piel, mientras que las estrellas se hacían lucir a la vista de todos. Cerró los ojos al sentir el sonido de las olas romper y fundirse con la arena mojada. Justo en ese momento, se sentía como la arena indefensa que está a la espera de que alguien más poderoso venga a golpearla y llevarla con la corriente. Agoney era la arena moldeable que seguía al sentido común impuesto.
En ese momento, recordó las clases y entrenamientos por años. El recuerdo de la clase de "Historia de Talentos" se recreó en su memoria. Recordaba perfectamente el momento en el que su mentora dijo el nombre de un Talento olvidado, un Talento que nadie recordaba, ni siquiera ellos. Recuerda la lista de nombres de bastantes artistas que no pudieron llegar al panorama mundial por actos egoístas de sus hermanos. Las consecuencias de lo que pasaba cuando alguien fracasaba en donde el mínimo castigo de la Asamblea era volver ordinario y común al Talento. Como al principio. Recuerda las advertencias para seguir las reglas y los planes establecidos.
Ahora entendía. Ahora podía ver todo con claridad. Meses y meses de entrenamiento. Clases para volverlos autómatas, moldeables, fáciles de influenciar. Miles de charlas para que luego, algunos, tuvieran que hacer un sacrificio.
Alfred a su lado mirando el océano no decía una palabra, dándole el tiempo necesario, aunque el cansancio se hacía notar en su rostro. Agradeció internamente aquello.
- Me lo pidieron Alfred - soltó cuando las estrellas y la arena le trajeron un poco de paz - me pidieron que haga eso que leíamos en la biblioteca y pensábamos que era imposible.
Sintió la mirada de su hermano posarse en él. Se la devolvió agradeciendo no ver compasión ni pena en sus ojos.
- ¿Lo vas a hacer? - preguntó recostándose a su lado y viendo con él las estrellas.
Llenó de aire sus pulmones para retenerlo por unos segundos. Una parte de él, le decía que no podía hacerle eso a Raoul. Esa parte le repetía una y otra vez que el rubio no soñaba con llegar a lo más alto y tener miles de fanáticos. El éxito para Raoul era poder cantar sus canciones y disfrutar en el camino. Otra parte de él, la más obediente, le decía que tenía que hacerlo. Tenía que llevar al panorama mundial a Raoul, de cualquier manera posible, porque habían confiado en él para llevar esa misión a cabo.
- Si..no - suspiró cansado - no sé Alfred.
- No tienes por qué hacer algo que no quieres - contestó el de lentes a la misma vez que le agarraba la mano entre la arena fría.
- Si no lo hago - lagrimas recorriéndole las mejillas, que no se molestó en ocultar - no me permitirán volver a ver Raoul. Y en el peor de los casos, a ti tampoco.
Sintió la mano de Alfred limpiándole las mejillas decoradas con las lágrimas y no impidió que el llanto desconsolado saliera de su garganta. Su cuerpo parecía que volvía a reaccionar después de la ultima hora. Se llevó las manos al rostro intentando ocultarlo de la vista ajena. La angustia era notable, al igual que los sonidos propios de alguien que está roto hace tiempo.
Los brazos de su hermano no tardaron en rodear su cuerpo y limpiar cada una de las gotas que rebalsaban de sus lagrimales. Sintió la cabeza de Alfred recostarse en su pecho, subiendo y bajando con cada respiración. Ayudándolo, de alguna manera, a respirar de manera más calma.
- Pero si lo haces - la voz de su hermano hizo vibrar su pecho - no te lo perdonarías nunca.
Asintió pasando sus dedos por la cabellera morena de su hermano.
- Y si no lo hago, él se olvidaría de mi - admitirlo en voz alta hacia todo mucho más difícil.
- No es así - habló suave Alfred - Nos recuerdan vagamente, como recuerdan los sueños o la infancia.
Cerró los ojos. La sola imagen de Raoul reflejando en su mirada el enojo y la desilusión hacía que la angustia se volviera a instalar en su pecho.
- Desearía que todo fuera más fácil - voz pequeña, susurrada, como si tuviera miedo de que alguien lo escuche.
Una confesión que solo quedaría esa noche. Un deseo que rogaba que las estrellas lo cumplieran. Pero ya sabía muy bien como funcionaban los deseos pedidos con el corazón, siempre se podían volver en tu contra.
Esa noche, ambos cuerpos compartieron la cama, curándose mutuamente. Las pesadillas atacaron a su mente, pero al sentir el perfume de su hermano, la calma volvía a adueñarse de su cuerpo. A la mañana siguiente, Cepeda se encontró con Agoney y Alfred abrazados mientras el sueño seguía apoderándose de ambos.
Esa mañana, Victoria no se presentó a hacer el ritual como era costumbre. En su lugar, una mujer de pelo blanco y con mirada oscura, tomó su mano para guiarlo al agua salada. Supuso que era de La Asamblea. La mirada de piedra y la mano con la reconocida cicatriz le dio la razón. Lo último que vio fue a Alfred en la orilla sonriendole y modulando con sus labios un pequeño "te quiero". Cerró los ojos al sentir el dedo débil de aquella mujer posarse en el entrecejo.
Ya no había dolor.
Con la mirada sin emoción y el cuerpo cansado se presentó al piso de Miriam. La mirada de asombro y los brazos maternales no tardaron en sanarlo. No podía presentarse al piso de Raoul después de escuchar su nombre de la boca de Victorias horas antes. Necesitaba despejar su mente, y el apartamento de Miriam le pareció buena idea.
Por eso, todo el día se quedó allí entre películas, helado y pequeñas risas que nacían inocentes de su boca. El cumulo de emociones volvió a instalarse cuando el nombre del rubio salió de la boca contraria la mañana del Domingo. Con pasos lentos se dirigió a la habitación en donde su hermana estaba con el móvil entre las manos. Cerró los ojos al imaginar lo que estaría pasando el rubio sin noticias de él.
Vio la expresión de Miriam y su pecho volvió a ser aprisionado por esa pelota que no dejaba respirar. En su interior volvió a nacer el cumulo de emociones imposible de exterminar. Tragó ignorando la piel erizada y las lágrimas secas en su mejilla.
- Tienes que hablar con él - susurró Miriam para, luego, ponerse de pie y caminar hacia la sala. Dejándolo solo con sus pensamientos.
Tenía que ir al piso de Raoul lo antes posible, no podía vivir encerrado. Tenia que enfrentar los ojos mieles y ponerse a prueba. Debía lograr enfrentar al rubio sin sentir el cosquilleo en los dedos o las batallas en su interior.
Solo quedaban meses para la llegada del otoño. Meses que no sabía si podía lograr lo que esperaban. Meses que se volverían su infierno.
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