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22. Cuídalo

"Y que ojalá sonrías y no te culpes, ni te castigues: tú cambias vida, pero no destinos."

*

Dejaban atrás a Argentina mientras las nubes tapaban la ciudad que tantos recuerdos les había dado. A su lado, Raoul dormido apoyado en su propia mano. Sonrió y sin dudarlo le tomó una foto capturando ese momento de cuerpos relajados y sin preocupaciones.

España les volvió a dar la bienvenida, al igual que los abrazos fuertes de Susana y Álvaro. Abrazos que curaban y gritaban familia.

Agoney siempre envidió esa capacidad que tenían los humanos para regalar abrazos sin parecer dementes o débiles, como sus mentores pensaban cuando Miriam curaba con sus brazos y besos en la cien. Porque los abrazos tienen ese don. Sanar y transmitir el cariño sin la ayuda de palabras. Así que, muy en el fondo envidiaba los abrazos familiares y los besos de madres que calmaban cualquier llanto y curaban cualquier herida.

Cuanto odiaba que los humanos no se dieran cuenta de esa capacidad de sanar. Odiaba lo naturalizado que estaba aquello. Y hasta en ocasiones la vergüenza que se depositaba en el interior cuando las demostraciones de afecto eran en público.

Agradeció esos abrazos de Susi y sus pequeños besos en la mejilla. Pero más agradeció el "gracias por hacerlo sonreír como nunca" susurrado en su oído en medio del abrazo maternal. Asintió y apretó más el cuerpo contrario.

Raoul a un lado sonrió viendo la escena y empezando a ignorar ese cosquilleo que batallaba en su estómago. Una cosa era tenerle cariño a una persona y pasarla bien junto a su lado. Otra cosa muy diferente era estar enamorado, y él no estaba enamorado de Agoney.

Sí, la sonrisa era inevitable cuando estaban juntos, pero eso no era estar enamorado.

Sí, le prometió llevarlo a todas las playas del mundo, pero eso no era indicio de nada.

Agoney y él eran solo muy buenos amigos que les gustaban pasar el rato juntos. No era amor. No era enamoramiento. Eran amigos que, algunas veces, se besaban y compartían la cama. Algo que pasa en muchas amistades ¿no? Bueno, tal vez no eran amigos, pero tampoco eran pareja. Agoney le hacía feliz con su presencia y había llegado para pintarle un poco con color su vida. Agoney, aquel chaval que alejaba sus monstruos y alejaba toda oscuridad. Agoney era su representante, aquella persona con la que compartía las primeras letras de canciones porque irradiaba confianza. Agoney, con sus paletas separadas y barba suave, era su apoyo y su seguridad.

No estaba enamorado de Agoney ¿o sí? ¿Se podía estar enamorado de una persona que solo conoces hace unos meses? ¿Se podía volver a confiar en alguien luego que otro rompió todo tu cuerpo y corazón?

¿Podía dejar de tener miedo y arriesgarse?

¿Estaba enamorado de Agoney?

La escena del moreno abrazando a su madre y luego a su hermano le dio la respuesta que tanto temía y más miedo le causaba. No podía volver a reprimir esas guerras que se creaban en su estómago cuando sentía las caricias del canario o cuando le sonreía con el cuerpo y con los ojos.

Se mordió el labio inferior y volvió al encuentro de esas tres personas que le estaban esperando con las maletas en las manos y los ojos brillando. Volvió a su encuentro ignorando las miradas confusas del moreno y las preguntas de su hermano.

- - - - -

- Nos invitaron a un evento - le dijo el rubio una tarde de inicio de primavera.

- Te invitaron a un evento - corrigió - a mí ni me conocen Raoulito.

- Pero yo te invito - sonrió

- Raoul...

- Raoul nada - interrumpió - eres mi invitado Agoney.

- Habíamos acordado que no iba a aparecer en ningún programa ni evento.

No podía romper el único punto de aquel plan que había cumplido a la perfección. No podía presentarse frente a cámaras cuando La Asamblea era consciente de cada uno de sus movimientos.

- No saldrás en la alfombra roja ni te harán entrevistas - se acercó aún más dejando pequeños picos en sus labios - además siempre hay alguien que va con su representante o amigos.

- Raoul - volvió a insistir.

Pero era muy difícil cuando los besos del rubio recorrían sus mejillas hasta llegar a los labios. Era muy difícil concentrarse cuando la lengua catalana remarcaba su labio inferior.

- Por favor - un beso en la punta de su nariz - No quiero - otro en la mejilla derecha - estar - ahora, en los labios - solo - terminando en su cuello, muy cerca de su oído.

- Te odio

- ¿Eso es un sí?

- Es un puede ser

Raoul se levantó de ese sofá para dar pequeños saltos y aplaudir. Cada vez confirmaba más la teoría que el rubio tenía 3 años cuando algo le entusiasmaba demasiado.

- Agoney - volvió a decir cuando la euforia disminuyó - no es un evento normal, hay que ir con algo que resalte y sea diferente a lo que se espera.

- Soy experto en eso chiquitín.

La noche del evento llegó. Habían acordado en que tenía que pasar a buscar al rubio por su edificio, así la sorpresa por ver lo que vestía el contrario era aún mayor. Agoney agarró aquel lápiz negro haciéndose un perfecto eyeliner por encima de sus ojos y pintando un poco sus dedos con pintura negra. El espejo le devolvió su reflejo. Le gustó lo que vio y con una última sonrisa se colocó aquella mascara que cubría sus pómulos.

Agarró las llaves del coche y se puso en camino al piso de Raoul. Una vez que se encontró delante de la puerta principal del edificio, tocó el timbre correspondiente y la voz entusiasmada del rubio le contestó al instante.

Retrocedió sus pasos apoyándose en la puerta del acompañante del coche negro, esperando a su Talento. En esos momentos, encendería un cigarro para darle a esa imagen un poco más de contexto. Las ganas de expulsar el humo por la boca se hicieron notar, pero descartó esa idea al instante al acordarse de que si hacia eso, el rubio no le besaría.

Expulsó todo el aire acumulado sintiendo la puerta principal abrirse dejando ver a Raoul. Vestía un reluciente traje negro que resaltaba sus rizos rubios perfectamente peinados y aquella mascara dorada que cubría gran parte de sus rasgos, resaltando los ojos mieles. Se mordió el labio inferior ante la persona que caminaba con elegancia hasta situarse delante de él.

Una vez que el catalán estuvo de pie frente a él, el rubio dio una pequeña vuelta para lucir su atuendo. La parte del saco que se encontraba debajo de su nuca, era decorado por un bordado dorado que cortaba con tanto negro. No lo dudó y paso sus dedos por los rizos rubios ganándose una sonrisa pequeña de Raoul, mientras que el rubio colocaba los dedos en su cadera dejando pequeñas caricias en aquella parte.

- ¿Te caíste en una fábrica de metal? - preguntó divertido al ver esa especie de mascara que cubría su cara.

- Admite que te gusta lo que ves - amenazó.

Sintió como la boca catalana se acercó peligrosamente a su oído, dejando un pequeño mordisco en el cuello moreno. Suspiró al sentir el aliento del rubio golpear su lóbulo.

- Si no estaríamos llegando tarde - la voz grave hizo acto de presencia - te obligaría a subir.

- No pasa nada si llegamos un poco tarde pollito.

Raoul quería jugar y él no se quedaría atrás. Pasó la mano por la nuca contraria dejando pequeñas caricias en aquella zona para luego, besar aquel cuello catalán que, como consecuencia, se acercó aún más buscando mayor contacto y calor corporal.

Sintió los suspiros pesados salir de la boca del rubio y cómo inclinaba su cabeza para darle más acceso. Fue su señal para dejar un último beso en la mandíbula contraria y alejarse del cuerpo de Raoul para rodear el coche, recibiendo una mirada de asombro y un cuerpo pequeño a punto de matarlo.

- La recompensa será mejor chiquitín - sonrió al ver el labio inferior contrario siendo apresado por los dientes - anda, que llegamos tarde.

- Espero que sea mejor Agoney - respondió, bajito, como si de esa forma no pudiera escucharlo.

Las risas canarias invadieron el ambiente haciendo que el viaje al famoso salón sea más rápido y cálido. Pero esto no evitó que las manos catalanas viajen curiosas por los muslos del moreno. Los dedos no se prohibieron de recorrer aquel cuerpo ante las miradas negativas de Agoney y algún que otro suspiro.

Lo estaba volviendo loco y lo sabía.

Después de lidiar con aquellas manos hábiles, Agoney dejo a Raoul en la alfombra roja y se dirigió al estacionamiento para entrar al salón donde ya estaba la fiesta. Demasiadas personas desfilaban con sus copas cargadas de líquidos de colores. Mujeres con sus largos vestidos y sombreros o prendas que cortaban con tanta formalidad. Hombres con coronas grandes y otros con capas oscuras que llegaban al piso, se hacían notar en aquel ambiente.

Le informó a Raoul que ya estaba dentro recibiendo un corazón de respuesta. Volvió a sonreír levantando la vista encontrándose con la pequeña rubia vestida con un traje perfectamente blanco. Nerea caminaba hacia él con una gran sonrisa y dos copas llenas de un líquido dorado.

- Nerea - la voz más aguda de lo normal no tardó en aparecer.

Se alegraba de tener a alguien conocido allí mientras el rubio daba entrevistas y fotos a la prensa. Se alegró de no estar solo dentro de esa multitud.

- Agoney - respondió la rubia una vez que los abrazos cesaron.

Nerea le dio la copa que le sobraba. No sabía lo que era, pero al sentir ese líquido amargo recorrerle la garganta no se arrepintió de haber agradecido esa copa. No era chocolate caliente, pero no estaba nada mal.

- ¿Miriam? - preguntó recorriendo con la mirada ese salón para ver si la melena de león resaltaba entre esas personas.

- No pudo venir - contestó con una pequeña mueca de tristeza.

- Ohh

No pudo evitar fijarse en la decepción que inundó por un segundo, el cuerpo de la pequeña. Estaba claro que Miriam se había convertido en una persona muy querida por Nerea. Lo pudo notar en esas sonrisas plenas e involuntarias que se apoderaban de Nerea cuando estaba con la chica de melena a su lado. Dudó el hecho de que él haya logrado lo mismo en Raoul.

Siguieron hablando por unos minutos hasta que el rubio de mascara amarilla volvió a su lado, insultando por lo bajo a un periodista que quería sacarle cualquier información para luego, sacarla de contexto. Pasó su mano por el hombro del catalán tratando de calmar la tensión que se apoderaba de su cuerpo. En segundos, notó como aquellos músculos se relajaban.

La noche se volvió más divertida de lo que había pensado. La risa de Raoul, los ojos brillosos y las continuas bromas llenaban de alegría el ambiente. Raoul era un pequeño que, luego de tantos años soñando con estar eventos como esos, por fin lo lograba. Finalmente, su voz era escuchada.

Durante esos minutos, disfrutaron de la música de varios artistas que estaban allí por una misma causa. Disfrutaron de las letras e historias contadas en un piano o, a veces, entre pasos de baile. Agoney, en esos momentos, vivió el aquí y ahora con los dedos de Raoul buscándole por debajo de la mesa. La noche recién empezaba y aquella artista que ponía a todos a bailar salió al escenario.

Entre toda la multitud vio el pelo perfectamente lacio y los ojos verdes resaltando en la oscuridad de ese salón. A pesar de la máscara blanca la reconoció. Blanco, un color que no se relacionaba con La Academia en nada. Ridículo. La Asamblea tenía que ser un poco más inteligente en esos aspectos. Todo insulto quedó a un lado cuando se dio cuenta que el único objetivo que tenían era que Agoney se diera cuenta de su presencia.

Victoria con una sonrisa de lado y una copa en su mano caminaba en su dirección. Inevitablemente, miró por ese gran salón buscando los rizos dorados. La mirada recorriendo el lugar buscando a Raoul. Fueron segundos de debilidad que, al volver a fijar la mirada en la directora, comprendió que había visto ese desliz.

Cerró los ojos y esperó a que aquella mujer llegue a su lado. Esperando escuchar las palabras que tenía que decir y rogando para que el rubio no volviera a su lado en esos minutos. Pidiéndole al universo que Raoul encuentre a alguien en el camino que lo retenga unos minutos, o que el chico de la barra demore en darle los tragos.

Sintió el perfume dulce de Victoria y llenó de aire sus pulmones.

Silencio.

Su cuerpo pidiendo que diga de una vez lo que tenía que decir.

Más silencio.

Victoria y su sonrisa seguían implacables.

La vio tomar el líquido de su copa con la mirada fija en un punto concreto de ese lugar. Miró en esa dirección. La respiración se cortó. Los ojos verdes de Victoria estaban examinando a Raoul esperando las bebidas que le había prometido.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó porque el silencio se volvió ensordecedor.

- Vine a hacerte una visita - la mirada de serpiente se posó, ahora, en su cuerpo.

Agradeció aquello. Le devolvió la mirada volviéndose a encontrar con aquellos rasgos perfectos y fríos. Victoria era una persona que, según sus mentores, tuvo que sacrificar demasiado para lograr que su Talento llegue al panorama mundial. Y no tenía ninguna duda, que esos dolores, se hicieron visibles en su mirada y en su manera de actuar.

- Dejemos las mentiras para otro momento Victoria.

Volvió a mirar a la barra donde el rubio se encontraba hace unos segundos. Ya no estaba allí. En su interior el nerviosismo y miedo creció como una ola a punto de romper. Por fuera, ningún gesto ni movimiento inusual.

- Cambiaste Agoney - la voz fría y susurrada volvió a hacer acto de presencia - Te cambiaron.

- No - negó con una sonrisa - siempre fui así.

La miró encontrándose con la mirada desafiante de Victoria mientras asentía.

- ¿Qué quieres? - volvió a preguntar.

Necesitaba que se aleje lo más pronto posible de su lado.

- Venia para informarte que mañana te esperamos en una reunión en La Academia.

La directora giró su cuerpo enfrentándolo. Hizo lo mismo. Ojos verdes examinando a los oscuros. La piel blanca de aquella mujer contrastando con la morena. Noche y día. Poder e inocencia. Autoridad y subordinación. Directora y alumno.

- Ahí estaré - la voz apenas saliendo de su garganta.

Su temor más grande apareció delante de él con dos vasos en su mano y diciendo un pequeño "hola" con la sonrisa más tierna del mundo. Quiso llorar al escuchar la voz contraria. Quiso decirle que se aleje de ahí. Supo que Victoria vio el cambio de postura y el cambio en su mirada al sentir la presencia de Raoul a su lado. Aquella mujer volvió a sonreír mostrando sus dientes perfectamente blancos dando la vuelta para presentarse con el chico de mascara amarilla.

Cerró los ojos. Sonrió girando su cuerpo para ver a Victoria dándole un beso en la mejilla al catalán. Lleno de aire sus pulmones y rogó para que ese momento termine pronto.

- Victoria - se presentó - una vieja amiga de Agoney.

Sonrió y asintió al sentir la mirada de miel posarse en él.

- Raoul - dijo, inocente sin saber lo que se ocultaba allí.

- Lo sé - volvió a hablar la directora - Agoney siempre me habla muy bien de ti.

La odiaba. Odiaba escuchar esas palabras salir de su boca. Odiaba que esté dialogando con Raoul con la mejor actitud del mundo, cuando sabía que sus intenciones eran otras. Odiaba que no hayan enviado una estúpida carta. ¿Por qué se presentaban justo cuando estaba con Raoul? ¿Por qué en ese momento Miriam no estaba a su lado?

Sintió la mirada de brillos y la sonrisa del rubio. Le sonrió de vuelta. Era lo único que podía hacer. Las palabras se rehusaban a salir de su garganta.

» Y por lo que veo - volvió a hablar - él también te hace muy bien.

La mirada de Raoul se volvió a posar en Victoria.

- Agoney es un muy buen amigo - sonrió.

- Doy fé - la mujer de pelo negro volvió a mirarlo con la sonrisa que escondía más palabras que lo que aparentaba.

» Bueno - suspiró - yo me tengo que ir.

Agoney volvió a respirar de nuevo. Raoul lo examinó con la mirada, mientras Victoria volvía a saludarlo.

» Un gusto conocerte Raoul - le sonrió.

El rubio asintió y le brindó un suave abrazo mientras escuchaba el susurró al lado de su oído. Un cálido "espero que nos volvamos a encontrar pronto". El rubio volvió a asentir y sonreírle con su blanca dentadura, ganándose una mirada llena de dudas del moreno delante de él.

Agoney vio a Victoria susurrarle algo al oído al catalán y todos sus sentidos se pusieron en estado de alerta, viendo cada movimiento de aquellas dos personas. Los ojos verdes y el pelo lacio volvieron a situarse delante de él, impidiendo la vista directa al rubio.

- Agoney - la voz inocente y un poco aguda llegó a su oído - entonces nos vemos mañana ¿no?

- Claro - volvió a sonreír - no empiecen sin mí.

La risa fuerte de Victoria se hizo escuchar por encima de la música.

- Nunca te haríamos eso cariño - alzó las cejas y se acercó para estrecharlo en un abrazo.

El perfume y el olor a Academia inundó sus fosas nasales a partes iguales. El pelo negro rozando su mejilla mientras la mirada de miel le interrogaba en silencio.

» Es un buen chico - el susurró llegó como una daga - cuídalo.

La última palabra penetró por sus poros enviando descargas eléctricas por todo su cuerpo. Cerró los ojos y tragó fuertemente. Sin dar tiempo a que el cuerpo ajeno se aleje, se acercó más a su oído para contestarle un delicado y firme "lo haré". Dos simples palabras que eran una promesa y una amenaza. No lo sabía, pero quería que Victoria y toda la Asamblea entendieran que haría todo lo posible para que los ojos de Raoul no se tiñeran de tristeza. Haría todo lo posible para que de sus ojos solo se desprenda alegría y lágrimas de felicidad. Así que ese "lo haré" no eran solo palabras inocentes, eran una afirmación que supo que la directora lo codificaría al instante. Era una manera de expresar su enojo frente a la escena que Victoria había creado segundos antes.

Sus cuerpos desencajaron más tensos que nunca. Vio por última vez aquellos ojos verdes y ese pelo negro que bailaba a cada paso que hacía. Vio como el vestido dorado se alejaba de ellos para perderse entre la multitud. Volvió a respirar ignorando el enojo que nacía en su interior.

Se dio la vuelta encontrándose con el tupe rubio y los ojos mieles curiosos.

- No es solo una vieja amiga ¿no? - preguntó - no dijiste ni una palabra cuando ella apareció. Cuando me presentaste a Miriam, irradiabas felicidad.

No pudo hablar. Las palabras del rubio fueron como un balde de agua fría.

- No, no es solo una amiga - voz cortante y mirada dispersa.

- ¿Quieres hablar de ello? - volvió a preguntar atento a cada gesto del mayor.

- No - volvió a negar.

- ¿Quieres que nos vayamos?

Vio la cara de preocupación de Raoul y quiso llorar. El cuidado y las palabras adecuadas en el momento más necesitado.

Asintió.

Raoul dejo los vasos en una mesa que estaba a un lado, sintiendo de repente la mano catalana rodearle la cadera para dirigirse a la salida.

El viento propio de la primavera golpeó su cuerpo. Necesitaba respirar, sentir el viento libre golpear su cara. Cerró los ojos sintiendo los dedos del rubio dejar pequeñas caricias en la parte baja de su espalda. Los abrió y le sonrió al contrario.

- Gracias - susurró.

- Nada de eso Agonías - le quitó importancia con su mano - ahora vamos al coche y te llevo a tu piso.

Caminaron bajo la luna hasta el estacionamiento. El calor del coche los recibió, al igual que la música que no tardó en sonar por los parlantes. Reposó su cabeza en el asiento mirando las calles de Barcelona por la ventanilla.

El viaje fue corto a pesar de la situación que acababa de vivir. Victoria y los miembros de la Asamblea eran su pesadilla viviente. Eran un constante repiqueteo en su cabeza. A cualquier minuto que pasaba con Raoul, su mente repetía las palabras escritas en hojas impresas esperando a ser concretadas. Pensando en el plan estipulado guardado en un cajón de su armario. Todas las noches se acostaba pensando en la desilusión que ocasionó con sus propias acciones. Pero no bastaba solo con su propia mente, sino que ahora era la mismísima Victoria la que aparecía a su lado para recordarle cada movimiento que hizo mal. Recordándole el verdadero motivo de su visita en la ciudad. Recordándole que al día siguiente le esperaba una maravillosa reunión con un montón de personas que iban a tomar decisiones por él y por la vida de Raoul.

Cuando se quiso dar cuenta, su edificio se había notar delante de su vista. El motor apagado y el silencio decorando ese momento. Pudo notar la mirada de miel, la mirada que no pedía explicaciones ni reprochaba nada. Porque al final, Agoney había arruinado el primer evento formal de Raoul. Por sus acciones tuvieron que dejar esa fiesta antes de tiempo ganándose miradas curiosas de algunos presentes. Como siempre, Agoney arruinando todo.

- Perdón - dijo en un susurró que no estuvo seguro que Raoul lo hubiese escuchado.

Pero Raoul siempre escuchaba, y aún más cuando era la voz canaria la que se expresaba. Sintió como el cuerpo contrario se puso de lado para tener una vista más directa hacia el moreno. Pero Agoney no podía enfrentar la mirada ajena. No podía salir al encuentro de esos ojos que no tenían maldad ni segundas intenciones. Siguió mirando a la calle desolada, iluminada sólo por algunas farolas y la luz de la luna, porque era mejor que fundirse en esos ojos mieles.

- Agoney - escuchó la voz pequeña y suave, propia de alguien que cuida cada una de sus palabras por miedo a arruinar el momento.

» Agoney mírame - pidió.

¿Y cómo negarse a tal petición? ¿Cómo negar cuando era la voz de Raoul el que lo llamaba para sólo mirarse? Giró su cabeza para volver a reunirse con el sol en los ojos del rubio.

- No tienes que pedir perdón por nada ¿me escuchas?

Asintió. Era lo único que podía hacer en ese momento.

» Ni me tienes que dar explicaciones de lo sucedido - acercó su mano para juntarla con la suya, unidas en un coche desolado en medio de las calles oscuras de Barcelona.

» Además - añadió - la fiesta tampoco estaba tan buena.

Rió. Volvió a reír al ver aquella sonrisa y ojos brillosos. Rió como sólo Raoul podía hacerlo.

El rubio volvió a respirar cuando volvió a notar la sonrisa ajena, esa que dejaba lucir las paletas separadas y las pequeñas arrugas al lado de los ojos. Algo en la mirada verde de aquella mujer de vestido dorado hizo que su piel se erizara. Algo en Victoria, no sabía qué, decía que no era de confiar. Y lo confirmó cuando vio los ojos abiertos y los dientes atrapando el labio inferior del moreno cuando vio como la de pelo negro le susurraba al oído. Pudo ver la desesperación en su mirada y cómo su cuerpo se tensaba a cada segundo.

- ¿Te quedarías por esta noche? - Raoul escuchó la voz pequeña de Agoney.

Aquella voz que pretendía no ser oída, la que salía desde dentro sin censura alguna. No se lo confesaría, pero desde que vio el temor en los ojos ajenos prometió cuidarlo esa noche si se lo permitía. Prometió alejar los fantasmas que invadieron por unos minutos aquel cuerpo, que ahora se volvía frágil. Ya no había rastro del Agoney duro y que podía con todo. Ese Agoney era remplazado por otro más humano.

Asintió y apretó esa unión de manos que descansaba en su rodilla. Con el silencio de acompañante se dirigieron al apartamento del moreno.

Una vez dentro, el canario le prestó un piyama. Con las miradas reemplazando a las preguntas que no salían de su garganta, se metieron ambos en la cama del moreno. Sintió el perfume propio del contrario, ese aroma a chocolate y mar. Un aroma que describía perfectamente a Agoney y su alma.

Tenía miedo de cualquier movimiento que pudiera romper al contrario. Tenía miedo de volver a ver la desesperación en la mirada de estrellas. A su lado, Agoney, pequeñito como un niño asustado por los cuentos de terror contados en una noche de Halloween. Tragó saliva al sentir los dedos canarios buscando su brazo por debajo de las sábanas blancas. Dedos escurridizos que necesitaban la piel contraria.

Salió a su encuentro. Agoney agarró su brazo y lo paso por su cadera haciendo que sus cuerpos se vuelvan a unir en esa cama de dos plazas. Sintió como el moreno se acurrucaba a su derecha, encajando su cabeza en el hueco entre el hombro y la cabeza catalana. Suspiró dejando un suave beso en aquellos rizos rebeldes.

A pesar de la oscuridad que los rodeaba, pudo ver la sonrisa pequeña de Agoney. Esa que aparecía antes de que el sueño se apodere de su cuerpo. Esa sonrisa tímida que dominaba, por un segundo, el rostro del moreno. Esa sonrisa, que bastó para calmar los nervios que empezaban a nacer en el cuerpo del rubio. Una mínima sonrisa que arrasó con esos monstruos que atravesaban ambos cuerpos.

Esa noche, Agoney se olvidó de la reunión con Victoria al día siguiente y las acciones que llevaron a que las escenas en la fiesta ocurran. Esa noche, antes de caer en un profundo sueño, no tuvo miedo a las pesadillas que algunas veces nacían. Esa noche, por primera vez, se sintió seguro en los brazos del rubio. Sabía que era imposible. No había una explicación razonable ante esos pensamientos que lo atacaban, pero una mecha muy en su interior le dio la razón. Una luz muy pequeña en el pecho confirmó lo que Miriam le venía repitiendo día tras día.

- - -

La luz del sol entrando por la ventana golpeó su rostro sin previo aviso. Los ruidos de una ciudad despertándose ya se empezaban a colar por la habitación. Por unos segundos, se desconcertó al no encontrarse en su propio piso. Aquella no era su cama ni aquellos sus muebles. Todo fue cobrando sentido cuando el perfume característico del canario volvió a inundar sus fosas nasales.

A su lado el cuerpo del moreno dormía libre y relajado. Los mechones rebeldes eran abrazados por el sol mientras que de sus labios salían pequeños suspiros. Sintió una presión en el pecho y no tardó en acordarse de que la mano de Agoney se posó en aquella parte toda la noche. Sonrió y agradeció que el insomnio no hubiera atacado el cuerpo del canario.

Su mirada se volvió a posar en el cuerpo ajeno. Agoney tenía el mejor perfil que vio en todos estos años. La nariz perfectamente esculpida, al igual que sus pestañas que empezaban a hacer sombra en sus mejillas. La barba decorando aquel mentón era, definitivamente, lo que lo volvía loco. No le quedaron dudas de que Agoney no era de este mundo.

Aquellas preguntas que lo invadieron cuando llegaron a España, fueron contestadas cuando vio al cuerpo relajado que descansaba junto a él. Realmente no sabía si estaba enamorado, pero no podía negar que un sentimiento que nunca antes había experimentado con tanta fuerza, nacía en su interior.

Su móvil empezó a vibrar en la mesita a su lado. Maldiciendo entre dientes, lo agarró lo más rápido posible para no despertar al contrario. Vio de reojo al moreno, pero ningún gesto de molestia o despereza apareció en su rostro. Suspiró y miró aquella pantalla que era decorada con una foto de él junto a su madre.

Un mensaje del productor apareció en primer plano. Lo estaban esperando para comenzar la grabación de la canción que sonaría en una película infantil catalana. Sí, gracias a las pequeñas giras y sus premios por el disco, lo habían llamado para ponerle la voz a la canción principal de la película animada. Todavía se acuerda la voz aguda de Agoney causada por la sorpresa al igual que los abrazos de Belén que lo rodearon en segundos.

Le mando un simple "en unos minutos estoy ahí". Se había olvidado de que hoy tendría que estar en el estudio. Luego de la noche cargada de tensiones lo que menos le había preocupado era su agenda. Las obligaciones quedaron a un segundo plano después de ver el manto de preocupación en el rostro del moreno.

Contra toda su voluntad y con sumo cuidado, alejo el brazo canario de su pecho. Lo volvió a mirar, aquella espalda decorada con algunos tatuajes y cubierta por una fina sabana hasta la cadera. Mientras que la luz del sol le daba a esa imagen un aspecto más artístico. No pudo evitarlo. Agarró su móvil y retrató esa escena mañanera que se hacía visible ante sus ojos.

Con una última sonrisa, agarró sus cosas y salió de ese piso. Pero no sin antes dejarle una pequeña nota a Agoney.

- - -

Dolor de cabeza. Presión en el pecho. Ganas de llorar. Sensibilidades que se encontraban en su cuerpo como nunca antes. Experimentaciones físicas que golpeaban cada parte interna de su ser. Abrió los ojos encontrando nada más que viento y un fantasma del perfume de Raoul. Miró a su lado, pero solo el hueco desolado le dio los buenos días.

Suspiró. El silencio reinaba en ese piso.

- ¿Raoul? - preguntó.

No recibió respuesta. Sería inútil volver a preguntar porque siempre que llamaba, Raoul contestaba a la primera, por lo que dedujo que ya se había ido. No le extrañó. Cualquiera se hubiera ido teniendo a una persona tan rota de acompañante.

Miró la mesita a su lado en donde reposaba su móvil. Algo fuera de lo común arriba de ese mueble lo sorprendió. Se sentó en la cama para tener una mejor visión de aquello.

Un pequeño pedazo de papel lucía al lado de su móvil, al igual que una barra de chocolate. Tomó aquel papel entre los dedos y no evitó la risa que salió después de leer esas palabras escritas con letra desprolija a causa de la rapidez.

"Me tuve que ir al estudio. Algunos tenemos obligaciones Agoney 😊 Te dejo el chocolate para que tengas una buena mañana sin mis besos (aunque va a ser un poco difícil, lo sé)

PD: eres guapo cuando duermes

PD 2: guárdame un poco"


Volvió a reír al leer aquella confesión. Aunque no estuviera presente, Raoul siempre sabia como sacarle una sonrisa en los peores momentos.

Agarró su móvil y apretó el último chat.

Buenos días para ti pollito

Gracias por el regalo, no sé si van a quedar sobras

PD: eche de menos tus besos (si me preguntas sobre esto, lo negaré)


Comió aquel chocolate dejándole guardado en la heladera un trozo al rubio. Sus peticiones siempre serian cumplidas. Necesitaba relajar su cuerpo antes de ir a La Academia, por lo que no se le ocurrió mejor manera que hacerlo bajo la ducha. El agua caliente relajó, aun mas, su cuerpo haciendo que las tensiones producidas por Victoria desaparecieran momentáneamente.

Con una toalla en su cadera llamó a la única persona que lograba calmar ese sentimiento que empezaba a inundar su cuerpo provocando que su respiración se agite y los nervios aumenten.

Miriam estaba a su lado en cuestión de segundos. La chica de rizos rebeldes abrazó su cuerpo sin pedir explicaciones.

- Siempre estaremos para el otro si lo necesita - le había dicho Miriam esa noche en el gran salón de La Academia cuando revisaban el plan y las características de sus Talentos.

- No lo necesitamos - le había respondido con una sonrisa superiora - porque todo irá perfecto.

Que equivocado estaba. El Agoney de ese entonces nunca se hubiera imaginado que se encontraría con un Talento que revolucionaria todo lo establecido. Que se toparía con un chaval de tupe rubio y ojos mieles que con su voz grave erizaba la piel. Podía tener miles de ítems en esas hojas impresas en tinta negra, pero en ninguna estaba el nombre de Raoul. En ninguno de esos items estaba explicada la sensación que te recorría por la piel cuando tu Talento lograba con sus caricias, besos y sonrisas, crear un mejor lugar en el que estaban. Nadie le había dado la teoría de "Talentos con poder de sanación" ni aquella que hablaba de ojos llenos de orgullo. Ninguno de sus mentores le explicó que hacer cuando tu Talento llore de alegría ni cuando la frustración se apodere de su cuerpo. A Agoney nadie le dijo que acciones tomar cuando Raoul le cantó su verdad en un piano. Nadie lo preparó para parar esa necesidad por seguir viendo esa sonrisa y los ojos brillosos.

Así que sí, Agoney siempre necesitaría a Miriam a su lado para calmar las sensibilidades que le atravesaban inundando todo su ser sin piedad. Siempre iba a necesitar los abrazos y piques de su hermana.

Esa tarde, le contó la situación de Victoria conociendo a Raoul, y cómo por su culpa tuvieron que abandonar el evento.

- No fue tu culpa Ago - le repitió su hermana por milésima vez - en todo caso fue Victoria la culpable ¿Qué sentido tenía presentarse de esa manera?

- No lo sé Miri, fue todo tan fuerte - confesó - y ahora tengo que ir a esa estúpida reunión.

- ¿Quieres que te acompañe?

- No - negó con la cabeza - tengo que enfrentar esto solo.

- Sabes que no puedes batallar una guerra tu solo ¿verdad?

- Esto no es una guerra Miriam - exclamó - tengo que aceptar mis errores solo.

- Es que no son errores Agoney ¿Cuándo lo entenderás? - preguntó su hermana un poco efusiva y gesticulando de más - Tú no tienes la culpa de nada, grábatelo en esa cabecita que tienes.

Asintió.

El silencio se instaló entre sus cuerpos.

- ¿Qué haría yo sin ti? - preguntó al notar la mirada fija de su hermana.

- Te morirías

Y otra vez la risa ruidosa de Miriam volvió a llenar el ambiente. Rio de vuelta, parándose de un salto para estrechar el cuerpo contrario con sus brazos. En un segundo, ambos cuerpos estaban tirados en el sofá con las carcajadas de fondo.

Entre películas y piques con su hermana, la tarde pasó más rápido de lo que se había imaginado. La hora indicada por Victoria se acercaba aún más en el reloj. Con un último abrazo, se despidió de Miriam. Abrazos que curaban y transmitían fuerza.

Le mandó un último mensaje a Raoul diciéndole que esa noche iría a casa de Victoria para la reunión con sus viejos amigos. Diciéndole que ya hablarían cuando llegara a casa. En segundos la notificación de un mensaje acaparó la pantalla.

"¿quieres que te acompañe?"

Sonrió y contestó lo más pronto posible.

"No te preocupes Raoulito, ya hablaremos cuando vuelva

Buenas noches <3"


Suspiró.

Tomó aquella pastilla dorada colocándola en su boca.

Su espalda tocando las sábanas blancas de la cama.

Todo negro.

Sonido de olas romper.

Algo granulado colándose entre sus dedos.

Viento golpeando su rostro.

Abrió los ojos. El mar acariciando sus pies le da la bienvenida a casa. Llenó de aire sus pulmones poniéndose de pie para dirigirse a La Academia. En otra ocasión, se quedaría viendo las estrellas que se desplegaban frente a sus ojos, pero esa noche, lo único que quiere es abrazar a Alfred y volver al piso de Barcelona.

El salón iluminado con algunas velas blancas lo recibe en medio de la noche primaveral. Con pasos lentos cruza esos pisos relucientes dirigiéndose al ala donde se encontraba la famosa oficina de Victoria, que tanto acostumbraba a visitar en estos últimos meses.

Dentro de la pequeña recepción, vio salir a un hombre de barba blanca y anteojos delicados de la oficina de la directora. Al pasar por su lado, aquel hombre lo examinó de arriba abajo regalándole una sonrisa de lado, provocándole un sincero rechazo. Un rechazo hacia un señor con el cual ni había dialogado.

- Agoney - escuchó la voz firme de Victoria a través de la pared que separaba ambas salas.

Expulsó todo el aire acumulado y sin que se le note el nerviosismo ni fragilidad entró a esa oficina cerrando la puerta a su paso.

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