Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

20. Un nuevo refugio

No quiero soñar mil veces las mismas cosas
Ni contemplarlas sabiamente
Quiero que me trates suavemente

*

Agoney siempre había sido el estudiante perfecto, el que todos los mentores elogiaban y tomaban como ejemplo. Nunca ninguna falla ni examen reprobado. Conducta perfecta para el exterior, mientras que su interior gritaba ser libre y sacarse esas esposas que apretaban sus muñecas. Esas exigencias que lo asfixiaban y le dejaban sin voz.

Alfred y Miriam lo estaban esperando en el gran salón con sonrisas en sus rostros. Todo se esfuminó cuando vieron las lágrimas acariciando las pestañas del moreno, a punto de dejar su recorrido por su piel. La chica de rizos fue la primera en ponerse de pie y acercarse al cuerpo contrario para acunarlo entre sus brazos.

- Vamos a la habitación - sentenció el chico de gafas.

Asintió y enredado en los abrazos fuertes de su hermana, subieron por esas escaleras infinitas que repetía esos pasos en la gruesa madera oscura.

- ¿Qué te dijo? - pregunto Miriam, una vez que estuvieron seguros detrás de esa puerta que los separaba del pasillo.

- Si no sigo el plan, van a tomar medidas - miró esos ojos azabaches - y todos sabemos cuáles son esas medidas.

De solo pensar en esa posibilidad, la piel se erizaba. La Asamblea podía ser muy dura si las cosas no salían como debían, y estaban seguros de cuáles serían los movimientos si Agoney no cumplía con lo establecido.

- No va a pasar Agoney - la voz como un susurro de Alfred hizo acto de presencia.

- No nos equivoquemos - rió, tal vez por el nerviosismo que se acumulaba en su interior - tienen mucho poder. Son capaces de todo.

Las palabras hicieron de ese momento, una realidad. Miriam negó poniéndose de pie para caminar de un lado a otro de esas cuatro paredes.

- Solo tienes que seguir el plan, no va a ser tan difícil - su hermano volvió a hablar.

- Alfred - sonrió triste - le quiero.

- ¿Cómo?

- Quiero a Raoul - frunció los labios en una mueca dolorosa - tal vez, lo empecé a querer desde que lo vi en ese bar lleno de humedad y con borrachos gritando.

La risa nerviosa por estar abriendo su alma de par en par hizo eco en esa habitación. Era la primera vez que confesaba ese sentimiento que brotaba de sus poros, a alguien más. Lo había negado fervientemente frente a Miriam, una tarde invernal, pero algo en su interior le había dado la razón. Una mínima parte de su cuerpo, sabía que las palabras de su hermana no estaban equivocadas.

Solo que ahora, tenía el valor suficiente para confesárselo a las dos personas que más quería en el mundo, y a él mismo.

- Es imposible Ago - susurró.

- No Alfred - negó, mirando los ojos oscuros asustados de su hermano - y nunca me sentí tan bien en estos 22 años.

Sonrió con la mirada.

Los ojos de Miriam se posaban de un cuerpo a otro, como si de un partido de tenis se tratara. Expectante a las reacciones del de gafas y rizos acariciando sus cejas.

- Entonces - miró fijo los ojos de pantera - lo tendré que conocer - sonrió haciendo que sus pómulos resalten más de lo normal y unos pequeños hoyuelos se instalen en su rostro.

Agoney volvió a reír y a respirar.

La chica de melena avanzó hacia ambos cuerpos haciendo que los dos chicos terminen acostados en la cama con el cuerpo de Miriam arriba fundiéndose en un abrazo que, aunque no lo dijeran, los tres lo necesitaban.

- - - - -

"Esta noche anuncio algo en un pequeño directo"

Raoul con una última sonrisa le dio a la tecla azul de Twitter sabiendo que iba a revolucionar a sus seguidores con tan solo ocho palabras. A los segundos, estaban contestándole y haciendo teorías de lo que se vendría.

Después de tanto tiempo, había vuelto a casa de sus padres. Ese fin de semana, había vuelto a su hogar para volver a encontrarse y relajar su mente después de las miles de horas componiendo y grabando voces.

Al poner un pie en esa casa, los recuerdos de su infancia inundaron su mente. Las fotos enmarcadas seguían en el mismo lugar de siempre, a pesar de todas las peleas, sus padres no movieron ni un milímetro esos recuerdos plasmados en papel y tinta de color.

Recorrió con la mirada su hogar. Nada había cambiado, todo estaba como lo recordaba. La luz natural entrando por la ventana y el olor a coco flotando en el aire.

Subió por las escaleras que fueron la causa de sus múltiples caídas de niño. Allí, al final del pasillo, la puerta de su habitación le dio la bienvenida otra vez. Con pasos lentos, se acercó a ella para empujarla suavemente y entrar a su antiguo dormitorio. Sonrió como un niño al encontrar todo como lo había dejado.

Los posters de clubes de fútbol, las fotos con su hermano, los trofeos ganados en alguna competición escolar, las sonrisas junto a Belén y Amaia. Esas paredes solo transmitían infancia e inocencia. Se acercó a su cama para sentarse en ella y ver cada detalle de su habitación. De repente, se sintió ese niño de 10 años que solo le tenía miedo a la oscuridad y a los monstruos que podían llegar a aparecer debajo del colchón. Sin saber, que esos monstruos podían llegar a crecer en un lugar mucho peor, en su interior.

Álvaro apareció por la puerta y con apenas algunas miradas se volvieron a entender. Volvieron a ser esos típicos hermanos que pueden llegar a entenderse sin palabras ni gestos.

Susana desde la cocina pudo llegar a escuchar los gritos y risas provenientes del piso de arriba, a causa de los videojuegos que liberaban batallas y bromas entre sus dos hijos.

Esos tres días, volvió a recuperar ese pedacito que había perdido desde la pelea con su familia. Recuperó ese Raoul lleno de ilusión y con un potencial por explotar. Se recuperó a él mismo.

La mañana del lunes la recibió en su piso, con la luz del sol golpeando su rostro. Se desperezó y con un pequeño desayuno se dirigió a su estudio para plasmar en un papel esas ideas que nacieron entre sueños y hogar.

Las horas volaron entre el piano y dedos haciendo magia. Cuando se quiso dar cuenta, la luz del sol se disipo para dar lugar a la noche con sus estrellas. Al darse cuenta de la hora y las miles de notificaciones pidiendo el directo, rió fuerte y entró a Instagram para dar la gran noticia a sus fans.

- Hola - sonrió a la cámara fijándose en cómo el número de personas aumentaba considerablemente con el paso de los segundos.

Leyó los comentarios riéndose con las ocurrencias de algunas personas.

- Tengo una noticia - sonrió con la emoción volviendo a nacer en su mirada - el mes que viene estaré en Argentina dando un pequeño concierto en Buenos Aires.

Rio con las lágrimas a punto de conocer el exterior. La gente de Argentina se hizo presente entre los comentarios mostrándole su amor como siempre.

- Las entradas salen en una semana - se mordió el labio inferior por la emoción acumulada - no se dan una idea de lo feliz que estoy.

Rio y no evitó que una lagrima perdida recorriera su mejilla. Siempre había soñado con cruzar el charco llevando su música en la mochila, pero nunca imaginó que estarían miles de personas esperándolo del otro lado. Hace meses solo era un chico cantando en un bar con borrachos gritándole. Y ahora, por primera vez, daría su primer concierto internacional.

No pudo evitar encontrar ese nombre entre todas las personas que estaban viendo el directo.

- Agooo - la risa le llegó a los ojos - ¿Cómo te fue?

Sonrió al leer el "muy bien pollito".

- Vale - alargó la primer vocal - luego hablamos.

Aprovechando que se encontraba en el estudio, cantó algunos temas de su álbum y covers que la gente le pedía. Hacer un directo, era una manera de estar cerca de las personas que lo apoyaban incondicionalmente. Esas personas que se alegraban con cada pasito en su carrera.

Miró la hora sorprendiéndose de que la madrugada lo había arropado. Se despidió prometiendo hacer más directos y más música.

Con una última sonrisa en los labios y en la mirada, comió algo y fue a la cama agotado. No sin antes, ver ese mensaje que Agoney le había mandado.

"¿Mañana cenamos juntos?"

me echaste de menos?

La respuesta tardó en llegar.

"Sí."

Sonrió cerrando los ojos.

vale agonias

nos vemos mañana

- - -

Agoney estaba nervioso ¿para qué negarlo? Siempre que estaba delante del rubio, sus pulsaciones aumentaban y sus piernas temblaban.

Con los últimos mensajes de Raoul en su móvil, y los abrazos de Miriam en su piso, se arregló el pelo por última vez y tocó con sus nudillos la puerta de madera gastada. A los segundos, el catalán estaba delante de sus ojos con una sonrisa iluminando todo su alrededor y con los rizos rubios que tanto le gustaba despeinar. Sonrió y besó la mejilla de Raoul ganándose la negativa del rubio.

- ¿Qué pasó? - preguntó, al ver el rostro serio del cantante.

- La pregunta es ¿qué fue eso Agoney?

Lo miró sin entender a lo que se refería. Raoul solamente inclinó la cabeza con una sonrisa en los labios acercándose lentamente hasta hacer rozar sus narices.

- Ven aquí - dijo para luego colocar sus manos en la nuca del moreno y acercar sus rostros hasta que sus labios se volvieron a unir, después de los largos tres días separados.

Agoney sonrió entre besos haciendo que inevitablemente, sus dientes chocaran. Las lenguas se volvieron a encontrar y los labios volvieron a danzar.

- Mucho mejor - volvió a decir haciendo que el aliento catalán golpeara los labios del moreno.

Agoney asintió dándole la razón. ¿Cómo no iba a ser adicto a los labios rosas y a la mirada miel que brillaba después de cada beso?

- ¿Qué hiciste para cenar? - preguntó, una vez que los dedos de Raoul dejaron de dejar caricias en su nuca y la distancia entre sus cuerpos volvió a notarse.

- No comeremos aquí - se encogió de hombros.

- ¿Cómo?

- Que no comeremos aquí Agoney ¿acaso eres sordo?

- Un poco - sonrió - te dije que eras buen cantante, así que un poco sordo soy.

Raoul volteo rápidamente dedicándole un gesto serio de mirada cortante.

- Te odio.

- No es verdad.

- ¿Quieres apostarlo? - el rubio se acercó peligrosamente al cuerpo del moreno.

- ¿Quieres perder?

Agoney no se quedó atrás y se acercó al cuerpo catalán generando que sus respiraciones se volvieran una sola.

- Iremos a la playa.

Raoul cambió de tema y tono de voz en segundos haciendo que sus cuerpos se alejen y la risa pequeña de Agoney retumbe por esas paredes.

- ¿Ahora? - preguntó una vez que la sonrisa despareció de su rostro.

- Sip.

- Es invierno Raoul.

- ¿Y? - se encogió de hombros - ¿Tienes miedo?

Raoul volvió a enfrentar la mirada oscura con una sonrisa desafiante en el rostro.

- Vamos

El rubio rió viendo como el moreno se acercaba a la puerta para abrirla y salir del edificio. Raoul agarró la mochila con lo preparado y salió de su piso con la sonrisa más grande en sus labios.

Agoney esperaba a un lado del coche y con un cigarro en los labios, a que el rubio apareciera.

- No me gusta que fumes - la voz del catalán lo sacó de sus pensamientos.

- No me gusta que me agarre una gripe por ir a la playa en pleno invierno - contraatacó.

- Dramática - dijo el rubio rodeando el coche para subir del lado del conductor.

- Es mi coche rubito - exclamó, al notar como el catalán se subía del lado que a él le correspondía.

- A veces hay que cambiar los papeles.

Raoul le dedicó una ceja levantada y con una última sonrisa se subió al coche evitando el dedo levantado que Agoney le estaba dedicando.

El viaje hacia la playa fue cómodo y con música de fondo. Raoul no paraba de cantar y desafinar a propósito para hacer reír al moreno y sacarle esa sonrisa de paletas separadas.

Las estrellas iluminando el agua cristalina del océano se reflejaban en los ojos mieles de Raoul. Una vez, que la arena fría se sintió en sus pies y las olas romper en sus oídos, volvió a ser ese Agoney sin miedo a nada. El rubio no dejaba de sonreír viendo cada expresión del contrario, cada mueca de satisfacción y paz por estar solamente en una playa.

- Vamos - susurró el rubio tirando de su mano para ubicarse en el exacto lugar en donde se podían ver a las olas romper contra las rocas más cercanas.

Agoney le siguió, porque si de Raoul se trataba, su fé era ciega.

Una vez que encontraron el lugar ideal, el catalán sacó de su mochila una manta fina para sentarse encima de ella, y otra para ocultarse por si el frio se volvía insoportable. Suspiró mirando las dos cajas de pizzas que desfilaban delante de él y las dos botellas de cervezas que Raoul le pasaba.

Cuando ya estuvo todo en su sitio, el catalán se sentó a su lado con la mirada puesta en las estrellas y el océano.

- Me da miedo - exclamó de repente con la pizza en la boca.

- ¿El que?

- El océano - explicó - es demasiado grande y con misterios que nunca podremos conocer.

- Eso es lo que lo hace maravilloso - miró la luz de la luna acariciando el rostro contrario - son como las personas ¿sabes? Nunca llegas a conocerlas del todo y siempre pueden llegar a sorprenderte.

- Como esta cena

- Como esta cena Raoulito - sonrió volviendo a ver las olas acariciando la arena - Hay muchas cosas que escapan de nuestro entendimiento.

Desvió la mirada hacia los ojos del rubio que no habían dejado de mirarlo ni un segundo, observando cada detalle y cada gesto. El chocolate volviéndose a fundir en el oro, los dedos volviendo a cosquillear para rozar la piel contraria. Agoney se acercó peligrosamente al cuerpo sentado de Raoul, sus frentes chocando y las miradas posadas en los labios. Sonrió de lado mientras su mano se acercaba lentamente a un costado del cuerpo del rubio. Raoul cerró los ojos sintiendo el aliento ajeno chocar en sus labios. De repente, el calor corporal se había desvanecido.

Abrió los ojos encontrándose con Agoney sonriendo y llevándose una porción de pizza a la boca.

- Ya veremos quien ríe al final - exclamó agarrando la botella de cerveza para absorber ese líquido claro.

Agoney rió viendo cómo el rubio simulaba un enfado. Le pareció tierno y adorable. El sonido de las olas y los pasos de algunas personas paseando por allí, era lo único que se escuchaba. En cuestión de minutos, la manta que había llevado Raoul ocultaba ambos cuerpos del frió.

- Te reto a entrar al mar - dijo, mirando las cejas levantadas y los ojos a punto de salir de sus órbitas.

- ¿Tú estás loco? ¿Quieres que terminemos en el hospital por una neumonía?

- Dramática - repitió las mismas palabras que Raoul le había dicho en su piso.

El rubio se mordió el labio inferior y sin pensarlo se puso de pie sacándose la sudadera y los pantalones que llevaba puesto. Agoney rió ante el espectáculo y repitió sus movimientos viendo como el menor corría hacia la orilla solo con su ropa interior.

El viento invernal golpeó cada uno de sus músculos y con pasos ligeros se acercó al lado del rubio que todavía seguía en la orilla sin ser capaz de meter los pies en el agua fría.

- ¿Tienes miedo? - susurró en su oído y con una risa pequeña entrelazó sus dedos empujándolo mar adentro.

De la boca de Raoul solo se escuchaban pequeños gritos y palabras de odio hacia Agoney. Con el agua por la cintura, el moreno pasó sus brazos por el cuello del contrario acercándose mientras jugaba con el pelo rubio. Raoul juntó sus frentes dejando pequeños toques provocado por el roce de sus narices.

- Gracias pollito - susurró, mandando descargas eléctricas por todo el cuerpo del rubio al sentir los labios golpear levemente los suyos.

- Te lo debía Micky.

Con una última sonrisa, el canario junto sus labios para iniciar una batalla que no estuvo seguro quien ganaría. Apretó la nuca del rubio para unir más sus cuerpos, si eso era posible. Sintió las manos ajenas recorrerle la espalda apretando su cintura para unir sus cuerpos. Raoul, dejo de lado su lado racional, y con un impulso, aferró sus piernas a la cintura del moreno. Dejaron de sentir el agua helada, siendo reemplazada por los pequeños jadeos que salían de ambas bocas.

Los labios creando batallas mientras las caderas bailaban.

Agoney apretó los muslos del contrario al sentir como el rubio mordía y recorría con su lengua su cuello. Inclinó la cabeza para darle más acceso y que pueda jugar como quiera.

- Vamos a mi piso - susurró Raoul con voz grave en su oído, para luego dejar un pequeño beso en el lóbulo.

Agoney solo pudo asentir sintiendo como el rubio se separaba y caminaba lentamente a la orilla en busca de su ropa. No pudo evitar mirar el cuerpo catalán sintiendo su entrepierna ajustarse más a la ropa interior.

Raoul lo recibió con la ropa puesta y con la manta en la mano para abrigarse en el recorrido hacia el coche. Ambos cuerpos se reencontraron y abrazaron hasta adentrarse en el calor del vehículo.

El camino hacia el piso del rubio fue cómodo y con nervios ocultados por bromas y risas.

Ya era medianoche en Barcelona cuando pusieron un pie en el apartamento de Raoul. Agoney recibió toallas y ropa cómoda del catalán para que se cambie y se seque. Raoul hizo lo mismo.

Los chocolates calientes no tardaron en visitar sus bocas recuperándolos del frio y el agua salada.

- ¿Puedo ducharme? - preguntó el moreno cuando los temas de conversación pasaron a ser banales.

- Claro - exclamó rápidamente el rubio guiándolo al baño y pasándole lo necesario.

Las gotas calientes abrazaron y calentaron el cuerpo de Agoney mientras que su mente no dejaba de repetir los besos y caricias pasadas. La voz de Victoria y los consejos de Miriam y Alfred empezaron a generar una guerra en su cabeza. Pero esta vez, ganó la adecuada.

Raoul se encontraba en su dormitorio esperando que el moreno saliera para despedirlo o pedirle que se quede. No lo sabía. Agoney era siempre un misterio sin respuesta. En un momento, te besaba y te hacia creer en esas caricias recorriendo el cuerpo, y en cuestión de segundos, volvía a ser esa persona fría con humo de cigarro expulsado de su boca. Se llevó las manos a sus ojos abatido por los pensamientos que lo atravesaban.

- Raoul - la voz canaria interrumpió sus conversaciones mentales.

Dio gracias al universo cuando alzó la cabeza encontrándose con el cuerpo semidesnudo de Agoney en el portal de su puerta. Llevaba solo unos pantalones, dejando a la vista su torso con pequeños tatuajes visibles. No lo había notado en la playa porque precisamente la luz no era la mejor. Algunas figuras cubrían su hombro y algunas bajaban hasta su cadera. Su entrepierna volvió a reaccionar.

- No me diste una sudadera - carraspeó inocente y con ojos oscuros.

- Va..vale - el tartamudeo ya era notorio.

Se puso de pie de un salto y se dirigió a su placar buscando una sudadera que cubra lo suficiente esos músculos y tatuajes. Se dio la vuelta con la sudadera amarilla entre sus manos encontrándose con Agoney justo delante de él, a una distancia peligrosamente cerca.

- Toma - le tendió la prenda.

- Gracias - sonrió sin despegar sus miradas.

Las palabras siendo escupidas por los ojos. Agoney volvió a mirar el lunar justo encima de los labios rosas del rubio y lamiendo su labio inferior busco la mirada miel de Raoul. Las respiraciones cada vez más agitadas y los cuerpos cada vez más impacientes.

Agoney seguía avanzado lentamente hasta que Raoul realizó los pasos que los separaban. El moreno dejo de un lado a su mente, y colocando las manos a cada lado del rostro contrario volvió a fundir sus labios. El sabor a chocolate abrazó su lengua creando la mezcla de sus dos cosas favoritas, los labios de Raoul y el chocolate caliente.

El rubio no lo dudó y paso sus manos por las caderas ajenas recorriéndole cada tatuaje que recordaba. Los gemidos no tardaron en llegar y las entrepiernas en chocar.

Agoney aprisionó a Raoul con la pared más cercana borrando cada mínima distancia que había entre sus cuerpos. Su lengua navegó el cuello catalán ganándose gemidos y más fricción en sus caderas. Sus entrepiernas se rozaron creando que ambos jadeen en la boca contraria.

Raoul caminó hasta que el moreno terminó sentado en su cama. Agoney y su cama, dos palabras que podían ir perfectas juntas. Se sentó a horcadas del mayor y volvió a atacar los labios hinchados y rojos mientras que sentía las manos ajenas apretar y recorrerle a su gusto.

- ¿Estás seguro de esto? - preguntó cuando el cuerpo contrario ya estaba tendido en la cama y pidiendo más cercanía.

Los ojos prendidos en llamas ya le habían contestado, pero quería escuchar las palabras salir de su boca.

- Raoul - suspiró con voz grave - si no me tocas ahora creo que moriré.

- ¿Entonces?

- Que si Raoul - sonrió - nunca estuve más seguro en mi vida.

Repitió las mismas palabras que tanto se habían colado en su interior en Navidad. Asintió dejando un tierno beso en la nariz para luego bajar hasta su boca.

Las manos recorrieron el cuerpo contrario con cuidado y con delicadeza. Raoul besó y acarició cada uno de los tatuajes y algunas cicatrices que tenía el moreno. Agoney pasó la yema de sus dedos por cada lunar, sonriendo contra la piel catalana al sentir los pequeños jadeos y la piel erizada.

Las miradas unidas justo en ese momento en el que se convirtieron un uno solo. La miel y el chocolate juntándose para crear la mejor combinación.

La luna los encontró enredados entre sábanas blancas y caricias compartidas. Con algunas marcas en la piel a causa de los besos y algunas mordidas producidas por el placer.

Esa noche, entre dedos ejerciendo fuerza y piernas temblando, de sus labios salieron sus nombres entre gemidos. La música más bonita que Raoul había escuchado.

En ese momento, con la cabeza reposando en el pecho del moreno y los dedos cálidos dejando pequeñas figuras en su espalda, el insomnio no estuvo presente en toda la noche. Su mente se ocupó de seguir esas caricias dejando de lado los pensamientos que lo atormentaban. Ya no tenía miedo a los monstruos que podrían aparecer debajo de la cama, porque estaba seguro que Agoney alejaría a cada uno de ellos. Esa noche, Raoul durmió como nunca, encontrando la paz que tanto necesitaba en esos brazos ajenos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro