18. Reencuentro con sabor a hogar
"Somos inmortales cuando nos miramos fijo"
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¿Qué hiciste qué? - le había preguntado, con ojos abiertos, Ricky.
- Lo que escuchas - las mejillas volviendo a arder - nos besamos.
- Con que no te gustaba ¿eh?
Su amigo inclinó la cabeza mientras alzaba una ceja.
- Cállate - el rubio le tiro un cojín del sofá.
- ¿Besa bien? - volvió a hablar el mallorquín.
Raoul desvío la mirada y se mordió su labio inferior. Asintió tímido mientras escuchaba las risas de su amigo.
La fama venía siempre con algo negativo. Su single habían alcanzado el millón de visitas en tan sólo una semana y por las calles ya le pedían fotos y autógrafos. Ya no era el vecino rubio, ahora era Raoul Vázquez, el cantante. Las entrevistas no tardaron en aparecer y en cada una de ellas Agoney estuvo presente. Ahí, justo detrás de las cámaras, estaba la sonrisa de paletas separadas que tanto le gustaba besar.
Preguntas incómodas nacían en algunas ocasiones. Preguntas que solamente buscaban un poco de morbo, un poco de dolor que pudieran vender. Y como también aparecieron esas preguntas, también aparecieron personas con comentarios hirientes. Personas que por redes sociales se dedicaban a provocar dolor y criticar.
Raoul había lidiado toda su vida con miradas y murmullos humillantes, así que estaba un poco acostumbrado a ello. Igual dolía, dolía que una persona anónima que no lo conocía opinará así de su vida. Pero en esas ocasiones, siempre estaba el chico de rizos morenos sacándole el móvil de la mano y reemplazándolo con roces en la nariz y pequeños besos que terminaban en risas con lágrimas en los ojos.
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Agoney estaba asustado, aunque lo ocultara en su interior. Después de recibir esa carta de La Academia llamó a Miriam para preguntarle si había recibido una carta similar. Sintió miedo al obtener una respuesta negativa. Su hermana, en cuestión de segundos, estuvo en su apartamento para calmar las inseguridades que nacían en el cuerpo contrario.
- Lo saben Miriam - le había dicho con las manos ocultando su rostro - saben todo.
- Es imposible Agoney.
- Es Victoria de la que estamos hablando - la miró con las lágrimas a punto de acariciar sus pestañas - es capaz de todo y lo sabes.
Su hermana suspiró y esa fue la respuesta que aclaró todas sus dudas. La Academia sabia cada movimiento de él, cada roce y caricia con Raoul, cada mirada y el mensaje oculto detrás de estas.
Tenía que volver a usar sus dones y lo aprendido por sus mentores para llevar al estrellato a su Talento. Tenía que volver a ser la persona distante y fría del comienzo, tenía que volver a usar esa mirada de galaxias para cumplir con los deseos de la Asamblea.
Con esta idea en su mente, se presentó al estudio de grabación después de estar unos días sin ver a Raoul, ya que el rubio había pasado esa semana en casa de Mimi para recibir el año nuevo.
Al ver los rizos desordenados de Raoul y la sonrisa de dentadura perfecta, todo pensamiento racional fue expulsado de su mente. Todas las letras leídas de aquella carpeta quedaron a un lado, ocultas en un rincón de su cabeza.
Había encendido una mecha que fue creciendo hasta ser imposible de apagar. Agoney había sido el creador de la llama pequeña y débil, que fue tornándose más fuerte e inagotable.
Se acercó al catalán y rozó su dedo menique con la mano contraria. Un toque que iluminó cada recoveco de esa sala. Un toque que hizo nacer sonrisas sinceras y llenas de ilusión.
Cuando terminaron de grabar las voces de lo que sería su próximo single, salieron de esa sala y se dirigieron a la cafetería que siempre los recibía luego de una larga jornada. La señora de cabello blanco y sonrisa maternal les dio la bienvenida pasándole "lo de siempre".
Ambos se sentaron en su mesa, volviendo a estar solos. Desde la primera vez que fueron a esa cafetería luego de hablar con su, ahora, ex jefe del hotel, era una tradición ir a refugiarse allí. Desde ese día, siempre que estaban abatidos por las exigencias de la discográfica, o en el caso de Agoney, de la Academia, siempre iban a ese lugar para volverse a encontrar y ser ellos mismos.
Por unos minutos, volvían a ser esas dos personas que no tenían presiones ni inseguridades. Volvían a ser Raoul, el chico desconocido, y Agoney, un simple representante.
El chocolate caliente en la mesa y sus rodillas buscándose en secreto.
Los silencios que hablaban y los pequeños encuentros de sus manos.
Los labios llenos de chocolate caliente y las sonrisas repletas de sentimientos.
Ahí, podían sentirse un poco ajenos al mundo. Un poco más ellos mismos. Pero cuando llegaban al piso del catalán se sentían verdaderamente libres, sin la mirada de periodistas o cualquier persona que pudiera lastimar. En esas cuatro paredes, eran esos chicos que se hablaban con caricias y besos con sabor a chocolate.
Enero los tomó por sorpresa. Habían pasado semanas de ese beso de Navidad, días en los que cada uno buscaba una mínima excusa para volver a juntar sus labios. Raoul quería volver a pasar sus dedos por aquel lunar y por las pestañas infinitas. Quería volver a experimentar ese sabor a chocolate de nuevo. El moreno solo quería experimentar la suavidad contraria otra vez, sentir esos labios cálidos en su piel.
Una tarde al cruzar la puerta, Raoul agarró la mano de Agoney y lo condujo hacia el sofá gastado frente al ventanal que mostraba un perfecto atardecer. El rubio apoyó su cabeza en el hombro contrario y con sus dedos empezó a trazar líneas imaginarias y jugar con la mano morena.
Miró al catalán y la tranquilidad que expresaba. Sus dedos jugaron y se reencontraron. Afuera caminaban con miedo a los rumores, pero dentro de ese ventanal, ajenos a las miradas curiosas, se comportaban como su cuerpo les pedía.
- Ago - habló Raoul mirando ese atardecer entre los brazos del moreno - compuse una nueva canción y quiero que seas el primero en escucharla.
El canario sonrió y dejó un tierno beso en el pelo de oro.
Asintió.
- No hay cosa que me gustaría más.
Con una sonrisa enorme, se puso de pie y tomándole la mano lo guió hasta el pequeño cuarto del pasillo en donde había puesto su pequeño piano formando su propio estudio. Su propio lugar de escape.
Agoney no frecuentaba mucho esas cuatro paredes porque era un lugar íntimo de Raoul y lo entendía. Cada persona tenía su lugar seguro, como él tenía el mar y la arena.
Una vez dentro, se sentó en una silla a un costado mientras veía como el cuerpo nervioso del rubio se posicionaba frente al piano. Rozó con sus dedos las teclas blancas y negras, como si necesitara la fuerza que le transmitía ese instrumento.
Con un último suspiro las teclas empezaron a hablar en forma de música mientras una voz grave las acompañaba.
Quiero que veas el atardecer cuando el sol empieza a caer.
La voz de Raoul penetró con fuerza en su interior erizándole la piel. Los dedos catalanes empezaron a danzar mientras sus ojos permanecían cerrados intentado sentir cada palabra cantada.
Lo imitó y cerró sus ojos, llenando su mente de las tardes repletas de atardeceres con chocolates calientes de por medio y letras escritas en una libreta olvidada.
- ¿No te parece increíble que siempre recibamos el atardecer juntos? - le había dicho un Raoul un poco dormido sobre el sofá y con restos de pastel en su boca.
Esa misma tarde se dio cuenta de lo bonito que se veían las luces provocadas por el sol ocultándose, sobre la piel de Raoul. Resaltando los ojos mieles y sus rizos rubios.
Que se giren hacia mí tus ojos,
tus ojos lentos en ese punto entre el alma y el cuerpo,
cerrándolos conmigo dentro.
Raoul seguía con los ojos cerrados hasta que los recuerdos eran tan intensos que tuvo que abrirlos para mirar al canario sentado en una esquina, ajeno a todos los pensamientos de su mente. Ajeno a la situación que inspiró esa canción. Ajeno a esa noche en donde durmieron juntos, y en donde el rubio fue testigo de los rayos de sol haciendo sombras en su rostro.
El fantasma de los dedos de Agoney acariciando sus pestañas.
La mirada cargada de estrellas la primera noche que lo vio.
Las sonrisas compartidas entre besos y caricias.
Quiero decirte que, si hablamos de mirar,
los ojos son de quien te los hace brillar.
El moreno abrió los ojos encontrándose con la mirada que escupía miles de palabras ocultas en esas frases. La sonrisa no podía abandonar su rostro, por lo que con pasos lentos se acercó al cuerpo contrario bajo la atenta mirada del catalán.
Se sentó a su lado y miró esa danza de los dedos. Era hipnótico como Raoul hacia magia con solo unos toques en esas teclas blancas y negras. Parecía que el tiempo se frenaba para escuchar lo creado por el rubio.
Que cuentes todas las estrellas y pongas tu firma por el firmamento.
El canario rió bajito al acordarse de esa noche llena de estrellas y confesiones. Ese momento que se repitió unos meses después, en donde comieron sushi con la noche entrando por el ventanal.
- Sushi Raoul - repetía una y otra vez Agoney.
- Shushi - volvía a decir el rubio entre risas y con salsa de soja en la punta de su nariz.
- Eres un caso perdido - el moreno negó y se acercó al cuerpo contrario para limpiar con sus dedos aquella mancha negra que cubría la nariz de Raoul.
- Pero te encantan los besos del caso perdido.
Agoney recuerda golpearlo con un cojín mientras sus risas se volvían eternas en ese piso.
Sí, esa noche entre caricias y mantas, se besaron como ya estaban acostumbrados. Siempre pensó que era adicto al chocolate caliente, pero que equivocado estaba. Su adicción eran los labios de nubes. Los labios rosados catalanes que eran capaces de besar y de, al mismo tiempo, crear la canción más bonita que había escuchado.
Que no son los ojos; es la mirada
La miel volviéndose a fundir en el chocolate.
Que no es la mirada; es cómo me miras.
El brillo que desprendían sus ojos ante la presencia del contrario.
Que no es cómo miras: es cómo te callas y dices, aunque no lo digas.
Las tardes en el estudio donde las miradas fugitivas tenían besos y palabras ocultas.
Quiero que nos volvamos a ver.
Déjame ver cómo me ven tus ojos, ven.
La canción llegaba a su fin y lo supo cuando Raoul dejó de ver las teclas del piano sólo para verlo a él. Para ver cada expresión en el rostro contrario. Agoney no lo pudo evitar y unió sus miradas con los acordes finales como banda sonora.
Fueron segundos de miradas, segundos que parecieron eternos hasta que fue Agoney el que con la mano presionando la nuca contraria, junto sus labios en un beso que sabía a refugio.
- Parece que te gustó - exclamó entre besos Raoul sintiendo la sonrisa del moreno nacer en su boca. Sus dientes chocaron mientras sus sonrisas se encontraban y conocían personalmente.
Agoney negó y dejando pequeñas caricias en su mejilla volvió a profundizar aquel beso. Sus manos viajaron de la nuca hasta los mechones dorados. Sus lenguas, de pronto, empezaron a danzar. Ese beso delicado, empezó a volverse necesitado. Raoul atrapó entre sus dientes, el labio inferior del canario ganándose un gemido.
Las respiraciones cada vez más agitadas reemplazaron a la música del piano.
Ninguno sabe cuál fue el momento, en el que Raoul se sentó a ahorcadas de Agoney haciendo que el moreno empiece a dejar rastro de sus dedos en las caderas ajenas.
- Raoul - dijo el canario entre besos - tenemos que ir lo de Mimi.
- Pueden esperar - exclamó mientras dejaba el rastro de sus besos en el cuello canario - seguro no se dan cuenta que no estamos.
Cerró los ojos inclinando su cabeza para darle más acceso a la lengua catalana. Raoul lamió y mordió en la unión del cuello con el hombro, provocando que el moreno apriete la cadera contra su cuerpo, no dejando ni un milímetro de distancia.
El rubio sonrió contra su piel y subió sus besos hasta morder el lóbulo de la oreja. En ese momento, en la cabeza de Agoney se repitieron las palabras de Victoria y la carta recibida en Navidad. Esa carta que mandaba escalofríos por todo su cuerpo con solo su recuerdo.
Negó y alejo el cuerpo de Raoul.
- Tenemos que irnos Raoulito.
Y sin dar tiempo a réplica, apartó el cuerpo del rubio encima suyo y se puso de pie sintiendo la mirada ajena siguiendo cada movimiento. Con pasos cansados, se acercó al rostro del catalán y dejó una pequeña caricia en la mejilla roja.
- Odio las reuniones - susurró el rubio dejando un pico en los labios de Agoney.
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El sonido de su móvil en la mesita a su lado interrumpió las clases de Raoul. Hace algunos días, el rubio empezó a enseñarle, tras la insistencia de Agoney, a tocar el pequeño órgano eléctrico. Entre risas y caricias en los dedos mientras los posicionaba en las teclas correspondientes, el moreno había aprendido lo fundamental de ese instrumento. En ocasiones, los picos y caricias sutiles le ganaban a sus ganas de aprender.
- Hola - dijo el canario viendo por el rabillo del ojo como Raoul intentaba hacerlo reír con pequeñas muecas y gestos.
- ¿Agoney? - habló una mujer con voz delicada.
- Si, soy yo - exclamó el moreno sin entender quién era esa mujer y por qué tenia su numero - ¿Quién habla?
- Agoney, soy Carla y me gustaría que Raoul cantase en un festival aquí, en Madrid.
Desde ese momento, el catalán pasó el resto de los días sonriendo mas de lo normal y eligiendo el setlist para su pequeña presentación en ese festival.
Tras algunos encuentros con Carla y su equipo, Raoul lo único que hacia era entrar a su estudio y ensayar día tras día. En algunas ocasiones, Roi y Amaia venían a su piso a comer pizzas y ver películas juntos. Pero, perfeccionista como era, no podía dejar ningún cabo suelto, ni ninguna pista sin revisar.
Quería que todo saliera perfecto.
El tan esperado día, llegó. Sus dedos ya estaban lastimados a causa de las mordidas y su placar revuelto por no encontrar nada acorde. Todo se esfumó, cuando Agoney entró por esa puerta y con un simple roce de labios calmó todo el cúmulo de sentimientos. Con solo algunas palabras y movimientos alegres, el canario logró que el cuerpo de Raoul se calmara y relajara.
En cuestión de minutos, estaban dirigiéndose al lugar indicado. Carla los recibió con una gran sonrisa y les marcó el camino hacia el camarín. Faltaban horas para el comienzo del show y Raoul solo quería salir y cantar. Cantar su single por primera vez en vivo frente a miles de personas. Transmitir con cuerpo y alma lo que sentía en ese escenario.
- Miriam - exclamó, al ver la melena castaña y la chaqueta blanca que le había comprado en Navidad, exaltando el cuerpo de Agoney a su lado.
La chica de rizos le sonrió acercándose para juntar sus cuerpos en un abrazo. A pesar de compartir sólo unas horas esa noche navideña, había establecido una gran relación con Miriam.
Agoney se acercó de inmediato abrazando a su amiga.
- ¿Qué hacen aquí? - preguntó la chica, una vez que los abrazos y saludos cesaron.
- Voy a cantar - sonrió orgulloso el catalán.
- Qué bueno rubio - la sonrisa de Miriam iluminó todo a su alrededor.
Agoney sintió la mirada de su hermana codificandola al segundo. Se notaba que estaba contenta por el gran paso de su Talento.
- ¿Y tú? - preguntó Agoney a su lado.
- Nerea también va a cantar - se encogió de hombros - Yo también soy representante - le habló directamente al rubio.
El catalán asintió. De repente, una chica de pelo rubio corto se sumó a ese grupo buscando a Miriam.
- Raoul, ella es Nerea. Nerea, él es Raoul. Bueno, a Agoney ya lo conoces.
Ambos asintieron y se saludaron. En cuestión de minutos, aquellas dos personas rubias empezaron a hablar animadamente y reírse como si se conocieran de siempre. Las horas pasaron más rápido en esa buena compañía.
El canario se enteró que el Talento de Miriam estaba presentando su primer álbum lanzado hace pocas semanas. Aunque la mirada de su hermana le intentaba transmitir otra cosa, no pudo reprimir el hecho de que el tiempo se le estaba acabando y que La Academia lo sabía.
Las horas pasaron y Agoney junto a Ricky, Roi y Amaia siempre estuvieron a su lado haciendo bromas y acompañándolo. Sosteniéndole la mano en cada paso conseguido y alentando a ir por más. Escuchó la actuación de Nerea y se sorprendió al percibir la voz potente que salía de ese cuerpo tan diminuto y, a la vista, frágil.
Una voz a lo lejos le dijo que era su turno. Suspiró y volvió a conectar la mirada con Agoney. El moreno se puso a su lado y con una suave caricia en su mejilla le susurró "sal y enamora a todos". El rubio cerró los ojos y asintió. Con el fantasma de los dedos del canario y colocándose el in-ear salió a ese escenario en donde una ovación le dio la bienvenida.
Los primeros acordes empezaron a sonar y con una última mirada a sus amigos, empezó a llenar esa música con su voz. Agoney vio como las personas del público empezaron a dejar lo que estaban haciendo para sólo escuchar la voz grave, tal como la primera vez que lo vio en el bar.
Las luces del atardecer volvieron ese ambiente un poco más mágico. Raoul se movía por el escenario como si los nervios anteriores no hubiesen existido. Recorría el escenario como un lobo en su hábitat. Mientras el público coreaba su single y bailaba con los covers que el rubio estaba interpretando, Agoney agarró su móvil mandando el mensaje tan deseado.
Los acordes de la última canción se hicieron escuchar y vio como el catalán dejó todo de sí frente a ese público. La gente aplaudió y gritó eufórica al chico de tupé rubio y sonrisa perfecta. Vio por el rabillo del ojo entrar a las personas que estaba esperando y con una sonrisa se presentó frente a las miradas intrigadas.
Raoul con un último "gracias" se despidió del público, de esa gente que fue cariñosa y amable, que bailaron y cantaron junto a él esos minutos. Con la sonrisa más grande del mundo, volvió al reencuentro de Agoney y sus amigos.
Percibió la oscuridad en los ojos contrarios y la sonrisa de paletas separadas. Había un brillo especial en ese chocolate y en esa risa que escondía segundas intenciones.
- ¿Pasa algo? - preguntó mientras veía a lo lejos la sonrisas de sus amigos.
Agoney tomó sus manos dejando una suave caricia.
- Prométeme que no vas a enfadarte.
- No entiendo nada Agoney, me puedes decir que esta pasan...
Las palabras se quedaron atravesadas en su garganta al ver a las dos personas que salían por detrás de su representante. Sus padres estaba allí, frente a él y con un Agoney sonriente a su lado.
Tragó fuertemente el nudo que empezaba a formarse. Las lágrimas le hacen imposible una visión nítida. No podía creer que estuvieran allí, en su primera presentación como cantante, escuchando su single y viéndolo disfrutar de lo que tanto ama. Dirigió su vista hacia el canario ganándose sólo un encogimiento de hombros y un guiño de ojos.
Su pecho desbordado y las palabras pinchando en la boca.
Sin dudarlo, acortó la distancia y abrazó a aquellas dos personas.
- Perdón - abrazó fuertemente el cuerpo de su madre y de su padre sintiendo el aroma familiar - Perdón, perdón, perdón.
Las palabras no dejaban de salir de su boca, como si de alguna manera, en ese mismo momento hubieran encontrado la luz al final del túnel.
- Perdónanos a nosotros hijo - le susurró Susana a su oído haciendo que las lágrimas no dejarán de brotar de sus ojos - te herimos demasiado y nunca hicimos nada al respecto.
Abrazó más fuerte a aquellas personas que fueron tan importantes en su vida. Las abrazó por todos los años perdidos y las charlas inconclusas. Las abrazó aceptando esas disculpas.
Se separó y volvió a ver los rostros contrarios llenos de lágrimas y sonrisas sinceras.
- Estuviste increíble Raoul - la voz de su padre se hizo notar - estamos muy orgullosos de ti.
Asintió sintiendo las lágrimas volver a recorrerle las mejillas.
- Tú - señaló a Agoney - tú hiciste esto.
El moreno sonrió llevando las manos al aire en un gesto de inocencia. Raoul se mordió el labio inferior y con pasos acelerados se acercó al cuerpo canario estrechándolo en sus brazos.
- Gracias Ago - le susurró a su oído para que sólo él sea testigo de esas palabras - lo necesitaba.
- Lo sé - dijo el moreno en su oído - nadie puede estar tan lejos de su familia.
Raoul dejó un suave beso en su cuello y volvió a dirigirse hacia sus padres. Manolo y Susana lo estaban esperando con pequeñas sonrisas y ojos brillosos. Se había olvidado lo bien que se sentía estar rodeado de los brazos maternales y las palabras paternales. Se había olvidado lo bien que se sentía estar otra vez en casa.
La noche los recibió frente al ventanal del restaurante del hotel. Después de tanto tiempo, volvían a ser ellos. Raoul, Manolo y Susana juntos, un sábado por la noche.
Raoul les contó de la llegada de Agoney y cómo había cambiado todo desde ese momento.
- Te quiere - le dijo, de repente, Susana - se le nota en la mirada.
- Mamá... - advirtió el rubio.
- En serio Raoul - continuó - nos llamó y nos obligó a venir a tu primera presentación. No todo el mundo hace eso.
Las palabras de su madre penetraron con fuerza por su piel hasta llegar a lo más profundo de su ser. Era obvio que la relación que tenía con Agoney no era la de un simple representante, pero palabras como "querer", ya eran muy fuertes.
Pasaron horas hablando y poniéndose al día. Hasta que con promesas de reencuentros y más conversaciones, se despidieron entre abrazos y alguna que otra lágrima delineando las sonrisas.
Dándose una ducha breve y recostándose en la cama, agarró el móvil para entrar a redes sociales. Un montón de personas habían colgado sus actuaciones en Twitter hasta el punto de que ese vídeo de "Estaré Ahí", se había vuelto viral. Con la mirada cubierta por una fina capa de emoción, contestó cada uno de los mensajes bonitos que le dedicaron.
No lo pudo evitar y con una sonrisa presionó el chat que tenia el nombre de la persona que apareció en su mente toda esa noche.
gracias por todo micky
te lo compensare ;)
La respuesta no tardó en llegar haciendo que su móvil vibrara.
Te lo mereces
Esperando lo que tengas preparado
te va a encantar
Lo dudo pollito
pollito??
Es que hoy te veías como uno en medio del escenario
te odio
Tu mirada no dice lo mismo
buenas noches agoney.
Sin palabras ¿no?
Buenas noches Raoul :)
Con una última sonrisa en el rostro viendo el ultimo mensaje, bloqueó el celular y cerró sus ojos.
Quiero que nos volvamos a ver...
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