uno
¿Te acuerdas, Lautaro?
El día que hiciste el pacto con un demonio no había ni una sola nube en el cielo.
Estabas en el filo de la ventana resistiendo el agobiante calor. Mirando a la nada. Aburrido. No te lo dije en ese momento, pero el aburrimiento es de las peores desdichas para las criaturas.
Y, en efecto, yo también estaba aburrido.
Te doy mi vida.
Lo dijiste tú.
En ese momento, y en los siguientes donde empezaste a hablar de nombres, cosas que cuidar, lugares que atender, solo había una cosa que rondaba en mi cabeza. Una pregunta. ¿Cómo escapo ahora? Se supone que los humanos escapan de los demonios, no viceversa.
Alimenta al pez, entra a una buena universidad y, por nada del mundo, hables con Nina.
Entendí que estabas loco y que el tiempo es cruel. Si yo no hubiera cruzado por tu patio ese día, tú te hubieras aventado de la ventana. Y para cuando quise explicarte que las cosas eran complicadas y que uno no podía cambiar de vida así, tú ya estabas cortando la palma de tu mano izquierda con el cincel que usabas para tallar tus figuras de madera.
(Acto romántico que no era necesario).
Querías irte de este lugar. Esconderte. Y lo querías tanto. Tanto que estabas dispuesto a pasar una temporada en el infierno.
Espero que estés cuidando bien de mis cuervos.
Un año, Lautaro, te veo en un año.
-Atentamente, Lautaro falso.
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