tres
Lautaro, ya sé por qué eras infeliz.
Todo el mundo te dice Taro acá. Yo también sería infeliz si me llamaran así.
Además, por primera vez fui a la escuela. Y la escuela parece ser un infierno. Se parece a la jaula donde guardamos a las bestias. Solo que acá nadie parece comerse a nadie. Al menos no he sabido de ello.
Prefiero mil veces observar al pez azul que esa jaula. Y eso es mucho porque los peces también son aterradores. Se te olvidó mencionar que estos no parpadean. Constantemente tengo peleas de miradas con la criatura y siento que me está robando el alma.
Cada que salgo llevo una de tus figuras de madera y me aferro a ella. Quiero que el pedazo que dejaste conmigo también sufra. Es que tu esencia aún está impregnada en esas cosas. ¿Cuánto tiempo me llevará deshacerme de ella?
Lo siento, sigo sin entender mucho.
Por cierto. Espero que no te moleste. Seguro y sí. Tampoco es que me importe mucho. De esto tú tienes toda la culpa, no se debe confiar en los extraños, mucho menos si estos son demonios...
Hoy vi a Nina.
Desafortunadamente no es el monstruo que yo había pintado en mi cabeza.
No te digo más porque temo por la seguridad de mis cuervos. ¿Los estás limpiando bien? Dijiste que no te importaban las vísceras. Eso me tiene preocupado.
Eso y que sigo sin entender cómo voy a sobrevivir por... ¿Cómo era la palabra?... No lo sé. Ustedes miden el tiempo de forma curiosa.
Cuida mis cuervos.
-Atentamente: Lautaro falso.
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