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treinta y uno


Lautaro, hoy todos se dieron cuenta de lo que hicieron los pájaros.


Podías escuchar las conversaciones repitiéndose de boca en boca. La incertidumbre contagiando cada rostro. No sé si era la manera en que había quedado destrozado su cuerpo o lo abrupto que había sido el suceso.

Todos lo sabían. El hombre de las trampas estaba muerto.

Deberíamos ir.

Algunos se asomaron por las ventanas como si pudieran alcanzar a ver algo. Habían hablado de oficiales y de listones. Habían hablado de periódicos. Uno de tus amigos mostró ese aparato donde puedes ver el mundo, había una imagen del hombre. Una de su carne putrefacta y de sus huesos.

Yo miraba a Nina.

Agazapada sobre su escritorio.

La pluma sobre la hoja.

El cabello sobre su rostro.

No se movía.

Quería mirarle los ojos y saber lo que pensaba.

¿Había algún alivio por lo que había hecho yo?

¿No es así como ustedes, los humanos, se sienten mejor?

He terminado con la vida de quien te quitó la tuya, Lautaro.

De no haber existido ese hombre, no habrían existido las trampas, no habría existido esta herida cruda y horrible en tu pierna, no habrían existido tus ganas de saltar por la ventana, no habría existido este sentimiento que me inunda la cabeza cada vez que la veo. A ella. Cada vez que la veo a ella.

¿Justicia? ¿Es así como le llaman?

¿No he hecho justicia?

Entonces, Lautaro, permíteme preguntarte:

¿Por qué lloraba Nina?


Demasiado tarde, ¿verdad, Nina?


No hice algo mal. Otra persona pudo haber caído ahí.


¿Te imaginas que haya sido ella?


Otra persona pudo haber muerto.


Nina, eso no va a salvar a Lautaro.


Si las risas eran tortuosas para mí.

No me imagino lo tortuosas que eran para ella.

Y luego, Lautaro, luego ocurrió algo.

Los ojos de Nina sobre mí.

No sobre ti.

Sobre .


Tenía un perro.


Sí, yo también pensaba en eso. ¿Recuerdas, Lautaro, que te lo mencioné?

La clase comenzó. El mundo siguió girando. Nina siguió apuntando en dos cuadernos. Volvió a sonreírme.

De todas las personas que creí que iban a descubrirme, no pensé que Nina fuera una de ellas.

Un par de urracos se estrellaron en las ventanas. No sé si intentaba asustarla. Solo estaba... Confundido. Enojado.

¿Asustado?


Ahora... Ahora no sé.

Dile a mis cuervos que jamás los estrellaría a ellos.


-Atentamente, Lautaro falso. 

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