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treinta y dos



Lautaro, ¿por qué no me dijiste que se tenía que lavar la pecera?

Aura entró al cuarto y duró más de una hora reclamando por el pez, que, desde mi humilde punto de vista, está completamente bien. Incluso podría jurar que está mejor que cuando lo dejaste. Se le ve más grande, animado, contento, con mayor motivación para quitarle el alma a cualquiera que pierda en sus batallas de sostener la mirada.

Después de esa hora de reclamo, duré otra hora limpiando al pez. A la pecera. El pez lo dejé en un vaso de agua. Que, bueno, si me preguntas, ¿no sería más fácil tener una pecera así de diminuta para el pez? Tampoco es como si se moviera demasiado. Nada más rodea la roca gigante, escupe las rocas pequeñas, se mueve hacia arriba hacia la comida, baja de nuevo a la roca... ¿qué tanto puede extrañar la pecera grande si al final de todo sigue estando en una jaula?

No te preocupes, el pez lo he vuelto a poner en su lugar, en la pecera limpia, por supuesto.

Y la taza, también de vuelta en su lugar. Esa no la lavé. Tenía hambre y eran más mis ganas por el emparedado de mermelada que por preocuparme de que Aura bebiera de esa taza.

Como podrás observar, hoy fue un día normal.

Pero tengo la necesidad de informarte que tu padre fue al hospital.

No te preocupes, no fue nada grave. Nada como lo tuyo, por supuesto, no he puesto a tu padre en una trampa para osos. No que me faltaran ganas. Y creo que a ti tampoco. Pero no estoy muy seguro, después de todo es tu sangre y ustedes los humanos están malditos por ese vínculo.

Mira, creo que Aura tenía razón, la pecera se ve más clara ahora.

Fue un accidente. Tu padre estaba hablando con madre en el jardín. Tu nombre apareció un par de veces en la conversación. Lautaro, Lautaro, Lautaro. Podía escucharlos perfectamente y no los detenía esa sensación, la de que pudieran atravesarte sus palabras. La vida echada a perder. Lautaro. Todo el dinero. Lautaro. Es tu culpa por haberlo hecho así. Lautaro. No voy a permitir que elija eso. Lautaro.

Y entonces un urraco comenzó a acercarse poco a poco.

No lo sé, debió de haber pensado que tu padre era una tortilla gigante.

Intentó arrancarle el ojo.

Y, para bien o para mal, falló.


Ineficientes cuervos falsos.


Hasta donde yo sé, está bien. El cuervo falso. Tu padre también. Lo cual no sé si te alegre. Me abstengo de dar mi opinión, pero tenía que informarte. Supongo. Tampoco es como que puedas hacer mucho allá abajo.

¡Seguiré con el pez!



¿Cómo están mis cuervos? ¿Crees que me extrañen?

-Atentamente, Lautaro falso. 

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