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doce


Lautaro, no ha vuelto a hacer tanto calor como el día en el que nos cortamos las manos.


No han venido las lluvias y estoy harto de que nadie me hable de Nina. Ni siquiera Jonás se atreve a mencionar palabra alguna de ello. 

Estuve en el campo de fútbol. Esperaba que Nina corriera. No te preocupes. No tengo que esconderme. Ella siempre huye de ti.

No vino hoy. Ni ayer. Ni antier. Ni el día antes de este. Eso también me tiene molesto. Soy un ser de rutinas. Nina la ha quebrado.

Me asomé al otro lado de las gradas. A aquel de la barda. Subí los escalones y miré por encima de la barda. Cualquiera podría cruzarla con facilidad. Es un campo con muchas plantas. No sabría decirte qué tipo exactamente. Pero era verde y alta. Se extendía tanto que era difícil ver dónde terminaba y dónde empezaba. 

¿Crees que haya quitado las trampas?

No sé quién era el chico que me habló. Pero enseguida lo callaron. Él me pidió disculpas y no supe por qué. Siguió hablando de todas maneras. 

Es una mierda que te haya pasado eso. A ella no le pasó nada...

El chico no lo notó, pero los urracos se nos estaban acercando. Algo ardía dentro de ti y tuve ganas de que le sacaran los ojos.


Lautaro, ¿te has acostumbrado ya a mí?


-Atentamente: Lautaro falso.

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