Lautaro, aquí no hay cuervos.

Hay urracos, que también pueden ser vistos como cuervos pequeños. 

No te lo dije, porque no creí que fuera importante (y porque alguien, tú, abarcó la conversación entera con instrucciones de cómo alimentar a un pez), pero a mí me siguen los cuervos. Todos los cuervos. Es una habilidad útil cuando tienes que limpiar las vísceras de los picos allá donde estás.

Aparentemente, los urracos también me siguen. Hay veces que me quedo de pie sobresaturado de todos los colores que tienes para admirar aquí, y me doy cuenta muy tarde de que los urracos han hecho un círculo alrededor de mí.  

Creo que solo Nina se ha dado cuenta de ello. Una vez estábamos ambos ahí, presenciando el ritual de los cuervos baratos. Sentí algo extraño cuando la vi de pie ahí observándome en el receso. Los urracos volaron ante mi aplauso y ella no pestañeó cuando le volaron por encima. No tenía idea de qué estaba pensando ella, pero se le veía molesta. Su mirada lucía como si tuviera ganas de arrancarme la piel. Las entrañas. Los ojos... Todo para acomodarlo a sus pies.

Algo parecido a la sensación que me da el pez que no parpadea.

Lautaro, lo peor es que creo que Nina tiene la fuerza suficiente como para hacer eso de arrancarte las vísceras. Es un problema porque, si se presentara la situación, no creo que me den muchas ganas de detenerla.

Recuerda, de dónde vengo, yo suelo estar del lado de los malos.

Pero lo importante de esta carta, es que inevitablemente viene la pregunta: ¿Cuánto tiempo tardarán en darse cuenta de que no eres tú a quien persiguen los cuervos falsos?

A los míos les gusta que les silben de vez en cuando. Por favor, hazlo.

-Atentamente: Lautaro falso.