Pereza
—¡Stéfanos! Oh, sí, ¡eso me encanta!
Las manos de Stéfanos le acarician el pecho, costillas y abdomen; con los dientes pellizca cada milímetro de piel —es todo un vampiro sin sed—, a las pequeñas mordidas le siguen lamidas y chupetones entorno al cuello, clavícula, hombros. Usa los dedos pulgar e índice para frotarle los pezones hasta provocar un leve ardor, solo calmado cuando esos perfectos labios carmesí, que tanto le enloquecen, reemplazan el juego de manos.
Cada estímulo realizado incrementa aún más el calor y excitación del momento. Jadeos desmedidos brotan desde la garganta de Louis.
—Stéfanos, ya… —Gime el menor. Arde en deseo, el cosquilleo en su vientre se descontrola—. Quiero sentirte en mi interior —suplica y la sonrisa canalla del rubio se ensancha.
Stéfanos sabe bien la tortura que supone para el castaño alargar los juegos previos, el gris de sus ojos luce profundo y anhelante, arden igual que trozos de carbón encendidos. Sin embargo, en él, la excitación se multiplica; disfruta cada suplica, aún más cuando detiene todo contacto con la única intención de molestarlo.
—¡Stéfanos! —se queja Louis al dejar de percibir las caricias—. No seas injusto, eres…
El rubio devora los labios de Louis con pericia. Las manos del castaño se aferran a la espalda ajena, hinca las uñas por doquier; los largos trazos marcados en la piel de su amante, en segundos vuelven a desaparecer. Stéfanos reacciona entre gruñidos y usa esos fantásticos labios para besarle con ímpetu. Conforme las lenguas de ambos se entrelazan, el castaño dirige la diestra hacia abajo, hasta alcanzar el venoso y palpitante miembro de su pareja para juguetear a su antojo, varía el ritmo y potencia con que masturba a su compañero.
El deseo arde en esos perfectos ojos dorados cada vez que susurra el nombre del menor y el pené de Louis brinca entre los dedos de Stéfanos al recibir sus caricias.
—Stéfanos… —expresa entre gemidos cuando siente los dedos del amado acercarse a su hendidura, mientras la otra mano continúa estimulándole el miembro.
—Louis…
El nombre del castaño emerge desde esos perfectos labios carmesí que sin duda saben lo que hacen y cesa únicamente entre besos. Sin embargo, la varonil, excitante y sensual voz de Stéfanos, muta hasta convertirse en un murmuro parsimonioso, pierde toda virilidad y comienza a asemejar más a un lánguido bostezo. Todo contacto por parte del rubio muere y Louis se queja una vez más al creer que de nuevo su amado hace de las suyas.
—¿Stéfanos? —inquiere el menor, con la lujuria aún recorriéndole el cuerpo, pero ahora confundido ante la extraña reacción de su amante— ¡Aaah! —grita espantado al notar la flacidez que reposa en su mano.
Stéfanos no es la clase de vampiro que abandone el sexo a la mitad sino todo lo contrario, la lujuria suele moverlo, podría decirse que, sus únicas preocupaciones en la vida radican en alimentarse y saciar sus constantes y más bajos deseos. Había encontrado en Louis, hace ya muchos años, ese complemento, la criatura dispuesta a cumplir cualquiera de sus más alocadas fantasías. Por tal motivo, para Louis, resulta demasiado extraño el comportamiento de su ahora adormilado compañero.
—Stéfanos, ¿te ocurre algo?
—Mmm eja —murmura en respuesta, Louis no consigue comprender, así que los sacude en la cama, trata de llamarle la atención, pero nada cambia—, quie-ro dor-mir —agrega entre alargados bostezos.
—¿Dormir? ¿Ahora? ¿Estás hablando en serio?
La molestia está más que marcada en el rostro de Louis, pero ni siquiera por eso se hace merecedor de respuesta alguna ya que Stéfanos acaba de sucumbir a los placeres del profundo sueño y no hay nada que él pueda hacer para cambiarlo.
Enojado y con el lujurioso deseo frustrado, Louis abandona la habitación, busca algo más entretenido para hacer mientras espera que el repentino letargo se le pase a Stéfanos y pueda obtener una respuesta.
Ya en el gran salón, decide matar el tiempo viendo algo en la televisión, pasa canales sin importarle nada hasta que una noticia en VNN captura su atención:
«Un raro virus está atacando a los vampiros, los mayores de cuatro siglos resultan más afectados; entre los síntomas se incluye: letargo, aburrimiento, inapetencia, falta de deseo sexual, entre otros. Por ahora no se conoce una cura y el tratamiento consiste en dejar al paciente aislado hasta que los síntomas desaparecen»
Louis apaga el televisor preguntándose si quizás sea esto lo que ocurre con su amado, entonces comienza a hacer cuentas. Él es un vampiro en plena flor de la juventud, apenas está por alcanzar su primer siglo de vida y para eso faltan varias décadas, aún tiene frescos los recuerdos de cómo su camino se cruzó con el de Stéfanos, cuando él hacía pole dance en un famoso cabaret.
Stéfanos quedó prendado de sus movimientos desde la primera noche y en Louis se grabó la mirada color miel del joven con largos cabellos platinados que le contemplaba, deseoso. Anhelando estar juntos por la eternidad, Stéfanos otorgó dicho don a su pequeño adorado, luego de algunos años juntos; la verdad, temía al paso del tiempo.
Pero por aquel entonces, ya el mayor acumulaba largas vivencias, de hecho, su nacimiento data de los años en que acontecía la guerra anglo-española —eso ya es decir mucho— y sumaba cerca de veinte veranos cuando consiguió el don de la longevidad.
—¡Mierda! —exclama Louis al comprender lo que ocurre con su libidinoso compañero quien acaba de entrar en hibernación.
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