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Lujuria

Louis permanece oculto mientras observa al grupo de cazadores que cargan un camión con los féretros. Podrían matarlos mientras están en estado catatónico; en cambio, los humanos fallecidos son rociados con algún combustible e incinerados. Louis continúa sorprendido por su accionar y empieza a pensar que quizás debió indagar más en internet para saber qué pasa realmente.

Mientras se come las uñas para idear la manera de ayudar a Stéfanos, observa perplejo a lo que solía ser el cadáver de un adolescente levantarse y correr a toda velocidad, cazadores le persiguen, pero el joven posee una velocidad sobrehumana.

—¿Qué demonios? —se pregunta y con razón. No es así el paso a la inmortalidad, algo más ocurre.

El motor del camión enciende y vuelve a captar su atención, maldice por lo bajo y se golpea la cabeza por su descuido, pues ahora Stéfanos es transportado con rumbo desconocido. Suspira resignado, pero la curiosidad lo mueve hacia ese lugar donde vio entrar al “cadáver viviente”.

Los cuerpos de los cazadores que le perseguían reposan en el suelo, se desangran, aunque esos fluidos lucen sombríos y espesos o quizás se vean así por la oscuridad, sus abdómenes permanecen abiertos con las entrañas expuestas y destrozadas. El último intenta luchar con la criatura, le sostiene la cabeza para evitar una mordida; su máscara se cae y deja al descubierto a una mujer, quien grita horrorizada mientras esa criatura la embiste sin piedad alguna entre feroces gruñidos.

—¡Túúú, mátalooooo! —vocifera hacia Louis y así nota las ballestas regadas por doquier.

Solo un arma sigue montada y lista, por suerte está a sus pies, la toma y, basado en sus conocimientos sobre zombis, apunta y dispara. La estaca le perfora el cerebro a través de un ojo y al instante cae muerto sobre su víctima.

—Gra-gracias —expresa en medio de temblores la mujer cuando Louis patea fuerte a la criatura para liberarla.

—¿Quiénes son ustedes y qué demonios ocurre? —inquiere amenazante. Fija sus ojos en los de la cazadora y esta, aún reponiéndose, esboza una débil sonrisa antes de contestar:

—No podrás entrar, soy como tú. —Louis la observa sorprendido—. Somos vampiros enviados por el Consejo para controlar a los infectados por el Virus capital.

—¿Virus capital?

Se ha manejado en secreto, aún no conocemos mucho. Los síntomas emulan, en forma desmedida, actitudes propias de los pecados capitales.

Louis le observa incrédulo. ¿Cómo un virus podría estar ligado a los pecados capitales? Pero luego recuerda el comportamiento de Stéfanos desde su velada interrumpida y siente que quizás haya algo de cierto en sus palabras. Sin embargo, eso no explica lo que pasó con la criatura muerta a su lado.

—Esa cosa es la parte más peligrosa del virus —la mujer continúa explicándole y Louis vuelve a centrarse en ella—. Ellos no están vivos, son cadáveres andantes dominados por dos pecados. —Enfatiza con igual cantidad de dedos levantados en su mano—. Gula y Lujuria.

—¿Por eso te…?

La mujer asiente con el asco marcado en el rostro y un pesaroso suspiro se le escapa antes de responder:

—Con ellos nadie está a salvo, por eso debemos neutralizar a los vampiros infectados para que no engendren más cosas como esa. —Señala con su cabeza y Louis asiente al comprender—. Ahora ayúdame, decapitemos a los nuestros antes de que se levanten y sea peor.

***


Aletargados vampiros reposan en sus féretros, insipientes a sus destinos. El vehículo transportador se desplaza veloz, se detiene lo necesario para cargar más infectados.

Los inmortales que cedieron a la gula son ahora dominados por sus más bajos instintos, una libido desmedida les lleva a cometer cualquier cantidad de aberrados actos impúdicos. Humanos son sometidos a plena calle, algunos a la vez succionados hasta secarlos; entretanto, las criaturas engendradas han formado hordas que arremeten con todo a su paso, las armas resultan insuficientes. El equipo especial, desesperado, pide refuerzos al consejo vampírico ya que la infestación está fuera de control.

Sin embargo, resulta inútil una respuesta positiva a su petición; lo mismo se repite en cada ciudad y región.

Los últimos sobrevivientes se atrincheran sobre el camión y emplean las escasas municiones restantes contra la horda que golpea el vehículo e intenta alcanzarlos. Ante el ataque, los féretros comienzan a caer, las criaturas impactan con fuerza, buscan acceder a su siguiente bocado.

***


Louis y la vampiresa acaban con su misión, ahora corren en un intento por localizar a otros miembros del equipo. Ella usa su radio, pero no obtiene respuesta alguna.

—¡Detente! —grita al inmortal y este la observa airado— Algo pasó con mi equipo.

—¿Y? —contesta el vampiro encogiéndose de hombros— Oye, necesito encontrar a Stéfanos, ¿tu equipo se murió? No me importa, tú, dime a dónde van esos camiones.

—¿No lo entiendes, imbécil? —Louis repite el gesto con sus hombros y ella entorna los ojos, exasperada—. Si fueron atacados, despídete de Stéfanos porque ya está con esas cosas.

Louis voltea los ojos y le da la espalda, emprende el rumbo, de nuevo, sin importarle otra palabra. Necesita seguir la dirección que tomó el vehículo y tratar de pasar desapercibido. Si un corazón latiera en su interior y esos pulmones fuesen más que pesos muertos, en este momento, estarían desenfrenados ante tal preocupación y desconcierto.

Las calles son una sinfonía de gritos y pedidos de auxilio mezclados con los extraños sonidos emitidos por esos... ¿zombis? Podría ser un calificativo para ellos.

Dantescas violaciones se repiten ante sus ojos. En la lejanía, consigue divisar lo que parece el camión transportador, el cual permanece rodeado de criaturas, necesita llegar para rescatar a su amado, pero un joven moreno se lo impide.

—¡Maldición, Chad, suéltame!

Ordena Louis, pero el mortal ni se inmuta, el vampiro intenta zafarse, entonces nota la mancha de sangre que empapa un lado de su camiseta, la marca en su cuello y esos desorbitados ojos.

—¡AY, no!

Es lo único que expresa mientras lucha contra el engendro que busca saciarse. Maldice una y mil veces por no tener algo punzante para destriparle el cerebro.

La mandíbula de Chad abre y cierra sin parar, Louis mantiene las manos a ambos lados de su cabeza al presionar, por largo rato forcejean; los gorjeos del engendro compiten con los gritos del vampiro hasta que una palanca atraviesa el ojo del zombi y lo apaga en el acto. El rostro de Louis es embarrado con restos de porquería ¡Wagh!. La criatura se desploma y el no vivo observa, pasmado, al rubio de larguísima melena delante de sí que intenta sonreír, aliviado.

—Stéfanos —exclama y se funden en un abrazo, seguido de quién sabe cuántos besos.

—Louis. —Beso—. Louis, lo siento.

—Stéfanos, es el virus...

Los besos se intensifican, el deseo late con fuerza, más que al final de esa tarde cuando celebraban su aniversario y fueron interrumpidos por la pereza, mucho más que todas las veces que se entregaron mutuamente durante esa eternidad conjunta que quizás llega a su fin. Por eso, pese al caos, el zombi muerto, los gritos en las calles, el virus y cada cosa extraña acontecida alrededor; los amantes sucumben a la lujuriar, funden sus cuerpos sin importar nada más.

Stéfanos empotra su virilidad una y otra vez mientras las piernas de su pequeño adorado permanecen sobre los antebrazos del rubio. Las manos de Louis recorren el cuerpo de su amado, acarician y marcan largos caminos con sus uñas por toda la piel, palpan cada parte e intentan que su tacto registre y guarde por siempre el recuerdo de ese momento.

El clímax se anuncia entre acelerados gemidos, besos profundos y lágrimas mezcladas con el trepidar de Louis ante lo que sigue, pues la fuerte mordida a un costado de Stéfanos es la sentencia para el final de su existencia.

Un último beso es compartido; la palanca en manos de Louis le atraviesa el pecho a Stéfanos y apaga su brillante sonrisa. Entre lágrimas, cercena la cabeza de su amado previo a abrazarle por última vez.

***

La pandemia ha sido declarada ante el comienzo del fin, la humanidad está desconcertada; el Consejo Vampírico, por su parte, continúa investigando y trata de controlar la infestación. Lo único seguro es que nadie está a salvo del Virus Capital.

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