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Avaricia

Lo que Louis ve en la mente de Chad llama su atención, podría pasarla bien con este chico y luego darse un buen banquete; ambos deciden brindarse compañía esta noche y dejar atrás todo lo acontecido con ese sujeto apachurrado a sus espaldas.

Caminan parsimoniosos entre las calles y sus destellantes neones, Louis se deleita en cada brillo sin importarle que su acompañante lo hace en el gesto reflejado en su rostro.

Chad, otro humano incauto que sucumbe al encantador mirar de Louis, un tonto que cede a su hechizante e inocente sonrisa. Al menos, esa es la percepción que tiene el inmortal sobre el joven moreno junto a él, quien solo imagina las distintas posiciones en que podría poseerlo, iluso.

Cosas extrañas empiezan a suceder alrededor, Chad luce más confundido que el inmortal quien reconoce a sus pares comportándose de una manera fuera de lo ordinario sin comprender la razón.

***


Entre sueños, Stéfanos se revuelve en la cama, balbucea cosas ininteligibles, solo una palabra emana desde su garganta con precisión: Louis.

Su cuerpo no parece encontrar la posición ideal; algo le pica, le carcome la piel con suma intensidad, puede sentir la suavidad de la tela convertida miles de espinas, punzándole. La incómoda sensación sumada a las extrañas imágenes que comienzan a nublarle la mente, le obliga a levantarse en el acto, aturdido.

—Louis —apenas balbucea, todo gira alrededor.

Siente una extraña necesidad que no logra controlar, un deseo que suplica ser saciado, pero no se trata de su típica lujuria, hay algo más apoderado de sus ideas y emociones.

En sus tantos siglos de vida, Stéfanos ha amasado una enorme fortuna. Tesoros y joyas abundan ocultos a la vista en el pent-house donde habita en compañía de su amado, aunque ahora no tiene ni una pista de dónde este se encuentra, lo único seguro —para él— es que esos anillos de oro y piedras preciosas que ha sacado del gran cofre en su habitación, le sientan demasiado bien a sus blanquecinos dedos. Colgantes, pendientes, camafeos y brazaletes cubren ahora la desnudez de su cuerpo y una sonrisa de satisfacción se traza en su rostro. Sí, un baño de oro le ha venido bien, la incomodidad en su cuerpo se ha calmado al contacto con los tesoros.

Sin embargo, minutos después comienza a retornar, aunque no con la intensidad inicial, quizás se deba al extravagante reloj de oro que ahora envuelve su muñeca, ese que le ha arrancado una nueva sonrisa.

—¡Deberías verme ahora, Louis! —Exclama al extraer una nueva joya entre desquiciadas risas.

Una vez forrado en exquisitas prendas, decide ir por más tesoros. Al llegar a la puerta la encuentra bloqueada y acaba por destrozarla de un fuerte golpe al furioso grito de “¡Louis!”.

Pasea la vista por los alrededores y nota el lugar en inmaculada soledad. La luz de la luna brilla en todo su esplendor a través de los gigantescos ventanales del gran salón, produce encantadores reflejos sobre cada prenda que envuelve su cuerpo al igual que en la nueva sonrisa vanidosa que adorna su rostro.

Aunque no comprende lo que pasa, opta por ignorarlo, pues la incomodidad retorna a su piel y se calma por segundos al contemplar las antiquísimas obras de arte que adornan las paredes en la estancia o cuando palpa la textura de cada costosa escultura.

Sí, sus tesoros apaciguan la ansiedad, pero al mismo tiempo, siente deseos de más y más.

***


En medio del extraño caos desatado por sus símiles, Louis observa extrañado al igual que fascinado en cada dirección cómo los suyos saquean joyerías, asaltan lujosas tiendas y cada infractor lleva su cuerpo cubierto por tesoros.

—Louis, deberíamos ir a otra parte, este lugar luce peligroso —expresa Chad algo nervioso.

«Para ti, probablemente», es el veloz pensamiento que surca la mente del vampiro al escucharle. Sin embargo, posa su mano en la espalda baja del mortal para conducirlo a otro sitio, después de todo, tampoco quiere que algún desquiciado inmortal vaya a antojarse de Chad, él solo lo desea para sí y no tiene la más mínima intención de compartir.

Caminan a paso veloz entre las calles que cada vez se llenan más de “no vivos” sedientos de riquezas, aunque otros parecen más interesados en hincar sus dientes sobre el humano más cercano hasta vaciarlo. Chad tiembla horrorizado al ver a los temibles seres envueltos en la sangre de sus víctimas.

—Tú, camina y no mires —espeta Louis y presiona la espalda ajena para obligarle a andar.

—Pe-pero Lo-louis es-es una ma-masacre.

—No mires y sigue adelante —sentencia con firmeza sin despegar los ojos de los del humano tonto, hasta que este asiente con la cabeza.

—Sí, Louis —replica bajo.

El inmortal le toma la mano para conducir su cuerpo —sin resistencia alguna— hacia algún lugar menos atestado de vampiros dementes. Sin embargo, en el camino, uno de los suyos llama poderosamente su atención.

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