♢Veintiocho♢
Último Capítulo.
Con un rápido salto me senté a horcajadas sobre él sintiendo su duro miembro rozar con mi sexo y gemí. Dios, estaba tan duro. Me froté sobre él una vez acostumbrándome al tamaño y sensación que provocaba en mí.
Un inmenso gemido salió de su boca llenando la habitación.
—Libérame —pidió, pero hice caso omiso a sus peticiones frotándome una vez más sobre él atrapada por la excitación y lujuria.
Toco juguetonamente el borde de su bóxer con mi dedo índice y lo deslizo a lo largo del elástico con nervios. No es que fuera la primera vez que lo viera sin él, pero aquella vez yo no había sentido la sensación de quitárselo por mí misma y esta sería la primera vez.
Espere a que él dijera algo, pero no lo hizo, solo jadeo y gimió continuamente cuando mis movimientos sobre la fina tela de su bóxer se hicieron más rápido. No dudes, no dudes. Cerré los ojos e imitando pinzas con mis dedos tome la delgada tela y la deslice hacia abajo dejando a mi vista y expectación pequeños vellos. Solo un poco más, solo un poco más. Abrí los ojos y me levante de su regazo extrañando inmediatamente la calidez de éste. Sin quitarme de arriba de él, seguí bajando su bóxer por sus piernas, liberando su gran erección.
Él tanteo sus piernas sobre el suave y blando colchón y reí roncamente terminando de sacar por completo aquel obstáculo entre mi sexo y el suyo. Pero aún quedaba uno.
—¿A dónde vas? —pregunto con desesperación al sentir mis piernas deslizarse fuera de su cuerpo.
—Me sacaré mis bragas, espera, impaciente —bromee y sin pudor ni vergüenza baje la tela negra de seda por mis piernas.
OH. MI. DIOS. Ambos estábamos desnudos. Ambos estábamos como vinimos al mundo. Estábamos a un solo paso de terminar todo. Solo a un paso.
—¿Ya? —preguntó con insistencia, girando su cabeza hacia el lado donde estaba. Trague grueso, mirando su miembro.
Ya no habría telas que nos separaran, ahora serían nuestros cuerpos sintiéndose plenamente, sin nada que les impida deleitarse con el calor y humedad del otro.
—_____—suplico—. Vamos, necesito sentirte.
Yo también lo necesito. Desesperadamente lo necesitaba. Pero había algo que me ataba. Algo que me impedía dar aquel gran pasó. El miedo, el temor.
El amor.
Necesitaba que esto fuera con amor, con cariño, con adoración. No como lo estábamos haciendo. Necesitaba sus manos recorriendo mi cintura, tocando cada espacio de piel que mi cuerpo tenía. Necesitaba su boca besándome el cuello, estremeciéndome ante su toque. Necesitaba que su cuerpo estuviera junto al mío sin ningún tipo de ataduras. Lo necesitaba a él, amándome, queriéndome. Tocándome como ningún otro lo había hecho.
Me incliné, tomando la llave de las esposas de plata de la mesa de noche y envolviendo una de sus manos.
—¿Qué haces?
—Te desataré —murmuré, mis dedos temblaron, la llave tembló. Mis labios se curvaron y el miedo me invadió una vez más.
No.
Yo no debía tener más miedo. No con él. Yo lo conocía. Él me conocía. Yo... yo lo quería. Yo quería que él fuera aquel hombre que me amará, aquel hombre que debía ser el indicado. Aquel hombre que de verdad se merecía mi virginidad.
Aquel hombre que había estado esperando por veinticinco años.
Y ahora lo sabía. Él había estado frente a mis ojos todo esté tiempo y no me había dado cuenta. Desde que lo vi fuera de su oficina aquella tarde. Supe que él era.
—¿Por qué? ¿Te arrepentiste? —pregunto con desilusión. Me incliné y sonreí, besándolo suavemente.
Su mano se meneó alrededor de su muñeca quitando la tensión que las esposas habían creado alrededor de está.
—No. Solo quiero hacerlo de una forma diferente.
Soltando su mano izquierda y deslizando la venda negra sobre su cabeza. Me levanté cuando sus ojos dejaron de parpadear y me paré frente a él. Para que me viera, para que me viera completamente.
—¿Diferente forma? —preguntó desconcertado, asentí, tomando sus piernas y dejándolas al borde derecho de la cama. Con una mínima fuerza, lo hice levantar, quedando su anatomía pegada a la mía de una forma perfecta. Como si hubieran sido creados para estar juntos.
Encajando como perfectas piezas de rompecabezas.
—Tócame, Jos. Tócame —murmure, tomando su mano, poniéndola sobre mi cuerpo, sobre mis pechos, deslizándola hacia abajo. Sobre mi abdomen, mi cintura, mi cadera, mi cuello, mi barbilla, mi cara.
Deslizando a través de mi cadera, de mi sexo, de mis piernas. Sin miedo. Sin temor.
—____ —jadeo, cuando detuve nuestro camino sobre mi trasero.
—No tengo miedo, Jos, tócame, por favor —supliqué una vez más. Su boca se abrió y sus manos apretaron suavemente mi trasero.
Dios. Jadee cuando mi sexo choco con su miembro de manera bruta. Cerré los ojos al sentir su calidez tal y como me la imagine.
—¿Segura de que quieres que así sea? —preguntó susurrando sobre mis labios. Incapaz de abrir los ojos asentí con fascinación moviéndome contra él. Necesitando aquel contacto casi tanto como el aire—. Abre aquellos pequeños magníficos ojos, ___. Quiero ver una respuesta sin miedo, una respuesta segura.
Abrí los ojos y me conecté con los de él.
—Quiero que así sea, Jos. Quiero que me quieras, que me toques, que sea con libertad, sin ataduras de por medio —respondí sin titubeos. Él sonrió dulcemente sobre la nube de lujuria y me besó, me besó. Un beso sin aliento, un beso con pasión. Un beso con amor, puro y verdadero amor.
—Ya te quiero, ____. Como sea, hubiera sido con amor.
Su respuesta me lleno por dentro y lo bese tan fuertemente que su cuerpo se estrelló sobre el colchón una vez más. Con un movimiento rápido, me giró haciendo que quedará bajo él. Sintiendo su miembro aún más cerca de mi sexo.
Sus manos se movieron temerosas desde mi trasero hacia mi abdomen.
—No haré nada, Jos, tócame con confianza, te lo prometo.
Él asintió y sus manos bajaron con avidez sobre mi sexo, rozándolo una vez. Casi imperceptible. Sus manos tocaron los prohibido y aquel estremecimiento, aquel sentimiento de que me quisieran hacer daño jamás apareció. Porque sabía, por primera vez lo sabía, que Jos jamás me haría daño.
—¿Tomas la pastilla? —pregunto, sus manos recorriendo el sendero de mis pechos. Asentí, incapaz de decir alguna palabra debido al inmenso placer que sus caricias hacían en mí—. No quiero que nada nos impida sentirnos completamente. Ni siquiera una barrera de látex.
Cerré los ojos cuando sentí su duro pecho contra el mío y supe que el momento sería ahora. Ahora. Ya no había nada que lo impidiera.
—Esto dolerá un poco, solo al comienzo. Si quieres que pare, solo debes decírmelo. ¿Vale? —pregunto roncamente, separando mis piernas, colocándose entre ellas.
—Lo sé —murmure, dudando del tono de mi voz. No podía demostrar miedo. No ahora—. Dios —gemí.
Un pequeño dolor. Una sensación placentera. Su cuerpo uniéndose al mío. Su miembro deslizándose en mí interior. Solo un gemido. Solo un segundo.
Y yo, había dejado de ser virgen.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro