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4. YO CREO EN TI, LUCY

Capítulo 4. Yo creo en ti, Lucy.

Sábado, el día amaneció lluvioso y nublado, por lo que la señora Macready les prohibió salir al patio y canceló las tutorías de ese día, pues la entrada a la mansión estaba prácticamente inundada y no era educado hacer que las señoritas pasaran por ahí.

Entonces, dado a la condición del clima, Susan y Violet crearon un juego muy divertido, al menos para ellas, el cual consistía en adivinar el significado de palabras que encontraron en un diccionario.

Efímero. —Leyó Susan, concentrada en pronunciar correctamente la palabra. —Violet, es tu turno. Dime el significado de Efímero.

—Si no me equivoco, es algo que dura por un periodo de tiempo muy corto, ¿está correcto? —La ojiazul miró a Susan, esperando oír una respuesta afirmativa.

—Si, está correcto, otra vez. —La pecosa le sonrió, para luego girar la vista hacia su hermano. —Peter, gastrovascular.

El rubio la ignoró completamente, haciendo que Susan, algo molesta, repitiera la palabra.

—No lo sé, ¿viene del latín? —Le preguntó cansado.

La muchacha asintió, invitándolo a continuar.

—¿Viene del latín, como el peor juego del mundo? —preguntó Edmund, logrando que Peter y Lucy soltaran una carcajada.

Susan cerró el libro enojada y Violet contuvo una risa.

—¿Y si jugamos a las escondidas? —La menor se dirigió a Peter, a sabiendas que podría conseguir lo que quisiera con su hermano mayor.

—Pero ya estamos teniendo un montón de diversión. —Dijo Peter sarcásticamente mientras le sonreía a su hermanita.

—Anda, Peter. —Lucy comenzó a tirar de la manga de su camisa. —Por favorcito. —Continuó poniendo una cara de cachorro.

—Anda, Peter. —Violet le dijo imitando a la pequeña. Desde esa noche ambos comenzaron a jugar con fuego, no había momento alguno donde el Pevensie y la Wright no intentarán molestarse amigablemente. —No te puedes negar a tu hermana. —Le sonrió burlonamente.

El rubio le sonrió con fingida sorna y se levantó del cómodo sillón en el que estaba.

—Uno...,dos...,tres... —Comenzó a contar lentamente, signo de que aceptaba el juego. Inmediatamente Lucy salió corriendo de la habitación buscando un escondite.

—¿Realmente vamos a jugar? —Se quejó Edmund. Al final no le quedó de otra que dejar en la mesa lo que tenía en sus manos e ir a esconderse.

Susan agarró la mano de Violet y juntas comenzaron a correr por la mansión. (Rompiendo una de las reglas que Macready les había impuesto, pero en ese momento, no les importó.) Llegaron a un pasillo donde había un baúl lo suficientemente grande para ambas y sin pensarlo dos veces, se metieron dentro.

Esperaron unos cinco minutos, cuando de repente escucharon gritos de Lucy, Edmund y Peter en una sala cercana. Se sonrieron, ya que eso significaba que el rubio había encontrado a los menores y ellas habían ganado el juego. Con rapidez salieron del baúl y fueron a donde se escuchaban los demás.

—De eso se trata. —Oyeron decir a Edmund de mala manera. —Es por eso que Peter te estaba buscando.

—¿Significa que Lettie y yo ganamos? —preguntó Susan mientras ambas entraban a la sala.

—Me parece que Lu no quiere jugar más. —Comentó Peter frunciendo sus labios, sin entender lo que Lucy intentaba decir.

—Pero... llevo horas afuera. —Balbuceo la pequeña, con una expresión confundida e incluso algo asustada.

Violet la miró perpleja, ¿horas? Era imposible, si con suerte habían pasado algunos minutos cuando Peter dejó de contar y se comenzaron a oír los gritos.

Entonces Lucy les pidió a todos que la siguieran hasta una habitación con un gran armario y una sábana blanca tirada en el suelo. Y les contó una increíble historia, localizada en un mundo llamado Narnia, donde un fauno llamado Tumnus la había invitado a tomar el té. Cuando terminó de contar su relato, abrió la puerta del armario y les dijo que lo podían comprobar ellos mismos.

Susan y Violet entraron con cuidado al armario y comenzaron a dar golpecitos en la pared, quizás intentando dar con una puerta secreta. Al igual que Edmund y Peter quienes golpeaban despacio la parte trasera del mueble. Comprobando que aquel era el fin del armario, que no había ningún otro mundo con faunos dentro.

—Lu, lo único que tiene de bosque este armario es la madera. —Violet salió del armario y se agachó a la altura de la pequeña, explicando comprensivamente.

—Un juego a la vez, Lucy. —Le pidió Peter. —No todos tenemos tu gran imaginación.

—¡No he imaginado nada! —insistió la menor, su voz aumentando cada vez más.

—Ya basta, Lucy. —Habló Susan girándose hacia su hermana, pues estaba a punto de abandonar la habitación. —Es suficiente. 

—Por favor, Su. Yo no me inventaría algo así, lo sabes. —La pequeña le imploró a su hermana mayor para que le creyera.

—Bueno, yo te creo. —Le dijo Edmund con una sonrisa un tanto maliciosa, se avecinaba un problema.

—¿De verdad? —Le preguntó Lucy esperanzada.

—Por supuesto. —Afirmó el azabache con convicción. —¿Es que acaso no han visto el campo de fútbol que está en el cajón del baño?

Lucy mordió sus labios con frustración e impotencia, parecía querer llorar. Aunque fue Peter quien tuvo la peor reacción.

—¿Te quieres callar de una vez? Siempre eres tú quien mete la pata.

—Era solo una broma. —Murmuró Edmund y Violet juró que sonaba arrepentido.

—¿Cuando será el día en el que crezcas? —Le preguntó el rubio con irritación.

—¡Déjame en paz! —Chilló de pronto Edmund, haciendo que los presentes saltaran en su lugar. —¡Crees que puedes ocupar el puesto de papá, pero no es así!

El azabache miró con odio a su hermano y salió corriendo de la sala clavando fuertemente sus pies en el piso.

—Vaya forma de arreglar las cosas. —Le felicitó Susan con sarcasmo, marchándose detrás de su hermano menor.

—Pero yo... de verdad que estaba ahí. —Susurró Lucy mirando a Peter con la esperanza de que este le creyera.

—Susan tiene razón, Lucy, ya basta. —La miró una última vez y se marchó.

La menor de los Pevensie se sentía desdichada, ¿quién iba a creerle si no eran sus hermanos? entonces recordó a la figura que aún permanecía a su lado y la abrazó con todas sus fuerzas.

Violet suspiró. 

—Entonces, ¿me dices que viste a un fauno de verdad? —Preguntó la Wright después de un rato. —¿Eran como los cuentos de la mitología griega?

Se arrepintió de inmediato, era una tonta. ¿Mitología griega? si todos saben que los faunos son romanos, pues son los sátiros los que pertenecen a la mitología griega. Aunque Lucy no se dió cuenta de eso cuando se separó de Violet y la quedó mirando con sorpresa, intentando saber si se estaba burlando de ella o de verdad le creía. Cuando no pudo deducir algún gesto de burla o cinismo en el rostro de la ojiazul, preguntó:

—¿Me crees?

—Si. —Le contesto simplemente. —Si tu dices que hay un amable fauno detrás de las paredes del armario, que hay un mundo nevado con un hermoso farol en la entrada, entonces, Lucy Pevensie, yo te creo.

Y Lucy se largó a llorar, de nuevo.

Violet le creía, y si sus hermanos eran demasiado tercos para no creer que había otro lugar detrás de las paredes. Entonces a ella no le importaría, por que ella tenía a Violet. Y tenía la esperanza de que ella podía hacer entrar en razón a los demás.

•••

Esa noche, evitando despertar a su hermana y a Violet, Lucy volvió a Narnia. Aunque está vez, Edmund la seguía por detrás, después de verla salir de su habitación a altas horas de la madrugada. La menor no se dió cuenta y después de satisfactoriamente cruzar el armario, siguió su camino hacia la casa del fauno. Cuando llegó, se acercó nerviosa a la puerta, no sabía si la reina se había dado cuenta que el señor Tumnus la ayudó a escapar. Así que armándose de valor, llamó a la puerta, esperó unos segundos hasta que vio a una figura asomarse lentamente por la entrada.

—¡Lucy Pevensie! —Exclamó el fauno con alegría y temor al mismo tiempo. —Ven, entra, es peligroso estar afuera y además el almuerzo está listo.

La niña y el fauno pasaron un agradable tiempo juntos, el almuerzo estaba delicioso y cuando ya decidió que era tiempo de irse, el señor Tumnus la acompañó hasta las afueras de su casa.

—Pasé un gran tiempo, Lucy Pevensie, sin embargo, a estás horas la bruja blanca hace su habitual ronda, no debes de estar aquí cuando ella pase.

La niña le sonrió al fauno y luego de despedirse salió corriendo en dirección al brillante farol. Se asustó cuando vio a una figura en la nieve, aunque luego la reconoció ¡era Edmund!

—¡Edmund! —Lucy se abrazó al cuerpo de su hermano. —Tú también pudiste entrar, ahora los demás van a tener que creerme... ¡Violet se pondrá muy feliz!

—Si, como sea. —Respondió el chico con mala cara, el frío era insoportable. —¿Donde te habías metido? estaba buscándote.

—Si hubiera sabido que tú también venías, te hubiera esperado. —Le sonrió la niña, aunque luego su cara cambió a una de preocupación al recordar lo que el fauno le había dicho antes. —Tenemos que irnos, Ed. Si la bruja blanca nos encuentra...

—¿Bruja blanca? —Le interrumpió el azabache.

—Si, se hace llamar a sí misma la reina de Narnia, aunque no tiene derecho a serlo. —Le respondió Lucy. —Es malvada, ella fue la que puso a este mundo en un invierno eterno ¡y sin navidad!

Una sensación terrible inundó el cuerpo del niño, él había hablado con una bruja, no con aquella amable reina que lo quería hacer príncipe. ¿Eso significaba que no iba a tener más delicias Turcas? Se preguntó por sí mismo.

—Como sea. —Le dijo recuperando su mal humor habitual. —Sálgamos de aquí, me estoy congelando.

—¡Sí! —Exclamó felíz la niña. —Ahora Susan y Peter me van a tener que creer, además tengo que contarle a Violet que pude volver a cruzar el armario.

Edmund la miró mientrás la seguía, pues Lucy ya había emprendido el camino hacía su mundo.

•••

El día siguiente amaneció un poco nublado, pero no había rastro de lluvia y el sol se asomaba. Así que la señora Macready les dió permiso para jugar baseball afuera.

Violet y Lucy estaban sentadas debajo de un árbol, leyendo el nuevo cuento favorito de ambas: La sirenita. Y la ojiazul no podía evitar sentirse triste cada vez que Lucy comparaba su vida con la de la princesa Ariel.

—Ella también encontró un nuevo mundo. —Le dijo mientras veian a los demás Pevensie jugar.

La noche anterior fue un caos desagradable, Lucy despertó a las muchachas y a Peter a las dos de la madrugada diciéndoles que volvió a entrar a Narnia y que esta vez Edmund había ido con ella. No obstante, el muchacho denegó todo y Violet tuvo que acompañar a Lucy a que esta tomara un chocolate caliente en la cocina mientras los hermanos se fueron a disculpar con el profesor Kirke. 

Violet estaba a punto de decirle algo, cuando un estruendoso ruido se oyó y ambas miraron asustadas a los hermanos al ver que la pelota llegó a parar a una de las ventanas de la vivienda. Susan se acercó a ellas y olvidando cualquier disputa que tenía con Lucy, tómo la mano de esta y la menor tómo la mano de Violet, creando así una especie de cadena. Los niños entraron rápidamente a la mansión y cuando llegaron al salón donde se escuchó el ruido, sintieron que el alma abandonó su cuerpo.

La pelota estaba en el suelo, al lado de una armadura que parecía rota. Estaban en problemas.

—¡La Macready! —Exclamó Susan en voz baja cuando sintió el característico sonido de los tacones de la mujer acercarse a su posición.

Se miraron por un milisegundo, para luego correr lo más rápido que podían.

Susan y Violet, llevaban unos vestidos hasta la rodilla y zapatos con un pequeño tacón, por lo cuál se les dificultaba alcanzar a los demás. Sin embargo, se agarraron las manos y corrieron con todas sus fuerzas.

Edmund y Peter, quienes lideraban la carrera, comenzaron a tratar de abrir cada puerta que se les cruzaba, pero ninguna quería ceder.

Hasta que Edmund logró abrir una puerta, la puerta de la habitación del armario.

Capítulo editado.

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