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capítulo cero, reloj de arena

CERO.‏‏‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎‏‏‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎‏‏‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎‏‏‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎‏‏‎ ‎RELOJ DE ARENA

Thaos encendió el cigarrillo y dejó que el humo amargo se mezclara con la salinidad que tenía acumulada en los labios mientras suspiraba.

Cualquiera que lo viera en ese momento llamaría a los Servicios Infantiles para comunicar a las autoridades que un niño de doce años estaba fumando. La escena sería, cuando menos, inquietante: los adultos verían a un niño metido hasta la cintura en el mar, usando ropa deshilachada y con evidentes heridas aun decorando su cuerpo. Ellos no sabrían que las había obtenido en un accidente, así que asumirían que estaba siendo maltratado en casa.

Pero lo más inquietante de todo sería enfrentarse a su mirada vacía. Thaos había heredado los ojos dorados de su madre, lo cual lo volvía llamativo entre la población. Sin embargo, a pesar del vívido color —como si un experto artesano hubiera tallado y colocado sus iris en las cuencas— no bastaba para ocultar la carencia de vitalidad en él. Sumado a ello, su rostro tampoco colaboraba en aminorar el impacto: desde el accidente semanas atrás, era como si sus músculos hubieran perdido la capacidad de mantenerse firmes y ahora solo mostraban un nivel de expresión muy similar al de una roca.

Lo único bueno de la situación era que estaba anocheciendo. Thaos calculaba que en cuestión de diez minutos el sol se pondría y toda la playa quedaría a oscuras, cubriéndolo con un manto de invisibilidad.

Y es que en realidad, Thaos no estaba fumando. Él no era como los otros niños problemáticos de su escuela que se fugaban de clases, conseguían cigarrillos y dañaban sus pulmones con la nicotina; él conocía sus límites. Autodestruirse solo para encajar no estaba dentro de sus planes de vida.

Lo que realmente le interesaba era evocar el aroma de su madre. Ella siempre olía a Marlboro, al mar y a un perfume caro cuyo nombre no era capaz de recordar. Aquella peculiar fragancia significaba hogar.

Uno que ya no tenía.

Thaos recibió la cuchillada de dolor en su pecho sin retroceder, sin intentar distraer su mente de sus pensamientos afligidos. Esperó y esperó a que el miedo paralizante ante su incierto futuro llegara a él, que lo volviera loco de angustia y que lo impulsara a caminar directo hacia el mar para ahogarse entre sus olas.

Nunca llegó. No lo haría nunca.

Thaos suponía que debería aterrarse ante la posibilidad de no volver a sentir. La palabra clave era "debería" porque, por supuesto, no sucedió. No había nada. Tendría que estar muerto del miedo. No lo estaba.

Pero su madre sí. Muerta, en el sentido literal de la palabra. Ella nunca volvería a caminar a su lado por las playas de Baltimore, ella nunca volvería a cocinar su comida favorita mientras cantaba a todo pulmón sus canciones favoritas de Bon Jovi. Thaos no volvería a acomodarse en silencio sobre su regazo para observar al sol ponerse en la línea costera mientras compartían una barra de chocolate amargo.

Por eso estaba ahí: buscaba rescatar un poco de sí mismo al recrear cómo olía Lilith Campbell. Quería quitar de su memoria la pestilencia de la gasolina mezclada con la sangre, del humo negro de un fogón y de la carne quemada.

¿Estaba funcionando? Bueno, la respuesta era clara: no.

—Thaos.

El niño miró sobre su hombro. De pie en la playa, había un hombre solitario y vestido con un traje elegante y caro.

—Tío —dijo en voz alta, lo suficiente para que el recién llegado pudiera escucharlo por encima del rugido de las olas.

—Ven aquí, sobrino.

Thaos obedeció.

Apagó el cigarrillo en el mar, pero se aseguró de tenerlo bien sujeto entre sus dedos para que no se le escapara por accidente. Su cuerpo se estremeció cuando las frías brisas golpearon su ropa mojada. Apretó los dientes y se agachó para ponerse los zapatos sin molestarse en secarse y limpiarse los pies de la arena.

Solo cuando estuvo a la altura de su tío fue que se decidió a analizarlo.

Lysander Storace. Así era su nombre.

Una extraña aura rodeaba a Lysander. De rasgos elegantes y varoniles, encantadores y bellos. Llevaba el cabello achocolatado peinado sin dejar espacio a las imperfecciones y una barba recortada con precisión. Y lo más llamativo de él: su mirada turquesa.

Siempre creyó que el color irreal de sus ojos se debía a una enfermedad extraña, pero después del accidente estaba empezando a creer que había toda una verdad oculta debajo de un velo que, hasta entonces, le impedía ver la realidad tal y como era.

—He hablado con tus abuelos y con los fiscales —dijo su tío. Thaos agradeció que no hubiera recurrido al típico "¿estás bien?" para iniciar la conversación. Era más que evidente que no lo estaba—. Nathanael y tú no irán a juicio por lo que hicieron.

Thaos exhaló un suspiro quedito.

—Ya veo —contestó sin cambiar de expresión.

Lysander arqueó una ceja.

—¿Eso es todo lo que vas a decir?

Thaos se encogió de hombros.

—Se lo merecía —admitió en voz baja—. Ese monstruo quiso aprovecharse de la situación y hacerle daño a Aaron pensando que nadie lo defendería. Obviamente Nathanael y yo no íbamos a quedarnos de brazos cruzados.

—Y me alegro de que no lo hayan hecho —Lysander sonrió. Sus ojos brillaban con feroz admiración—. Estoy orgulloso de ti, sobrino.

Thaos volvió a encogerse de hombros, descartando el cumplido.

La verdad era que su tío en realidad no era su tío. Lysander era solo un viejo amigo de su madre. Ambos se habían conocido cuando cursaban la universidad y se volvieron inseparables a partir de entonces.

Lysander Storace no era un hombre cualquiera. En realidad, tenía una fortuna bajo sus manos. Era uno de los empresarios más poderosos del país, y Thaos no se refería únicamente al dinero.

Su tío era dueño de una de las mayores (si no es la mayor) empresa de seguridad de todo el país. Al ofrecer protección, seguros y un sinfín de servicios más, Lysander tenía entre sus manos una amalgama de información que podía poner en jaque a cualquier persona que hubiera contratado sus servicios. Muchos pagaban el doble para que Lysander mantuviera la boca cerrada y sus datos bajo llave en casos de escándalos.

Así que no se le había hecho difícil mover los hilos tras bambalinas y así evitar que su sobrino y Nathanael fueran a prisión (en el caso de Nathanael) o al psiquiátrico (en el caso de Thaos) por sus acciones. Había limpiado sus historiales y acelerado el proceso de adopción para Nathanael y Aaron, así los abuelos de Thaos tenían que concentrarse en preparar todo en casa para dar la bienvenida a la familia a los dos nuevos integrantes.

—Pero no estás aquí para decirme solo eso, ¿verdad? —inquirió Thaos.

Su tío asintió: —He venido a despedirme.

Thaos ladeó la cabeza a un costado. No estaba sorprendido por sus palabras, pero sí esperaba que se quedara un poco más con él.

—¿Por cuánto tiempo te irás?

Lysander elevó las cejas hasta formar dos arcos perfectos, pensativo.

—¿Unos días? ¿Meses? ¿Años? —Mientras hablaba, Lysander sacó una caja negra de uno de los bolsillos de su traje. Lo que Thaos vio en el interior de la caja hizo que sus entrañas se retorcieran en apretados nudos—. Uno nunca sabe las vueltas que da la vida.

Se trataba de una preciosa pieza de joyería de alta calidad: un collar. La cadena era de plata pura, mientras que el dije era un pequeño reloj que contenía arena blanca. Lo decoraban arabescos negros y bordes dorados similares al color de sus ojos. La nívea arenilla se agitaba de forma delicada dentro del cristal iridiscente, como si estuviera siendo balanceada por las olas del mar.

—¿Y eso?

—Un obsequio, sobrino —contestó Lysander—. Lo mandé a hacer en especial para ti. Te habrás dado cuenta por los detalles, ¿verdad? —Esperó a que Thaos primero asintiera antes de seguir hablando—. ¿Pero sabes una cosa? Creo que podemos hacer que este objeto sea aún más valioso... y divertido.

Thaos asintió de forma distraída. Sus ojos estaban fijos en el dije, en el modo en que el cristal reflejaba los últimos rayos de sol, transformándolos en destellos verdosos y dorados.

—Te escucho.

Hechizado por el dije, Thaos no se percató de cómo la afable sonrisa de Lysander se transformaba en una más desenfrenada y salvaje.

—Poco después de que nacieras, tu madre y yo tuvimos una conversación interesante —Lysander empezó a explicar mientras que Thaos seguía distraído—. Le comenté que no planeaba casarme ni tener hijos. No es mi deseo formar una familia, pero también necesito a alguien que pueda heredar mi trabajo y mi fortuna cuando llegue el momento de irme.

Thaos hizo un sonido vago. Estaba más concentrado en observar los pequeños granos de arena dentro del reloj que parecía ser polvo de luna.

Lysander le dio un toquecito al reloj de arena.

—Por supuesto, he pensado en nombrarte a ti como mi heredero.

Esas palabras hicieron que Thaos dejase de admirar el collar.

—¿Qué? —espetó de forma estridente. Aquello era lo más cerca que había estado de expresar alguna emoción en semanas—. ¿Quieres que yo...?

—Lastimosamente, nunca llegamos a acordar nada con ella. Lilith me dijo que te hablaría de esto cuando tuvieras la edad adecuada, pero... —Su discurso se cortó en seco. Tragó saliva para pasar el dolor de la pérdida antes de continuar—. Pero ahora te estoy hablando de esta posibilidad dado que ella ya no puede. Ya tienes edad suficiente para empezar a pensar en tu futuro.

Thaos pensó en los ojos turquesos de Lysander y en lo que causó el accidente: un gigante con un solo ojo.

—Yo...

—Primero termina de escucharme, ¿sí? No te arrepentirás.

Thaos asintió mordiéndose la lengua.

—Quiero convertirte en mi heredero, Thaos Campbell. Solo imagínalo por un momento: podrás tener todo lo que quieras a tu alcance. Yo mismo me encargaré de tu educación; nada te faltará. Tendrás influencias, contactos, riqueza. —Mientras hablaba, sus ojos iban adquiriendo un brillo tornasolado—. Siempre fuiste una persona ambiciosa, así que te ofrezco lo que tanto quieres: poder.

Por primera vez en días, Thaos sintió cómo se le cerraba la garganta y fue consciente de la repentina sequedad de sus labios.

Poder. Aquel era un concepto con el que Thaos estaba un poco familiarizado. Su familia no era ni de cerca tan poderosa como Lysander Storace, pero sí que había crecido acunado por un apellido reconocido en la ciudad.

Sin embargo, en esas semanas se había dado cuenta de que ese escaso prestigio no era suficiente. El prestigio no había salvado a su madre de morir, el prestigio no había evitado que un monstruo quisiera lastimar a Aaron. Su tío estaba en lo cierto: él siempre fue alguien ambicioso, claro, pero había una razón oculta detrás de esa cualidad que todavía no era capaz de desentrañar. El accidente y la posterior pérdida de su madre solo habían agravado su condición.

La apatía que se había instalado en su pecho era su única compañera hasta ese momento. Porque cuando Lysander mencionó que Thaos podría cruzar los límites de su propia posición en el mundo, se despertó dentro de él un hambre voraz.

Thaos apretó su agarre en el reloj, como si temiera que su tío fuera a quitárselo de un momento a otro.

(Solo que no desconfiaba; le era imposible sentir una emoción parecida al miedo. Pero si intentaba arrebatarle el collar, Thaos le mordería los dedos)

Lysander colocó su mano sobre la de Thaos. Su piel estaba fría al tacto, lo que hizo que el niño pensara por un momento que tenía fiebre alta. Lysander giró el reloj, colocándolo hacia abajo. La fina arena comenzó a caer, pero pronto Thaos se dio cuenta de que no era un artefacto normal. Los granos caían con una lentitud exagerada, casi mágica.

—Lilith me dijo que debía de estar seguro de mi decisión, así que he pensado en ponerte a prueba. Antes de que caiga el último grano de arena, vendré a ti y te ofreceré cumplir con un deseo que tú tengas en ese momento. Si aceptas mi propuesta, tú renunciarás a ser mi heredero y me darás algo a cambio.

—¿Y si no te pido nada?

Lysander soltó una carcajada alta.

Thaos había planteado qué sucedería si, llegado el momento, no le pedía nada a su tío, pero no qué ocurriría si rechazaba de inmediato el trato que le ofrecía.

—Si no me pides nada, entonces te nombraré mi heredero.

—¿Solo eso? —Lysander asintió—. ¿Entonces nos volveremos a ver antes de que caiga el último grano? —preguntó Thaos agitando su nuevo collar.

Lysander esbozó una sonrisa enigmática, mas no respondió.

—Dentro de poco vendrá un viejo conocido a verlos —dijo, en cambio—. Él tiene buenas intenciones. Te explicará a ti y a tus hermanos toda la verdad detrás del accidente y las cosas que han visto a lo largo de los años.

Thaos frunció el ceño, olvidándose por completo del trato que su tío le ofreció.

—No quiero que nadie se acerque a mis hermanos —afirmó con un tono parecido al disgusto.

—Él no les hará daño.

Confiaba en su tío, así que asintió.

—¿Puedo saber el nombre de tan misterioso personaje, al menos?

—Por supuesto, sobrino. Se llama Quirón.

Thaos repitió el nombre en su cabeza. Por alguna razón se le hacía familiar, pero no podía recordar exactamente dónde lo había escuchado antes.

Lysander puso una mano en su hombro y le dio un apretón firme.

—Ha llegado el momento de despedirse... por ahora —dijo su tío. A estas alturas la noche ya había caído y Thaos solo se dio cuenta de ello en ese instante—. Hasta entonces, sobrino. Espero muchas cosas de ti.

Y con esas últimas palabras, Lysander Storace caminó de regreso a la playa hasta convertirse un punto negro en la distancia para luego desaparecer como si nunca hubiera estado a su lado en primer lugar.

Nota: Bueno, ¿qué tal el prólogo? Empezamos fuerte, eh. Creo que con esta introducción quedó claro el tono de este fic. 

Es muy pronto para preguntar qué opinan de Thaos, pero lo haré de todos modos JAJAJ. ¿Qué opinan de mi niño? 

No se olviden de votar y comentar✌️

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