Capítulo 21
Quien me iba a decir a mí que un viernes a las 10 pm, nos encontraríamos Stephen, Betty y yo, en un avión con destino a Vancouver para encontrarnos con Matthew.
El locutor había insistido en acompañarnos, por lo que nuestro viaje se retrasó para el fin de semana.
No sabía si estaba nerviosa por viajar en un avión por primera vez o porque vería a mi repostero favorito en menos de 24 horas.
Jenna nos había ayudado dándonos la dirección de su apartamento y sus padres nos ofrecieron quedarnos en su antigua casa, algo lejos de la cosmopolita ciudad, pero por lo menos no tendríamos que pagar hospedaje. En los últimos meses la abuela se había hecho gran amiga de toda la familia Proulx y de vez en cuando los invitaba a casa a cenar. Por lo que su amabilidad no me sorprendía en lo absoluto.
Betty se encontraba a mi lado ojeando una guía turística que había comprado en el aeropuerto y Stephen no dejaba de escoger lugares para visitar todos juntos.
-Saben que no venimos a hacer turismo ¿no? -les comenté con una sonrisa, era divertido verlos entusiasmarse por conocer un sitio nuevo.
-Tenemos dos días para ir a los lugares más emblemáticos. Hay tiempo de sobra, que Matthew y tú se conviertan en novios nos quitará una media hora de viaje. -Betty me regaló un guiño y no pude evitar sonrojarme con su comentario, Matthew y yo novios, era algo que realmente deseaba que sucediera.
-Quisiera conocer a los demás jurados, espero que pueda presentarnos con ellos. -comentó Stephen y Betty arqueó sus cejas.
-¿No querrás conocer a Sylvie Hann específicamente? -refunfuñó mi amiga, y cualquiera que no la conociera diría que estaba celosa.
-No, los admiro a todos por su trabajo, no por su belleza. Además, mi corazón le pertenece a una tal Betty, no sé si la conoces. -comenzaban a ponerse amorosos otra vez. Rodeé mis ojos y sonreí, el viaje sería largo con estos dos confesándose sus sentimientos a cada rato.
Ocho horas y quince minutos en el aire eran suficientes para volverme loca. Llegamos a Vancouver temprano en la mañana con el mejor de los tiempos en verano. El cielo despejado y el cálido clima nos permitirían disfrutar de las atracciones de la ciudad.
Los Proulx nos habían dicho que la mejor forma de viajar por Vancouver era en el transporte público, por lo que lo primero que hicimos al bajar del avión fue comprar nuestras tarjetas de Compass Card, para así movernos con mayor facilidad.
-No venimos de turismo-tuve que repetirle a mi mente porque me estaba quedando fascinada con lo poco que estaba viendo de la ciudad.
Betty había hecho un itinerario para así organizarnos en el viaje. Nuestra primera parada sería en el hogar que los padres de Matthew nos habían ofrecido. En el barrio de North Vancouver, cerca del departamento del repostero.
Montamos el Sea Bus en la estación de Waterfront, nunca antes había montado en un ferry y tengo que admitir que la experiencia fue fantástica, ya estábamos comenzando a hacer recuerdos para siempre. Justo al frente del barrio, pero separado por el mar, pudimos ver el famoso Downtown que albergaba el corazón de la ciudad. Stephen se moría de ganas por visitarlo.
Llegamos a la casa de los Proulx media hora más tarde, luego de tomar un autobús que nos condujo hasta el vecindario.
El lugar era muy bonito y espacioso, estaba algo empolvado pero no inhabitable, quedamos en limpiarlo antes de irnos a dormir en la noche, porque llevábamos prisa, teníamos una misión que cumplir. No podía creer que estaba en la casa donde Matthew había vivido en sus años de adolescencia. Lo imaginé en la cocina haciendo sus pasteles y en el salón sentado para ver la televisión. Todo me recordaba a él, como si les hubiera dejado su esencia o era que yo estaba comenzando a alucinar por mis nervios.
Cinco cuadras más arriba en una zona residencial, se encontraba el apartamento de Matthew. En un edificio elegante, cubierto de cristales y extremadamente moderno. Todo era tan diferente a Quebec, que me sentí abrumada.
Al preguntarle al portero por Matthew, nos informó de que había salido muy temprano, y que no estaba seguro de que a qué hora regresaría. Me entristecí con su respuesta, tendría que seguir esperando para confesarle lo que siento.
Stephen y Betty trataron de animarme, y por cuestiones de tiempo tuvimos que seguir con nuestros planes de recorrer Vancouver. Teníamos que aprovechar el viaje. Me hacía ilusión hacerlo, pero cuando tomé la decisión de venir a esta ciudad me imaginé recorrerla de su mano y no sola, o bueno con mis amigos.
Nuestra siguiente parada fue todo un reto cargado de adrenalina. Fuimos en busca del puente suspendido de Capilano, una de las atracciones más turísticas de la zona. A una elevación de 70 metros sobre el río, es toda una locura para los que le temen a las alturas. Betty, la pobre, intentó vencer su miedo, pero fue imposible. La vista era hermosa, pero igual de impactante.
Queríamos subir también la Grouse Mountain, pero ya eran demasiadas alturas por un día, prometimos que en nuestro próximo viaje lo haríamos -si había próximo-. Un señor muy amable que encontramos por el camino nos comentó que durante el invierno se convertía en una estación de esquí, por lo que nos embulló a visitarla cuando hubiera nieve.
Llegamos al barrio Gastown, y encontramos la parte antigua de la ciudad. Con sus edificios típicos de la arquitectura inglesa, y sus amplias aceras. Sin dudas el barrio más colorido de Vancouver; hogar de diversos cafés, restaurantes, tiendas y oficinas, pero lo más llamativo de este es el Steam Clock.
En el cruce de las calles de Water Street y Cambie Street se encuentra el famosísimo reloj a vapor, no vacilamos en esperar a que marcara una hora en punto para disfrutar del pequeño espectáculo. Fue de mis momentos favoritos en el viaje.
El Chinatown nos envolvió en su cultura, y Stephen nos embulló a conocer la gastronomía asiática.
-Tienen que probar esto.
Comimos unos rollitos de primavera, que estaban de maravilla, y nos otorgaron las fuerzas para continuar haciendo turismo, después de todo este viaje se había convertido en eso, en un viaje de turismo.
Recorrimos el Stanley Park en bicicleta, fue maravilloso disfrutar de la naturaleza, ver una gran cantidad de diferentes especies de animales y conocer la cultura de las First Nation, que eran de los nativos de la zona. Betty y yo obligamos a Stephen a que nos tomara más de cien fotos frente a sus totems y esculturas. Esos eran lugares que no solo merecían quedarse en nuestro recuerdo.
Mis amigos, habían planeado para ellos una escapada romántica, y yo no quería ser un estorbo. Habían escuchado lo maravilloso que era presenciar el atardecer en la playa de English Bay y no quería que por mi culpa no pudieran disfrutarlo. Los dejé solos y les dije que tomaría el autobús de vuelta a North Vancouver para intentar encontrarme con Matthew, y así lo hice.
Con los nervios una vez más disparados me adentré en el majestuoso edificio de cristal. El portero para mi sorpresa no se encontraba en su puesto de trabajo por lo que nadie impidió que subiera el elevador hasta el piso 13. No sabía si era por mi claustrofobia, o por mi impaciencia por verle, pero estaba comenzando a sentir en mis oídos los latidos de mi corazón.
Las puertas del aparato de metal se abrieron con extremo cuidado y me encontré en un pasillo despoblado buscando desesperadamente la puerta número 136. Toqué a su puerta tres veces, pero nadie contestó, esperé unos segundos para repetir mis acciones cuando una chica alta, de cabello oscuro y ojos marrones me recibió con cierta curiosidad.
-Hola. -saludé amablemente, al parecer me habían dado la dirección mal.
-Hola ¿Deseas algo? -tenía una sonrisa radiante, de esa de chica de comercial.
-Estaba buscando a Matthew Proulx, ¿me pudiera decir cuál es su apartamento?
-Es este ¿Quién te dio la dirección? y ¿por qué te dejaron entrar al edificio? No nos molesten más, no hablaremos con la prensa. -la chica no me dejó responder a sus preguntas, simplemente cerró la puerta y la escuché decir desde dentro. -Creí que era una vecina, pero resultó ser una periodista, cada día están mejor, tenía un acento muy marcado, ahora fingen ser turistas.
¿En que cabeza cabe que soy una periodista? Mi inglés es marcado porque no suelo practicarlo, pero no estaba fingiendo.
Volví a llamar a la puerta con la misma seguridad que antes, pero mientras pensaba en lo sucedido perdía el impulso. -¿Quién era esa chica?
Mi corazón se desplomó y dejé de tocar. Y si ella era la razón por la que Matthew no volvía a Quebec, ¿En cuatro meses lograría olvidarme?
Me alejé del apartamento y caminé hasta el elevador. Sentí la puerta abrirse pero ya yo estaba demasiado lejos como para que pudieran verme. Salí del edificio con el corazón en el pecho, y me alejé por las calles de Vancouver con lágrimas en mis ojos.
No había hecho nada más que el ridículo al venir a esta ciudad para luchar por mi amor.
Matthew estaba bien, no pensaba en mí, el que no quisiera volver a Quebec ya era una señal de que no quería volver a verme nunca más.
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