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Capítulo 2

Cuantas cosas cambiaríamos en nuestra vida si pudiésemos ver el futuro. Si supiéramos qué sucederá la semana entrante, la hora próxima o el minuto siguiente. El día después del cumpleaños de Cloe había traído más sorpresas de las que hubiéramos deseado, y nunca nadie dijo que las sorpresas fuesen buenas. Aquella mañana deseé tener ese poder, el de saber el futuro, supongo que me hubiera evitado de cometer ciertos errores.

Daba la sensación de que era un día normal, que nada extraño podía suceder. Seguí mi rutina para ir al trabajo, había desayunado con las chicas y les había pedido ayuda para poder arrancar el coche.
A pesar de que las calles permanecían húmedas por la lluvia, no tuve ningún contratiempo en el camino. Más de una vez había visto coches resbalar por las carreteras lisas.
El Barrio estaba casi desolado, aún era muy temprano para que los turistas salieran a conocer la ciudad. Descendí con cuidado por las antiguas "Escalier de la Basse-Ville" más conocidas como escaleras rompe cuellos, al parecer no había sido yo la primera persona en caer de ellas durante el invierno.
Estaba justo en la mitad del camino, cuando frente a mi tienda, logré ver a un hombre impaciente. Me apresuré a su encuentro, por lo general no tenía clientes tan temprano, pero debía dar una buena imagen a todo el que por allí pasaba. No quería hacerlo esperar más de lo que aparentaba que había estado esperando.
—Buenos días — Saludé amable, el hombre no hizo más que mirarme con indiferencia y supuse que debía de haber tenido un mal despertar.

—¿Es usted Zoe Girou? — se acercó a mi lado cuando notó que me dirigía a abrir la tienda.

—Sí, ¿en que puedo ayudarle?

—Necesito que desaloje este local— su voz era fría, casi como si lo que acabara de decir no significara el final para una persona, que en ese caso era yo.

—¿Qué dice? —El hombre recorrió mi rostro con la mirada, claramente yo estaba perdiendo los colores de mi piel.

—He heredado este sitio, mi abuelo falleció hace tres días y esto es todo lo que quedó de él. —Su voz se oyó un poco más suave, pero seguía pareciéndome altamente insensible. Me quedé consternada, el viejo Paul había muerto y ni siquiera nos habíamos enterado.

—¿El señor Paul murió? ¿Cómo?

—Tuvo un ataque al corazón, decidimos incinerarlo.

—Pobre Paul, la abuela se pondrá muy triste. — comencé a sentirme mareada, necesitaba tomar asiento urgentemente. Terminé de abrir la puerta de la tienda y me senté en unas de las butacas que tenía en exposición. El hombre me siguió sin siquiera pedir permiso y se acomodó en la butaca del frente. —Lamento su pérdida.

—Gracias, en cuanto a lo de desalojar la tienda, ¿mañana mismo podría ser posible? —me incomodó la sequedad de su voz y lo mire a los ojos segura de encontrar las palabras correctas para contestarle.

—No, por supuesto que no. Su abuelo y yo teníamos un contrato firmado, yo he cumplido pagándole el alquiler cada mes, no puede hacerme esto.

—Su contrato vence dentro de tres meses, y yo no pienso renovárselo. Tarde o temprano tendrá que marcharse de aquí. —Trataba de imponer su ley sobre algo que le parecía lógico, pero yo no pensaba rendirme tan rápido.

—Pues en tres meses me echará, mientras tanto tengo derecho a permanecer con mi tienda.

—¿Cuánto tendría que pagar para que usted accediera a marcharse antes de los tres meses?

—Nada, no quiero nada. Estaré aquí hasta el último día que me quede del contrato, incluso si consigo otro local. —Estaba comenzando a recuperarme del aturdimiento, el sujeto me estaba haciendo perder mis modales.

—Señorita Girou, podemos llegar a un acuerdo, quizá si yo le brindo otro local, usted pudiera desalojar este. — Hablaba con superioridad, como si estuviera tratando de convencer a un niño pequeño de que debe irse a dormir temprano.

—No creo que me esté entendiendo Mr... ¿Cuál es su nombre?

—Soy Matthew Proulx.

—Bueno, Mr. Proulx, este sitio ha sido mi modo de escape por tres años, mi fuente de ingresos, justo ahora que he logrado hacerme de clientela, se aparece usted con qué quiere desalojarme y más que eso, la seguridad de que dentro de tres meses ya no estaré aquí, solo porque usted ha tenido la suerte de heredarlo de su abuelo y tiene otros planes para él. Aguantaría incluso que me subiera el alquiler, pero jamás soportaría desprender mi corazón de esta tienda.
—Entiendo que está unida sentimentalmente a este local, pero póngase en mi lugar, yo también tengo derecho a disponer de él. —nunca había visto unos ojos azules tan expresivos, decían a gritos que me marchara, que no tendría más opciones. Por las buenas o por las malas, leía en su mirada.

—Veo que ninguno de los dos queremos dar nuestro brazo a torcer. Me quedó claro que me tengo que marchar dentro de tres meses. Ahora si me disculpa necesito organizarlo todo para abrir la tienda, los clientes deben estar al llegar.— me levanté sacando las fuerzas que alguna vez había tenido para enfrentar los problemas y abrí la puerta para invitar a salir a la visita no deseada.

—¿Alguien entra a esta tienda? — preguntó en tono de burla antes de marcharse.
Pensé en contestar, pero no lo hice, su comentario fue duro de escuchar. Si bien no siempre estaba repleta de gente, nunca me iba sin al menos haber vendido un diminuto lazo.

Lo vi alejarse, con paso seguro y triunfante. Los nervios empezaron a apoderarse de mi cuerpo. Todo lo que había logrado construir estos últimos años, estaba a punto de desaparecer.
¿Qué haría? Tendría que empezar de nuevo, y claro está que no sería en el mismo Barrio. ¿Dónde podría yo encontrar un local en un sitio tan bueno como este?
Pasé la mayor parte del día pensando en la tienda, con cada objeto que tocaba me imaginaba que quizás en el próximo local ya no estaría colocado en el mismo estante. Me reproché a mí misma ya tener tan claro que tenía que marcharme, sufrir desde ese preciso momento lo que pasaría dentro de tres meses.
Betty fue mi salvación cuando a mitad de la tarde apareció para hacerme compañía.

—Tengo buenas noticias. —me comunicó mientras ordenaba las alfombras bordadas. —Mr.Stephen recibe cartas de admiradoras.

—¿Esa es la buena noticia? — le pregunté con desgano.

—Claro, podrías mandarle una y confesarle tu amor por él. — dijo mientras se llevaba las manos al corazón.

—Admiración no es amor Betty, por mucho que algunas personas no sepan diferenciarlo.

—Pero tú sueñas con cómo sería, y piensas en él más de lo necesario. No niegues que alguna vez te has imaginado entre sus brazos.

—Como tú te has imaginado entre los brazos de Chris Evans —. Logré sonreír un poco.

—Ah pero yo nunca negué que no amara a el capitán América. —Me señaló con el dedo y ambas reímos a carcajadas.

—Con 25 años, Zoe, tenemos derecho a amar con locura a Chris Evans y a un locutor de la radio.

—Por personas como tú es por lo que tienen guarda espaldas los famosos. — Betty se llevó la mano al corazón fingiendo ser golpeada y rompimos en un mar de carcajadas.

—No pierdes nada con intentar, hoy en día Zoe, los príncipes azules no llegan de casualidad, tenemos que buscarlos nosotras mismas. Dar el primer paso.

—A ver si resulta ser un señor mayor y tú insistiendo en que le escriba una carta. —Confesé mientras pensaba en la voz de Mr. Sthepen.

—No creo que sea mayor, tiene una voz muy marcada. Yo diría que aparenta entre 30 y 35, eso con optimismo de que no sea un anciano.

Fue el único momento del día en que no estuve pensando en la tan mala noticia que había recibido en la mañana.
Regresé a casa bien tarde en la noche, no quería comunicarle a la abuela lo sucedido, además de que no podía permitir que sufrieran lo que para mí se había convertido en la pérdida de mi lugar favorito en el mundo. Mañana hablaría con más calma.
Caí en la cama y cerré los ojos, rezando evitar mortificarme una vez más. Rogué olvidar este día y aunque no lo había hecho desde que supe la noticia, derramé las primeras lágrimas de la noche...

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