Capítulo 15
Por alguna razón, hubiera sentido un gran alivio si Mr. Stephen no hubiera aparecido para nuestra cita. Pero lo hizo, y yo tenía que enfrentarme a eso.
No entendía la gravedad de mis nervios, verle doblar la esquina y acercase a mí perfectamente vestido y perfumado, me habían hecho despejar mis dudas.
Las citas siempre me habían parecido un reto, solo teníamos dos opciones, podíamos acabar bien o terminábamos muy mal. Para mi desgracia mi historial de citas no era bueno, y esperaba que en esta por lo menos no terminara con algo entre los dientes.
—Estás preciosa. —fueron las primeras palabras que le escuché decir cuando se acercó a mí, y como era de esperarse mis mejillas se tornaron de un color rojo chillón.
—Gracias, tú estás muy guapo. —me regaló una sonrisa antes de besarme en mejilla. Era Mr. Stephen, y yo aún no podía creerlo.
—¿Nos vamos? —asentí con timidez, me ofreció su brazo para así guiarme por la calle de adoquines y comenzamos una pequeña caminata hasta llegar a nuestro destino. —Conozco un lugar muy bueno aquí mismo en el barrio, quizás ya lo hayas visitado. —me alegraba que no quedara entre nosotros un incómodo silencio, como me solía suceder con Matthew.
Llegamos a la Rue 52 du Petit Champlain y nos detuvimos frente a un pequeño restaurante con fachada luminosa y decoración animada; macetas colgadas imitando campanas, esculturas de conejos con aspecto caricaturesco y las luces brillantes de guirnaldas, nos indicaron que estábamos nada más y nada menos que en el famoso restaurante Le Lapin Sauté.
—Espero que te guste la comida Europea. — no había podido elegir un mejor sitio para nuestra cita, si queríamos ser transportados hacia otro continente a través de la comida, este era el lugar ideal.
—Me encanta. —me traía muy buenos recuerdos, mamá y papá solían traernos a Cloe y a mí en noche buena. Pensé en ellos, once meses habían pasado desde su accidente y yo aún no podía hablar del tema, era mejor así, Cloe y la abuela me necesitaban fuerte.
—¿Entramos? —Stephen logró desviar mis pensamientos y traerme de nuevo a la realidad.
—Por supuesto.
Fuimos recibidos en la entrada por un mozo muy bien vestido. Stephen había hecho la reservación desde ayer, por eso no tuvimos inconveniente para que nos mostraran nuestra mesa.
El lugar estaba casi lleno, era muy acogedor y tenía el ambiente perfecto para una cita romántica, pensar en ello me puso mucho más nerviosa.
—¿Que tal tu día? —mi día, una gran pregunta, lo malo era respuesta. Lo primero que me vino a la mente era que en todo el día no había probado ninguno de los maravillosos pasteles que preparaba Matthew. Ya me había adaptado a ellos.
—Bien, fue un día normal. —había sido todo menos normal, solo con el hecho de prepararme para una cita ya salía de mi habitual rutina.
El mozo nos acercó el menú con amabilidad, no tuve ni que leerlo para saber que deseaba un Duck Confit, un plato de cinco estrellas y el que siempre pedía cuando visitaba el restaurante. Stephen prefirió una Cassoulet, y pidió para ambos una botella de vino típico de la región.
—¿Cómo va la tienda? —me preguntó mirándome a los ojos, y si soy sincera aunque seguía poniéndome igual de nerviosa, ya no me costaba sostenerle la mirada. Estaba perdiendo que causara ese efecto en mí.
—Creo que logrará salir adelante, he conseguido sustituir los objetos robados y estoy muy satisfecha con el resultado. Supongo que es como dicen, lo que sucede conviene, aunque eso signifique que me roben la inversión. —ambos reímos, estaba perdiendo la vergüenza y ni siquiera había probado el vino aún.
—Me alegro mucho. Cuéntame, Zoe ¿cuáles son tus gustos? —había llegado el momento de comprobar cuántas cosas teníamos común.
—Me gustan los croissant, las tartas de limón y las donas. —No estaba segura si se refería a ese tipo de gustos, pero fue lo primero que se me pasó por la cabeza, eran los dulces que Matthew me había regalado.
—Ya veo que te gustan los postres. —rio ante mis despistados intentos de centrarme en la cita.
—Sí, ¿cuáles son los tuyos? —pregunté tratando de ser amable y comunicativa, Stephen no podía sacar siempre el tema de conversación.
—Bueno a mí me gusta la música, leer y montar a caballo, pero también me gustan los postres. —ya empezaba a saborear los efectos de mi primera metedura de pata ¡A esos gusto se refería!
—A mí también me gustan esas cosas. —esbocé una sonrisa tratando de esconder mi rubor. —Tu programa de radio es una de las cosas que me gustan, disfrutamos mucho en casa escuchándote. —confesé.
—Me alegro, la emisora siempre quiso tener un programa como ese, a las personas les gusta interactuar con el locutor y para muchos es una bonita forma de confesarle a otros lo que sienten delante de todo el mundo. —su forma de expresarse era algo que me cautivaba, incluso antes de conocerlo en persona. Aún así, no dejaba de pensar en llamar un día a su programa y confesar mi cariño por alguien más.
—Nunca me he atrevido a llamar, creo que no sabría qué decir.
—Es que aún no has encontrado la ocasión para hacerlo, ni el motivo especial. Cuando lo encuentres, verás que las palabras salen solas. —por un momento creí que éramos viejos amigos, Stephen siempre sabía que decir.
El mozo se acercó con nuestra orden y comimos en silencio aquellos deliciosos platillos. Me preguntaba si Matthew sabría hacer pato confitado, después de todo era Chef y repostero ¿no? Tuve ganas de preguntarle, ni siquiera sabía para qué, pero me daba curiosidad.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando vi entrar por la puerta principal a unos nuevos comensales. La chica era muy guapa, llevaba un escote pronunciado y era de aquellas personas que llaman la atención sin tener que esforzarse para ello. Al chico lo conocía bien, era el propietario del local de mi tienda, y hasta hacía un momento el que ocupaba mis pensamientos. De todos los restaurantes que existen en Quebec ¿tenían que venir aquí?
Nuestras miradas se encontraron, y pude notar como se tensaba su mandíbula. Me removí en mi asiento incómoda, tratando de ignorar su presencia. Lo más recomendable era fingir que no lo había reconocido.
Para mi mala suerte, el mozo les indicó que se podían sentar en la mesa que estaba justo al lado de la nuestra, tuve que retener el impulso de levantarme y salir corriendo.
¿Quién era esa chica? y ¿por qué me importaba? Eran las interrogantes que atormentaban mi mente.
—¿Estás bien? —la pregunta de Stephen me tomó desprevenida ¿Estoy bien?
—Más o menos. —estaba experimentando cierta falta de comprensión por parte del universo, de verdad quería marcharme de allí.
—¿Te sientes mal? Zoe, puedes decirme lo que sea. Has estado con la cabeza en otra parte todo el tiempo. —su tono compresivo me dio seguridad, y en sus ojos pude ver que esta cita nos estaba llevando por otro camino.
—Lo siento mucho, Stephen. Es cierto, mi mente está algo confundida. —fui sincera, él no se merecía perder el tiempo por mi culpa.
—No te preocupes, me había caído la duda desde que te recogí hoy en la tienda, me mirabas diferente. Igual podemos ser amigos, eres alguien muy especial. —me agradó aún más que Stephen me quisiera como amiga. No quería convertirme en una rompe corazones de la noche a la mañana.
—Tú también lo eres, me alegro mucho de haberte conocido. —había sido un alivio para mi alma. Stephen y yo estábamos destinados a conocernos, pero no a enamorarnos.
Tampoco era que estaba segura de que Matthew era el chico ideal para mí. No después de tenerlo a mi lado cenando con otra chica. Mil y un insultos pasaron por mi mente para decirle, pero igual no me atrevía a mirar a su mesa, me bastaba con lo que había visto.
—¿Me contarás qué te pasa? —esta vez fingió hacer un puchero.
—Puede que el causante de mi confusión esté más cerca de lo que piensas. —Stephen recorrió todas las mesas con la mirada y me confesó sonriendo.
—El chico de la mesa de al lado está demasiado rojo, eso no es normal —lo acompañé a reír.—además de que no deja de mirar para acá. —añadió con mayor seriedad.
—Ya, la chica que tiene en frente explica muchas cosas también. —no pude evitar sentirme decepcionada, Matthew se suponía que debía ser diferente.
—No todo es lo que parece, míranos a nosotros, veníamos por una cita romántica y terminamos siendo amigos. —sonreí más animada, Stephen era de las mejores personas que había conocido en mi vida.
—Es verdad, por cierto, olvidé decirte que mi abuela quiere conocerte y mi hermana también. Son fans tuyas, podrías venir a casa a cenar en estos días. —Stephen asintió con gran entusiasmo.
—Con mucho gusto, por el trabajo no suelo salir mucho, y la verdad es que no conozco a casi nadie en Quebec. Me mudé cuando comencé el programa, pero mi familia vive en Montreal. — me gustó saber más sobre él, además de que su charla me estaba distrayendo para no mirar a la mesa de al lado.
—Pues no se diga más, estás invitado las veces que quieras a casa, a la abuela le encanta recibir amigos. Tengo que advertirte que especulamos muchísimo con tu aspecto físico, la abuela creía que tenías su edad. —ambos reímos hasta más no poder, era la primera vez que no acababa mal una cita.
—¿Pedimos el postre y nos vamos? —me sugirió y yo asentí. No podía pensar en que Matthew estaba cerca acompañado de alguien más.
Ambos pedimos un Pay salado de miel con crema, y lo degustamos con gran placer. Este tipo de postres siempre eran todo un descubrimiento para mi paladar.
Al poco rato abandonamos el restaurante con Stephen insistiendo en que pagaría el solo la cuenta, y yo con el bache económico que acababa de superar no insistí mucho tampoco. Le prometí que en la próxima invitaría yo.
La última vez que me atreví a mirar hacia donde se encontraba Matthew, lo vi firmar unos papeles con desesperación, se marchó después de eso, dejando a la chica sola con la orden servida. Aún así, mi mente no quiso sacar conclusiones apresuradas, después de todo, Matthew y yo no éramos nada.
Stephen me llevó a casa, y me brindó una de las cosas que más valor tenían para mí en la vida. Su amistad.
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