Capítulo 13
Radio (...)
/—Bienvenidos amigas y amigos, espero que todos estén bien en esta maravillosa noche, yo soy Mr. Stephen y los invito a que nos acompañen para hacer de la música nuestra mejor consejera. Recibamos nuestra primera llamada.
/—Hola, soy April Green.
/—Hola, April ¿qué podemos hacer por ti?
/—Hoy, por primera vez, después de mucho trabajo, mis libros comenzaron a venderse en las librerías de la ciudad. No vendí ni uno, y no mentiré, me siento algo desanimada, pero quiero escuchar mi canción favorita en la radio, quiero que todos los que hayan tenido un mal día también la escuchen, que sepan que mañana será un nuevo comienzo y que no debemos perder la esperanza.
/—Que hoy no se hayan vendido tus libros, no significa que mañana no lo hagan. Siempre habrá alguien dispuesto a darle una oportunidad a tu obra. April ¿cuál es el nombre de tu libro?
/—"El sonido de tu voz" es de romance.
/—Mañana iré a comprarlo, tengo curiosidad por leerlo. Ahora dime April ¿cuál es tu canción favorita?
/—I'm still here. Gracias por todo, Mr. Stephen.
/—De nada, April, y suerte con tu libro. Amigos y amigas con ustedes Jim's Theme cantando tan maravillosa canción. /
(Música)
—Compraré su libro, pobre, me imagino como se debe de sentir. —comenté reclamando la atención de Matthew, que desde que había encendido la radio se encontraba distante.
—Umm. —sonó como una afirmación, pero no era lo que esperaba de él. No quería que nos convirtiéramos otra vez en extraños.
—¿Quieres un sándwich? —habíamos decidido dejarlos para la cena, y ya era tarde.
—No tengo hambre, gracias. Puedes comerte el mío, si quieres. —estaba empezando a enojarme, no quería hablar conmigo, no quería comer y mucho menos mirarme, Matthew se había alejado de mí y la única causante de eso era yo. No era mi culpa que no sintiéramos lo mismo, no quería que termináramos así. Apagué la radio, poco me importaba ya el programa. Necesitaba escucharle.
—Matthew, aún nos quedan dos horas de viaje, es mucho pedir que no estés molesto conmigo.
—Nunca he estado molesto contigo, Zoe. Es solo que estoy algo cansado por el viaje. —estaba segura que trataba de justificarse, porque algo en su voz me decía que no lo estaba pasando bien. Se inclinó y volvió a encender la radio, pero yo la apagué nuevamente. —¿No quieres escuchar el programa? —me preguntó confundido.
—No, ya no. —y era cierto. —Siento que hayas tenido que venir conmigo. Mañana mismo buscaré el Fiat en el taller y lo venderé. Compraré un auto nuevo. —llevaba días pensándolo, además de que sería la única forma en la que pudiera pagarle a Betty su préstamo.
—Zoe, yo puedo seguir acompañándote si necesitas buscar mercancías. No vendas el Fiat. —me miró a los ojos por primera vez en la noche.
—Tú ya no te sientes cómodo con mi compañía ¿cómo podrías aguantar tenerme más tiempo en tu coche? —eso era lo que me había hecho creer después de que yo no dijera nada con respecto a su confesión.
—¿Cómo llegaste a esa conclusión, Zoe? Es incómodo después de lo que te dije, pero no significa que no te quiera cerca. Me gusta tu compañía. —me quedé más tranquila, Matthew no quería apartarme. Pero lo de la venta del Fiat se mantenía.
—Eres muy bueno conmigo, gracias por ayudarme. Ahora por favor, tenemos que comernos los sándwich, si la abuela ve que los llevo de vuelta no sabes la que nos va a caer. —ambos reímos con fuerza, ya estábamos más relajados.
En lo que restaba de viaje nos entretuvimos contándonos historias de cuando éramos adolescentes. Conocí mucho más de Matthew, me confesó que siempre había tenido un gran amor por la cocina, y principalmente por la repostería. Que se había graduado de Chef en la prestigiosa escuela de gastronomía de Vancouver y que cuando tenía 12 años había hecho su primer pastel de manzana.
No pude evitar imaginármelo, un chico de pelo negro, ojos azules y un acné pronunciado en su rostro, usando un delantal y un par de guantes para sacar su pastel del horno. Así era como se describía y me hizo reír en muchas ocasiones.
Llegamos a Quebec pasadas las 10 pm, estábamos agotados, pero aún nos quedaba energía para despedirnos de la forma correcta.
—Ha sido un día muy raro ¿no? —me preguntó mientras me ayudaba a cargar las cajas dentro de la casa.
—Sin duda, deberíamos ir más seguido a Montreal a visitar a los Blaure. —le sugerí, aunque ya mis adorados amigos nos habían hecho la invitación.
—Sí, quizá Jenna se embulle a venir la próxima vez, no conoce la ciudad.
—Podríamos ir todos a inicios del verano. —acomodó las cajas en el recibidor en cuanto abrí la puerta.
El delicioso aroma a chocolate nos dio la bienvenida, y seguimos su rastro para encontrarnos con Cloe, Jenna y la abuela teniendo una animada charla en el salón.
—¡Por fin llegan! Estaba empezando a preocuparme ¿Qué tal el viaje? —preguntó mi hermana emocionada, su mirada bailaba entre Matthew y yo esperando que alguno de los dos confesara cómo había sido nuestra tarde.
—Fue un viaje tranquilo, no hubieron contratiempos. —se había animado a hablar mi compañero de viaje.
—¿En serio? ¿No sucedió nada interesante? —la abuela no estaba conforme con su respuesta.
—Si con interesante te refieres a que casi atropellamos a una ardilla a la salida de Quebec, pues entonces sí. —pasamos un susto de muerte, pero por suerte Matthew detuvo el coche a tiempo y el animalito logró escapar de la carretera.
—Zoe, me refiero a si algo ha cambiado entre ustedes. —se atrevió la abuela a admitir.
—¡Abuela! —estaba avergonzada, al parecer todos habían notado que Matthew quería ser más que mi amigo.
Sonrojado e incómodo, Matthew tomó un respiro y contestó a las preguntas de la abuela.
—Somos buenos amigos. —todos guardaron silencio, no era para nada la respuesta que esperaban.
—Hice chocolate caliente. Tomen un poco —nos invitó la abuela, y nos acomodamos en las butacas del salón. Jenna nos salvó de volver a experimentar otro incómodo silencio.
—¿Ya le contaste? —miró a su hermano, y este negó con la cabeza.
—¿Aún no? Pero empiezo mañana. —Al parecer Cloe sabía a qué se referían.
—¿Contar qué y a quién? —estaba más que perdida en la conversación.
—Bueno, llevábamos días escondiéndolo, pero ya llegó el momento. —¿la abuela también sabía? ¿Por qué todos me escondían algo?
—Contraté a Cloe para que ayudara a Jenna en la pastelería. Será una de las dependientes. —estaba segura que todos habían notado cuando mis mejillas comenzaron a arder.
—Necesitas ayuda con los gastos, sabemos que la tienda no está en sus mejores momentos. —Si Cloe me hubiera dicho que quería trabajar para ganarse su propio dinero, no lo hubiera tomado tan mal, pero para ayudarme a mí, eso no lo podía permitir. Yo soy su hermana mayor, se supone que yo soy la que debo protegerla, no ella a mí.
—¿Les contaste? —miré a Matthew furiosa, de la única forma de que ellas supieran que la tienda iba mal, era porque sabían lo del robo.
—No, por supuesto que no. —se acercó a mí para explicarme con mayor calma la situación, pero yo me alejé.
—Nunca te atrasas en los pagos de la electricidad y llevas días inventando excusas para que no nos demos cuenta de que estás corta de dinero. —Las palabras de Cloe me cayeron como un balde de agua fría. Soy un fracaso de hermana.
—Zoe, ya está decidido y yo estoy de acuerdo. —la abuela me dirigió una mirada de esas que utilizan las personas cuando no quieren oír más hablar de un tema.
—Supongo que lo que yo piense no importa, igual Cloe, puedes trabajar, pero no permitiré que me ayudes con los gastos de la casa. —me levanté de mi asiento, sin esperar la reacción de los demás.
Creí que era la abuela la que me seguía, pero su voz me detuvo en el descanso de la escalera. Estaba enojada con él, con todos, con el mundo, ¿por qué se me hacían tan difíciles las cosas? ¿por qué simplemente no podía vivir en paz?
—Zoe, tenemos que hablar, espera. —me giré para mirarlo a los ojos.
—¿Por qué la contrataste? Si no lo hubieses hecho no tendría que trabajar. — le reproché.
—Hubiera conseguido otro empleo, y por lo menos en la pastelería tendrá la compañía de Jenna. Solo trataba de ayudar. —siempre justificaba sus acciones.
—¿Qué soy para ti, Matthew? ¿Una obra de caridad? Siempre dices que quieres ayudarme, pero terminas empeorándolo todo.
—No eres una obra de caridad, me preocupo por ti, eso es todo, aunque a ti poco te importe lo que yo sienta. —sus ojos brillaban con mayor fuerza y sus palabras salieron disparadas reclamando mi atención, pero yo en ese momento, lo único que quería era evitarle a Cloe y a la abuela las preocupaciones económicas.
—Prefiero que no me ayudes, no quiero que te entrometas en mis temas familiares. —lo miré con rabia y subí las escaleras con mayor rapidez. Me encerré en mi habitación tratando de encontrar alguna solución para mis males.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro