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Capítulo 11

Estaba impaciente, tenía un buen presentimiento y quería saber si era cierto. El día prometía ser interesante. Después de varias horas caí en cuenta de que estaría en un viaje de tres horas con Matthew en el mismo coche.
Aunque ayer habíamos compartido un buen rato juntos, no estaba segura de que pudiera soportar tres horas de ida y vuelta en su compañía. Le había rogado a Betty acompañarnos pero se negó rotundamente, también invité a Cloe y a Jenna pero no sirvió de nada, inventaron miles de excusas para decime que no.

Tenía pensado abrir la tienda las primeras horas de la mañana, y al mediodía salir en busca de la mercancía. La abuela nos había preparado unos sándwich de atún para el camino y unos refrescos.

Ya yo había llamado a mis contactos en Montreal para que me esperaran con las ventas. Había hecho muchos amigos en el mundo Vintage, sobretodo personas mayores. Siempre me recibían con los brazos abiertos y un baúl colmado de objetos que merecían una segunda o tercera oportunidad.

Miraba por la ventana de vez en cuando esperando la llegada de Matthew, necesitaba estar en la tienda, algo dentro de mí lo exigía.
Cuando vi su coche doblar la esquina salí corriendo de la casa. No había tiempo que perder.

-Buenos días, Zoe. -me saludó mientras me sentaba en el asiento del copiloto. Un ligero aroma a vainilla me dio la bienvenida y centré mi atención en Matthew. Vestía su chaquetilla de chef y un poco de harina le adornaba el rostro. Reí al verlo, se veía muy gracioso.

-Buenos días, ¿qué te pasó? ¿Te atacó un saco de harina? -se ruborizó al instante y buscó su reflejo en el espejo retrovisor.

-¿Aún tengo? Creí que ya la había sacado toda. Esta mañana tuve un pequeño accidente con la harina y la vainilla. No tuve tiempo de ducharme, tenía que venir a buscarte. -me sentí mal por interferir en su trabajo, después de todo nosotros no éramos nada, y aquí estaba él, llevándome a la tienda por pura amabilidad.

-Matthew, me hubieras llamado si estabas ocupado. No era necesario que te molestaras en traerme, sé que tienes cosas que hacer. -me sentía muy apenada, con lo mal que yo lo había tratado y el esfuerzo que estaba haciendo para ayudarme.

-No tengo tu número, y además, quería venir. Le traje algo a Jane, ¿puedes esperar un momento? -asentí intrigada ¿Qué era aquello que le traía a la abuela?

De los asientos traseros del coche agarró una caja de su pastelería y salió del auto con ella entre sus manos. Pude ver desde lejos como la abuela se emocionaba al verlo. Matthew le había regalado croissants para desayunar.

Tuve ganas de probar uno, esperaba que hubiera olvidado lo que le había dicho el día anterior, pero a mi pesar, no fue así. No había dulces para mí.
Volvió al auto con una sonrisa, incluso más pronunciada que la de antes.

-¿Nos vamos? -asentí con cierta decepción, y enojo conmigo misma, ¿cómo le había dicho que no trajera más dulces? Con lo que me gustan.

-¿Crees que puedas pasar por la tienda dentro de 3 horas? No quiero que nos marchemos tan tarde, es un viaje largo. -le pregunté intentado romper el silencio y coordinar el horario del viaje.

-Sí, me da tiempo sacar dos o tres bandejas más de dulces antes de partir.

-¿Solo trabajas por las mañanas? -tenía curiosidad de ver cómo distribuía su tiempo.

-Sí, a veces trabajo en las tardes cuando tengo algún pedido especial. Antes de irme a la cama en la noche preparo la misen en place, al día siguiente me levanto a las 5 de la mañana, y comienzo con todas las elaboraciones. La pastelería no abre hasta las ocho y la chica que contraté para que cubriera a Jenna en las mañanas no llega hasta las 7:30 am. -no desquitaba la vista de la carretera y aún trataba de limpiarse por donde había visto harina en su rostro minutos atrás.

-Wao, a las cinco de la mañana, eso es muy temprano.

-Es de la única forma de que los dulces estén listos para el desayuno.-se encogió de hombros. -¿Terminaste de leer el libro?

-No, lo dejé por donde te leí ayer.

-Bien, porque me quedé muy intrigado, quiero saber que sucede después. -me sonrió nervioso.

-Me alegro que te haya gustado. -estaba empezando a descubrir que Matthew, podía ser una persona interesante.

No tardamos en llegar a la Rue Saint- Louis, y mi compañero de viaje o debería decir chofer, insistió en cargar la caja de objetos hasta la tienda. Pero antes, me alegró la mañana sacando de uno de los compartimentos delanteros del coche, una pequeña cajita con el logo de su pastelería.

-Me dijiste que no querías que trajera más dulces, pero es que tu abuela me contó que te gustaban mucho los croissants y no pude evitarlo.

-Oh, gracias, Matthew. No me hagas caso cuando de dulces se trata. -le pedí y lo decía en serio, poco me importaba perder la figura, ni siquiera sabía si tenía figura. Pero no estaba dispuesta a renunciar a probar sus deliciosos dulces.

-De nada. -enrojeció y me miró a los ojos con sinceridad. -Estaba preocupado, creí que no lo aceptarías.

No tenía más que decir. A veces me inquietaba la forma en la que Matthew me trataba, esperaba que mis sospechas fueran solo invenciones de mi cabeza, y que él simplemente quisiera ser mi amigo. Porque yo por lo menos, no pretendía que fuéramos algo más.

Llegamos a la tienda en silencio y agradecí que así fuera, Matthew acomodó la caja encima del mostrador y se despidió de mí con cierta inquietud, prometiéndome llegar a tiempo para nuestro viaje juntos.
Decidí aprovechar la mañana acomodando los pocos objetos que me quedaban por vender, pero fui interrumpida por la persona que menos imaginaba encontrarme en mi tienda o en mi vida diaria.

-Hola. -yo estaba de espaldas al mostrador, pero ya su voz me era familiar.

-¿Mr.Stephen? -pregunté nerviosa, aunque ya sabía que si era él, lo había comprobado días atrás. Me giré sorprendida.

-Hola, Zoe. ¿Cómo estás? -sus ojos, otra vez veía ese brillo que tanto me había cautivado.

-Bien. -estaba más que nerviosa y me costaba pronunciar palabras.

-Me ha encantado tu carta. -no sabía si salir corriendo o esconder el rostro entre mis manos.-Me ha hecho reír mucho.

-¿Eso es bueno? -mis pensamientos se escaparon de mi boca y esperaba no hacer el ridículo frente a mi amor platónico.

-Es bueno, Zoe... ¿Alguna noticia del taxista que te robó? -negué con la cabeza, ¿era normal que me costara tanto hablar? -Vine a visitarte, la dirección de la tienda estaba en la carta. ¿Escuchaste el programa del lunes?

No me podía creer que el mismísimo Mr. Stephen estaba frente a mí, preguntándome si había escuchado su programa.
-Sí.

-Bueno... yo quería saber... si podía invitarte a cenar. -Mr. Stephen se pasaba su mano por el cabello y me miraba como si de mí dependiera su trabajo, parecía que estuviera a punto de ser despedido. Eso me indicó que estaba nervioso y provocó que mi corazón se agitara con mayor desesperación.

-Sí, puede Mr. Stephen.

-Genial ¿Mañana en la noche estaría bien? Es que hoy hay programa. -su sonrisa hizo que me olvidara del mundo, mañana por la noche saldría con Mr. Stephen, esto tenía que ser un sueño.

-Sí, está bien. ¿Nos encontramos aquí en la tienda? -fue la primera pregunta que se me ocurrió.

-Perfecto, paso por ti a las 8 pm y Zoe, me puedes llamar solo Stephen. -ambos estábamos sonrojados, podía sentir como mis mejillas ardían y había empezado a creer que de verdad tenía una oportunidad con mi locutor favorito. -Me tengo que marchar, nos vemos mañana. -se despidió de mí con un beso en la mejilla y yo olvidé como moverme. Acababa de acordar una cita con Mr. Stephen.

Llamé a Betty en cuanto lo vi alejarse de la tienda. Debía contárselo de inmediato, todo había sido gracias a ella. Sin esa carta nunca nos hubiéramos vuelto a encontrar.

Millones de imágenes recorrieron mi mente, un futuro con Mr. Stephen, ¿Pudiera llegar a eso? ¿Era por fin mi hora de ser feliz? -Solo es una cita- me recordé, los nervios aún no habían abandonado mi cuerpo y me pregunté una y mil veces ¿Qué tenía yo de especial para que se fijara en mí?
Tantas preguntas sin responder, y tan pocas respuestas, me llenaron de inseguridades. Betty no contestó a su teléfono y yo necesitaba desahogarme.

Horas más tarde Matthew apareció en la tienda para encaminarnos en nuestro viaje a Montreal.

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