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Capítulo O2

Cuando Jimin tomó asiento en el sofá más grande, un sentimiento de nerviosismo se instaló en lo más profundo de sus entrañas. Aquel chico de cabello rubio le permitió la entrada y no había notado nada extraño en él.

Suspiró de alivio para sus adentros, mientras esperaba que el contrario volviese de su habitación. Observó momentáneamente el lugar sin detenerse en los detalles. Tenía un tamaño justo y los muebles sencillos le daban un aspecto acogedor, pensó que podía acostumbrarse a ello.

—Entonces, ¿eres un estudiante también? —escuchó la voz del chico regresar a través del pasillo, giró la cabeza en su dirección. Aquel rubio lo observaba con atención, tomando asiento junto a él.

—Sí. Estudiaré fotografía, de hecho —confesó, llevando la vista a sus manos, nervioso—. Vengo de Busan.

Yoongi abrió los ojos con impresión.

—¡Genial! —exclamó contento, extendiendo su sonrisa hasta sus ojos. Jimin devolvió la sonrisa—. Yo soy estudiante de literatura, aunque también trabajo en una tienda de segunda mano...

—Supongo que estás perdiendo la cabeza por falta de tiempo, ¿no? —Yoongi sonrió en respuesta, asintiendo—. Pronto encontraré un trabajo también.

—Aquí está la cuenta —le entregó un papel doblado a la mitad. Jimin lo tomó y lo revisó, notando la cifra de dinero impresa sobre la hoja—, lo dividiremos en mitades.

—Me parece bien, es bastante justo —murmuró, asintiendo con conformidad. Yoongi sonrió nuevamente, feliz por la respuesta—. ¿Puedo ver mi habitación?

—¡Claro! —Yoongi saltó de su asiento con energía. Jimin lo siguió cuando atravesó el corto pasillo, abriendo una de las puertas posicionadas en paralelo. Una cama mediana se hizo visible, junto a un armario, un escritorio y una mesa de noche. Jimin lo recorrió con la mirada, satisfecho con lo que veía. Era suficiente para él.

—La puerta del frente es mi habitación, la que está al final, es la de del baño. El servicio de lavandería está en uno de los pisos inferiores —explicó Yoongi brevemente, viendo a Jimin sentarse en la cama, comprobando el colchón—. Normalmente cocino mi propia comida, espero que no te moleste compartirla...

—No, está bien —aseguró el de cabello oscuro, dirigiéndose nuevamente hacia el contrario. Yoongi conectó con sus ojos—. No sé cocinar.

Una pequeña "o" se formó en los labios del rubio. Jimin estiró las esquinas de sus labios, apenado, pero lejos de juzgarle por ello, Yoongi se mostró emocionado.

—¡Entonces podrás probar mi comida! ¿Sabes? A veces me siento triste porque un plato me queda muy delicioso, pero no tengo con quien compartirlo para que me dé una opinión —confesó juntando sus manos tímidamente, agachando la mirada con un poco de vergüenza. Jimin sintió una especie de necesidad por arrullarlo—. ¿Te gustaría ser mi objeto de prueba?

El tono misteriosamente infantil en su voz le hizo pestañear un par de veces.

—Supongo que... ¿sí? —aceptó, dudoso. Notó al chico mirarlo con un brillo resplandeciente en los ojos, como si hubiese recibido un premio anhelado.

—¡Gracias! No te arrepentirás, me voy a esforzar mucho —juntó las manos con una sonrisa, inclinándose suavemente. Jimin rió ante el vigor del chico, justo antes de que un sonido escalara en el ambiente. Yoongi giró sobre sus pies, mirando en dirección a su habitación.

—Creo que me están llamando... —musitó el rubio, apuntando detrás de sí—. Siéntete cómodo, hablaré con el señor Choi un rato.

—Gracias, Yoongi... —murmuró Jimin justo antes de que el contrario abandonara la habitación. El nombrado asintió con una última sonrisa y salió, caminando hacia la propia.

Jimin se conservó en la misma posición, observando la puerta de madera cerrada. Dio un par de palmadas sobre la sábana de la cama y suspiró sonriendo, escuchando a Yoongi exclamar un alegre "¡encontré un compañero!" durante la llamada.

Yoongi parecía un chico agradable. No había percibido aroma alguno en él, pero tampoco halló la oportunidad para preguntarlo directamente. Supuso que Yoongi era un chico beta, aunque con los días lo averiguaría.

Me pregunto si sería igual de amable si supiera que soy un delta, pensó, resoplando amargamente.

Se levantó a buscar su maleta y desempacar rápidamente, recordándose a sí mismo ser cuidadoso y ocultar su aroma a vinagre con supresores y perfume neutralizador.

Nadie tenía que ver, ni siquiera, la marca en su cuello.

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