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Parte 26

Mientras cerraba la maleta y tiraba de la cremallera, Hinata suspiró, doliéndole el corazón y el alma enormemente al tener que abandonar aquella maravillosa casa que había sido su refugio durante las últimas dos semanas. No pudo evitar mirar con cariño para la cama y los muebles que adornaban la espaciosa habitación que había compartido con su marido durante aquel breve tiempo de estancia.

Se acercó por última vez a los enormes ventanales, saliendo al balcón para aspirar y empaparse de las vistas tan bonitas de las que podía disfrutar desde allí. Tan absorta estaba que no se percató de que había alguien más en el cuarto con ella hasta que sintió unos fuertes brazos rodearla desde atrás, apretándole la cintura. Sonrió con los ojos cerrados y se dejó caer contra ese pecho fuerte que la había abrigado hasta en las noches más frías.

―Volveremos, mi amor―le dijo la voz profunda y ronca de Naruto―. Te prometo que, algún día, volveremos. ―Hinata asintió, sintiendo cosquillas cuando sus labios calientes le rozaron el cuello. Una ola de excitación le sacudió las entrañas, y tuvo que apartarse del cuerpo masculino. Sus mejillas se tornaron rojas al escuchar la risa que escapó de la garganta de Naruto. Se había dado cuenta de su deseo y aquello la avergonzó. ¡Ya no era una jovencita, por el amor de Dios, sino una mujer hecha y derecha que podía y sabía controlar sus impulsos!

Ignorando a su esposo, fue hacia la cama y bajó la maleta al suelo, sacando el asa. Se hizo también con su bolso y se lo pasó por la cabeza, cruzándolo por sobre el pecho.

―¿Lo llevamos todo?―preguntó. No pudiendo evitar sonreír, Naruto asintió, acercándose a ella, besándola brevemente en los labios esta vez sin abrazarla, consciente de que, si lo hacía, ya no sería capaz de quitarle las manos de encima.

Hinata asintió, también, respondiendo a su propia pregunta.

―Cre-creo que sí. ¿Has comprobado el cuarto de baño?

―Dos veces. No nos hemos dejado nada. ―Hinata asintió una vez más, al mismo tiempo que él lo hacía nuevamente.

―Entonces, vamos. ―Con un gran suspiro de resignación, Naruto tomó su mano y se dirigieron a la planta baja, donde Rocco y Sabela esperaban para despedirse de ellos.

Naruto agarró la enorme maleta para bajarla por las escaleras, permitiendo que Hinata bajara delante de él. No pudo evitar observar el seductor balanceo de sus caderas bajo la falda larga, imaginándose sus manos traviesas subiendo por sus muslos hasta sus nalgas, deslizando la tela hacia arriba lentamente, disfrutando del estremecimiento y del suspiro de placer que sabía provocaría en el cuerpo femenino.

Tuvo que cerrar los ojos y respirar hondo, negándose a permitir que el deseo le nublara los sentidos. Por mucho que le fastidiara, tenían un avión que coger. Sus hijos los esperaban en casa y, aunque habían pasado unos días maravillosos tan solo ellos dos, tenía que reconocer que echaba terriblemente de menos a sus retoños.

Al llegar al pie de las escaleras, el mismo chófer que los había llevado hasta la villa a su llegada se apresuró a hacerse con la última maleta para llevarla al coche que esperaba en el camino empedrado, a las puertas de la villa.

―¿De verdad tenéis que iros?―preguntó Sabela en tono lastimero, mirándolos con sus grandes ojos marrones suplicantes. A su lado, su esposo rio entre dientes.

―Cariño, seguro que volveremos a verlos pronto. ―Sabela frunció el ceño, mirando para Rocco con los ojos entrecerrados.

―¿Y cuándo, si puede saberse, señor don "estoy-muy-ocupado-con-mi-trabajo-y-no-tengo-tiempo-para-nada-más"?―Ante la acusación de su mujer Rocco carraspeó, incómodo y con los aristocráticos pómulos ligeramente enrojecidos.

―Seguro que encuentro un hueco...

―Sí, a lo mejor dentro de dos años―masculló Sabela, enfurruñada. Rocco miró culpable para el matrimonio Uzumaki, pero tanto Naruto como Hinata sonrieron, quitándole importancia.

―Tú y yo sí que nos veremos, Rocco. Estoy seguro. ―El aludido sonrió y estrechó la mano de su amigo.

―Por supuesto. Es posible que más pronto de lo que crees. ―Naruto sonrió ampliamente y apretó su mano, con entusiasmo. A su lado, Hinata y Sabela se abrazaban, la primera algo incómoda por la efusividad de la segunda.

―¡Iré a veros muy pronto, lo prometo! ¡Así tenga que esconderme en la bodega de equipajes del avión de Rocco!―Rocco se puso pálido ante las palabras de su esposa.

―Sabela, cielo, no creo que eso sea... ―Pero calló al ver la mirada fulminante que esta le dirigía. Resignado, miró de nuevo para Naruto y Hinata, pero estos tan solo se limitaron a sonreír una vez más.

Los cuatro adultos salieron al fin de la casa y, antes de montarse en el coche, Sabela abrazó por segunda vez a Hinata y después a Naruto, depositando en su mano un objeto metálico antes de retirarse. Curioso, Naruto abrió la mano y miró, sorprendiéndose al ver la llave de la villa.

―Sa-Sabela... ―tartamudeó, aturdido. La pequeña mujer hizo un gesto con las manos.

―Es mi casa y puedo darle copia de la llave a quién a mí me dé la santa gana. Así, podéis venir siempre que queráis. ―Naruto miró para Rocco, quién sonrió y asintió, como dando validez a las palabras de Sabela.

Emocionada, ahora fue Hinata quién corrió hacia Sabela, envolviéndola en un cálido abrazo. Las dos mujeres soltaron un par de lágrimas y luego se sonrieron, felices.

Al fin, se montaron en el coche y este arrancó, echando a rodar y dejando atrás la villa italiana en la que habían sido la mar de felices las dos semanas anteriores. Naruto le tomó la mano y se la apretó, entrelazando sus dedos con los de ella.

―¿Lo has pasado bien?―Hinata sonrió y asintió, devolviéndole el apretón.

―Mejor que nunca, Naruto-kun. Ha sido... maravilloso. ―Lo miró fijamente a los ojos, durante varios minutos―. Tú eres maravilloso. ―Los bronceados pómulos masculinos se tiñeron de un leve rosado, haciéndolo parecer adorable a ojos de Hinata.

―Discrepo... ―Se aclaró la garganta y Hinata soltó una risita, acercándose a él y dejando caer la cabeza en su hombro, acurrucándose contra su costado. Naruto no dudó en pasarle el brazo por los hombros―. Aunque... ―dijo, tras varios minutos de agradable silencio―... aún nos queda una última sorpresa. ―Hinata pestañeó y lo miró. Naruto le sonrió enigmáticamente, pero, a pesar de que lo intentó, Hinata no consiguió arrancarle ni una palabra.

Cuando al fin el coche se detuvo y Hinata miró por la ventana se extrañó al ver que no estaban en el aeropuerto, sino en lo que parecía un hangar privado. Y la sorpresa fue mayúscula al bajarse del coche y encontrarse ante sí un avión más pequeño que aquellos utilizados en los vuelos comerciales. Una azafata y un piloto impecablemente vestidos de uniforme azul marino los recibieron.

―Naruto-kun...

―Rocco insistió en que usáramos su avión para volver. Dice que me devolverá también el importe de los billetes... ―Naruto suspiró y negó con la cabeza―. Fue inútil negarme. ―Hinata se dejó guiar escaleras arriba hasta el interior del avión, quedando anonadada por los asientos de suave cuero marrón, la mullida moqueta e incluso la mini cocina totalmente equipada que había a bordo. Había dos puertas más, y supuso que una sería un baño y la otra... solo se le ocurría que podría ser una habitación, cosa que confirmó en cuanto abrió las dos puertas y, efectivamente, en una había un baño completo y en la otra una cama y un armario empotrado.

―Es impresionante―susurró. Sintió a su marido abrazarla.

―¿Sabes? Podríamos...

―¡Naruto-kun, no! ¡Hay más gente a bordo!―exclamó ella, escandalizada por la insinuación. Naruto arqueó una ceja en su dirección.

―¿Crees acaso que no están acostumbrados?―Hinata abrió los ojos como platos.

―¿Qui-quieres decir que él y Sabela... ―Naruto hizo una mueca.

―No solo con Sabela... ―Hinata vio lo incómodo que era para Naruto hablar de los viejos escarceos amorosos de su amigo.

―E-entiendo. Pero no tenemos que ser como ellos... ―Naruto sonrió y la abrazó, pegándola a él para que sintiera su deseo hacia ella contra su estómago.

―La última vez, Hina, seamos desinhibidos una última vez. ―Y dejándose llevar por la sensual promesa en su voz, Hinata permitió que la empujara hasta que sus piernas chocaron contra la enorme cama.

Segundos después ya nada importaba, nada que no fueran las caricias y los besos que la estaban llevando, una vez más, a la cúspide del placer.


―¡Mamá! ¡Papá!―Hinata se agachó justo a tiempo de recibir a sus dos revoltosos rubios en sus brazos.

―Mis pequeños... ¿os habéis portado bien?―preguntó, mientras les llenaba sus redondeadas caritas de besos y dejaba que, a su vez, ellos hicieran lo mismo en su rostro.

Agachado a su lado, Naruto sonrió y los abrazó a los tres, estrechándolos fuertemente contra él.

―¡Papá!―Shinachiku y Boruto gritaron de nuevo, soltándose momentáneamente de su madre para abrazarse ahora a su padre.

―Hola. ¿Todo bien? ¿Habéis cuidado de Hima como me prometisteis?―Ambos se pusieron serios de repente.

―Por supuesto.

―Hemos sido niños mayores―dijo Boruto, levantando la cabecita con orgullo. Naruto rio y les revolvió el pelo a ambos. Los dos hermanos Uzumaki se miraron, con los ojos destellando con regocijo.

Un poco más retirados, Minato y Kushina observaban la escena del reencuentro con algo de emoción. Hima, desde los brazos de su abuelo, observaba la escena con curiosidad y también algo de recelo, deseando unirse a sus hermanos mayores y a sus padres.

―¡Hima, mi bebé!―La niña sonrió ampliamente en cuanto su madre corrió hacia ella y se la arrebató a su suegro de los brazos. La niña rio cuando su mamá le dio muchos besos, y acomodó su oscura cabecita en el hombro femenino en cuanto Hinata la acomodó contra su cuerpo, sonriendo ahora en dirección a Shinachiku y Boruto, dándoles a entender que ahora era su turno y que tenía más derecho que ellos puesto que era la pequeña.

Naruto se acercó a sus dos mujeres y besó a su hija en la frente, acariciando sus cabellos azulados en el proceso con suma ternura.

―¿Y mi princesa? ¿Se ha portado bien?―Himawari se llevó un puñito a la boca y se lo quedó mirando fijamente, como intentando decirle que cómo osaba dudar de su comportamiento.

Naruto rio y, agarrando el carrito con las maletas, todos echaron a andar hacia la salida del aeropuerto. Enseguida los niños estuvieron al lado de su padre, compitiendo por su atención y hablando a gritos, preguntándole toda clase de cosas y contándole a la vez todo lo que habían hecho en casa de sus abuelos.

Más adelantadas, Hinata y Kushina también conversaban. Minato había salido antes para ir a buscar el coche y que así su hijo y su nuera no tuvieran que caminar con todo el equipaje que llevaban a cuestas.

―¿Nos has traído algo?―preguntaron Shinachiku y Boruto a la vez, mientras se montaban todos en el coche.

Hinata no pudo evitar reír mientras acomodaba a Himawari en su sillita de seguridad. Al otro lado de los asientos, Naruto sonrió, mientras hacía lo mismo con Boruto.

―Mmm... no lo recuerdo... ¿trajimos algo para estos monstruitos, Hina?

―Es posible... no me acuerdo, pero... ―Tanto Boruto como Shinachiku miraron para sus padres con los ojos brillantes de esperanza.

―¿Y qué es, qué es, qué es?

―¡Una hamburguesa!―Tanto los padres como los abuelos allí presentes rieron.

―Al llegar a casa. ―Shinachiku miró para su madre, con la decepción tiñendo su infantil semblante.

―Pero, mami... ―Hinata sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas al escuchar a Shinachiku llamarla de esa forma tan tierna y cariñosa, mientras sus labios hacían un puchero de lo más adorable.

Su corazón se infló con orgullo al pensar que, a pesar de su ausencia en esas dos semanas, Shinachiku seguía considerándola su madre. Había temido que, al no estar ella presente, Sakura hubiera logrado desbancarla y ocupar su lugar en el corazón de su pequeño.

Ahora, habiendo recibido una alegre, cariñosa y calurosa bienvenida de parte del niño y viendo cómo sus ojos verdes la observaban con ese amor que solo los hijos podían profesar a sus madres, se dijo que había sido una estúpida, porque aquel miedo había sido lo único que había perturbado aquellas mini vacaciones que había disfrutado enormemente junto a su esposo.

Intuyendo lo que su esposa podía estar pensando y sintiendo, Naruto no dudó en abrazarla contra él en cuanto ellos también se subieron al coche, depositando un breve pero tierno beso en sus cortos cabellos azulados.

―Te dije que todo iba a estar bien―le susurró. Entendiendo a la perfección lo que su marido quería decirle, Hinata respiró hondo y le devolvió el abrazo, apretando fuertemente los brazos en torno a su cintura.

―Te-tenías razón. He sido una tonta. ―Naruto negó con la cabeza mientras la abrazaba aún más fuerte.

―Solo eres una madre preocupada, Hina. Le mejor madre del mundo. ―Creyendo que su corazón explotaría por tantas emociones y tanto amor que sentía hacia el hombre al que amaba, Hinata recargó todo su peso en él y se dejó ir en un placentero descanso, dándose cuenta de que había permanecido tensa y en guardia desde que habían bajado del avión.

Durante todo el trayecto hasta el hangar privado del aeropuerto de Konoha en el que habían aterrizado, Hinata no había podido evitar que su mente volviera a centrarse en todos los problemas que rodeaban su vida y a su familia y, a medida que se acercaban a la ciudad que era su hogar, aquellas preocupaciones crecían.

Su mente recordó el momento exacto en el que Naruto le había confesado en parte las ganas que tenía de llevársela a ese viaje improvisado, y la nueva información había impresionado mucho a Hinata.

Pero, a petición de Naruto, había dejado aparcado aquello hasta que tuvieran que regresar a casa, prometiéndole no volver a pensar en ello en lo que duraban esos días de asueto que se habían dado para disfrutar como pareja.

Y había cumplido. Lo había aparcado en un lugar recóndito de su mente, ignorando la tentación de reflexionar sobre ello y estropear así sus vacaciones.

Sin embargo, ahora que estaban de vuelto en Konoha, debían afrontar aquella difícil situación. Tendrían que hablar largo y tendido sobre ello, pensar a ver qué hacían y cómo lo hacían, porque cualquier decisión que tomaran afectaría directamente a su pequeña familia, a toda, no solo a Shinachiku.

Aunque... quisiera o no, las circunstancias que rodeaban el escabroso momento de su vida en el que se encontraba como madre y esposa habían cambiado. Lo que Sasuke y Shikamaru habían averiguado sobre Sakura lo cambiaba todo, absolutamente todo.

Suspiró mientras veía a través de la ventana acercarse cada vez más a su casa, a su hogar, a esa casa en la que se encontraba toda su felicidad, dónde había pasado los mejores y más maravillosos momentos de su vida.

―¿Mamá? ¿Te encuentras bien?―Hinata parpadeó y se encontró mirando directamente para dos pares de ojos, unos azul como el cielo y otros verdes como el jade, que la observaban, preocupados. Se llevó las manos al rostro y se lo restregó, sintiéndose culpable. Dios, se había metido tanto en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que ya habían llegado.

―Estoy bien, cielo.

―¿Qué vamos a cenar hoy, qué vamos a cenar hoy, qué vamos a cenar hoy?―preguntó Boruto una y otra vez, dando saltitos y tirándole a su padre de la camiseta blanca que llevaba puesta.

Esbozando una suave sonrisa, Hinata se bajó del coche y se puso a entretener a sus pequeños, mientras Naruto y Minato sacaban las maletas. Kushina se había adelantado para abrir la puerta y comprobar que todo estuviera a punto para recibir a los dueños de la casa.

―¿Seguro que no queréis que nos los quedemos por hoy? Una noche más no nos importa, de verdad que no'ttebane. ―Naruto y Hinata sonrieron ante la mirada anhelante en el rostro de Kushina.

―Cariño, los has tenido en casa dos semanas completas y, ¿aún quieres más?

―Son mis nietos. Si no los mimo ahora, cuando aún tengo fuerzas para seguirles el ritmo, ¿cuándo lo haré? ¿Cuándo sea una vieja decrépita que no podría levantarse del sofá sin que le duelan todos los huesos del cuerpo?―Naruto soltó una carcajada y abrazó a su madre.

―Tú nunca serás una vieja decrépita, mamá.

―Dios te oiga, hijo, Dios te oiga―dijo Kushina, devolviéndole el abrazo.

―No se preocupen por nosotros Kushina-san, Minato-san. No estamos cansados. ―Aquello era una verdad a medias, puesto que Hinata sí que ya estaba empezando a notar el agotamiento apoderarse de su cuerpo. Pero no podía soportar estar separada de sus hijos ni un segundo más. Aunque no lo pareciera, los había echado terriblemente de menos durante aquellos quince días que ella y Naruto habían estado ausentes.

―En fin, si tú lo dices... ―Kushina y Minato se despidieron por última vez de los niños prometiéndoles verlos el próximo domingo sin falta; Naruto los acompañó hasta la puerta mientras Hinata hacía una inspección rápida, asegurándose de que todo estaba en orden y donde debía estar.

Cuando regresó al salón, Himawari se encontraba sobre la alfombra, jugando con sus bloques de construcción para bebés, mientras Boruto y Shinachiku se entretenían con la televisión. No queriendo perturbar la momentánea paz, Naruto pasó sigilosamente hasta la cocina, donde Hinata comprobaba lo que había en la nevera, suspirando al ver que tan solo tenía algunos huevos y verduras de cocción rápida. No quería ponerse a hacer nada complicado para la cena, no tenía ganas. Y aún tenían que deshacer la maleta...

―Hey, no cocines si no quieres. Podemos pedir algo y que nos lo traigan. ―Hinata miró para su marido y le sonrió.

―¿Seguro que no te importa?―Naruto negó.

―Por supuesto que no. A ver, claro que echo de menos tu cocina casera, pero tengo el resto de mi vida para seguir comiendo tu deliciosa comida. ―Mientras decía esto la abrazó por detrás, acunándola dulcemente entre sus brazos. Hinata no pudo evitar que se le escaparan un par de lágrimas que se apresuró a secarse con el dorso de la mano.

―¿El resto de tu vida? ¿En serio?―Naruto apretó su abrazo con fuerza, dejándola momentáneamente sin respiración.

―Nunca te dejaré, Hina. Te amo. ―Hinata cerró los ojos y se volvió. Le pasó los brazos por el cuello y se puso de puntillas para besarlo, beso que Naruto correspondió, gustoso.

―¿Pedimos pizza?―El rubio sonrió, radiante, y bajó la cabeza para volver a besarla antes de asentir.

―Si mi preciosa mujer quiere pizza, pizza será. ¡Hey, Boruto, Shinachiku! ¿Quién quiere pizza?―Los dos niños se emocionaron enseguida ante la sugerencia, saltando del sofá y empezando a revolotear alrededor de su padre, hablando a la vez, queriendo que su progenitor tomara nota de todas y cada una de sus preferencias.

Desde su rincón, Himawari, animada por la algarabía, se puso en pie y anduvo con sus pasitos de bebé hasta agarrarse a una de las piernas de su papá, empezando a hablar ella también con sus torpes y a veces incomprensibles palabras.

Sonriendo, Hinata absorbió aquella escena, grabándola a fuego en su mente, para recordarla cuando sus malos pensamientos amenazaran con ahogarla.

Porque había tomado una determinación: Sakura no rompería a su familia.

Por encima de su cadáver.


Sakura salió del despacho de su abogado, mareada y con un creciente dolor de cabeza. Fuera, Tsunade la esperaba, con dos vasos bien grandes de café.

―Gracias―musitó la pelirrosa―. Lo necesito.

―¿Cómo ha ido?―Sakura dio un sorbo al líquido caliente antes de responder.

―No lo sé... ―Tsunade la miró de reojo mientras bebía de su propio vaso de café.

―¿Nos sentamos?―Sakura asintió y se dejó guiar por su mentora hasta un parque cercano, de esos grandes donde había una zona de merendero, con mesas y bancos de piedra. Ocuparon una de las mesas. El sol de la mañana calentaba apenas, pero no hacía frío tampoco, por lo que se estaba realmente bien―. Cuéntame. ―Sakura se mordió el labio inferior.

―Madara quiere... quiere ir por las malas, diseñar una estrategia agresiva.

―Y a ti eso no te parece bien. ―Sakura suspiró, apretando su café entre sus manos para acto seguido darle otro sorbo, agradeciendo la calidez del líquido marrón.

―Está empeñado en ir con todo y a por todas, así, de repente. Dice que nuestra mejor defensa es un buen ataque, que no podemos permitir que los sentimentalismos se interpongan en ganar el caso. Que puedo conseguir tener a mi hijo conmigo si... si ataco con todo lo que tengo. ―Tsunade frunció los labios.

―Entiendo. ―Sakura soltó un segundo suspiro, ahora tembloroso―. Y tú, ¿qué es lo que quieres hacer? ¿Quieres ir con todo y a por todas o quieres seguir tomándotelo con calma?―Sakura se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.

Estaba confusa a más no poder.

―No... no lo sé. ¿Que si quiero a mi Shinachiku conmigo? ¿Que si quiero que me quiera y que me vea como a su madre y no como a la villana que quiere destrozar su mundo? Por supuesto que sí.

―Pero...

―Pero, ¿y si eso se vuelve en mi contra? ¿Y si en vez de conseguir hacerme con mi niño lo único que consigo es alejarlo aún más de mí? ¿Y si acaba odiándome?

―Pero no tiene por qué. Piensa que, de esa forma, no le quedaría más remedio que acostumbrarse a ti.

―Que se acostumbre no es lo que yo quiero―dijo Sakura, dando otro sorbo a su vaso de café―. Lo que yo deseo es que me quiera, que me reconozca como a su madre, que me sonría, que me dé su cariño por voluntad propia y no porque se lo obligue algún juez o algún trabajador de los servicios sociales. ―Tsunade no dijo nada, se limitó a observar detenidamente a su alumna estrella durante varios minutos.

Luego, estiró la mano por encima de la mesa de piedra y le cogió una de las suyas, apretándosela con fuerza.

―Sakura, decidas lo que decidas, yo estaré aquí, apoyándote.

―Shisou...

―Sé que no es fácil tomar una decisión. Y no quisiera meterte prisa, pero...

―El cáncer. Sí, lo sé. ―Sakura sonrió amargamente y Tsunade le apretó aún más fuerte la mano.

―¿Cuánto tiempo llevas sin hacerte una revisión? ¿Un mes? ¿Mes y medio? No sabemos lo que ha podido pasar en tu cuerpo. Como se haya extendido de más y hecho metástasis...

―Moriría en el plazo de un año, más o menos. Sí, lo sé.

―Sakura... ―La pelirrosa cerró los ojos, encontrándose con ese miedo a morir que la había acompañado desde que le habían diagnosticado su enfermedad, hacía varios meses.

―Le... daré una respuesta mañana―dijo al fin, evitando mirar a la rubia directamente a los ojos.

Tsunade suspiró.

―Solo quiero que seas consciente de los riesgos. ¿Qué conseguirías si murieras?―Nada, absolutamente nada, se dijo Sakura.

Su maestra tenía razón. No podía posponer más su operación. Pero tampoco podía irse y abandonar nuevamente a Shinachiku. Si lo hacía, estaba segura de que sería el final. No tendría una tercera oportunidad.

Se terminó su café de golpe y se levantó, arrugando el vaso de cartón en su mano. Tsunade la imitó.

―Necesito volver al hotel a... a repasar unas cosas que me ha dicho Madara.

―¿Quieres que... ―Tsunade calló al ver que Sakura negaba con la cabeza.

―No hace falta, sensei. Se lo agradezco mucho, pero... prefiero estar sola. Necesito estar sola. Y pensar. ―Tsunade suspiró y asintió, acercándose para abrazarla fuerte. Sakura quiso llorar al sentir la calidez que emanaba de esa mujer habitualmente severa y poco dada a las muestras de afecto.

―Aquí estoy, Sakura. Para lo que quieras. ―La Haruno asintió, con los ojos velados por las lágrimas.

Le devolvió el apretado abrazo y luego se soltó, separándose de la exuberante mujer. Caminó a paso lento hasta salir del parque y luego enfiló por la avenida principal, directa hacia su hotel. Le vendría bien andar para despejarse y para poder pensar así con más claridad lo que hacer.

Tardó cuarenta minutos en llegar a su hotel y, nada más entrar, una de las chicas de la recepción se apresuró a llegar a su altura. Con extrañeza, Sakura la miró.

―Disculpe, señorita Haruno, pero tiene una visita. Lleva casi una hora esperándola. ―Sakura pestañeó y, con la curiosidad carcomiéndola, se giró lentamente, hacia la zona de los sofás que adornaban el vestíbulo.

Su corazón se paralizó y sus ojos y su boca se abrieron en tres perfectas os. Aturdida, observó la figura la delicada figura femenina que se acercaba a ella. Tuvo que tragar saliva para intentar deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

Cuando la fémina llegó a su altura, ninguna de las dos dijo nada, ocupadas como estaban en observarse, en analizarse; la recepcionista ya había vuelto a su puesto más rápido que deprisa, no queriendo por nada del mundo meterse en los asuntos privados de uno de los huéspedes del hotel.

Tras lo que pareció una eternidad, Sakura pudo por fin encontrar su voz, aunque le salió trémula y casi inaudible.

―Hinata...

―Tenemos que hablar.





Ay, ay... la que se va a liar... ¿Qué creéis que pasará? ¿Pelea de gatas? ¿O conversación sincera y civilizada?

¡Se abren las apuestas, señoras y señores! ¡Vengan, vengan! ¡Hagan sus apuestas! (?).

¡Muchísimas gracias a todos los que leéis, votáis y comentáis! Sé que voy súper atrasadísimo con los comentarios. Planeo contestarlos TODOS hoy, a lo largo de la tarde-noche.

Tenedme paciencia, porfa. No soy un robot xD.

¡Espero que os haya gustado!

¡Nos leemos!

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